En el México prehispánico existieron dos instituciones culturales que guardan relación con lo que, hoy en día, podríamos considerar el cultivar una conciencia histórica. La primera de ellas se designa con el término nahua Itoloca, que significa “lo que se dice de alguien o de algo” (1961: 50) y, la segunda, Xiuhámatl, cuya traducción equivale a “anales o códices de años” (ibid.).
La Itoloca es la forma más antigua de preservar entre los nahuas la memoria de su pasado: se trata de relatos orales transmitidos de generación en generación que se conocen gracias a las recopilaciones realizadas por Bernardino de Sahagún y otros informantes que se dedicaron a consignar por escrito las relaciones escuchadas de los nativos sobrevivientes a la Conquista. Sin embargo, para cuando los españoles llegan a Tenochtitlan, en 1520, muchos de estos relatos de tradición oral ya habían comenzado a escribirse en códices. El famoso cronista de la Conquista, Bernal Díaz del Castillo, expresa su impresión al descubrir las Amoxcalli o “casas de códices”, recintos destinados al acopio y la preservación de documentos escritos: “Hallamos las casas de ídolos y sacrificios… y muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla” (1961: 54).
Estos libros o códices constituyen en el mundo nahua el complemento de la Itoloca. Los recuerdos, los cantos y las historias que componen la memoria de los pueblos nahuas se inscriben en libros hechos de papel de amate, y aunque en la actualidad se conservan muy pocos de ellos, es posible aproximarse a una idea del método que los nativos utilizaron para consignar su historia.
Pueden observarse en los códices cinco tipos de glifos utilizados para asentar por escrito todo tipo de informaciones:
Los numerales: se trata de una notación precisa de signos que componen el sistema nahua de numeración. Se trata de un sistema vigesimal, que tiene como base el número veinte, que representa lo que en el mundo nahua se llama “una cuenta” (1961: 56).
Los calendáricos: en el mundo nahua existen dos calendarios, uno para la cuenta de los años y otro para la cuenta de los días. El primero de ellos se divide en dieciocho meses de veinte días, a los que se agregan cinco días sobrantes para llegar así a los trescientos sesenta y cinco días que componen el año astronómico. El calendario para la cuenta de los días tiene funciones adivinatorias: se trata de un almanaque formado por veinte semanas de trece días que sirve para marcar fenómenos astronómicos, como eclipses y ciclos planetarios. Para la representación escrita de ambos calendarios se utilizan los signos numerales y, además, otros veinte signos o glifos que representan los años.
Los pictográficos: los signos pictográficos representan directamente objetos, personas o dioses. Se trata de signos esquemáticos que suelen pintarse y son de rápida identificación.
Los ideográficos: los nahuas, al igual que muchas otras culturas antiguas, pasan de una etapa pictográfica de escritura a la representación simbólica de ideas. Los glifos ideográficos son extremadamente numerosos y representan conceptos metafísicos, como la idea de dios, de movimiento y de vida, y realidades físicas, como la tierra o el cielo. Además, estos glifos poseen colores determinados que aportan significados; por ejemplo, el color amarillo suele señalar el sexo femenino; el morado, la realeza; el negro, la escritura; y el rojo, el saber, por mencionar algunos.
Los fonéticos: además de todo lo mencionado anteriormente, al momento de la llegada de los españoles, los nahuas utilizan una escritura fonética para representar, principalmente, nombres de personas y lugares. La escritura fonética nahua posee un sistema de glifos para representar numerosas sílabas y, algunas letras, vocales, como la e, la a y la o. Además, algunos glifos servían como locativos (como el término “-tlan”).
Con todo ello, es evidente el sumo interés que el recuerdo y la memoria tienen para la constitución del pueblo nahua y la transmisión de sus tradiciones. La llegada del español significa un final abrupto para la serie de prácticas escriturales que hemos señalado y una innegable ruptura en la cadena de transmisión de la memoria nahua. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos sistemáticos para someter a los pueblos nativos y asimilarlos a la cultura cristiana y la lengua española, muchos de los relatos del pueblo nahua lograron sobrevivir y resguardarse hasta llegar a nuestros días. Como testimonio del final de una forma de vida y resguardo de la memoria de un pueblo, Visión de los vencidos representa un texto de innegable valor cuya difusión resulta más que necesaria.