Resumen
Capítulo 13
Gabriel reflexiona en la lancha que los traslada hasta otro buque después de abandonar el Santísima Trinidad. El niño observa con asombro que en las lanchas comparten sitio españoles e ingleses, con preponderancia numérica de los primeros, dos grupos que hasta el día anterior se mataban unos a otros en una lucha horrenda. Ahora, ambos grupos fraternizan entre sí, comparten el mismo miedo y las mismas esperanzas. El niño se pregunta, angustiado e invocando a Dios, para qué son las guerras si, como puede comprobar allí, todos los hombres son hermanos. Se da cuenta de que la idea de nacionalidad y la ambición por poseer tierras de algunos hombres malos son las que llevan al odio y las que impulsan a odiar a otras naciones. Tiene la esperanza de que esto alguna vez acabe.
Mientras tanto, Marcial parece querer idear alguna estrategia para atacar a los ingleses de la lancha, pero don Alonso le recuerda que son prisioneros e intenta calmarlo. De repente, en medio de la oscuridad, surge un barco a la vista: se trata del Santa Ana, comandado por Álava, jefe de la vanguardia. Este barco también está apresado y con graves averías, pero en mejor estado que el suyo. Al ingresar, Gabriel nota que, a diferencia del trato recibido por los ingleses en el Santísima Trinidad, aquí son muy antipáticos, autoritarios y hoscos con la tripulación prisionera.
En la cámara encuentran al joven Rafael Malespina, muy pálido por la sangre perdida en una herida en su mano, pero a salvo. Las sensaciones que tiene Gabriel son encontradas: se alegra de verlo a salvo, pero también recuerda el antiguo odio que le tiene y, finalmente, se siente orgulloso por poder dominar su mente y sacar de ella los malos pensamientos. Malespina está allí después de haber sido trasladado desde el San Juan Nepomuceno, otro barco apresado y lleno de heridos. Malespina le da noticias a su suegro de Gravina, que después de una larga contienda, se dirige herido a Cádiz. Le cuenta que ha visto morir a Churruca, el comandante del Nepomuceno, un hombre valiente y honorable que, a pesar de su pesimismo por conocer la inferioridad de las tropas propias, lucha hasta el final por intentar conseguir la victoria. Muere en combate, tras pronunciar palabras elogiosas dedicadas a Dios, su tripulación y su joven esposa. Recién después de su deceso su tripulación se rinde.
Al terminar de escuchar las palabras de Rafael, Gabriel se da cuenta de que el horror vivido en su barco se había repetido en todos los demás.
Capítulo 14
Tras la larga noche pasada, Gabriel se queda dormido y tiene pesadillas en las que la guerra continúa y él es un comandante glorioso contra los ingleses. De repente, su sueño es interrumpido por el ruido de cañonazos reales y un grito que viva al rey. Al salir de la cámara, ve con sorpresa la bandera española en la popa y cómo dos barcos ingleses hacen fuego sobre el Santa Ana que se defiende. Resulta que bajo el mando de Álava, los prisioneros se habían rebelado y los ingleses a bordo se habían convertido en prisioneros. Esto se da cuando Álava aprovecha la situación, dado que ve que se aproximan navíos españoles desde Cádiz para represar los buques prisioneros y salvar a la tripulación próxima a naufragar.
Dos son los navíos ingleses que abren fuego sobre el Santa Ana. Tres son los buques retirados con Gravina que están de regreso ahora y socorren al español: Asís, Montañés y el Rayo. Gabriel encuentra a don Alonso disparando el cañón. El hombre, con gozo, le dice que ahora sí podrán entrar triunfantes a Cádiz y que su esposa no se reirá de él. La lucha termina satisfactoriamente para los españoles: el Santa Ana queda libre y es remolcado por una fragata. Sin embargo, el mal tiempo hace difícil el regreso.
Alonso y Gabriel encuentran a Rafael Malespina herido cerca de la cintura. El cirujano a bordo informa que la herida no parece mortal, pero que, de no llegar pronto a Cádiz, su vida peligra, dado que ya no quedan recursos para atenderlo en enfermería. Marcial también está gravemente herido y su situación peligra por su avanzada edad.
