No es nada habitual que gente corriente como John y yo alquile casas solariegas para el verano.
Una mansión colonial, una heredad... Diría que una casa encantada, y llegaría a la cúspide de la felicidad romántica. ¡Pero eso sería pedir demasiado al destino!
De todos modos, diré con orgullo que hay algo extraño en ella.
Si no, ¿por qué iba a ser tan barato el alquiler? ¿Y por qué iba a llevar tanto tiempo desocupada?
Las primeras líneas del relato presentan el espacio donde tiene lugar toda la narración: una antigua y noble mansión en la playa, alejada de la ciudad. En primer lugar, la descripción de este elemento espacial sugiere que algo tenebroso ocurrirá en la obra: la mansión es enorme, está aislada y ha estado deshabitada por mucho tiempo. La narradora, además, siente que tiene algo extraño, y la encuentra parecida a una casa encantada. Todos estos detalles resultan fundamentales para entender las primeras interpretaciones de El papel pintado amarillo: durante los primeros años tras la publicación de la obra, ha sido leída como historia de terror. La locura de la protagonista y las escenas perturbadoras del final también pueden entenderse en esa línea.
En segundo lugar, cabe destacar que, desde el comienzo, sabemos que la historia está narrada por su protagonista y que se trata de una voz femenina, pero no conocemos el nombre de esta mujer. Sin embargo, enfatizando la desigualdad de género que la obra critica, conocemos de inmediato el nombre de Jonh, marido y médico de la protagonista.
John es médico, y es posible (claro que no se lo diría a nadie, pero esto lo escribo sólo para mí, y con gran alivio por mi parte), es posible, digo, que ése sea el motivo de que no me cure más deprisa.
¡Es que no se cree que esté enferma!
¿Y qué se le va a hacer?
Si un médico de prestigio, que además es tu marido, asegura a los amigos y a los parientes que lo que le pasa a su mujer no es nada grave, sólo una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria), ¿qué se le va a hacer?
Mi hermano, que también es un médico de prestigio, dice lo mismo.
Desde la primera página de la narración se destacan los temas de la salud mental y del poder de la medicina como disciplina que controla los cuerpos y las ideas, y ambos están potenciados por las desigualdades de género entre hombres y mujeres en la sociedad de la época (fines del siglo XIX en Estados Unidos). La narradora sugiere que el hecho de que su marido sea también su médico puede ser el motivo por el cual ella no se cura más rápidamente. Así, la obra expresa desde el principio la problemática de la opresión impuesta a las mujeres con problemas de salud mental: en vez de curarla, el tratamiento que le imponen la mantiene enferma, e incluso empeora su estado.
La protagonista descree del diagnóstico y del tratamiento que le imponen, pero cabe destacar que, a pesar de expresar su desacuerdo en esta escritura, que realiza a escondidas, ella percibe que, como mujer, no tiene el poder suficiente como para discutir con el poder de los hombres y de la medicina. Esta desigualdad de poder entre hombres y mujeres queda clara porque el hermano de la narradora defiende la misma postura que John. En ese sentido, resulta significativo que ella repita varias veces la pregunta "¿qué se le va a hacer?", dando a entender que no tiene margen de acción.
... y tengo terminantemente prohibido «trabajar» hasta que vuelva a encontrarme bien.
Personalmente disiento de sus ideas.
Personalmente creo que un trabajo agradable, interesante y variado me sentaría bien.
Pero ¿qué se le va a hacer?
Dando continuidad a la cita anterior, la narradora refuerza su desacuerdo con respecto al tratamiento del reposo absoluto. A su vez, repite la pregunta "¿qué se le va a hacer?" (6), denunciando una vez más la incapacidad de acción que tienen las mujeres en la sociedad de la época. Por otra parte, en esta cita, la protagonista da cuenta de su interés por trabajar activamente y, como sabremos de inmediato, trabajar, para ella, es escribir. Así, queda de manifiesto la paradoja principal del relato: el tratamiento que pretende curar los problemas de salud mental de esta mujer acaba, en realidad, por llevarla a la locura total.
En definitiva, que nos instalamos en el cuarto de los niños, el más alto de la casa.
En sintonía con la situación opresiva en la que vive la protagonista por ser mujer y por tener problemas de salud mental, ella se ve constantemente infantilizada. Como si no fuera una persona adulta capaz de tomar decisiones autónomas, apenas puede seguir órdenes y acatar las indicaciones de los demás, en particular de su marido. La problemática se encuentra potenciada por el hecho de que John decida instalar a la mujer en un espacio que antes solía ser el cuarto de los niños. La habitación donde la protagonista es encerrada funciona como símbolo de esta infantilización.
