Resumen
Fiammeta es la narradora del primer cuento de la Cuarta Jornada, que trata sobre amores que tuvieron un final infeliz. Tancredo, príncipe de Salerno, tenía una hija, Ghismonda, a la que quería mucho. Tanto amor le tenía que le costó desposarla cuando le llegó la edad de hacerlo. Finalmente la entregó al hijo de un duque, que al poco tiempo murió. Cuando quedó viuda, Ghismonda volvió a vivir con el padre.
Como no le parecía honesto pedirle al padre que la desposara de nuevo, y este no parecía pretender hacerlo, Ghismonda resolvió buscarse un amante. Entre los hombres que frecuentaban la corte de su padre, se enamoró de Guiscardo, un joven paje “de origen bastante humilde pero noble por virtud y por costumbres” (p.482). Aquel joven también había puesto sus ojos en ella y no pensaba en otra cosa más que en amarla.
Para comunicarle su deseo de estar con él sin que se entere nadie más, la hija de Tancredo colocó una carta en un trozo de caña, que le dio a Guiscardo con indicaciones de que le dé la caña a su sirvienta para encender el fuego de noche. Guiscardo comprendió que le debió dar aquella caña por otro motivo, y al hallar la carta se sintió muy feliz.
Los jóvenes se dieron cita en una gruta, a la que Ghismonda tenía acceso por una escalera secreta olvidada, y a la que Guiscardo descendió por un orificio con la ayuda de una soga. Allí se encontraron, y, luego, ambos subieron hasta la alcoba de la joven, donde pasaron gran parte del día en compañía placentera. Con el objetivo de mantener el amor secreto, Guiscardo salió de nuevo por la gruta a la noche, sin ser visto. Así hicieron varias veces, hasta que la fortuna trajo un acontecimiento que provocó la tristeza de los dos amantes.
Un día, Tancredo fue a la alcoba de su hija para charlar con ella y, mientras la esperaba, se quedó dormido. Ghismonda tenía aquel día cita con Guiscardo, al que recibió en su alcoba sin percatarse de la presencia de su padre. Mientras allí estaban los dos amantes, Tancredo despertó y quiso reprenderlos, pero decidió mantenerse oculto para planear mejor lo que debía hacer. Los jóvenes estuvieron un tiempo largo juntos, y cuando se marcharon, Tancredo escapó por la ventana, muy afligido. La noche siguiente, cuando Guiscardo salió del orificio de la gruta, fue apresado y llevado hasta el príncipe, que le recriminó el ultraje y la vergüenza que le hizo. Este solo le respondió que el Amor podía más que ellos. Luego, Tencredo ordenó que se lo encerrase en un lugar secreto del palacio.
Al día siguiente, Tancredo fue a la alcoba de su hija para revelarle lo que sabía y para reprender su falta de honestidad, así como el hecho de que hubiera elegido a un hombre que no era adecuado a su nobleza. También le dijo, llorando, que ya sabía qué haría con Guiscardo, pero que dudaba qué hacer con ella, porque una parte de él quería castigarla, y la otra, perdonarla, por el mucho amor que le tenía.
Ghismonda sintió un dolor incalculable, pero decidió contener su ánimo, mientras por dentro había resuelto quitarse la vida, imaginando que su amado ya estaba muerto. Confrontó a su padre admitiendo su amor y defendiendo su honra. Aseguró que no fue la fragilidad de mujer, sino la mala disposición de Tancredo para desposarla y la virtud de Guiscardo lo que la movió a seguir las fuerzas que “empujan las leyes de la juventud” (p.487). También le recriminó a su padre que la acuse de unirse a un hombre de baja condición, siendo que él mismo siempre alabó las virtudes de Guiscardo. Por último, con respecto a qué hacer con ella, le dijo a Tancredo que, si quisiera ser cruel con ella, que lo fuera, y que los matara a ambos si lo creyera merecido.
El príncipe admiró la grandeza de ánimo de su hija, pero no creyó en la resolución de sus palabras. Ordenó entonces la muerte de Guiscardo, pidiendo que le trajeran su corazón. Puso el corazón en una copa de oro y se lo mandó a su hija con un sirviente fiel. Al recibirlo, Ghismonda, que tenía preparado un agua envenenada con hierbas y raíces tóxicas, besó el corazón y mandó a agradecerle el presente a su padre. Dirigió unas últimas palabras de amor a su amante y derramó lágrimas en la copa que contenía el corazón, a la vista de sus doncellas, que nada comprendían, aunque trataban de consolarla. Luego puso el agua preparada dentro de la copa y la bebió.
