La naturaleza hostil
La naturaleza, en el cuento "El hijo", es una presencia indiferente al sufrimiento humano, a pesar del recurso de personificación con el que se la describe. Encarnada en el monte de Misiones, un lugar amplio y lleno de espartillo, un tipo de mata densa que suele crecer en suelos arenosos, parece mirar con impasibilidad los padecimientos del hombre. La amplitud del espacio que se abre alrededor de la casa en donde viven el padre con su hijo es tan extensa que hace que sea difícil precisar el paso del tiempo. Además, el lugar es descrito como sucio, plagado de peligrosos alambrados y de un calor asfixiante: "Adónde quiera que se mire —piedras, tierra, árboles—, el aire, enrarecido como en un horno, vibra con el calor" (p. 68).
El tema de la naturaleza hostil es de larga data en la literatura occidental y se ancla en la relación que tiene el hombre con el entorno natural, que puede ser de intento de integración, de dominio o quizá de no intervención. La naturaleza es rebelde, impredecible y autosuficiente. Este tópico está presente en muchos otros cuentos de Horacio Quiroga, como “La miel silvestre”, en el que las hormigas devoran al protagonista, o en “A la deriva”, donde el protagonista muere producto de la mordedura de una víbora. Es un tema recurrente la naturaleza como presencia amenazante, en especial en la literatura de aventuras del siglo XIX que tango gustaba a Quiroga, pero que él la recupera en estos casos para darle un giro dramático un poco más íntimo.
En el “El hijo”, el entorno natural adverso contrasta con el deseo del padre, quien “abre también su corazón a la naturaleza” (p. 66). Irónicamente, esa apertura de corazón del padre no significa nada para ella: la naturaleza es una fuerza autónoma, que no está dispuesta a brindar alivio ni consuelo al padre, sino que "se siente satisfecha de sí misma" (p. 66) y se mantiene impasible.
La muerte
La muerte, y específicamente la muerte trágica, es una constante, no solo en la literatura de Quiroga, sino también en su propia biografía (ver sección Claves de lectura biográfica: la vida de Horacio Quiroga presente en su cuento “El hijo”). “El almohadón de plumas”, “El hombre muerto”, “A la deriva” y “La gallina degollada” son de los cuentos más célebres del escritor, que en vida perdió a su padre, a su padrastro, a su esposa y a un amigo de maneras terribles. En todos estos relatos que nombramos, la muerte trágica, de la esposa, de la hermana o la propia, es el núcleo central de la trama.
El tema de la muerte, en el cuento “El hijo”, no solo se manifiesta como un evento, sino como una presencia latente que antecede al accidente, en las advertencias sobre los cuidados y, sobre todo, en las visiones aterradoras del padre. Desde el principio hay una insistencia en la vulnerabilidad del padre y de su fragilidad, tanto física como psicológica. El padre es un hombre viudo, “sin otra fe ni esperanza que la vida de su hijo” (p. 67), que se ve constantemente preocupado por la idea de que a su niño pueda sucederle una tragedia. La vida puede ser arrancada o perdida en un segundo; la muerte tiene una cuota de arbitrariedad enloquecedora: el hombre ha tenido alucinaciones en las que vio “concretados en dolorosísima ilusión” (p. 68) sus mayores terrores con respecto al chico. Es por esto que no sorprende el hecho de que, al final del cuento, alucine con reencontrarse con su hijo vivo. Negar la muerte es, en esta última instancia, lo único que le devuelve sentido a su vida.
La muerte, en este caso trágica por lo fortuita y por la corta edad del niño, pone en primer plano el dolor del padre y abre un abanico de preguntas con respecto al sentido de la experiencia vital (sin el hijo, el padre parece no encontrar un sentido a su vida), a lo aparentemente inmotivado o azaroso de estas muertes trágicas y a lo efímero que puede ser el paso del hombre por la tierra.
La soledad
El tema de la soledad en “El hijo” tiene, al igual que el de la muerte, un vínculo importante con la vida del autor. Horacio Quiroga se recluyó numerosas veces en San Ignacio, Misiones, un lugar en el que en varias ocasiones experimentó un profundo aislamiento. Sobre este sentimiento, Quiroga reflexionó largo y tendido en sus intercambios epistolares y textos. Esta soledad se refleja en muchos personajes de sus cuentos, que también, muchas veces, se encuentran inclusive aislados en cabañas y casitas en el monte y confrontados con sus propios fantasmas sumidos en la vastedad de la naturaleza.
En el caso del cuento “El hijo”, ambos personajes comparten una casita en el monte de Misiones, en donde parecieran estar bastante aislados con respecto a otros ranchos. El único otro personaje en el cuento, además de ellos, es un amigo de su hijo, llamado Juan. Los dos chicos salen, algunos días, de cacería, “y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve milímetros que él le ha regalado” (p. 67). El hecho de que haya sido el hombre quien le regaló a Juan un fusil, y no su propio padre, hace presuponer que Juan es huérfano o, si tiene un padre, este es tan pobre que no puede hacerse de un arma.
