Resumen
Capítulo 4
Tras la caracterización de don Alonso, doña Francisca y Marcial, se reanuda la narración de los hechos. En el momento en el que Marcial entra al cuarto de don Alonso, doña Francisca le reitera, determinante, a su esposo, que de ninguna manera irá a la escuadra; que vaya el marinero solo si así lo quiere. Ante ello, Marcial comienza a contar sus aventuras marinas. Lo hace con su forma particular de hablar, sin respetar las reglas de la academia, inventando vocablos y apodos, y aplicando, siempre que puede, terminología propia de la navegación para referirse a cualquier ámbito de la vida. Mientras el marinero y Alonso comentan sobre el combate, la mujer se burla y emite comentarios irónicos.
Marcial acusa a los ingleses de ser piratas y traidores, y cuenta dos anécdotas trágicas de su pasado: la primera, sobre la noche en que, a bordo del Real Carlos, su barco recibió un ataque certero y sorpresivo de los ingleses, quienes huyeron sin ser vistos y provocaron que dos embarcaciones españolas se ataquen entre sí sin saberlo. La segunda, cuando al volver del Río de la Plata, con una gran cantidad de caudales y en tiempos de paz, los españoles fueron atacados por cuatro fragatas inglesas, detenidos, robados y trasladados a Londres. En ese ataque, Marcial perdió su pierna.
Tras escuchar las anécdotas de Marcial, se retoma la disputa sobre la posibilidad de que Alonso se una a la escuadra. Él le suplica, pero ella no cede. Solamente accede a que su esposo vea la batalla desde la muralla de Cádiz. En lo que los tres sí concuerdan es en el hecho de que la debilidad del mandatario español Godoy y la alianza con Francia, surgida por el tratado de San Ildefonso, no son provechosos para España, sino solo para el astuto y estratega de Napoleón.
Cuando Francisca se va a la parroquia, los dos hombres se encierran en el despacho, sacan mapas y comienzan a idear un plan de combate naval. Imaginan situaciones y sus respuestas, ejecuciones y actos. Gabriel los imita admirado y se pone a jugar. Cuando Francisca regresa, los hombres disimulan su excitación y guardan rápidamente los mapas. Sin embargo, Gabriel no se percata de su llegada y recibe un golpe de su ama, quien lo descubre jugando a la guerra.
Capítulo 5
Otra de las razones que, según el narrador, tiene Francisca para oponerse a la determinación de su marido es que Rosita, su hija de quince años, está comprometida. El matrimonio, con un joven oficial de artillería de Medina-Sidonia llamado Rafael Malespina, está concertado para fines de octubre de ese año.
Aquí el narrador cuenta quién y cómo es Rosita. Se muestra algo melancólico y nostálgico, dado que se nota enamorado de su amiga de infancia, quien no lo corresponde con su cariño. Además, si bien solo se llevan un año de diferencia, ella ha crecido y su cuerpo se ha desarrollado, mientras él continúa manteniendo la apariencia de un niño flaco y pequeño. Durante los tres años compartidos, mientras son niños, juegan al escondite o a la señorita y el criado; además, él la acompaña a la escuela, le baja naranjas de las ramas altas de los árboles y la escucha cantar.
Al cuarto año de estancia de Gabriel en la casa, los padres de la joven arreglan su casamiento con un joven de la marina de una familia acomodada. Sin embargo, la muchacha se opone, debido a que está en una relación amorosa y secreta con el joven Malespina. Los muchachos se desafían a duelo y Malespina hiere gravemente al otro. Tras unos meses, los padres del herido renuncian al enlace, y los de Rosita aceptan que se case con Rafael cuando José María Malespina, el anciano padre del muchacho, solicita la mano de la joven para su hijo formalmente.
