Giovanni Boccaccio fue un hombre de letras renacentista antes de la llegada del Renacimiento. En sus años de juventud, experimentó con diferentes géneros en lengua vulgar, cruzando referencias, temas y procedimientos clásicos con medievales. Su producción literaria incluye largos poemas de intrincada trama, relatos autobiográficos, historias de amor cortés y cuentos populares subidos de tono. De este material está compuesta la creación literaria más famosa y también más cuestionada de Boccaccio, el Decamerón.
El Decamerón lleva un título que significa “diez días” y está inspirado en varias obras medievales que tratan sobre la creación del mundo o Hexamerón. Contiene cien cuentos que son relatados durante diez días o “jornadas”. También cuenta con diez baladas intercaladas, un proemio, una introducción y una conclusión. El relato-marco de las historias nos sitúa en Florencia durante la peste negra de 1348, cuando diez jóvenes –tres hombres y siete mujeres– deciden aislarse en la villa de uno de ellos para evitar el contagio y alejarse del dolor y la inmoralidad que impera en la ciudad. Aquí pasan quince días divirtiéndose y descansando, asistidos por sus sirvientes, y en las horas de más calor pasan el tiempo costándose historias, salvo los viernes y los sábados, que dedican a la oración. Boccaccio extrajo las tramas de estas historias de diversas fuentes: de la tradición folclórica, de exempla medievales, de fabliaux jocosos, de autores clásicos, de la literatura italiana contemporánea, de crónicas de su ciudad, de creencias populares.
Entre mediados del siglo XIII y el XIV, Florencia fue creciendo en prosperidad por el auge de su comercio, y con la burguesía enriquecida como principal fuerza social de la ciudad. Pero en 1345, la quiebra de los Bardi y de otras compañías mercantiles llevó a Florencia a un período de decadencia, que se agravó con la llegada de la peste negra en 1348. Boccaccio escribió el Decamerón habiendo padecido estas circunstancias en primera persona, las que describe en la parte introductoria de la Primera Jornada. La enfermedad y la muerte, que azotaron la ciudad durante cinco años, alteró el comportamiento y los valores de la sociedad florentina. En este contexto, el deterioro de los valores nobles fue acompañado por un mayor interés en lo natural y lo humano, en desmedro de lo celestial y lo divino.
Esto explica varios de los asuntos mundanos y vulgares del Decamerón. Aunque Boccaccio y su sociedad creen en Dios, ya no aparece una preocupación por la vida ultraterrena como la que se manifiesta en la Divina Comedia de Dante. Lo que interesa en el Decamerón son los problemas y las soluciones que se dan en el mundo terrenal. También encontramos en algunos cuentos y en el comportamiento de los jóvenes la exaltación de la vida y el ideal cortés que Boccaccio anhela preservar. En el Decamerón conviven todos los aspectos de la vida humana, lo elevado y lo bajo, lo trágico y lo cómico. En la representación de los vicios y de las virtudes del hombre reside el sentido didáctico y moralizante de esta “comedia humana”.
La estructura del Decamerón sigue, según la investigación de Vittore Branca, la forma vertical de la arquitectura gótica: va de lo más bajo a lo más alto. Las “novelas” (novella llama Boccaccio a sus cuentos) que se relatan en la obra siguen este ordenamiento: primero están las satíricas; luego, las aventureras, con personajes picarescos; y, por último, los cuentos sobre la virtud humana, donde los personajes aparecen idealizados. En esta forma se puede reconocer la influencia de Dante, cuya Divina Comedia también está estructurada sobre el principio de la verticalidad gótica: de lo bajo a lo alto, de los pecadores del Infierno a los santos del Paraíso. La innovación de Boccaccio consiste en trasladar la composición del más allá dantesco a lo terrenal, eliminando las imágenes de diablos y de ángeles y la representación alegórica de la vida.
El libro de Boccaccio fue muy bien recibido por la alta burguesía mercantil, que buscaba desarrollar su propio sentido del gusto y del refinamiento, éxito que se expandió luego a los sectores populares de la época. No pasó lo mismo entre los literatos, quienes no demostraron demasiado entusiasmo por el Decamerón, lo que persistiría durante el florecimiento del primer humanismo, que tenía puesto el ojo en la Antigüedad clásica y desestimaba las obras de temas medievales en lengua vulgar. Fue considerado un texto blasfemo por la Iglesia, que en 1556 la incluyó en el Índice de los libros prohibidos. Llegando hasta el siglo XX, el Decamerón fue uno de los pocos textos literarios que podían ser confiscados automáticamente por los funcionarios de aduana estadounidenses, gracias a la Ley Arancelaria de 1930. La confiscación automática terminaría al año siguiente, pero una sentencia de un tribunal de Nueva York, que declaró el libro obsceno, garantizó la confiscación irregular hasta bien entrada la década de 1930. Estas prohibiciones crearon la ironía de la mayor parte de los intentos de censurar obras creativas: si Boccaccio es conocido en el siglo XXI, lo es por el Decamerón, clásico indiscutido del canon occidental y de la literatura universal.