El padre espera largo rato el regreso de su hijo, pero eso no sucede. Por otro lado, nadie se acerca para “anunciarle que al cruzar un alambrado, una gran desgracia…” (p. 69). El tiempo pasa y el padre sale en búsqueda de su hijo, pero a pesar de que grita su nombre, “nadie ni nada ha respondido” (p. 70).
Es al final del cuento que el tema de la soledad cobra mayor relevancia, cuando el padre regresa a su casa con una sonrisa de “alucinada felicidad” (p. 71), porque cree que lo acompaña su hijo. En verdad, está solo, “y su brazo se apoya en el vacío” (p. 71). Parece ser que la soledad absoluta y la pérdida del niño es tan abrumadora que resulta imposible de digerir más que negándola.
La locura
La locura es un tema que está estrictamente focalizado en el personaje del padre. Al comienzo del cuento, el narrador solo lo describe como un hombre adulto, padre de un hijo, con “estómago y vista débiles” (p. 67), pero luego se revela que “sufre desde hace un tiempo de alucinaciones” (p. 67). Pese a esto, al padre no se lo retrata como a un loco arquetípico, es decir, una persona que rechaza las normas sociales establecidas, actúa de modo errático y tiene un discurso ininteligible. Contrario a todo eso, el padre es alguien que se encuentra profundamente triste porque ha perdido a su mujer y ha criado a su hijo con sus propios medios, y es esa tristeza la que parece dar pie a sus desvaríos.
Estas visiones que sufre el padre, en un principio, lo hacen volver a un pasado “de una felicidad que no debía surgir más de la nada en que se recluyó” (p. 68). El narrador parecería sugerir que estas primeras alucinaciones lo hacen regresar a una vida en la que fue feliz y que ahora rechaza. Pronto, la descripción de las visiones se altera y se describe una imagen terrible en la que el padre ve la muerte de su hijo: "Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza" (p. 68).
A medida que el cuento avanza, la voz del narrador pareciera focalizarse cada vez más en el padre, desesperado en la búsqueda de su hijo: “El padre sofoca un grito. Ha visto levantarse en el aire... ¡Oh, no es su hijo, no! Y vuelve a otro lado, y a otro y a otro…” (p. 69). La pérdida del hijo pareciera incluso afectar la cordura del mismo narrador, que se acerca al punto de vista del padre con exclamaciones, repeticiones y puntos suspensivos que antes no utilizaba. La desesperación escala de tal manera que, finalmente, loco de dolor, el padre ve al hijo vivo en un lugar donde no hay nada: "exhausto, se deja caer sentado en la arena albeante, rodeando con los brazos las piernas de su hijo. La criatura, así ceñida, queda de pie; y como comprende el dolor de su padre, le acaricia despacio la cabeza" (p. 70), dice el narrador. Pero al final del relato, se revela que el padre se ha vuelto completamente loco, y alucina que conversa con su hijo de regreso a casa. El narrador esclarece la situación: "A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana" (p. 71).
El amor paterno
El cuento "El hijo" presenta una exploración profunda del amor de un padre hacia su hijo, y cómo este sentimiento puede ser complejo y contradictorio cuando está lleno de temores. Desde un comienzo, el narrador dice del padre: "Él fue lo mismo. A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo, de aquella edad, la posee ahora -y el padre sonríe" (p. 67). En esta cita se deja ver que el amor del padre es por semejanza. El padre cree verse a sí mismo en su hijo, y le da todo lo que parece que él no recibió a esa edad.
El narrador, focalizado en el padre, dice que el hijo es demasiado alto para la edad que tiene, pero que en verdad, al verlo bien, pareciera tener menos, “a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil” (p. 67). En esta descripción, pareciera como si el padre estuviera viendo a su hijo pasar de la niñez a la edad adulta. Es por este motivo que, al mismo tiempo que le da un arma (como se le da a un adulto), le dice que tenga cuidado (como a un niño).
El amor que el padre tiene por su hijo está, además, fuertemente arraigado a su propia soledad. Al ser viudo, y al vivir ambos prácticamente solos en el monte, su hijo representa lo único que tiene. Es por eso que ,al dejarlo partir, se dice que “no es fácil, sin embargo, para un padre viudo, sin otra fe ni esperanza que la vida de su hijo, educarlo como lo ha hecho él” (p. 67). El amor que el padre le profesa a su hijo es la razón de su vida, y lo obsesiona tanto que no puede evitar pensar en su muerte. Es por esto que, al final del relato, cuando sabemos que el hijo ha muerto, el padre no puede aceptarlo y lo ve vivo.