A partir de ese momento, el distanciamiento entre Rosita y Gabriel es mayor. Ella se muestra distante y despreciativa con él. Gabriel sufre porque siente que sus orígenes lo condenan. Lo peor, para él, es que los dos amantes lo usen como correo. Él no puede disimular el odio que siente por Malespina y esto hace que Rosita llegue a decir que Gabriel debería dejar la casa.
Capítulo 6
Gabriel retoma la narración de los acontecimientos a partir del día siguiente de la visita de Marcial.
Marcial y Alonso salen a dar un lento paseo al mediodía y Gabriel, como paje, los acompaña. El joven escucha hablar a los hombres y conjetura que están acordando un plan secreto para fugarse sin que Francisca lo advierta. Al regresar, Alonso se muestra sospechosamente complaciente con su esposa. A pesar de sus amabilidades, Francisca se enoja con su esposo cuando lo descubre mirando unos mapas que están colgados en el cuarto.
Rosita, por su parte, se encuentra muy triste porque no ha llegado carta de su novio. Por la noche, Rafael se hace presente en la casa de los Gutiérrez Cisniega y, en la cena, comunica que, como la escuadra carece de personal, le han dado orden para que se embarque, a pesar de ser artillero de tierra, de no estar de guarnición en Cádiz y de hallarse con licencia en Vejer. Mientras Francisca le aconseja que no obedezca y le da sus razones, Alonso sostiene que “los militares son esclavos de su deber y la patria exige a este joven que se embarque para defenderla” (51). El muchacho concuerda con el parecer de Francisca, porque sostiene que la unión con Francia solo trae desgracias para su país y que los ingleses están mejor preparados para el combate. Sin embargo, debe partir al día siguiente.
Los padres de Rosita la dejan un momento a solas con el muchacho para despedirse, ni siquiera Gabriel puede presenciar el momento. Al salir Rafael, Rosita se queda llorando desconsoladamente. A partir de este momento, el rencor de Gabriel hacia Malespina acaba.
Análisis
En el cuarto capítulo aparece representado fielmente el vocabulario y la forma de hablar de Marcial, así como su deliberado uso del humor negro para reírse de sí mismo. Con ello se termina de cerrar su descripción caricaturesca: “Marcial, como casi todos los marinos, usaba un vocabulario formado por los más peregrinos terminachos, pues es costumbre en la gente de mar de todos los países desfigurar la lengua patria hasta convertirla en caricatura” (27).
Algo que se anuncia en el tercer capítulo en relación con este personaje cobra aquí mayor sentido cuando el marinero se expresa y compara su cuerpo con un buque. En ese capítulo el narrador lo presentó del siguiente modo: “Puede decirse que su historia era la de la marina española en la última parte del siglo pasado y principios del presente” (25). Esta frase resulta llamativa, justamente, porque este personaje va a funcionar en la novela como una figura alegórica de la marina española. De esto comienza a haber señales evidentes en el cuarto capítulo, cuando aplica metáforas navales para referirse a partes de su propio cuerpo:
Asimismo aplicaba el vocabulario de la navegación a todos los actos de la vida, asimilando el navío con el hombre, en virtud de una forzada analogía entre las partes de aquél y los miembros de éste. Por ejemplo, hablando de la pérdida de su ojo, decía que había cerrado el portalón de estribor, y para expresar la rotura del brazo, decía que se había quedado sin la serviola de babor. Para él el corazón, residencia del valor y del heroísmo, era el pañol de la pólvora, así como el estómago, el pañol del viscocho (28).
Medio-hombre resulta ser, desde su concepción lingüística, un hombre-buque.
Además de representar alegóricamente a la marina de España en la medida en que encarna, con su cuerpo derrotado, la desigualdad de condiciones de esta en comparación con la británica en la batalla de Trafalgar, Marcial —como otros de la novela— traza un vínculo intertextual con los personajes y las situaciones del Quijote, de Cervantes. El Quijote es la primera gran novela moderna, entre otros motivos, debido a su intertextualidad y a la parodia que hace de las novelas de caballería. En ella, el protagonista pierde el juicio a causa de obsesionarse con sus lecturas predilectas y, entonces, se cree un caballero andante, lo que lo hace un personaje anacrónico y ridículo en su tiempo y espacio. En Trafalgar, los personajes ficticios crean un escenario y presentan actitudes en gran medida comparables con el Quijote y sus aventuras.
