Resumen
Capítulo X
Cortés vuelve a Tenochtitlan. Los mexicas lo reciben pacíficamente y lo dejan reunirse con su ejército en la Casa Real. Sin embargo, la tensión se mantiene entre las dos facciones, y los españoles inician un escape durante la noche. Cuando están atravesando el canal de Mixcoatechialtitlan, son divisados y atacados por los mexicas. Este episodio es conocido como la “Noche Triste”, debido a muchos españoles y tlaxcaltecas son asesinados por los guerreros mexicas que los persiguen desde Tenochtitlan hasta Tlacopan.
El jefe de los Teocalhueyacan resguarda a los sobrevivientes españoles y tlaxcaltecas de la “Noche Triste”. Mientras tanto, los mexicas recuperan el oro robado y se reparten el botín de la guerra, compuesto por todo aquello que portaban sus enemigos: vestimentas, armaduras y armas. Así, los cadáveres enemigos quedan completamente desnudos y apiñados en un sector bajo los rayos del sol.
Según la “XIII relación” de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, el escape de los españoles que deriva en la “Noche Triste” no se inicia por decisión propia de los españoles, sino que se ven forzados a escapar porque los mexicas los atacan con la intención de que abandonen la ciudad. Además, en este texto se menciona la muerte de Motecuhzoma, que sucede durante la “Noche Triste”, según algunos como consecuencia de una pedrada que recibe de los mexicas y, según otros, asesinado por los españoles que lo tienen cautivo.
Capítulo XI
Luego de la retirada de los españoles, los mexicas reconstruyen su ciudad y sus templos, reanudan sus celebraciones y sus vidas con el convencimiento de que los invasores no volverán. Al poco tiempo, una enfermedad azota la población, la llaman Hueyzáhuatl, y posiblemente se trata de viruela, llevada por los españoles desde Europa a Mesoamérica. Esta enfermedad se lleva la vida del emperador Cuitláhuac, el sucesor de Motecuhzoma, y de muchos otros mexicas.
Cuando la enfermedad deja de ser un problema para los mexicas, los españoles reaparecen en Tlacopan y atacan Tenochtitlan. Los mexicas se defienden exitosamente de los primeros ataques realizados por tierra, pero luego, valiéndose de dos bergantines, los españoles derriban los muros defensivos de los tenochcas. Los mexicas se ven obligados a replegarse y es así como los españoles logran desembarcar. Luego destruyen la Puerta del Águila a cañonazos y se introducen en Tenochtitlan. Sin embargo, los mexicas contraatacan con arqueros y los españoles se repliegan hasta Acachinanco, lugar en el que se reorganizan. Mientras tanto, los mexicas se repliegan a Tlatelolco, la ciudad al norte de Tenochtitlan. Allí, sufren un ataque de Alvarado, del que se defiendan exitosamente.
Al final de este capítulo, se destaca la valía de grandes guerreros mexicas, como el valiente Tzilacatzin, un guerrero imponente que amedrenta a los españoles, y se vale de múltiples disfraces para no ser reconocido por sus enemigos. También se menciona a tres capitanes muy osados, que no retroceden ante el ataque español durante los combates en Nonohualco: Tzoyectzin, Temoctzin y Tzilacatzin. La bravura de estos guerreros logra que los españoles, agotados por sus infructuosos intentos por romper las filas de los mexicas, deban retroceder para recobrar fuerzas.
Capítulo XII
Tenochtitlan es asediada por los españoles y sufre reiteradas embestidas. Las primeras son repelidas con éxito por los mexicas, quienes incluso llegan a capturar algunos enemigos y sacrificarlos a la vista de sus congéneres. Sin embargo, al estar la ciudad sitiada, el pueblo mexica empieza a padecer hambre. Con los guerreros tenochcas debilitados, los españoles se introducen en Tlatelolco.
El emperador Cuauhtémoc asigna a uno de sus capitanes, Opochtzin, para que vista las insignias del rey Ahuízotl, que convierten a su portador en el Tecolote de Quetzal, y lo vuelven invencible. Así, el Tecolote de Quetzal sale a enfrentar a los españoles y les genera tal terror que logra hacerlos replegarse. De esta forma, ambas facciones cesan los ataques y quedan en estado de alerta, esperando a que los combates se reanuden.
Capítulo XIII
Este capítulo narra la rendición de los mexicas desde tres textos indígenas. El primero de ellos es el de los Informantes de Sahagún; el segundo, la “XIII relación” de Alva Ixtlilxóchitl; y el tercero, la “VII relación” de Chimalpain.