Como el Rayo está cerca y el Santa Ana no logra ingresar a Cádiz, los oficiales acuerdan trasladar a los oficiales heridos al Rayo para ser llevados prontamente al puerto. Alonso consigue que Marcial esté también en la nómina de los trasladados y sea acompañado por Gabriel. El joven intenta convencer a su amo de qué el también realice el transbordo, pero Alonso se niega rotundamente, porque todavía puede llegar a brindar servicios allí si los comandantes heridos lo requieren.
Capítulo 15
Al pasarse al Rayo, Marcial se muestra pesimista: cree que el cambio es una mala idea y que el buque, de malas condiciones marineras, no logrará llegar a Cádiz esa noche. Al marinero lo colocan en el sollado; a Malespina, en cámara. Gabriel escucha una voz familiar y descubre que José María Malespina, el padre de Rafael, está allí también. El motivo de su presencia es que, al conocer la derrota y saber que el barco de su hijo estaba apresado, se embarca para ir en su búsqueda.
Para distraer a su hijo, José María se dispone a conversar para reanimar su espíritu, a pesar de las contraindicaciones del médico de a bordo que le aconseja silencio y reposo. Gabriel nota que el anciano ha estado allí todo el día hablando a la tripulación con sus embustes. Cuando comienza otra vez con sus historias, recibe algunas burlas y, de a poco, algunos oyentes se retiran para no escucharlo. Termina quedando solo Gabriel como interlocutor y es entonces cuando escucha uno de los proyectos del anciano para ganar las batallas: la fabricación de buques de hierro movidos a vapor. Esto, que le parece ridículo en aquel momento, lo recuerda ya de anciano el narrador, cuando los buques a vapor son una realidad.
Tras la conversación con José María, Gabriel sale a ver cómo está la situación y se entera de que están en un momento comprometedor. El Rayo está en muy malas condiciones y el vendaval no permite que llegue a la costa. El barco está por desmantelarse, por lo que es preciso pedir ayuda y trasladar a los tripulantes a otra embarcación de inmediato. Se disparan dos cañones para pedir auxilio y, tras unas horas de espera, el barco encalla en un banco de arena. Cuando la desesperación se apodera de todos, una pequeña embarcación a vela llamada balandra acude a los nuevos pedidos de auxilio.
Gabriel corre a ver cómo están Rafael y Marcial. El traslado a las lanchas comienza y el joven ve cómo los dos Malespina son embarcados. Le suplica, entonces, a Marcial que ellos realicen la misma acción, sin embargo, Marcial, ya muy débil le dice que no puede y le pide que no lo abandone. Gabriel, llorando, les pide a algunos marineros que lo ayuden a cargar a Marcial, pero todos se hallan ocupados tratando de salvarse a sí mismos. Finalmente, Marcial le dice que se vaya, que se salve él, pero el niño demora tanto en tomar la decisión que, cuando por fin decide irse, las lanchas ya no están allí.
Gabriel vuelve junto a Marcial, quien, ante la inminencia de su muerte, decide confesarse ante el chico. Gabriel lo abraza conmovido, hasta que un violento golpe de mar sacude la proa y recibe el azote del agua. Allí pierde la conciencia.
Análisis
El viaje en las lanchas salvavidas compartida por ingleses y españoles despiertan nuevos niveles de conciencia en el muchacho, haciendo que se manifieste de forma explícita un alegato antibelicista de su parte. Se trata de un nuevo momento de aprendizaje y toma conciencia de ello: “Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma?” (113). Como vemos, son la tendencia a la curiosidad innata y la necesaria reflexión sobre los hechos vividos, las fuerzas explican la disposición a escribir de Gabriel, siendo ya un anciano, sus memorias sobre los relatos históricos.
La reflexión que tiene el muchacho se relaciona con el hecho de verse identificado en los semblantes de quienes hasta hacía unos minutos se presentaban como sus posibles asesinos. Los ingleses reman a la par de los españoles, hacen los mismos gestos de terror o de esperanza; en síntesis: son iguales a ellos. Notar esto lo hace decir para sí: “¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?” (113). Estas consideraciones de amor fraternal entre la humanidad se interrumpen cuando piensa en la idea de nacionalidad. En ese momento tiene una nueva revelación, que es, en realidad, una proyección utópica hacia el futuro: “Llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia” (114). Gabriel comprende que en cada país hay gente poderosa ansiosa de sacar provecho de las situaciones; son los que engañan a la población y los hacen formar parte de estas luchas de ataque y defensa que ahora le resultan absurdas.
