Charlotte Perkins Gilman es, desde los años sesenta del siglo XX, reconocida como una importante voz del sufragismo en Estados Unidos, así como del movimiento feminista de fines del siglo XIX en general. Además de escribir textos literarios y ensayísticos en los que denuncia las condiciones opresivas impuestas a las mujeres de la época, la autora participa activamente de organizaciones y militancias que luchan por los derechos de las mujeres en diferentes partes del país norteamericano. A su vez, Perkins pertenece a la familia Bleecher, reconocida por diversas figuras históricas, y en particular por mujeres destacadas, como la también sufragista Isabella Beecher Hooker, la escritora Harriet Beecher Stowe y la educadora conservadora Catharine Beecher. Por esos motivos, es recuperada hoy en día como pionera importante de las luchas feministas y de los estudios de mujeres.
Sin embargo, también es cierto que Perkins Gilman y su obra han sido estudiadas como manifestaciones del racismo en la cultura estadounidense. En varias ocasiones, la escritora ha expresado su orgullo por pertenecer a la familia Beecher, pero además de destacar ciertos valores progresistas, sobre todo en sus parientes mujeres, con frecuencia destaca la "pureza" de su sangre y de su linaje como un motivo por el cual la familia está repleta de figuras inteligentes, capaces y poderosas. Como explica la crítica Denise Knight, Perkins Gilman siente orgullo por la "sangre Beecher" (2000, 159), poniendo énfasis en la distinción de su linaje.
Al igual que otros Beecher, esta escritora también defenderá la supuesta superioridad de la blanquitud. Varios de sus escritos reflejan y defienden el pensamiento racista de la época, según el cual las personas de cada "raza" tienen características innatas, tanto en el físico como en las capacidades intelectuales y emocionales. De acuerdo con estas teorías, el aspecto físico y las cualidades del cuerpo se relacionan directamente con los modos de ser y con las posibilidades y roles sociales de cada individuo. Este tipo de pensamiento tiene gran poder a fines del siglo XIX, sobre todo entre intelectuales blancos de Europa y las Américas, y tiende a sostener que son las personas blancas las que tienen más desarrollas, de manera natural, las habilidades relacionadas con el liderazgo, la racionalidad y la productividad intelectual.
A su vez, Perkins Gilman defiende un nacionalismo anglosajón excluyente que define a los Estados Unidos como un país blanco, marginando tanto a las personas afrodescendientes como a los indígenas originarios del territorio norteamericano y a los migrantes que, desde fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, llegan masivamente a los puertos de las Américas. La autora cree que ella, su familia y otras familias blancas anglosajonas y protestantes tienen el derecho natural a ser los líderes de la nación (Knight 2000, 160).
En conclusión, a pesar de sus grandes aportes al feminismo, sobre todo al feminismo blanco de clases acomodadas, la defensa de la igualdad propuesta por Charlotte Perkins Gilman resulta contradictoria y poco contundente cuando se pone el foco en su pensamiento con respecto a la raza y el racismo. Es por ello que su legado político debe ser recuperado con cuidado, y la defensa de su figura como pionera en la lucha por la igualdad de derechos debe recordar siempre los límites éticos de su pensamiento y sus activismos.