Visión de los vencidos

Visión de los vencidos Citas y Análisis

Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo.

Narrador, capítulo I, p. 4

Este fragmento corresponde al inicio de Visión de los vencidos y refiere el primero de los presagios que anuncia la llegada de los españoles. En él puede observarse el estilo de escritura que caracteriza a los códices nahuas y que remite a estructuras propias de culturas de tradición oral. Las repeticiones de tres términos sirven para dar ritmo al relato y para fijarlo en la memoria con mayor facilidad.

En segundo lugar les dio el atavío de Tezcatlipoca:

Un capacete de forma cónica, amarillo, por el oro, lleno todo él de estrellas.
Y sus orejeras adornadas con cascabeles de oro.
Y un collar de concha fina: un collar que cubre el pecho, con hechura de caracoles, que parecen esparcirse desde su borde.
Y un chalequillo todo pintado, con el ribete con sus ojillos: en su ribete hay pluma fina que parece espuma.
Un manto de hilos atados de color azul, éste se llama el “campaneante resonador”. A las orejas se alza y allí se ata.
También está colocado un espejo de dorso.
Y también un juego de cascabeles de oro que se atan al tobillo.
Y un juego de sandalias de color blanco.

Narrador, capítulo III, pp. 28-29

Este pasaje comprende una pequeña parte de todas las ofrendas que recibe Cortés por parte de Motecuhzoma, emperador mexica. Las aquí citadas corresponden al atavío de Tezcatlipoca, que fueron acompañadas del tesoro de Quetzalcóatl y del atavío de Tlalocan Tecuhtli, y dan cuenta de la abundancia del imperio mexica y de la forma en que Cortés es generosamente venerado desde su aparición.

Entonces dio órdenes el capitán; en consecuencia, fueron atados (los mexicas); les pusieron hierros en los pies y en el cuello. Hecho eso, dispararon el cañón grande.
Y en este momento los enviados perdieron el juicio, quedaron desmayados. Cayeron, se doblaron cada uno por su lado: ya no estuvieron en sí.

Narrador, capítulo III, p. 34

Los enviados de Motecuhzoma llevan las primeras ofrendas a los españoles y las entregan a Cortés en su barco. Sin embargo, como respuesta, reciben un trato diametralmente opuesto al que ellos brindan. Cortés ordena que los enviados sean encadenados y, en una demostración de poder, ordena disparar un cañón con el objetivo de intimidar. El sonido, nunca antes escuchado por los mexicas, aturde y desmaya a los enviados de Motecuhzoma.

Pero los de Tlaxcala ha tiempo están en guerra, ven con enojo, ven con mala alma, están en disgusto, se les arde el alma contra los de Cholula. Esta fue la razón de que le dieran hablillas (al conquistador) para que acabara con ellos.

Le dijeron:

—Es un gran perverso nuestro enemigo el de Cholula. Tan valiente como el mexicano. Es amigo del mexicano.

Narrador, capítulo V, pp. 50-51

En este apartado se narra la forma en que los tlaxcaltecas conspiran junto a los españoles para realizar la matanza de Cholula y luego atacar a los mexicas. El pasaje demuestra la compleja relación entre los pueblos mesoamericanos al momento de la llegada de Cortés. Los mexicas conforman un gran imperio que domina y subyuga a los pueblos aledaños. Por eso, los tlaxcaltecas encuentran en los españoles una forma de liberarse de sus conquistadores.

—Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio. Ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Allí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, tus sustitutos. Los señores reyes, Itcoatzin, Motecuhzomatzin el Viejo, Axayácac, Tízoc, Ahuítzotl. Oh, que breve tiempo tan sólo guardaron para ti, dominaron la ciudad de México. Bajo su abrigo estaba metido el pueblo bajo.

¿Han de ver ellos y sabrán acaso de los que dejaron, de sus pósteros?

¡Ojalá uno de ellos estuviera viendo, viera con asombro lo que yo ahora veo venir en mí! Lo que yo veo ahora: yo el residuo, el superviviente de nuestros señores.

No, no es que yo sueño, no me levanto del sueño adormilado: no lo veo en sueños, no estoy soñando… ¡Es que ya te he visto, es que ya he puesto mis ojos en tu rostro…!

Ha cinco, ha diez días yo estaba angustiado: tenía fija la mirada en la Región del Misterio. Y tú has venido entre nubes, entre nieblas.

Como que esto era lo que nos iba dejando dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad: que habrías de instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habrías de venir acá… Pues ahora, se ha realizado: ya tú llegaste, con gran fatiga, con afán viniste.

Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de tus casas reales; da refrigerio a tu cuerpo. ¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!