Nadie se creería el esfuerzo que representa lo poco que puedo hacer: vestirme, recibir visitas y hacer pedidos.
Suerte que Mary tiene tanta maña con el bebé. ¡Qué monada de criatura!
Pero no puedo, no puedo estar con él. ¡Me pongo tan nerviosa...!
Estas líneas constituyen un fragmento breve pero fundamental de la obra. Como se ha mencionado, la autora escribe El papel pintado amarillo basándose en sus propias experiencias con la depresión, en particular, la depresión en torno al embarazo y el parto. La cuestión de la maternidad se menciona poco en el plano textual de esta narración, pero es crucial: la narradora acaba de tener un bebé y, por sus problemas de salud mental, no tiene energía para hacer nada, ni siquiera actividades simples o tareas que le gusta realizar. Es por eso que no puede hacerse cargo ella misma de los cuidados de su hijo. Sin embargo, no deja de preocuparse por su bienestar, y le resulta muy reconfortante saber que Mary, la niñera, cuida tan bien del niño. Es importante observar que las dificultades de la mujer para vincularse con su hijo se desprenden de sus problemas psicológicos y no del desinterés, la irresponsabilidad o la falta de cariño.
Hay una zona recurrente donde el dibujo se dobla como un cuello roto, y te miran dos ojos saltones puestos al revés.
Es tan impertinente, tan pertinaz, que me pone furiosa. Se repite hacia arriba, hacia abajo, de lado, y por todas partes aparecen esos ojos ridículos, mirándome sin pestañear. Hay un sitio donde no encajan bien dos rollos, y los ojos se repiten de arriba a abajo, uno más alto que el otro.
Nunca había visto tanta expresión en una cosa inanimada, ¡y ya se sabe lo expresivas que son!
Cuando la protagonista comienza a obsesionarse con el dibujo del papel amarillo, lo primero que ve son fragmentos del cuerpo humano: cuellos fracturados y grandes ojos. Estos últimos destacan de inmediato la sensación de vigilancia permanente que sufre el personaje: los ojos saltones que se repiten en distintas partes del papel la miran fijamente, sin cesar, controlándola como lo hacen John y Jennie. A su vez, en esta cita se pone de manifiesto una tendencia de la protagonista a ver expresividad en objetos inanimados. Como ella misma cuenta, desde niña se ha entretenido observando cosas a veces tan simples como una pared blanca, y proyectando en ellas su imaginación. Esta referencia a su pasado permite describir en mayor profundidad su personalidad: es creativa, imaginativa, fantasiosa.
Y el bueno de John me tomó en brazos, me llevó arriba, me puso en la cama y me leyó hasta que se me cansó la cabeza.
Dijo que yo era la niña de sus ojos, su consuelo, lo único que tenía en el mundo; que tengo que cuidarme por él, y ponerme bien.
En estas palabras queda evidenciado el modo infantilizante como John trata a su esposa. Cuando ella se queja, dice su opinión o le pide favores, él se niega, la ridiculiza y la obliga a seguir sus instrucciones. Si bien es cierto que el hombre parece tratarla con dulzura y no con violencia explícita, nunca respeta la autonomía de su esposa como mujer adulta, no la deja elegir la habitación que más le gusta, le dice que no puede hacer visitas a sus parientes, la obliga a estar en cama sin hacer nada durante tres meses y hasta le indica qué alimentos debe comer. John cuida a la protagonista como se cuida a los niños, e incluso le lee en la cama para que ella se quede dormida, actividad que típicamente realizan los padres y las madres con sus hijos. La infantilización es explícita y textual cuando él la llama "la niña de sus ojos" (14), como podemos leer en esta cita.
En ese papel hay cosas que sólo sé yo; cosas que no sabrá nadie más.
Cada día se destacan más las formas imprecisas que hay detrás del dibujo principal.
Siempre es la misma forma, sólo que muy repetida.
Y es como una mujer agachada, arrastrándose detrás del dibujo. No me gusta nada. Me pregunto si... Empiezo a pensar... ¡Ojalá que John se me llevase de aquí!