Esa imagen de sentimiento fraternal de los marinos remando juntos contrasta con la intención que Gabriel ve en Marcial de aprovechar el momento para lanzar a los ingleses de la lancha. Como mencionamos con anterioridad, la voluntad de Marcial es inquebrantable. Aquí, quien detiene a su servidor es Alonso que, cual Quijote, le brinda “una lección de caballerosidad” (114) y le recuerda su condición de prisioneros, es decir, las normas de la guerra. En otro momento, más adelante, cuando el Santa Ana esté nuevamente en poder de la escuadra española, será Alonso quien decida continuar a bordo por si todavía puede brindar algún servicio. Como mencionamos antes, para ambos este evento resulta la última posibilidad de salir airosos en un conflicto armado, como tanto ansían para defender su honor.
En el Santa Ana, los personajes asisten a la narración de los hechos por parte de Rafael Malespina. Se trata, por tanto, de un relato que queda enmarcado en la narración de Gabriel. Malespina da detalles del heroico desempeño de Churruca: realiza una arenga para sus hombres y lucha hasta el final, con asombrosa serenidad, siendo él uno de los más convencidos de las imprudencias de Villeneuve y el peligro de esta batalla para la armada española. El barco comandado por Churruca es el que queda en el peor sitio luego de la mala maniobra ejecutada por el comandante francés. Todos los presagios de Churruca, finalmente, se cumplen. Su tripulación, arengada y sostenida por él, con su deceso, “de gigante se convirtió en enano” (121). Esta metáfora empleada por Malespina da cuenta del respeto que sus hombres le tienen al valeroso comandante. Su actitud heroica no se manifiesta solamente en la batalla, también se comporta como un héroe tradicional español cuando, en sus últimas palabras, recuerda a su esposa y a Dios.
El sentimiento antibelicista de Gabriel se proyecta aún más tras escuchar las palabras de Rafael Malespina, porque comprende que el horror presenciado es un horror que se multiplica a cada una de las embarcaciones. La culpa de todo este sufrimiento, confirma, es de quienes ejercen el poder en su propio beneficio y no en el de los pueblos. Este sentimiento se contradice con sus sueños, en los que se representa como un comandante en gloriosa batalla. Al mismo tiempo, la autoconciencia antibelicista de Gabriel no le impide vanagloriarse al descubrir el nuevo revuelo en la embarcación, fruto de la rebeldía española que abandona su carácter sumiso de prisionera. Recuerda el hecho con las siguientes palabras: “Este singular atrevimiento, uno de los episodios más honrosos de la jornada de Trafalgar, se llevó a cabo en un buque desarbolado, sin timón, con la mitad de su gente muerta o herida y el resto en una situación moral y física enteramente lamentable” (125).
Quien recobra los ánimos en este momento de la narración es el quijotesco personaje de Alonso. En el capítulo 12, cuando son los últimos minutos del Santísima Trinidad, expresa su aflicción por las burlas que recibirá de su esposa. En el capítulo 14, en cambio, pronuncia una frase que expresa el sentido opuesto: “¡Ah, ahora Paca no se reirá de mí! ¡Entraremos triunfantes en Cádiz!” (125). El sentido de su vida es participar en batallas y volver triunfante, como el Quijote y la concreción de sus aventuras de caballero andante.
Al verse libres nuevamente, sin embargo, una nueva dificultad acecha: el clima. La narración representa al mar de una forma monstruosa, como si tuviera voluntad propia: “La mar, cada vez más turbulenta, furia aún no aplacada con tanta víctima, bramaba con ira, y su insaciable voracidad pedía mayor número de presas” (127). Es este también un nuevo presagio: son los elementos naturales los que dificultan el camino de regreso. El viento que empuja las velas, el agua que se agita en forma turbulenta y la arena que encalla la nave son los motivos por los que Marcial no consigue llegar a tierra firme. Así, el personaje muere cuando el conflicto de su marina termina. Como a los barcos, a él también lo destruyen los disparos y los efectos del temporal que todo lo arrecia.