Sentido giratorio
Resumen
Mike Donovan y Gregory Powell llevan doce horas en la superficie de Mercurio. Ambos son auditores encargados de probar la eficiencia de los robots para la U.S. Robots. En este caso, tienen un problema con el robot SPD 13, al que llaman “Speedy”: le ordenaron ir en busca de selenio hace cinco horas, pero el robot todavía no regresa con el mineral. Donovan intenta trazar la ubicación de Speedy con su radio, y ve que el robot ha girado en círculos alrededor de la piscina de selenio cuatro veces en las últimas dos horas, pero no se acerca a ella. Donovan y Powell entran en un importante estado nervioso. Necesitan el selenio para alimentar los bancos de fotocélulas que los protegen del fuerte sol de Mercurio, y Speedy es el único que puede extraerlo. Si no vuelve, morirán abrasados.
Mike le dice a Greg que en los sub-niveles de la estación hay seis robots antiguos de la primera expedición a Mercurio. Quizá puedan utilizarlos para buscar a Speedy. Greg duda, pero los robots son su mejor opción: tienen cerebro positrónico y, a pesar de ser viejos, están en buen estado. Se presenta un problema menor, pero que hace que la misión sea más arriesgada: los robots primitivos solo pueden utilizarse si un humano monta sobre sus hombros. Powell y Donovan se ponen sus insotrajes, que los protegerán del sol al menos durante veinte minutos, y se suben a los robots. Los robots son dóciles; se inclinan como siervos. Según Powell, “los fabricantes (...) imbuyeron a las malditas máquinas de sanos instintos de esclavitud” (p.43).
Donovan y Powell avanzan en los robots sobre la superficie de Mercurio, manteniéndose en las sombras y tratando de evitar el sol. Encuentran a Speedy, que sigue dando vueltas cerca de la piscina de selenio y se tambalea de un lado a otro. Lo llaman, pero Speedy se limita a decir cosas sin sentido, se vuelve en la dirección de la que vino y se aleja a toda velocidad. Donovan dice que cree que Speedy está "borracho" (p.50).
Los auditores intentan averiguar qué le puede pasar a Speedy. Powell le pregunta a Donovan qué le dijo exactamente a Speedy cuando lo envió en primer lugar a buscar el selenio. Donovan dice que simplemente le pidió que recuperara el material, pero no puso ninguna urgencia en sus instrucciones. Powell empieza a refrescarle a Donovan las tres reglas fundamentales de la robótica: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los humanos, excepto en cualquier caso que entre en conflicto con la Primera Ley. Un robot debe proteger su propia existencia siempre que sus acciones no entren en conflicto con la Primera Ley.
Powell se da cuenta entonces de lo que le pasa a Speedy: es muy caro, por lo que su "alergia al peligro [es] inusitadamente alta" (p.52). Por lo costoso que es construirlo, la Tercera Ley se ha visto reforzada en el modelo de robot SPD. Así, Powell concluye que debe haber algún tipo de peligro cerca de la piscina de selenio. La Segunda Ley hace que Speedy se acerque a la piscina para buscar el selenio, pero, cuando se acerca demasiado, la Tercera Ley lo aleja del peligro. Por lo tanto, está rodeando la piscina en el lugar en el cual ambas opciones entran en equilibrio de fuerzas en su sistema.
Los supervisores llegan a la conclusión de que la única solución viable es aumentar el peligro en las inmediaciones de la piscina de selenio para tratar de conducir a Speedy. Vuelven hacia allí sobre los viejos robots y arrojan ácido oxálico detrás suyo, pero eso solo provoca que el punto de equilibrio entre ambas órdenes -buscar el selenio y protegerse- cambie de un lugar a otro. Speedy sigue girando en círculos.