Según el primer texto, una gran llama de fuego, considerada por los mexicas como el último presagio antes de la rendición, aparece en Tenochtitlan. Al poco tiempo, el nuevo emperador Cuauhtémoc, sucesor de Cuitláhuac, decide rendirse y se entrega a los españoles. Luego de ser encarcelado, los españoles inician otra gran matanza de mexicas, que genera huidas masivas de Tenochtitlan hacia todas direcciones. Los españoles persiguen a quienes se escapan, esclavizan a los hombres fuertes y raptan a las mujeres para abusar de ellas. Además, saquean cada rincón de la ciudad. Por su parte, Cortés interroga al emperador sobre el paradero de las barras de oro que se habían robado del tesoro de Motecuhzoma, pero perdieron en el transcurso de la “Noche Triste”.
El segundo texto, de Alva Ixtlilxóchitl, describe la crueldad de los pueblos indígenas aliados con Cortés y la forma en que sacian su venganza contra los mexicas. En esta versión, Cuauhtémoc se rinde cuando le hace frente a una embarcación de españoles que lo persigue. El capitán de ese barco español es García de Olguín, y una vez que apresa al emperador lo lleva frente a Cortés, quien le demanda que ordene la rendición de su ejército. Cuauhtémoc obedece y luego le pide a Cortés que lo ejecute. A modo de conclusión, se informa que la guerra dura ochenta días y que casi la totalidad de la nobleza mexicana es exterminada a lo largo del conflicto.
Finalmente, según la tercera fuente, Cortés encarcela e interroga a las pocas figuras de autoridad mexicas que quedan con vida —Cuauhtémoc, Tlacotzin, Oquiztzin, Panitzin y Motelhuihtzin— con el objetivo de localizar las barras de oro desaparecidas.
Análisis
En esta sección abordaremos los capítulos X a XIII, dedicados principalmente al asedio de Tenochtitlan y a la rendición del pueblo mexica frente a los españoles.
Al regresar Cortés a Tenochtitlan, los españoles, sitiados tras la masacre del Templo Mayor, intentan escapar. Sin embargo, durante la fuga Cortés pierde a más de la mitad de sus hombres y todos los tesoros que había acopiado en Tenochtitlan. Este evento, que tiene lugar el 30 de junio de 1530, se ha llamado la “Noche Triste”.
Un año después, y con ayuda de los tlaxcaltecas, las tropas de Cortés regresan a Tenochtitlan para conquistarla. El 30 de mayo de 1521 comienza el asedio de la ciudad. Cortés refuerza su ejército con tropas llegadas desde Veracruz —incluidos trece bergantines que resultan fundamentales para obtener la victoria —y con más de ochenta mil soldados tlaxcaltecas. Al igual que la matanza del Templo Mayor, la narración de la batalla por Tenochtitlan también pone en evidencia el carácter épico de Visión de los vencidos.
Después de casi ochenta días de sitio, el 13 de agosto de 1521, según el calendario español, y el 1-Serpiente del año 3-Casa, según el calendario azteca, cae la ciudad de México-Tenochtitlan, y Cuauhtémoc, el gobernante y jefe guerrero, es apresado.
En la primera sección del análisis hemos destacado algunos aspectos de la cosmovisión nahua, especialmente en lo que respecta a su religiosidad y a la naturaleza de sus ritos. Luego, en la tercera sección hemos mencionado el carácter épico que se puede observar en las formas de relatar la matanza del Templo Mayor y, sostenemos aquí, que se sostiene en todo el asedio de Tenochtitlan. Por eso, cabe preguntarnos entonces qué implica que un relato sea épico, y qué implica que Visión de los vencidos sea, en su conjunto, una épica del pueblo nahua.
El calificativo de épico que se le puede dar a un relato proviene del concepto de epos, que hace referencia a la forma que posee una comunidad de expresar su modo de ver e interpretar el mundo. Un relato épico ofrece, entonces, la forma de mirar el mundo de una comunidad en particular, esto es, el sistema de intelección con el que un pueblo elabora sus significaciones sobre su entorno y el lugar que ocupa dentro de la creación. En este sentido, un relato es épico porque vehiculiza no ya una verdad de carácter universal, sino los mecanismos que una comunidad pone en marcha al pensarse en el mundo.
El relato épico, entonces, permite estructurar y dar sentido al universo sensible a través de la narración de historias paradigmáticas. Al tratarse de las formas de ver y comprender el mundo de una comunidad, la épica presenta los hechos desde una visión o una perspectiva totalizante y con una función social primordial: la de dar cohesión al pueblo y definir su identidad. Desde esta perspectiva, todos los relatos que conforman Visión de los vencidos presentan esta dimensión épica: se trata de un conjunto de narraciones que vehiculizan las formas de ver y de comprender el lugar que el pueblo nahua ocupa en el mundo. El relato épico está íntimamente vinculado con el concepto de mito, en tanto se trata de una narración cuyo objetivo es demostrar cómo fuerzas diversas se organizan en un universo que funciona como un sistema integral, en el que todos los elementos están interrelacionados.
