Los presagios
Los presagios que anticipan la llegada de los españoles toman variadas formas, y varios se describen mediante abundantes y ricas imágenes sensoriales. El primero de ellos, por ejemplo, es una especie de cometa que atraviesa el cielo:
Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el
cielo. Ancha de asiento, angosta de vértice. Bien al medio del cielo, bien al centro del cielo llegaba, bien al cielo estaba alcanzando. Y de este modo se veía: allá en el oriente se mostraba: de este modo llegaba a la medianoche. Se manifestaba: estaba aún en el amanecer; hasta entonces la hacia desaparecer el Sol (pp. 4-5).
El cuarto presagio, en cambio, refiere la caída desde el cielo de un fuego dividido en tres partes; en esta imagen también se incluye la reacción de la gente ante tal espectáculo:
Cuando había aún Sol, cayó un fuego. En tres partes dividido: salió de donde el Sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si fuera brasa, iba cayendo en lluvia de chispas. Larga se tendió su cauda; lejos llegó su cola. Y cuando visto fue, hubo gran alboroto: como si estuvieran tocando cascabeles (p. 6).
El séptimo presagio se trata de la aparición de una extraña ave:
Había llegado el Sol a su apogeo: era el medio día. Había uno como espejo en la cabeza del pájaro como rodaja de huso, en espiral y en rejuego: era como si estuviera perforado en su medianía (p. 8).
Luego, en la cabeza del ave, Motecuhzoma ve imágenes de la guerra que se avecina:
Allí se veía el cielo: las estrellas, el Mastelejo. [...] vio allá en lontananza; como si algunas personas vinieran de prisa; bien estiradas; dando empellones. Se hacían la guerra unos a otros y los traían a cuestas unos como venados (p. 8).
Los españoles
Los españoles son descritos por los mexicas en reiteradas oportunidades mediante detalladas imágenes sensoriales. En el capítulo II, cuando Cuitlalpítoc regresa de la costa a Tenochtitlan para informarle a Motecuhzoma sobre la aparición de estos seres desconocidos, dice respecto de su apariencia:
—Señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes, y han llegado a las orillas de la gran mar, las cuales andaban pescando con cañas y otros con una red que echaban. Hasta ya tarde estuvieron pescando, y luego entraron en una canoa pequeña y llegaron hasta las dos torres muy grandes y subían dentro, y las gentes serían como quince personas, con unos como sacos colorados, otros de azul, otros de pardo y de verde, y una color mugrienta como nuestro ychtilmatle tan feo; otros encarnados, y en las cabezas traían puestos unos paños colorados, y eran bonetes de grana, otros muy grandes y redondos a manera de comales pequeños, que deben de ser guardasol (que son sombreros) y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da (p. 21).
Más adelante, los mensajeros de Motecuhzoma le informan sobre los atavíos de guerra que llevan los españoles:
Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas (pp. 37-38).
Luego, atraídos por su particular apariencia, vuelven a detenerse en los rasgos físicos:
Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo,aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla, el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado (p. 38).
Las ofrendas
Durante todo el relato, Motecuhzoma realiza múltiples ofrendas a los españoles, cuya opulencia se describe con gran minuciosidad. La primera la prepara cuando los españoles aún están en el barco. Para realizarla, reúne plateros, orfebres y oficiales, a los cuales les ordena:
Hase de hacer un ahogadero o cadena de oro de a cuatro dedos cada eslabón, muy delgado, y han de llevar estas piezas y medallas en medio unas esmeraldas ricas, y a los lados, como a manera de zarcillos, de dos en dos, y luego se harán unas muñequeras de oro y su cadena de oro colgando de él, y esto con toda la brevedad del mundo.
A los otros oficiales les mandó hacer dos amosqueadores grandes de rica plumería y en medio una media luna de oro, y de la otra parte el sol muy bien bruñido el oro, que relumbre de lejos, y dos brazaletes de oro, con muy rica plumeria. Y a los lapidaros les mandó hacer a cada uno, dos muñequeras de dos, o para las dos manos y para los dos pies, de oro, en medio engastadas ricas esmeraldas (pp. 22-23).
En el capítulo III se incluye una lista de las ofrendas que Motecuhzoma envía a los españoles una vez que estos descienden de los barcos. En la siguiente cita se puede apreciar una pequeña parte de lo que compone la extensa lista:
Una máscara de serpiente, de hechura de turquesas.
Un travesaño para el pecho, hecho de plumas de quetzal.
Un collar tejido a manera de petatillo: en medio tiene colocado un disco de oro.
Y un escudo de travesaños de oro, o bien con travesaños de concha nácar: tiene plumas de quetzal en el borde y unas banderolas de la misma pluma (pp. 28-29).
La guerra
Durante la Conquista son muchos los enfrentamientos entre españoles y mexicas y, por tal motivo, abundan las imágenes sensoriales que describen estos violentos combates. En el capítulo V se detalla uno de los primeros enfrentamientos, en el que españoles y tlaxcaltecas mascaran a la población de Cholula:
Destruida en esta primera parte y entrada que se hizo en Cholula, y muerta tanta muchedumbre de gente, saqueada y robada, pasaron luego nuestros ejércitos adelante, poniendo grande temor y espanto por donde quiera que pasaban, hasta que la nueva de tal destrucción llegó a toda la tierra (p. 61).
Otra imagen de gran impacto es la que describen los Informantes de Sahagún respecto de la matanza del Templo Mayor, organizada por Pedro de Alvarado durante la fiesta de Tóxcatl:
Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada.
Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y le dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersadas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza.
Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse a salvo, no hallaban a donde dirigirse (p. 98).
Las descripciones de la guerra muestran lo sórdido y lo reñido del combate. En el capítulo XII, los mexicas sacrifican a los prisioneros españoles a la vista de sus colegas:
Y cuando completaron dieciocho cautivos, tenían que ser sacrificados allá en Tlacochcalco (Casa del Arsenal). Al momento los despojan, les quitan sus armaduras, sus cotas de algodón y todo cuanto tenían puesto. Del todo los dejaron desnudos. Luego así ya convertidos en víctimas, los sacrifican. Y sus congéneres estaban mirando, desde las aguas, en qué forma les daban muerte (p. 139).
Sin embargo, la guerra la ganan los españoles, como advertimos en la descripción de los destrozos que realizan cuando vencen la defensa mexica y logran introducirse en Tlatelolco:
Fue en este mismo tiempo cuando pusieron fuego al templo, lo quemaron. Y cuando se le hubo puesto fuego, inmediatamente ardió: altas se alzaban las llamas, muy lejos las llamaradas subían. Hacían al arder estruendo y reverberaban mucho.
Cuando ven arder el templo, se alza el clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaban los mexicanos. Se pensaba que después el templo iba a ser saqueado (p. 145).
Para finalizar, la guerra también se describe de manera gráfica y desgarradora en los Cantos tristes sobre la Conquista que se recopilan en el capítulo XV. A continuación, citamos un extracto de unos de los cantos que narra los últimos días del sitio de Tenochtitlan:
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre (p. 199).