El alambrado (Símbolo)
Si bien el alambrado es un elemento de protección, en este caso es el símbolo del peligro mismo, aquello que hay que evitar. Mientras el padre espera el regreso de su hijo, el narrador dice que todavía nadie ha ido a visitarlo para “anunciarle que al cruzar un alambrado, una gran desgracia…” (p. 69). Es algo que está presente en todo el monte en el que viven los personajes: “Hay tantos alambrados allí” (p. 69), dice el narrador, mientras el padre busca desesperado a su hijo, en donde “en cada rincón sombrío del bosque ve centelleos de alambre” (p. 70). Que el alambrado esté en todas partes significa que el peligro también lo está. Este miedo que siente el padre por el cerco de alambre queda asentado en el final trágico de la historia: “al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana” (p. 71)
La escopeta (Símbolo)
La escopeta, en principio, se presenta como un símbolo de emancipación de la figura paterna. Representa la voluntad del padre de darle a su hijo algo que él deseaba cuando tenía la misma edad y no podía tener: “A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo, de aquella edad, la posee ahora -y el padre sonríe” (p. 67). Este deseo se rige por lo que simboliza tradicionalmente cualquier tipo de arma, es decir, el poder de herir o matar, y que, en el paradigma del monte, funciona como una marca de independencia y madurez.
La espera del regreso del ser amado (Motivo)
La espera del regreso del ser amado es un motivo de larga data en la literatura universal, que remite inmediatamente a la Odisea, donde Penélope espera durante años el regreso de su esposo Ulises. También está presente en obras latinoamericanas más cercanas en el tiempo: en Zama, de Antonio Di Benedetto, el protagonista aguarda también años un traslado a Buenos Aires que le permita regresar con su amada. En Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, la matriarca Úrsula Iguarán se pasa la vida esperando el regreso de José Arcadio, uno de sus primogénitos. De más sirve aclarar que no necesariamente estas esperas culminan con la alegría del retorno del ser amado.
En la primera mitad del cuento de Quiroga, es un padre quien espera el regreso de un hijo, una espera al principio calma que, con el correr de las horas, se torna angustiosa: "Su hijo debía estar ya de vuelta... Y no ha vuelto" (p. 68). El hijo ha salido a cazar, pero “un solo tiro ha sonado, y hace ya mucho” (p. 69). Así, la espera comienza a desesperar al padre, que sale con el anhelo de encontrar a su hijo. En este caso, si bien el padre cree que ha encontrado a su niño, vuelve a casa solo y sumido en alucinaciones.