Un nuevo plan, extremadamente peligroso, se le ocurre a Greg. Se lanza a la luz del sol a lomos de su robot, corriendo hacia Speedy, con el objetivo de ponerse en peligro e invocar la Primera Ley. Empieza a sentir el escozor de la radiación y el calor del sol. Baja de su robot y camina hacia Speedy, insistiendo en que necesita que Speedy lo lleve de vuelta a las sombras o morirá. El robot en el que había montado Powell intenta acercarse a Powell para salvarlo, ya que responde a las mismas tres leyes generales, pero Powell sigue llamando a Speedy. Speedy despierta de su estupor y agarra a Powell justo cuando se desmaya por el calor.
Cuando Powell se despierta, Donovan se inclina sobre él. Le explica que Speedy lo trajo de vuelta a la Estación, y luego Donovan envió a Speedy a conseguir el selenio "a toda costa", para que la Segunda Ley tuviera una prioridad incuestionable, reforzada por la Primera. Speedy extrajo entonces el selenio fácilmente.
Al final, Powell le cuenta que Susan Calvin planea enviarlos luego de esta misión a la Estación del Espacio. Ambos están encantados de escapar del calor, ya que la Estación del Espacio está a 273 grados centígrados bajo cero.
Análisis
En este cuento, Asimov nos presenta a Powell y Donovan, dos examinadores de campo de la U.S. Robots que son protagonistas de varios cuentos de la serie. Posiblemente fueron inspirados en las figuras de Penton y Blake, dos exploradores protagonistas de relatos de J. W. Campbell, escritor de ciencia ficción y mentor de Asimov.
“Sentido giratorio” es el primero de los cuentos de la serie en el que se tematizan las posibles contradicciones entre las Tres Leyes de la Robótica. Desde la mirada de Susan Calvin, las leyes impresas en los robots son una manera de estandarizar valores supremos éticos y morales y depositarlos prioritariamente en el cerebro positrónico de un robot, o sea, en la conciencia de un ser. Esta interpretación, que puede, en esta instancia del análisis, parecer forzada, no lo es en relatos posteriores, en los que ella misma propone que un robot se comporta exactamente igual que una buena persona. Pero volveremos sobre esta relación más adelante, sobre todo en el relato “La evidencia”. En “Sentido giratorio“, lo que queda claro es que hay una intención por parte de los psicólogos de robots, como Calvin y los ingenieros constructores de los mismos, de codificar estos valores morales y que funcionen de modo absoluto e intransigente.
Ahora bien, ¿qué sucede con Speedy? Por un lado, el robot debe proteger su propia integridad y, por ende, le es difícil tomar la decisión de acercarse a una zona de peligro. Por el otro, esa zona contiene el selenio que le han ordenado extraer. Podría suceder que otro robot opte directamente por ponerse en peligro a sí mismo, ya que la Segunda Ley prevalece por sobre la primera. En el caso de Speedy, sin embargo, hay un diferencial: como bien advierte Powell, se trata de un robot muy caro de construir, al que le fue reforzada la Tercera Ley para conservar su propia integridad. Entre ambas opciones, al no poder decidir, el robot queda “en medio”. Así, Speedy comienza a girar literalmente en círculos.
La moral y la ética son tópicos que Asimov explora a través de la ciencia ficción, pero que exceden sus límites. Esta encrucijada en la que se ve inmerso Speedy no es más que la representación de cualquier circunstancia que pone en contradicción dos preceptos morales. Pensemos por un momento en las narraciones en las cuales un héroe debe decidir entre sacrificar a unos pocos seres humanos, o sacrificarse a sí mismo, en pos de proteger a una gran cantidad de gente o, por qué no, a la humanidad entera. Por un lado, tenemos “impresa” en nuestro ser, como los robots, la pulsión de autopreservación. Por el otro, la sociedad valora al héroe quien, en pos de rescatar a la humanidad, puede llegar a ponerse en riesgo a sí mismo. Los principios e ideales que en la cultura occidental fueron construyéndose a través de los años, en los robots se encuentra codificado en su cerebro positrónico. “Sentido giratorio” pone en el foco de atención esta contradicción entre la autopreservación que dicta la Tercera Ley y la obediencia a los hombres, indicada en la Segunda Ley. Además, como dijimos, entra en conflicto con la Primera Ley, porque, finalmente, Speedy sabe que el selenio garantiza la vida humana. Por razones económicas, su tendencia a la exposición al peligro en pos del bienestar de la humanidad se ve atenuado. Solo en un caso de verdadera amenaza inmediata a la vida de Powell y Donovan el robot logra salir de ese círculo de contradicción.