Esta dimensión sistémica es a la que aludimos cuando analizamos los presagios que preceden a la llegada de los españoles y tratamos de comprenderlos desde la perspectiva nahua: en dicho caso, hemos visto cómo cada presagio ordena simbólicamente una forma de entender el mundo y de integrar la llegada de los españoles al contínuum de relatos religiosos que ordenan a la sociedad mexica.
En los capítulos dedicados al asedio y la caída de Tenochtitlan pueden observarse, además, otros rasgos que muchos teóricos suelen atribuirles a los relatos épicos: el de narraciones de grandes conflictos entre fuerzas antagonistas. En este sentido, son muchos los estudiosos que consideran a la épica como un relato agonista, es decir, un relato sobre la batalla entre dos fuerzas opuestas y totalizantes, puesto que cada una de ellas presenta un modo de comprender el mundo. Nada es más evidente que este rasgo en Visión de los vencidos, puesto que los mexicas representan una forma de ver el mundo totalmente diferente a la española, y la lucha entre los ejércitos de Cortés y los tenochcas es una batalla por imponer esa visión totalizante del mundo a los enemigos.
Desde la perspectiva narrativa de los mexicas, está claro que en la batalla de Tenochtitlan se está jugando la supervivencia y la continuidad de la cultura contra el sometimiento a un sistema de intelección ajeno y avasallante. En el capítulo XI, ante la inminencia del ataque, los informantes expresan:
Pero ahora, así las cosas, ya vienen los españoles, ya se ponen en marcha hacia acá por allá por Texcoco, del lado de Cuautitlan: vienen a establecer su real, a colocarse en Tlacopan. Desde allí después se reparten, desde ahí se distribuyen (p. 124).
El pasaje demuestra la certeza de que los españoles vienen a establecerse, es decir, a tomar las ciudades nahuas del valle, a reducir a sus pobladores y someterlos a su cultura. A continuación, todo el capítulo abunda en crudas imágenes de la batalla. Para el relato épico, la dimensión bélica es fundamental, puesto que de ella depende la supervivencia o la desaparición de una sociedad. Desde la perspectiva nahua, gran parte de las descripciones sobre los españoles hacen foco en su poder armamentístico. En el pasaje siguiente puede observarse, a modo de ejemplo, la importancia de los bergantines de guerra españoles y de los cañones en la toma de la ciudad:
Dos barcos vinieron a encontrar a los que tienen barcas defendidas por escudos. Se da batalla sobre el agua. Los cañones estaban colocados en la proa y hacia donde estaban aglomeradas las barcas, en donde se cerraban unas con otras, allá lanzaban sus tiros. Mucha gente murió, y se hundieron en el agua, se sumergieron y quedaron en lo profundo violentamente. De modo igual las flechas de hierro, aquel a quien daban en el blanco, ya no escapaba: moría al momento, exhalaba su aliento final (p. 128).
Otro momento en que la superioridad de las armas españolas inclina la batalla a su favor se observa en el siguiente pasaje:
Cuando hubieron preparado los cañones, lanzaron tiros a la muralla. Al golpe la muralla quedó llena de grietas. Luego se desgarró, por detrás se abrió. Y al segundo tiro, luego cayó por tierra: se abrió a un lado y otro, se partió, quedó agujereada (p. 129).
Una vez destruida la primera línea de protección, la batalla se mueve al interior de Tenochtitlan, y la guerra se desarrolla en un sinfín de escaramuzas que se suceden durante semanas y que implican la pérdida de numerosas vidas humanas para ambos bandos.
Otro rasgo del relato épico que se observa en estos capítulos es la dimensión del conflicto: el asedio de Tenochtitlan tiene proporciones titánicasm enfrenta a miles de soldados y vuelve a poner de manifiesto las enemistades existentes entre los pueblos que habitan el Valle de México. En este sentido, cabe resaltar, en primer lugar, la importancia de los ejércitos tlaxcaltecas que apoyan a Cortés y engrosan el ejército español con más de ochenta mil soldados. Por otro lado, los guerreros de Tenochtitlan luchan junto a los de Tlatelolco, con quienes están aliados. Sin embargo, muchas fuentes evidencian que los tlatelolcas no interpretan los eventos del mismo modo que sos aliados technocas, y que incluso tratan de diferenciarse de ellos todo el tiempo. En el capítulo XIII, por ejemplo, León-Portilla incluye la Relación de 1528, de un indígena tlatelolco, que demuestra cómo los guerreros tlatelolcas desean diferenciarse de los technocas, puesto que se consideran más valientes y aguerridos.