Motecuhzoma, capítulo VIII, pp. 81-82

Este pasaje corresponde al encuentro entre Motecuhzoma y Hernán Cortés, en Huitzillan, a las afueras de Tenochtitlan. El pasaje repone las palabras dichas por Motecuhzoma al ver por primera vez en persona al español, a quién reconoce de una visión que experimentó en el pasado. En sus dichos, Motecuhzoma trata a Cortés como una deidad y le hace entrega del imperio mexica. Esta escena contrasta significativamente con la respuesta de Cortés, quien luego maltrata violentamente a los mexicas.

La insignia de la nariz hecha de oro, con piedras engastadas; a manera de flecha de oro incrustada de piedras finas. También de esta nariguera colgaba un anillo de espinas, de rayas transversales era de color azul y de color amarillo. Sobre la cabeza, le ponían el tocado mágico de plumas de colibrí. También luego le ponían el llamado anecúyotl. Es de plumas finas, de forma cilíndrica, pero hacia la parte del remate es aguzado, de forma cónica.

Narrador, capítulo IX, p. 94

En el capítulo IX se narra la matanza del Templo Mayor, que acontece durante la celebración de Tóxcatl. Particularmente, en esta cita se puede apreciar una dimensión del ritual que consta en vestir la figura del dios Huitzilopochtli. Como forma de venerar a su deidad, los mexicas lo visten con oro, piedras finas, plumas valiosas y muchos colores.

Cuando se fueron los españoles de México y aún no se preparaban los españoles contra nosotros, primero se difundió entre nosotros una gran peste, una enfermedad general. Comenzó en Tepeílhuitl. Sobre nosotros se extendió: gran destruidora de gente. Algunos bien los cubrió, por todas partes (de su cuerpo) se extendió. En la cara, en la cabeza, en el pecho.

Narrador, capítulo XI, p. 123

En esta cita, tras la retirada de Cortés, el pueblo mexica sufre las consecuencias de una gran peste traída por los españoles desde Europa a Mesoamérica. El narrador describe el azote de la peste de viruela, que hasta ese entonces era desconocida para ellos, y cómo la enfermedad avanza sobre el cuerpo de los enfermos. La enfermedad tiene como consecuencia un alto índice de mortalidad, ya que los mexicas no tienen defensas para combatirla.

Ya va enseguida el Tecolote de Quetzal. Las plumas de quetzal parecían irse abriendo. Pues cuando lo vieron nuestros enemigos fue como si se derrumbara un cerro. Muchos se espantaron todos los españoles: los llenó de pavor: como si sobre la insignia vieran alguna otra cosa.

Narrador, capítulo XII, pp. 150-151

Esta cita corresponde al momento en que Opochtzin es vestido con las insignias del rey Ahuizotzin, por orden del emperador Cuauhtémoc, para que se transforme en el Tecolote de Quetzal y combata a los españoles valiéndose del poder que dichas vestimentas le otorgan. Así, el Tecolote de Quetzal sale a enfrentar con bravura a los españoles y, dotado de un gran vigor, los espanta y obliga a retroceder. Gracias a ello, los mexicas ganan una de las tantas batallas que se libran durante el asedio y logran dilatar la inevitable caída de su imperio.

Hemos comido palos de colorín, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvos, gusanos…

Comimos la carne apenas sobre el fuego estaba puesta. Cuando estaba cocida la carne, de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio solo dos puñados de maíz.

Narrador, capítulo XIV, p. 186

Este pasaje, de una crudeza brutal, expone la situación de los mexicas durante el asedio y la caída de Tenochtitlan. En la ciudad sitiada por los españoles se acaba la comida y los mexicas, para sobrevivir, están obligados a alimentarse cualquier tipo de alimañas e incluso a lamer la sal de las piedras. Además, la cita muestra cómo se le pone precio a la vida de los mexicas, con lo que la guerra se convierte en una cacería humana para obtener rédito y sobrevivir. Así, el propio pueblo se vuelve contra sí mismo, puesto que con tal de poder comer, un mexica es capaz de entregar a otro a los españoles.

Este fue el modo como feneció el mexicano, el tlatelolca. Dejó abandonada su ciudad. Allí en Amáxac fue donde estuvimos todos. Y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos. Y toda la noche llovió sobre nosotros.

Informante tlatelolca, capítulo XIV, p. 191

En este trágico pasaje se aborda la desolación y las penurias de los mexicas que sobreviven a la guerra. Después de que los españoles obtienen la victoria, hay quienes logran escapar de la ciudad, pero quedan despojados de toda posesión, de toda comodidad y resguardo. Así, los poetas y cronistas nahuas lloran por el destino de su pueblo.

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