En otro orden de cosas, y en relación a la temática del lenguaje y la comunicación, cabe destacar que, quizá guiadas por el aspecto que a muchos robots les brinda Asimov, en la mayoría de las historias el lenguaje que las personas utilizan para referirse a los robots les da cualidades antropomórficas. En lugar de hablar del robot en términos de su modelo, SPD-13, Donovan y Powell le asignan un apodo humanizado, Speedy. El apodo se basa en la fonética en inglés ("S-P-D" se pronuncia como "Speedy") y en el sentido ("Speed" significa "rápido" en la misma lengua). Este gesto va a repetirse a lo largo de los relatos de la serie en otras ocasiones: el robot QT-1 será llamado "Cutie", DV-5 tendrá como apodo "Dave", RB-34 será "Herbie".
La distancia con los robots es clara en algunos personajes: la señora Weston, en el relato "Robbie", se refiere al robot como un objeto: "Una chiquilla no está hecha para ser protegida por una cosa de metal" (p.20). Más adelante, veremos que el candidato a alcalde Francis Quinn tiene un trato deshumanizante en relación a su contrincante, Stephen Byerley, desde el momento en que sospecha que es un robot. Sin embargo, quienes trabajan con los robots en la U. S. Robots y, por ende, mantienen un trato constante con ellos, se muestran como personas que no pueden evitar el trato humanizante. En el caso de Speedy, el final de "Sentido giratorio" es un ejemplo claro de este tipo de tratamiento. Según Donovan, el robot teme acercarse a Powell "por miedo"(p.60) después de todo lo sucedido. Para calmarlo, Powell "tendió una mano y cogió la garra metálica de Speedy" (p.61). Este gesto de concordia luego de un problema, de disculpas ante un error, pone a Speedy en el lugar de colega de Mike y Donovan en lugar de herramienta de trabajo.
Por último, algo que vale la pena remarcar, es que el hecho de que sean los robots más primitivos los que se utilizan para solucionar los problemas de Speedy, el robot avanzado, sugiere que, en algunos casos, el avance tecnológico (el refuerzo de la Tercera Ley, por ejemplo) a veces puede llegar a ser más problemático que beneficioso.
Razón
Resumen
Medio año después, Powell y Donovan están en la Estación Espacial. Solo llevan dos semanas allí, pero ya tienen problemas. En este caso, deben poner a prueba a QT-1, “Cutie”, un robot que tiene a cargo otros robots. El robot ha estado razonando con respecto a su propia creación y existencia. Cutie le dice a Powell que parece improbable que los humanos lo hayan construido, aunque admite que solo tiene recuerdos de una semana atrás. Cuando Powell le pregunta a Cutie por qué cree que es improbable, este le responde: “llámalo intuición” (p.63).
Powell lleva a Cutie a la ventana de la Estación, que muestra el espacio “salpicado de estrellas” (p.64). Le explica que los robots envían rayos a los puntos, que las motas son planetas y que los haces que envían suministran energía a esos planetas. Le cuenta que los humanos crearon robots para controlar esos rayos, y que él mismo, Cutie, es un modelo avanzado construido para ayudar a dirigir a los otros robots de manera que los humanos ya no tengan que ir a las estaciones espaciales personalmente. Cutie se muestra incrédulo y considera inverosímil el relato de Powell. Se marcha diciendo que él mismo descubrirá las razones de su propia existencia. Powell confiesa a Donovan que el robot lo inquieta.
Parte del problema que Powell y Donovan tienen con Cutie es que el robot desconoce el mundo más allá de la Estación Espacial y, por tanto, piensa que las explicaciones que ellos brindan son improbables. Su disposición a no creer en los humanos es perturbadora, ya que puede conllevar una pérdida de control sobre los robots.
