Yo, Robot

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El aspecto metálico y humanoide de los primeros robots

A pesar de que en la historia de la robótica fueron muy pocos los robots que tomaron la imagen de un ser metálico antropomórfico, así se componen en Yo, Robot. Una de las cualidades más destacables de la literatura de Asimov es la de haber instalado en el imaginario colectivo la idea de que el robot luce como un gran hombre de metal.

Es verdad que en los relatos esto va modificándose con el correr del tiempo, hasta llegar a Stephen Byerley, un robot indistinguible de un ser humano. Pero, sobre todo, preponderan los otros: el primer robot es Robbie, cuya piel producía "ruido metálico" (p.16), y que se asemeja, según Gloria, a un avión caza cuando extiende los brazos: "un gran caza de plata del aire" (p.16). Luego tenemos a Speedy, un robot moderno, pero al cual deben acceder Donovan y Powell montando robots de la época de Robbie. Estos son grandes, monstruosos, pero de actitud servil. Estos robots de metal ya son parlantes, y sus voces suenan "como un graznido, como la de un gramófono antiquísimo" (p.43).

Gloria asiste a la exhibición del primer robot parlante, y la voz de este robot es sorprendente: "Se oyó un bien engrasado movimiento de mecanismos que carecían de acento y entonación: -Yo-soy-el-robot-parlante" (p.31). Estos primeros autómatas son, por ejemplo, "una enorme masa inmóvil de alambres y espirales que ocupa veintitrés metros cuadrados" (p.30), un "chimpancé de bronce" (p.72), una "cosa de metal" (p. 20), "una voluminosa figura de metal sin expresión" (p.156), una "estatua de acero" (p.64). El contraste entre sus cualidades mecánicas, este aspecto metálico, y las emociones que demuestran los robots, exacerba la imagen maquínica de su aspecto.

Aun al día de hoy, Disney, Pixar y tantas otras mega productoras audiovisuales siguen tomando para sus historias estas imágenes de los robots, que tienen su origen en los relatos de Asimov.

La chimenea de Byerley

El último relato, "El conflicto evitable", comienza con una escena en la que aparece la chimenea de Byerley: "Era una chimenea perfectamente domesticada, como puede verse. Pero el fuego era real. Crepitaba y las llamas lamían el alambre bajo la corriente de aire que lo alimentaba. El enrojecido vaso del Coordinador reflejaba en miniatura las discretas cabriolas de las llamas, y, más pequeñas aún, sus reflexivas pupilas" (p.226).

La cita poética hace referencia a un artefacto que, a pesar de ser moderno en su aspecto, ya no es más que una reliquia del pasado en tiempos de Byerley. La imagen de la chimenea y el estar junto al fuego de los amigos remite a un mundo antiguo y da una sensación nostálgica: Calvin y Byerley, que comparten el secreto de que Byerley es un robot, hablan junto al fuego de un mundo pasado en el que las guerras eran ley. El fuego refuerza la complicidad entre ambos y la intimidad a la vez que, al ser un elemento ancestral que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios, promueve la conversación filosófica.

Los paisajes interestelares

En tiempos de Asimov, la sociedad no tenía una imagen fotográfica fiel del espacio. Por esto mismo, los paisajes interestelares son un motivo que otorga libertad imaginativa al autor. Por ejemplo, se nos describe que, en Mecurio, "un imponente acantilado de negra roca basáltica ocultaba la luz del sol, y la profunda noche oscura de un mundo sin aire los envolvía. Delante [de Donovan y Powell], la sombra se extendía y terminaba como en un filo de navaja de un insoportable resplandor de luz blanca que relucía con millares de cristales sobre el suelo rocoso" (p.47). El paisaje de Mercurio, así como tantos otros paisajes interestelares, tiene cierto tinte onírico. El "dentado resplandor" de Mercurio tiene un "brillo cegador" (p.47) de luz blanca que podemos asociar a la luz de la luna como referencia, al igual que el piso, que es comparado en estas imágenes con "piedra pómez gris" (p.47), y que es a su vez interrumpido por la mancha de cristal rocoso que, según Donovan, "parece nieve" (p.47).

Las conductas amenazantes de los robots

Asimov da imágenes perturbadoras a lo largo del texto cuando ilustra las conductas de los robots que pueden resultar amenazantes para los humanos. Algunos ejemplos de esto son los subsidiarios de Dave, que bailan a su alrededor en "Atrapa esa liebre"; la quietud insoportable de los 63 robots, entre los cuales se esconde el robot camuflado en "Pequeño robot perdido"; o los robots arrodillados ante el "profeta" (p.71) QT-1 en "Razón". Estas imágenes remiten a escenas de rebelión que podemos asociar a procesos históricos de la humanidad conflictivos y muchas veces sangrientos: guerras de religión, revoluciones y conflictos bélicos en general.

Por ejemplo, en el caso de Dave y sus subsidiarios, el narrador dice: "Era como una formación militar y bajo el tenue resplandor de su cuerpo avanzaban silenciosamente por entre las rugosas paredes del túnel, seguidos de parches de sombras. Marchaban al unísono, siete de ellos, con Dave al frente, formando una macabra simultaneidad; fundiéndose en los cambios de formación con la mágica precisión de un regimiento de lanceros" (pp.92-93). La precisión en sus movimientos es la de "lanceros", es decir, soldados de ataque. Además, el silencio, la oscuridad de las sombras bajo un tenue resplandor, prepara el terreno para lo sombrío y macabro.

Asimov poseía una fe poderosa en el avance tecnológico. Estos paisajes que compone en "Yo, Robot" tienen como función traer a la mente el temor del descontrol, del conflicto bélico, de la rebelión de nuestras creaciones, pero el temor que provocan estas imágenes es siempre desestimado por el final del relato. Las imágenes amenazantes resultan ser una visión pesadillesca tecnofóbica, y no una realidad concreta, porque, al final del día, los robots siempre están al servicio de las personas.

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