Tancredo llegó a la alcoba advertido por las doncellas. Mientras el padre lloraba, la hija le pidió que, como último don, permitiese que su cuerpo yaciera con el de Guiscardo. Tancredo no pudo contener el llanto para responder, y así Ghismonda partió de su triste vida. Arrepentido por su crueldad, el príncipe de Salerno hizo sepultar honorablemente a los dos amantes en el mismo sepulcro.
Análisis
Fiammeta inicia su relato con una reflexión sobre la “materia dolorosa” (p.481) que encargó Filóstrato para la cuarta jornada, pensando que tal vez aquel lo había dispuesto “para templar algo de la alegría que hemos tenido los días pasados” (ibid.). Dado que el objetivo del Decamerón es tratar todos los aspectos de la vida humana, es pertinente la inclusión de cuentos de amor con desenlace trágico. También es pertinente que un asunto triste como este ocurra cuando ya han pasado algunos días de diversión y placer, que alejaran a los jóvenes de los horrores de la peste.
Aquí, como en el cuento del labrador y las monjas, o en el pequeño relato del joven ermitaño, aparece el tema del amor y del erotismo como dos aspectos de una misma fuerza natural que lleva a las personas a unirse más allá de lo que dictan las leyes de la moral o de la religión. Pero en este cuento el tema es materia de un asunto que produce llanto en vez de risa. Guiscardo y Ghismonda se desean y se enamoran, y hacen uso del ingenio para amarse en secreto. Si son descubiertos no es por falta de astucia o por una equivocación, sino porque la mala fortuna, “envidiosa de tan largo y tan gran deleite” (p.484), se impone contra ellos. De tal manera, una situación de secretos y engaños que podría tratarse de forma cómica se convierte, por la forma de la narración, en un asunto más serio, que mueve a la compasión.
Otra cuestión que trata esta historia es la de la virtud como un atributo independiente de la condición hereditaria de cada persona. Tancredo le recrimina a su hija haber faltado a su honra con un “joven de condición muy vil” (p.485), es decir, que no pertenece a la nobleza. Ghismonda responde elevando la dignidad de su amado, al comparar sus virtudes con los vicios de los hombres de mejor condición: “Mira entre todos tus nobles hombres y examina su vida, sus costumbres y sus modales, y por otra parte mira los de Guiscardo; si quieres juzgar su animosidad, le llamarás a él muy noble y villanos a todos esos nobles tuyos” (p.488). Puesto que la historia, si bien ficticia, nos ubica por los nombres en el mundo normando que rigió en el reino de Sicilia en el siglo XII, las palabras de Ghismonda adquieren una connotación subversiva, por el modo en que reivindican la virtud de espíritu por sobre la nobleza de sangre.
El relato ofrece un fuerte contraste entre el personaje del padre y el de la hija. Tancredo aparece como un hombre posesivo de su hija, y en quien recae la culpa de que Ghismonda opte por tener un amante, ya que aquel se rehúsa a desposarla. Él quiso avergonzar a su hija, pero fue ella quien avergonzó al anciano padre, explicándole que Guiscardo era una persona noble y digna, ya que “la pobreza no le quita la gentileza a nadie” (p.489). Y aunque Ghismonda y Guiscardo no eran iguales en condición social, su amor sí era mutuo. Asimismo, mientras Tancredo se muestra como un hombre débil que se entrega con facilidad al llanto, Ghismonda es representada como una mujer fuerte, que sabe contener sus emociones y defender su honra de las acusaciones de su padre.
Esto, de alguna manera, produce una inversión de sus géneros, según el estereotipo de que las mujeres son más débiles por naturaleza. Por eso Ghismonda, cuando se defiende ante su padre, le dice: “ve con las mujeres a derramar tus lágrimas” (p.489), y cuando se describe cómo se prepara para dar término a su vida, se dice que Ghismonda toma la copa en la que echa el veneno que le dará muerte “sin hacer ningún escándalo propio de las mujeres” (p.491). Este contraste pone a la lectora del lado de la amante sacrificada y al padre del lado de los crueles. Este último, sin embargo, tiene su momento de reivindicación cuando cumple con el último deseo de su hija al enterrar juntos a los dos amantes.