Otro elemento de vital importancia para la épica es la figura del héroe: este es el personaje que se encarga de explicitar la cosmovisión del pueblo que representa a través de los valores desde los cuales concibe el mundo. El héroe es un personaje nuclear del relato épico que se coloca en el centro del universo de valores representado en una obra épica. En la defensa de Tenochtitlan, un guerrero azteca destaca por sus proezas y encarna el rol de héroe. Se trata de Tzilacatzin, quien en la primera escena hace retroceder a los españoles que avanzan en barcas por el lago:
Tzilacatzin gran capitán, muy macho, llega luego. Trae consigo bien sostenidas tres piedras [...]. Una en la mano la lleva, las otras dos en sus escudos. Luego con ellas ataca, las lanza a los españoles: ellos iban en el agua, estaban dentro del agua y se repliegan (p. 133).
En este pasaje, el epíteto “muy macho” con que califican a Tzilacatzin pone en evidencia cuáles son los valores de la sociedad mexica que el héroe concentra como figura nuclear y vehiculiza. Aquí, la idea de macho hace referencia a todo un conjunto de actitudes y rasgos típicamente masculinos con que el narrador califica positivamente a los guerreros más arrojados, fuertes y valientes. El héroe posee rasgos particulares que lo hacen destacar, y ante su presencia los soldados españoles huyen aterrados:
Y este Tzilacatzin era de grado otomí. Era de este grado y por eso se trasquilaba el pelo a manera de otomíes. Por eso no tenía en cuenta al enemigo, quien bien fuera, aunque fueran españoles: en nada los estimaba sino que a todos llenaba de pavor.
Cuando veían a Tzilacatzin nuestros enemigos luego se amedrentaban y procuraban con esfuerzo ver en qué forma lo mataban, ya fuera con una espada, o ya fuera con tiro de arcabuz.
Pero Tzilacatzin solamente se disfrazaba para que no lo reconocieran. [...] solamente estaba descubierta su cabeza, mostrando ser otomí (pp. 133-134).
El capítulo avanza y explaya una serie de episodios protagonizados por el héroe, quien utiliza diversos disfraces para atacar al español y hacerlo retroceder día tras día.
En los relatos épicos, entonces, existe una idea de comunidad entre el héroe y el mundo. El héroe está asimilado orgánicamente al mundo y no debe preocuparse en ningún caso por su individualidad, sino por su función ejemplarizante para el sistema de valores de una comunidad. La figura del héroe épico siempre va a anteponer lo comunitario a lo personal, lo público a lo privado, y va a actuar sin dudar, porque sobre sus espaldas lleva el peso de ser un ejemplo para su pueblo. Tanto Tzilacatzin como otros guerreros cumplen con esta función heroica; ninguno de ellos teme por su vida ni se amedrenta ante el peligro que corre, sino que actúa arrojado, sabiendo que sus acciones son un ejemplo para los demás guerreros. Así lo indica el narrador:
Solo hubo tres capitanes que nunca retrocedieron. Nada les importaban los enemigos; ningún aprecio tenían de sus propios cuerpos.
El nombre de uno es Tzoyectzin, el del segundo es Temoctzin y el tercero es el mentado Tzilacatzin (p.135).
Otro ejemplo heroico que cabe destacar es el de un guerrero de Tlatelolco que se arroja primer a la batalla y arenga, dando el ejemplo, a sus compañeros:
—¡Mexicanos, ahora es cuando!...
Luego viene a ver las cosas el tlapaneca otomí Hecatzin; se lanza contra ellos y dice:
—¡Guerreros de Tlatelolco, ahora es cuando! ¿Quénes son esos salvajes? ¡Que se dejen venir acá!...
Y al momento derribó a un español, lo azotó contra el suelo. Y este se arrojó contra él y también lo echó por tierra. Hizo lo que con él había hecho aquel primero. Pero Hecatzin lo volvió a derribar y luego vinieron otros a arrastrar a aquel español (p. 141).
Desafortunadamente, a pesar de la valentía y la pericia guerrera de los mexicas, Tenochtitlan termina por caer en manos españolas. Cuauhtémoc, el general y gobernador tenochca, termina entregándose a Cortés cuando comprende que su pueblo está muriendo de hambre y ya no hay forma de sobreponerse al poderío español. Según todas las fuentes recogidas por León-Portilla, Cuauhtémoc se entrega voluntariamente a los españoles y con esa acción finaliza la guerra: los guerreros mexicas que todavía resisten en Tenochtitlan intentan huir junto a las mujeres y los niños, y los españoles ingresan a la ciudad y se entregan al saqueo y a la violación. En los últimos capítulos de esta obra, que analizaremos en la sección siguiente, se aborda la situación del pueblo mexica tras la destrucción de su imperio.