Más tarde, Donovan y Powell están intentando calcular los datos de una próxima tormenta de electrones cuando entra Cutie. El robot dice que estuvo pensando, y la explicación de Powell carece de razón, porque los humanos son seres ineficientes y defectuosos, mientras que los robots están construidos con materiales resistentes y funcionan con total eficiencia: “Ningún ser puede crear un ser más perfecto que él” (p.68), dice. Donovan le pide a Cutie que le explique quién lo creó, entonces. Cutie explica que debió ser “el Señor”(p.69), refiriéndose al Transformador (la fuente de energía de los rayos). Cutie dice que el Señor creó a los humanos como el tipo de ser más bajo, luego sustituyó su trabajo por el de los robots y, finalmente, creó los modelos de robots superiores, como él, para que asuman la dirección de los humanos.
Más tarde, Donovan baja a la sala de máquinas para vigilar a Cutie y asegurarse de que empiecen a trabajar con el tubo-L orientado a Marte, pero, cuando llega, ve al robot inclinándose servilmente hacia el Transformador. Donovan les grita a los robots que se pongan a desmontar y limpiar el tubo L, pero ninguno se mueve. Donovan empuja al robot más cercano y le ruge para que se levante. El robot lo hace, lentamente, y dice: “No hay más Señor que el Señor, y QT-1 es su profeta” (p.71). Donovan, exasperado y perturbado, escupe el tubo-T del Transformador. “¡Sacrilegio!”, dice Cutie, mientras levanta al aterrado Donovan por los aires y lo saca a toda velocidad de la sala.
De vuelta en la sala de oficiales, Powell se horroriza al escuchar el informe de Donovan sobre lo ocurrido con Cutie y los otros robots. No obstante, también tienen otro problema: la tormenta de electrones se acerca, y si se desvía el rayo terrestre de su curso, podría destruir cientos de kilómetros cuadrados de la superficie de la Tierra.
En ese momento, Cutie entra en la sala y les dice a Powell y a Donovan que han perdido su función; se asegurará de que tengan comida, ropa y refugio, siempre que se mantengan fuera de la sala de control y de la sala de máquinas. Powell intenta razonar con Cutie, explicándole que la estación es una creación de los seres humanos, y le pregunta por qué cree que existen los rayos, si no es por un propósito. Cutie responde que los rayos solo los entiende el Señor, y que hay cosas que los robots no deben cuestionar.
Powell y Donovan se van a la cama, exasperados por el razonamiento de Cutie. Al día siguiente llega la tormenta, y Donovan y Powell aguardan preocupados, porque los robots podrían no entender las consecuencias si el haz de energía que alimenta a la Tierra cambia su orientación. Pero cuando Cutie llega para mostrarles las lecturas de los haces, Powell se asombra al comprobar que el robot mantuvo el haz completamente enfocado en la estación receptora de la Tierra y que todo está en orden. Cutie se burla, diciendo que simplemente mantuvo los diales en equilibrio “de acuerdo con la voluntad del Señor” (p.82), y se marcha.
Powell comprende las acciones de Cutie: de acuerdo con la Primera Ley de la Robótica, Cutie no dañaría jamás a ningún ser humano en la Tierra, aún si no es consciente de los motivos. El robot sabía que podía mantener el rayo más estable que Powell o Donovan, y por eso garantizó que Powell y Donovan se mantuvieran fuera de la sala de control. A pesar de que sigue creyendo en el Señor, el funcionamiento de Cutie es impecable, y eso plasman en su informe Donovan y Powell antes de irse de la Estación Espacial.
Análisis
"Razón" es la primera de varias historias que insinúan que el avance de los robots puede provocar que los humanos pierdan el control sobre ellos, algo que las Tres Leyes de la Robótica deberían prevenir. En esta historia, Cutie empieza a sentir curiosidad por su propia creación y existencia, algo inédito para un robot. Cuanto más avanza en sus razonamientos, más difícil es controlarlo.
