La virtud
Los diez jóvenes que cuentan las historias del Decamerón valoran las virtudes cristianas tradicionales, entre las que figuran la prudencia, la justicia, la templanza, la fortaleza, la fe, la esperanza, la caridad, la razón, el buen espíritu y el apetito. El alegre grupo persigue un ideal de cortesía, de una vida libre de vicios míseros y oprimentes, animada por grandes pasiones (principalmente el amor) e impulsada por algunas virtudes, como la liberalidad (la generosidad abandonada en el dar), la magnanimidad (la grandeza de ánimo), la capacidad de apreciar los méritos de los demás y de premiarlos dignamente o la agilidad del ingenio.
En una época en la que las virtudes se dejaban de lado ante el sufrimiento y el caos que traía la peste, estos jóvenes intentan revivir los valores que sostienen el orden social medieval. Aunque se percibe en la obra que la población en general perdió la fe en el cristianismo como faro moral, Boccaccio utiliza su pluma para rescatar a los fieles que aún valoran la virtud por encima de la supervivencia, optando por preservar la dignidad y la fe. Esto contrasta no solo con la inmoralidad del contexto en el que los jóvenes se hallan insertos, sino también con los vicios de algunos de los personajes de sus relatos, que funcionan como contraejemplos de cómo se debe ser. Por otra parte, los personajes virtuosos de la obra, como Griselda en el cuento décimo de la Décima Jornada, ponen de manifiesto una concepción más moderna de estos valores, en cuanto demuestran que la virtud no depende de la condición social de la persona: se puede ser humilde de origen pero noble de espíritu, por medio de actos y comportamientos virtuosos.
El amor y el erotismo
Uno de los temas que se repiten una y otra vez en los cuentos del Decamerón es el del amor estrechamente vinculado al erotismo o el deseo sexual. Se trata el amor como una pasión natural más fuerte que cualquier precepto religioso o restricción moralista, lo que a veces lleva a desenlaces trágicos, como en el caso de Ghismonda y Guiscardo en el cuento décimo de la Décima Jornada, o a desenlaces cómicos, como en el primer cuento de la Tercera Jornada, aquel en el que las monjas siguen sus apetitos carnales y se acuestan con el labrador. En el Decamerón, el amor se relaciona con el espíritu cortés, y expresa la liberalidad y la magnanimidad de los personajes, pero también es algo muy concreto y cercano a la expresión instintiva de la naturaleza humana.
La Iglesia y la religión
Varios de los cuentos del Decamerón ofrecen una crítica más o menos directa a la Iglesia como institución y, de una forma más discreta, a los valores que sostienen la religión cristiana. Si bien Boccaccio denuncia la hipocresía y la corrupción presentes en diferentes estratos de la sociedad de su época, destaca en sus historias el cuestionamiento a la moral de clérigos y monjas, que, en vez de predicar con el ejemplo, terminan cayendo estrepitosamente en el pecado. No obstante, Boccaccio no parece cuestionar estos deslices, sino la moral que restringe los impulsos naturales del ser humano. Un ejemplo claro de esto es el cuento primero de la Tercera Jornada, el de las monjas que idean un plan para tener relaciones sexuales con Masetto. Las infracciones de los personajes eclesiásticos son una gran parte del material cómico de las historias, lo que explica que el Decamerón haya sido objeto de censura por parte de la Iglesia.
Los valores capitalistas
Boccaccio, que escribe en la Italia del siglo XIV, percibe el cambio que produce en los valores culturales la emergencia incipiente del capitalismo como sistema económico que condiciona el organismo social. Mientras el sistema feudal permitía a la gente obedecer estrictamente a la Iglesia y valorar su propia vida en términos espirituales, la metropolización de Europa en la Baja Edad Media hizo que se hiciera difícil conservar, como hasta entonces, el estilo de vida y los valores tradicionales.
La industria y el capitalismo llevaron a las personas a ser valoradas en la sociedad de forma diferente, de acuerdo con su laboriosidad, su ambición o su capacidad para hacer negocios. El Decamerón, cuyo receptor contemporáneo es la burguesía mercantil en ascenso, ofrece una perspectiva que pone en valor la vida capitalista en las grandes urbes como Florencia. Cuentos como el primero de la Primera Jornada, o el cuento breve que inserta el autor en la introducción a la Cuarta Jornada, hacen referencia explícita a los valores capitalistas contemporáneos a la publicación del Decamerón.
La inteligencia y el ingenio
Muchos de los personajes de los cuentos del Decamerón utilizan su inteligencia y su astucia para lograr sus objetivos, a menudo de una forma poco ética. Los personajes que son capaces de pensar con rapidez y encontrar soluciones ingeniosas a los problemas son los protagonistas de varias de estas historias. En algunos cuentos, el ingenio se utiliza para engañar y manipular a otras personas. Un ejemplo de esto es el cuento primero de la Primera Jornada, en la que Ciappeletto engaña a un fraile para convencerlo de que es un santo. En otros cuentos, la inteligencia se utiliza para resolver problemas o situaciones difíciles. Es el caso del cuento décimo de la Décima Jornada, en el cual Gualtieri pone a prueba a la virtuosa Griselda con una serie de engaños, que rozan lo inmoral, para poner a prueba su paciencia y su amor de esposa.
La meta-narración
Boccaccio es el maestro de la meta-narrativa. Como escritor italiano, participa del modelo establecido por Dante en su Divina Comedia, en la que diversas historias se entrelazan con el relato principal. Boccaccio inserta sus historias dentro de otras, utilizando fuentes de diversos orígenes, como cuentos populares clásicos y referencias históricas, que pone al servicio de sus propios fines en el libro. Él toma estas historias y las modifica para adaptarlas a la centena de relatos insertados en el relato-marco de los diez jóvenes que se aíslan de la peste y pasan el tiempo contando historias. De todo este material está compuesto el Decamerón.
La mujer lectora
En el proemio, en la introducción a la Cuarta Jornada y en la conclusión del Decamerón, Boccaccio interpela directamente a quien considera el lector predilecto de su obra: el público femenino. En la época en la que fue escrita la obra, las mujeres tenían un acceso limitado a la educación y se esperaba que cumplieran roles domésticos y de cuidado. Esto provocaba que varias mujeres de clase acomodada padecieran la obligación de permanecer ociosas y encerradas en el ámbito que les era propio, el del hogar. Por eso Boccaccio aclara que su obra no ha sido escrita para personas ocupadas o formadas, sino que ha sido concebida como material de entretenimiento femenino. Esto implica una perspectiva relativamente progresista, en una época en las que las mujeres eran marginadas y subestimadas en la sociedad.