Resumen
Es un caluroso día de verano en la provincia argentina de Misiones. La calma envuelve el ambiente mientras un padre abre “su corazón a la naturaleza” (p. 66). El hombre se despide con algo de preocupación de su único hijo, que saldrá de cacería solo, en lugar de hacerlo, como otras veces, con su amigo Juan. El padre le pide por favor que regrese a casa al mediodía, mientras el niño, obediente, carga la escopeta y recibe un beso en la cabeza.
El padre observa con orgullo a su hijo adentrarse en el frondoso monte. Confía en su habilidad y su capacidad para "manejar un fusil y cazar no importa qué" (p. 66). El niño apenas tiene trece años. Sus ojos azules todavía están llenos de una sorpresa infantil, pero es muy alto para su edad, lo que lo hace parecer más adulto de lo que es.
El padre no necesita “levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo” (p. 66). Lo imagina caminar, llegar al monte a través de los arbustos, rodear una linde de cactus en busca de “palomas, tucanes o tal cual casal de garzas” (p. 67). El hombre sonríe mientras piensa en la pasión compartida por la caza entre su hijo y su amigo Juan. Sonríe aún más al darse cuenta de que su hijo ahora posee la escopeta que él mismo anhelaba tener a su edad.
El narrador nos revela que no es sencillo “para un padre viudo, sin más fe ni esperanza que la vida de su hijo” (p. 67), educarlo de la manera en que lo ha hecho él, fomentando su libertad y su seguridad desde los primeros años. A pesar de tener una débil salud y resistir a lo que llama "sus tormentos morales" (p. 67), el padre ha logrado enseñarle a su hijo a depender únicamente de sí mismo.
Análisis
“El hijo” es considerado uno de los mejores cuentos de la vasta obra de Horacio Quiroga. Fue publicado en 1928, mientras el escritor transitaba su segundo matrimonio, y luego de que su primera mujer se suicidara y lo dejara a cargo de dos niños pequeños. Además, el relato, compilado en el libro Más allá, se encuentra ambientado en Misiones, provincia argentina en la que Quiroga vivió muchos años, y que fue escenario de tantos otros de sus cuentos. Los más célebres de estos relatos inspirados en la naturaleza litoraleña misionera se encuentran en otra colección, titulada Cuentos de la selva.
El estilo de Quiroga se encuentra estrechamente ligado al realismo literario y, más específicamente, al naturalismo. El naturalismo se caracteriza, como el realismo en este aspecto en particular, por emplear un narrador omnisciente. Este narrador sabe, desde su mirada cenital, qué piensan y sienten todos los personajes, y puede estar en varios lugares a la vez. En el caso del naturalismo, además, esta voz que todo lo sabe es capaz de hacer una descripción extremadamente minuciosa y (supuestamente) objetiva de la realidad, tanto de sus aspectos positivos como negativos. El estilo que emplea es generalmente directo, carece de adjetivaciones subjetivas excesivas, y persigue retratar una realidad social. Con respecto a esto último, el naturalismo generalmente se ha encargado de retratar en las obras el modo de vida de las clases sociales más desfavorecidas desde un punto de vista cientificista.
Siguiendo esta línea de análisis, en el caso de “El hijo”, en términos generales, el relato cumple con varias de estas premisas. Los recursos propios del naturalismo, como las descripciones minuciosas de la naturaleza como una suerte de entiad que escapa a la voluntad de los hombres, las descripciones de los comportamientos de padre e hijo o de objetos como el arma de fuego son fácilmente reconocibles por el lector de la época y contribuyen en el relato a edificar un marco para la acción. Sin embargo, Quiroga no se limita a los parámetros que impone el género, sino que lo renueva, al incorporar a este retrato de época elementos de otros géneros, como el melodrama o el horror. En relación a estos últimos, que abordaremos en las siguientes secciones, resalta la influencia del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, de quien Quiroga toma motivos literarios como las visiones alucinadas que sufre el protagonista. Por último, también es notable, a diferencia de lo que haría el narrador naturalista puro, cómo el narrador en "El hijo" se apega, con el correr de las páginas, al punto de vista del padre. Volveremos sobre esto más adelante también.
Dice el narrador: “Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación” (p. 66). Esta descripción del clima y del espacio en donde se mueven los personajes será constante a lo largo del cuento; solo en las primeras dos páginas, además de lo ya citado, el narrador dice que el niño “ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra de espartillo” (p. 66-67), y luego “costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas” (p. 67). Cuando enumera los animales que son presa para los hombres de la zona, dirá que estos “cazan sólo a veces un yacútoro, un surucuá” (p. 67). Estas aves, autóctonas de la región donde se ambienta el relato, aparecen con su nombre popular en lengua guaraní para dar verosimilitud a la historia. Esta descripción minuciosa del entorno, que repone inclusive los nombres populares regionales de las aves, le permite al lector tener una experiencia inmersiva en el cuento en tanto retrato, a la vez que impone esa distancia "objetiva" y cientificista que persigue el naturalismo. Dice Quiroga en sus "Trucos del perfecto cuentista": "He observado con sorpresa que algunos cuentistas de folklore cuidan de explicar con llamadas al pie, o en el texto mismo, el significado de las expresiones de ambiente. Esto es un error. La impresión de ambiente no se obtiene sino con un gran desenfado, que nos hace dar por perfectamente conocidos los términos y detalles de vida del país. Toda nota explicativa en un relato de ambiente es una cobardía. El cuentista que no se atreve a perturbar a su lector con giros ininteligibles para éste debe cambiar de oficio" (1993, p.34).