A medida que pasan los días, y sobre todo a la luz de la luna, el dibujo del papel amarillo le parece cada vez más nítido a la protagonista. Si primero ve fragmentos del cuerpo humano repetidos en el patrón, ahora distingue cuerpos enteros, en particular una figura de mujer que se repite varias veces en el diseño. Si bien las mujeres del empapelado parecen ser varias, la atención de la protagonista se concentra en una, con la que siente una creciente identificación hasta el final del relato.
Resulta importante notar que conforme pasan los días, la obsesión de la narradora con este dibujo no solo aumenta, sino que también le da un propósito, y hasta la hace sentirse especial. De hecho, como puede leerse en el fragmento citado, ella cree que este papel amarillo guarda un mensaje secreto que solo ella debe decodificar. En este punto, la cordura y la conexión con la realidad del personaje se ven muy resquebrajadas; pronto, su relato parece describir alucinaciones, mientras que aumentan sus pensamientos obsesivos y paranoicos.
El dibujo principal se mueve, efectivamente, ¡y no me extraña! ¡Lo sacude la mujer de detrás!
A veces pienso que detrás hay varias mujeres: otras veces que sólo hay una, que se arrastra a toda velocidad y que el hecho de arrastrarse lo sacude todo.
En las partes muy iluminadas se queda quieta, mientras que en las más oscuras coge las barras y las sacude con fuerza.
Siempre quiere salir, pero ese dibujo no hay quien lo atraviese. ¡Es tan asfixiante! Yo creo que es la explicación de que tenga tantas cabezas.
Lo atraviesan, y luego el dibujo las estrangula, las deja boca abajo y les pone los ojos en blanco.
En este punto, las alucinaciones de la protagonista son contundentes, y permiten reforzar el paralelismo entre su propia figura y el dibujo de la mujer que ve atrapada entre barrotes tras el papel amarillo. Así, queda de manifiesto el valor simbólico de este elemento: el empapelado y, en particular, los dibujos que la protagonista ve en él simbolizan de manera gráfica la opresión de las mujeres denunciada en esta obra. La mujer del papel se arrastra y quiere escapar, pero no lo logra. El modo como está encerrada es demasiado eficiente.
Esta imagen aterradora representa la situación de la narradora, obligada a pasarse el día postrada en la cama y encerrada en una habitación vigilada y con rejas en las ventanas. Cabe destacar que, si bien la narradora se concentra en una figura del papel amarillo, lo cierto es que nota una multiplicidad de mujeres -y de cabezas de mujeres estranguladas por lo asfixiante de este encierro-, de manera tal que la obra denuncia una situación generalizada de opresión: las mujeres, y sobre todo aquellas diagnosticadas con trastornos nerviosos, están relegadas al ámbito doméstico, que, en última instancia, funciona como una prisión.
—¿Qué pasa? —ha gritado—. ¿Pero qué haces, por Dios?
Yo he seguido andando a gatas como si nada, pero le he mirado por encima del hombro.
—Al final he salido —he dicho—, aunque no quisieras ni tú ni Jane. ¡Y he arrancado casi todo el papel, para que no puedan volver a meterme!
¿Por qué se habrá desmayado? El caso es que lo ha hecho, y justo al lado de la pared, en mitad de mi camino. ¡O sea que he tenido que pasar por encima de él a cada vuelta!
En las líneas finales de la narración se destacan dos cuestiones. Por un lado, el paralelismo entre la protagonista y esa figura de mujer que ve en el dibujo del empapelado se perfecciona: la narradora cree que ahora es ella misma quien ha vivido encerrada detrás del papel, y lo ha arrancado para evitar que vuelvan a atraparla. Así, se consuma la elaboración del simbolismo del papel como reflejo de la situación de la protagonista, encerrada en una habitación bajo vigilancia constante y con barrotes en las ventanas.
Por el otro, todo esto denota el deterioro total de su salud mental. Al final de la obra, la protagonista ha enloquecido por completo, ha perdido noción de su identidad, se arrastra o gatea por el piso de la habitación, y no tiene registro de que todo eso no es para nada normal. Por eso, se sorprende al ver que John está desmayado por la impresión de verla así, y ni siquiera le da importancia a la presencia de su cuerpo tirado en el suelo. El hecho de que la protagonista pierda la cordura distingue esta ficción de la vida real de su autora, quien decide abandonar el tratamiento del reposo absoluto y acaba por mejorar su salud mental. A su vez, este desenlace enfatiza la denuncia social propuesta por la obra y funciona como advertencia. El final del relato parece decir que, si los médicos continúan recomendando el encierro de las mujeres con problemas psicológicos, les harán daños severos y, tal vez, irreversibles.