A pesar de que el foco de los relatos está siempre puesto en la racionalidad, la ciencia y los datos duros, la locura y la insensatez es un tema pertinente en la literatura de Asimov. En este caso, el robot tiene una especie de delirio religioso que se materializa en una devoción hacia el Transformador de energía. Sin embargo, lo que lo lleva allí no es más que su capacidad de razonar a través de los algoritmos impresos en su cerebro positrónico. De alguna manera, es su extrema racionalidad lo que lleva a Cutie a la locura. Bien lo señala Powell al decir que: "con la fría y lógica razón uno puede probar lo que quiera... si encuentra el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos" (p.79). Este comentario enfatiza la mirada crítica sobre la religión, un discurso construido, según el cuento, en base a escoger los postulados correctos para sostener la idea que, a priori, uno desea probar.
En los años 60 y 70 se empezó a hablar del síndrome o complejo de Frankenstein. Para reponer brevemente el núcleo del célebre relato de Mary Shelley, el estudiante Víktor Frankenstein crea una criatura antropomórfica. Esta criatura se sale de control por que tiene sentimientos, deseos y pensamientos propios. El complejo de Frankenstein hace referencia al temor del creador de que las propias creaciones se vuelvan contra la humanidad. En “Sentido giratorio”, Cutie es un robot que fue creado con una función determinada: controlar y dirigir un rayo que alimenta con su energía la Tierra y que, a la vez, puede destruirla si falla en su dirección. Sin embargo, Cutie es más que eso: es un robot cuyas capacidades exceden las humanas. Él mismo le dice a Powell: “el material del que estás hecho es blando y flojo, carece de resistencia, y su energía depende de la oxidación ineficiente del material orgánico (...). Entráis periódicamente en coma, y la menor variación de temperatura, la presión atmosférica, la humedad o la intensidad de radiación afecta vuestra eficiencia (...). Ningún ser puede crear un ser más perfecto que él” (p.68). Estos primeros argumentos irrebatibles van tomando dimensión a medida que los razonamientos de Cutie avanzan.
El pensamiento religioso de Cutie proviene de la radicalización de los razonamientos que va encadenando gracias a sus capacidades cognitivas. De alguna manera, Cutie es un robot-filósofo que llega, por su cuenta, a las conclusiones de la existencia de Dios encarnado en el Transformador y de la superioridad de los robots con respecto a los humanos. Esta actitud se torna perturbadora para Donovan y Powell, que no pueden torcer las deducciones de Cutie a la vez que ven que son erradas y lo llevan a un terreno complejo en relación a la empiria científica: el de la fe. Cutie parece formar un culto, una secta. Asimov utiliza en este sentido gestos y expresiones propias de la religión: los robots se arrodillan ante el Transformador, lo consideran el Dios supremo, y Cutie encarna la figura del profeta. Cuando Donovan lo enfrenta al escupir el Transformador, el robot lo acusa de "sacrílego" (p.72) antes de echarlo de la habitación por la fuerza.
"Yo, por mi parte, existo porque pienso" (p.67), dice Cutie en un momento. Powell hace literal la referencia de Cutie y dice: "¡Por Júpiter... un robot Descartes!" (p.67). Cutie encarna esta figura del filósofo y teólogo que puede llegar a conclusiones alocadas aún basándose en el pensamiento racional. Esta parodia a la religión no es casual. Asimov era un humanista entusiasta y creía fervientemente en el poder de la ciencia y la tecnología para mejorar nuestra existencia. Lo que puede salvaguardar la vida humana y garantizar su bienestar, a fin de cuentas, no es un paradigma religioso sino una programación ética (más adelante, Calvin dirá que el comportamiento de un robot es indisociable del de un hombre bueno), es decir, un acuerdo comunitario de ciertas reglas morales indisolubles.