Aquí se hace presente que el lugar en donde el padre y el hijo viven es un sitio caluroso, con vegetación achaparrada, propia de la “vera del bosque” (p.69) y lleno de aves autóctonas. Pese a que todas estas descripciones sirven para dar un marco realista a la historia, en ningún momento se precisa o sugiere el tiempo del relato. Podemos suponer, sobre todo por el contexto histórico biográfico del autor, que el cuento trascurre en algún momento de principios del siglo XX. Un dato, quizá el único, a tener en cuenta es la mención de la escopeta Saint-Etienne y de las balas parabellum, ambas, arma y munición creadas a principios del siglo pasado. Esta es, quizá, la única referencia que nos permite tener una pista sobre la ubicación temporal de la acción.
En su “Decálogo del perfecto cuentista”, Quiroga enumera diferentes puntos claves a la hora de escribir un cuento. En el quinto, dice: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas” (2016, p.10). Cabe atender, entonces, a las primeras líneas del relato: “Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza plenamente abierta, se siente satisfecha de sí. Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza” (p. 66). En primer lugar, como mencionamos anteriormente, se hace hincapié en el calor casi hostil de la época en la zona litoraleña. Luego, se hace protagonista a la naturaleza, una presencia que será fuerte en el relato. En tercer lugar, aparece el padre como un hombre que se brinda a la naturaleza con confianza, a pesar de los temores que luego el narrador mencionará. Estos elementos serán claves para la acción.
Luego de la primera descripción del lugar donde trascurre la historia, aparece la voz de este hombre, que le dice a su hijo que tenga cuidado y que regrese a casa “a la hora de almorzar” (p. 66). Pese a que más adelante sabremos que el padre es un hombre adulto, enfermo y viudo, y que su hijo de apenas trece años es “muy alto para su edad” (p. 66), poco más se nos dice sobre ellos en esta primera parte. Podemos adelantar que no tendrán, a lo largo de la historia, nombres propios. A diferencia de la descripción que el narrador hace del entorno, en los personajes faltan datos clave. Solo se brindan los rasgos esenciales para poder ubicarlos en el marco de la historia. De esta manera, tenemos a un padre y un hijo que viven en un lugar dominado por la naturaleza hostil y luchan por su subsistencia, como figuras que, por ahora, resultan algo indisociables de su hábitat.
En esta descripción de los personajes resuenan también los temas que la crítica ha señalado como aspectos biográficos del autor y que atraviesan toda su obra. El amor, la soledad, la locura y la muerte son temáticas propias de sus relatos, a la vez que tópicos que interesaron e interpelaron a Quiroga en carne propia, fruto de los muchos momentos trágicos que atravesó en vida (Ver sección "Claves de lectura biográfica: la vida de Horacio Quiroga presente en su cuento 'El hijo'").
El padre, un hombre adulto y de “sienes plateadas” (p. 68), es quien ha enviudado (no se precisa cuándo ni cómo), y ha cuidado de su hijo desde temprana edad. Como dijimos, el naturalismo concibe que las fuerzas naturales son ajenas a la voluntad de las personas. Sin embargo, estas desarrollan habilidades para enfrentar los desafíos que la naturaleza impone. El padre ha educado al niño para hacer frente a las amenazas del entorno natural, donde “tan fácilmente una criatura calcula mal, sienta un pie en el vacío y se pierde un hijo” (p. 67), sabiendo que su hijo debe valerse por sí mismo. Para ello, el narrador dice que el padre lucha contra su propio egoísmo: combate con el miedo a perder a su hijo y quedarse solo con tal de que este aprenda lo necesario para sobrevivir en la naturaleza del monte.
Aquí se pone de manifiesto que el amor que el hombre tiene hacia su niño supera al sentimiento de miedo a la soledad. En el inicio del relato, también se hace una comparación clave en relación con este tema: mientras que, para el padre, su única compañía es la del hijo, no sucede lo mismo a la inversa. El hijo cuenta con un amigo llamado Juan, que aparece en el relato como compañero frecuente de cacería. El padre, por su lado, “esboza una sonrisa al recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas” (p. 67). Es decir, a pesar de que una parte de él se aferra a su única compañía, el hecho de que su hijo construya su propio camino y tenga otros vínculos lo llena de orgullo.