Para la crítica, el personaje que más se acerca al rol establecido en la novela cervantina es, sin embargo, don Alonso. Llamado Alonso, de hecho, como el mismísimo Alonso Quijana, más conocido como el Quijote de La Mancha, el amo de Gabriel cree que está en condiciones de vivir aventuras heroicas para las que su avanzada edad y su deplorable condición física no parecen apropiadas. Claro está, no es muy consciente de ello. Sufre, además, de un problema en el brazo izquierdo, como el propio Cervantes, a quien se lo conoce como “El manco de Lepanto”.
En cuanto a los otros personajes, estos también encuentran un análogo en la obra de Cervantes. Sancho Panza, por ejemplo, estaría representado por Marcial: ambos son fieles servidores de sus respectivos amos y se representan en sus obras como personajes caricaturizados, tanto en su aspecto como en su forma particular de hablar, en la que emplean vulgarismos y neologismos. Doña Francisca también puede ser fácilmente atribuible a algunos personajes femeninos de la obra de Cervantes, como el ama o la sobrina del Quijote, que también se preocupan por la salud del hombre. En este caso, Francisca intenta que su marido deje de pensar en peligrosas aventuras y, del mismo modo en que la tía y el ama esconden los libros del hidalgo para protegerlo, ella elige acudir a distintas amenazas. Más aún, Sancho les parece a las convivientes del Quijote una mala influencia para su señor, lo que vuelve a remitirnos a doña Francisca, quien la atribuye la presencia de Marcial, al que aborrece, a los poco realistas pensamientos de su marido.
En este punto, cabe pensar cómo se manifiesta el personaje de Gabriel, que también es paje de Alonso. De un modo similar a Marcial, también es posible sostener que el narrador se comporta, en cierto modo, como un ‘medio-hombre’, pero en este caso debido a que se trata de un hombre en formación, dado el carácter de novela de aprendizaje que, por momentos, adquiere la obra. En lugar de estar acompañado, como don Quijote por un solo escudero, a Alonso lo sirven dos. La escena en la que los tres personajes aparecen en un comportamiento quijotesco es aquella que se termina con los golpes propinados por Francisca a Gabriel: los tres hombres, recluidos en el despacho de Alonso, juegan como niños a la guerra, pero solo uno de ellos es todavía un niño; y, paradójicamente, es al único al que se castiga por jugar.
El Quijote y los textos de la picaresca mencionados con anterioridad no son las únicas obras literarias que aparecen aludidas en la novela. En la historia de Rosita, la hija de la pareja, pueden verse algunas huellas de otra obra clásica: la obra dramática El sí de las niñas (1801), de Leandro Fernández de Moratín. La protagonista de la obra de teatro se llama Francisca y está enamorada de un hombre, pero sus padres la comprometen con otro. En el caso de Rosita, vemos cómo sufre la misma situación: se enamora de Rafael, pero sus padres la tienen prometida a otro muchacho: “Entonces lo arreglaban todo los padres, y lo raro es que a veces no salía del todo mal” (44). Las dos, afortunadamente, consiguen su cometido, revelando la fuerza del verdadero amor.
Este amor verdadero de Rosita le corresponde a Rafael, un muchacho de su misma clase y condición social. El amor que le profesa Gabriel, en cambio, no es correspondido por ella. El niño idealiza a la muchacha y se enamora de ella sin perder de vista en ningún momento las diferencias que los separan y que hacen del suyo un amor imposible. Es tan profunda su admiración por la muchacha que, al recordarla, apela a una gran cantidad de símiles y metáforas que enaltecen la figura de la joven. Por ejemplo, dice que ella “corría como una gacela” (42), que “acostumbraba a cantar el olé y las cañas con la maestría de los ruiseñores” (ibid.), que “era aquel canto un gorjeo melancólico” (ibid.), y que “El alma, si se me permite emplear un símil vulgar, parecía que se alargaba siguiendo el sonido y se contraía después retrocediendo ante él, pero siempre pendiente de la melodía y asociando la música a la hermosa cantora” (ibid.).