En el caso de estos relatos, esta codificación es, por supuesto, la que dictan las Tres Leyes de la Robótica. Son lo que, en “Razón”, limitan la voluntad de los robots y de Cutie en particular: a pesar de que el robot sufre delirios de grandeza, de que el grupo a su cargo aparenta desobedecer y formar un culto, a fin de cuentas todas sus acciones basadas en sus razonamientos tienen un límite y se enmarcan por estas Tres Leyes. Lo podemos comprobar en el momento en que, finalmente, Cutie direcciona el rayo energético con éxito, garantizando la integridad de la humanidad. Sin embargo, como crítica al pensamiento religioso, Asimov deja claro que Cutie hace el bien sin comprender realmente lo que está haciendo. Cutie no protege a la Tierra al mantener el control del rayo energético porque, básicamente, desconoce la existencia de la Tierra. Según él, lo hace simplemente por "voluntad del Señor" (p.82).
Atrapa esa liebre
Resumen
Powell y Donovan comienzan a probar el nuevo robot múltiple DV-5, Dave, en una estación minera de asteroides. Discuten y se sienten inquietos porque, a pesar de que el robot superó todas las pruebas de campo en los laboratorios, ahora no pasa su prueba en el asteroide. Si Dave no logra superar la evaluación, la empresa U.S. Robots podría llegar a perder millones de dólares, y ambos supervisores podrían ser despedidos.
Donovan ha estado observando a los robots en algunos turnos y en otros no. Le resulta extraño que, en los turnos en los que observa al grupo, Dave y sus seis robots subsidiarios, a los que se refiere como "dedos" (p.87), realizan su trabajo de extracción de mineral perfectamente. No obstante, en las tres ocasiones en las que no se acercó a monitorear los movimientos, los robots no aportaron ningún mineral. Pero no parece haber ningún problema técnico con los robots, simplemente no producen ningún mineral y no vuelven a tiempo.
Powell hojea el Manual de Robótica cuando entra Dave a la habitación. Powell le pregunta qué ha ido mal en el turno de ese día; “No puedo explicártelo, jefe (...). Podría darme un ataque de nervios (...)” (p.89). Powell siente que si el rostro del robot pudiera expresar algo, “expresaría contrariedad” (p.89). Le propone, entonces, en lugar de conversar, hacer unas pruebas.
Mientras tanto, Donovan se pregunta si Dave puede estar mintiendo. Powell le recuerda que los robots no pueden mentir adrede. Sin embargo, Donovan dice que hay algo "siniestro" (p.90) en el hecho de que Dave solo desobedezca cuando ellos no están cerca. Powell decide, para espiar, instalar una visiplaca sobre su escritorio y enfocarla hacia la parte de la mina en la que está trabajando Dave con sus subsidiarios. Powell filosofa: “El primer paso para asar una liebre es atraparla” (p.91).
Durante el siguiente turno, Powell y Donovan observan atentamente la visiplaca. El espectáculo es inusual: Dave marcha con sus seis “dedos”, gira y cambia de formación. “Esto es una marcha militar” (p.93), dice Donovan. Los subsidiarios se dirigen a la mina. Cuando los inspectores se acercan a Dave, los robots dejan de marchar y vuelven al trabajo. Powell pregunta a Dave qué fue lo que pasó, pero Dave no lo sabe. Dice haber estado trabajando y, de repente, haber percibido presencia humana y encontrarse allí, lejos del túnel donde estaba.
Donovan se pregunta si Dave podría estar construyendo un ejército. Powell lo interrumpe, diciendo que un ejército entraría en contradicción con la Primera Ley de la Robótica, ya que pondría en peligro a los humanos. Powell, en cambio, cree que lo que podría estar causando el problema es el aumento de iniciativa personal que tiene el robot cuando los humanos no están presentes. Debe haber algún problema con las piezas de su cuerpo que están específicamente involucradas en la toma de decisiones personal. Donovan está parcialmente de acuerdo, solo que la iniciativa personal no es un solo circuito que se pueda aislar para ser estudiado. Entonces, lo único que resta por hacer es encontrar las condiciones externas que lo afectan y estudiarlas.
Powell y Donovan entrevistan a DV-5-2, uno de los robots subsidiarios de Dave, y le preguntan qué ocurrió puntualmente en las ocasiones en que el grupo dejó de extraer mineral. DV-5-2 dice que en todas las ocasiones dejaron de trabajar después de algún tipo de derrumbe o de explosión. En ese momento, recibían una orden de retirarse, pero luego, inmediatamente, recibían otra orden de reiniciar la marcha. Donovan llega a la conclusión de que la iniciativa personal de Dave llega a su máxima expresión cuando no hay un ser humano cerca y sucede algún acontecimiento inesperado. Para hacer una prueba contundente tienen que crear una situación de emergencia y, de ese modo, averiguar qué es exactamente lo que le pasa a Dave en esos momentos. Deciden entonces crear un pequeño derrumbe.
Contra todo pronóstico, los auditores quedan accidentalmente atrapados en el derrumbe creado por ellos mismos. Hay, sin embargo, una pequeña abertura por la que pueden apenas asomarse. Ven por el pequeño hueco que los robots se alejan. La inquietud se hace presente. Con solo unas seis horas de oxígeno para actuar, Donovan y Powell deciden que su única salida es atraer la atención de Dave para salir de allí. Cuando ven que Dave se acerca un poco, Powell de repente dispara a uno de los robots subalternos y lo elimina. Dave se comunica inmediatamente con ellos, nervioso, les reporta la caída de un “dedo”. “Déjate de subsidiarios (...). Estamos atrapados en un desprendimiento de tierras, donde estabais trabajando” (p.107) dice Powell, y le pide a Dave que los saque inmediatamente de allí. El robot así lo hace.
Powell se había dado cuenta del problema que Dave experimentaba, y por eso decidió eliminar a uno de los subsidiarios: en una situación de emergencia, cuando no había humanos cerca que dieran órdenes, Dave debía movilizar a los seis “dedos” a la vez. Esta necesidad de iniciativa personal lo abrumaba. Ahora, con solo cinco robots de los que ocuparse, cinco dedos para una mano, la necesidad de iniciativa personal disminuye significativamente y el robot puede actuar.
En el final de este relato, vuelve el marco narrativo en el cual la Dra. Susan Calvin está siendo entrevistada. Le comenta al periodista que le agrada hablar de los Speedy, Cuties y Daves. El reportero le pregunta si alguna vez ocurrió alguna situación conflictiva con robots en la Tierra; “no tenemos gran cosa que ver con los robots, aquí en la Tierra” (p.109), responde Calvin. Pero sí recuerda disgustos. Hace casi cuarenta años, cuando ella tenía 38, tuvo un incidente con Herbie, “un robot que podía leer el pensamiento” (p.110).
Análisis
Nuevamente, los personajes de Donovan y Powell se enfrentan a un problema con un robot. Como en los anteriores cuentos, hay cualidades antropomórficas que personifican a Dave, el robot con subsidiarios que, por algún motivo, falla en su funcionamiento. Ambos, por ejemplo, se refieren a los robots subsidiarios de Dave como “dedos”: “Ni Powell ni Donovan habían tenido hasta entonces la oportunidad de hablar con un «dedo». Sabía hablar; la analogía con el dedo humano no era, pues, exacta. En realidad, tenía un cerebro bastante desarrollado, pero este cerebro estaba primariamente adaptado a la recepción de órdenes, vía campo positrónico, y su reacción a los estímulos independientes era un poco confusa” (p.97). La metáfora de los dedos se extenderá hasta el final, en el que los exploradores descubren que el extraño baile de los robots responde al hecho de que Dave, pensando qué hacer, mueve los dedos. Este gesto humano es lo que tienen a mano para explicar el comportamiento del robot, pero a su vez nos da la pauta de algo que Asimov sugiere también él mismo en varios relatos, que es el hecho de que no podemos, como sociedad, abordar la complejidad del cerebro positrónico desde otro lugar que no sea la comprensión de nuestro propio cerebro. Por ende, es inevitable entender la existencia de los robots, en gran medida, como una extensión de la nuestra.