Ella, en cambio, no presenta ningún tipo de demostración romántica hacia él. Más aún, en los juegos de infancia que comparten, le hace saber en todo momento cuáles son las diferencias que los distancian: “Ella era siempre señorita y yo siempre criado” (41). Con el tiempo, estas se hacen aún más notorias cuando el cuerpo de ella y su vestimenta dan señales de maduración: “¡Ella se había convertido en mujer y yo continuaba siendo un niño!” (43), lamenta el protagonista al contraponer sus situaciones. Aquí se manifiesta el tópico clásico del amor imposible, en este caso, vinculado con las diferencias de clase.
La carencia de tripulación para el combate, cuyas causas no se explicitan pero, como ya notamos, puede vincularse con la epidemia de fiebre amarilla, se hace evidente en dos hechos: en primer lugar, en la convocatoria que se hace a un viejo capitán ya retirado; en segundo lugar, en el hecho de que se convoque a Rafael, que es de la armada terrestre y no de la marina. Los dos hombres, a pesar de sus diferencias en relación con sus intenciones de participar en el conflicto, opinan que es su deber participar y acudir al llamado de quienes están en una posición jerárquica superior. La dignidad y el heroísmo son entonces, y como ya analizamos en el tema “El honor”, entendidos como conceptos necesariamente vinculados con la obediencia a los superiores.
Más allá de sus diferencias, hay algo en lo que todos los personajes concuerdan, y que refleja el pensamiento mayoritario de la población en España: la inconveniencia de la alianza con Francia y la crítica unánime a las decisiones de Godoy, el primer ministro, durante el reinado de Carlos IV. Así lo manifiesta el mismo don Alonso, quien recupera una conversación con Churruca, que no es otro que el heroico Cosme Damián Churruca y Elorza (1761-1805), quien reaparece luego en la novela. Churruca es un científico y un destacado militar y marino español, reconocido por sus logros en diversas batallas y por su participación en una expedición al estrecho de Magallanes, en 1788, donde descubre una ruta alternativa y una ensenada que al día de hoy lleva su nombre. Muere heroicamente, luchando hasta el último minuto, en la batalla de Trafalgar, cuando está al mando del San Juan Nepomuceno. En esta conversación con Alonso, Churruca le dice:
Esta alianza con Francia y el maldito tratado de San Ildefonso, que por la astucia de Bonaparte y la debilidad de Godoy se ha convertido en tratado de subsidios, serán nuestra ruina, serán la ruina de nuestra escuadra, si Dios no lo remedia, y, por tanto, la ruina de nuestras colonias y del comercio español en América (37).
Se trata, pues, de una serie de peligros que anticipan lo que efectivamente sucede tras la derrota.
Esto da pie a que doña Francisca realice su segundo alegato antibelicista, cargado de ironías, metáforas y sentencias acusadoras, que, además, contextualiza la situación que atraviesa el país aludiendo eufemísticamente a la figura del diablo:
Parece que por su linda cara le han hecho primer ministro. Así andan las cosas en España; luego hambre y más hambre..., todo tan caro..., la fiebre amarilla asolando a Andalucía.... Está esto bonito, sí señor... Y de ello tienen ustedes la culpa —continuó engrosando la voz y poniéndose muy encarnada—, sí señor, ustedes que ofenden a Dios matando a tanta gente; ustedes, que si en vez de meterse en esos endiablados barcos se fueran a la iglesia a rezar el rosario, no andaría Patillas tan suelto por España haciendo diabluras (38).