El contacto con la idea de que no sabemos todo lo que podríamos sobre los robots, tanto en este cuento como en “Razón” y en otros de la serie, genera miedo en los humanos, inclusive en las personas versadas en robótica. El temor de Donovan y Powell tiene que ver, por supuesto, con el síndrome de Frankenstein al que hemos aludido anteriormente: se trata del miedo a la posibilidad de que algo que hemos creado para mejorar nuestras vidas y que, por ende, se encuentra subordinado a nuestras necesidades, desarrolle necesidades propias y termine por destruirnos. No en vano Frankenstein, de Mary Shelley, es considerada el germen para el género de ciencia ficción, a la vez que la novela nace de una competencia entre amigos con el objetivo de escribir relatos de terror. El terror y la ciencia ficción son, desde el comienzo, parientes muy cercanos; los relatos de Asimov se hacen cargo de esta estrecha relación y, por momentos, la atmósfera de sus historias se acerca al horror.
En el caso de los relatos de Asimov, el miedo tiene un sesgo marcado. Por un lado, está el miedo que es producto de la ignorancia: tememos (y, por ende, muchas veces discriminamos) al otro desconocido, como es el caso de la madre de Gloria en “Robbie”. Por el otro, está este miedo que trabajamos en estos últimos tres relatos, el miedo a que lo que nosotros mismos hemos construido para hacer el bien sea en realidad la fuente de nuestras desgracias. Este miedo es el que a partir de aquí acompañará los relatos de la serie hasta el último, el cuento “El conflicto evitable”, en el que finalmente las Máquinas gobiernan el mundo y la posibilidad de destruirlo depende pura y exclusivamente de ellas.
Volviendo a “Atrapa esa liebre”, las escenas de baile de los robots y la desobediencia de alguna manera juegan con la idea de huelga o boicot. Los robots bailan, coordinados, cuando nadie los mira. Dejan de trabajar, también, cuando no son vigilados. La posibilidad de que en lugar de un error se trate de una rebelión organizada perturba sobremanera a Donovan y Powell, ya que los robots son, por lejos, más fuertes que las personas, y tienen capacidades cognitivas muy desarrolladas.
Sin embargo, en contraste con el temor que infunde en los auditores, el carácter del robot “minero” Dave agrada al lector: su comportamiento exhibe que se siente mal por ser algo desastroso en su trabajo. A diferencia de Cutie, Dave siente culpa por no poder llevar a cabo su tarea y, lo que es peor, por no poder explicar las razones de este fracaso. Su actitud conmueve. Ante las preguntas de los exploradores de por qué todo está saliendo mal, Dave responde “visiblemente turbado” que no puede explicarlo porque podría darle “un ataque de nervios” (p.88).
A pesar de esto, no deja de ser inquietante por demás el hecho de que los robots no cumplen con las tareas asignadas y, por consiguiente, no están cumpliendo con la Segunda Ley de la Robótica. Donovan cree que los robots pueden estar mintiendo. Como “los robots no pueden mentir a sabiendas” (p.90), inevitablemente la sospecha se instala con fuerza en el texto. La insistencia de Donovan incrementa la atmósfera amenazadora: “solo dejan de funcionar cuando no los vigilamos. Hay algo… siniestro en esto” (p.90), dice, y golpea la mesa con el puño. Es claro por todos estos gestos y comentarios de los auditores que hay algo desesperante en la situación. La tensión que genera el hecho de que los robots puedan hacer su voluntad es abrumadora y es el fundamento de la tecnofobia en Yo, robot, a pesar de, por ejemplo, la simpatía o ternura que Dave pueda despertar en el lector con sus palabras.
Por último, en relación a la resolución del conflicto en “Atrapa esa liebre”, podemos pensar el relato en relación con otros de la serie. Dave es un caso extraño porque su problema no tiene que ver con contradicciones o límites en las Tres Leyes de la Robótica. Su problema tiene que ver con el hecho de que tiene a cargo otros robots, y que su reacción ante la carga abrumadora es de bloqueo. Los demás robots de estos relatos tienen problemas con los humanos; Dave es el único que tiene problemas, ante todo, con sus pares.