El papel pintado amarillo

El papel pintado amarillo Resumen y Análisis Primera parte

Resumen

Desde el comienzo, leemos las palabras de una voz femenina que narra sus propias experiencias en primera persona. No conocemos su nombre. La protagonista y su marido, John, han alquilado una mansión colonial cerca de la playa para pasar allí los tres meses del verano. La mujer está fascinada con la belleza de esta casona, pero también cree que hay algo raro en ella: la encuentra parecida a las casas embrujadas de las historias de fantasmas. John es médico y ha elegido esta casa para que su esposa pueda descansar, ya que ella padece una depresión. Para él, se trata de "una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria)" (5), y no cree que sea demasiado grave. Él es un hombre práctico y no cree en supersticiones. Está convencido de que el reposo absoluto es el mejor tratamiento para su esposa.

El hermano de la protagonista, que también es médico, piensa lo mismo que John. A pesar de que ella disiente, repite en varias ocasiones que no hay nada que pueda hacer al respecto, pues ellos son hombres y médicos. La mujer debe tomar medicamentos y seguir una dieta, pero, sobre todo, debe permanecer en cama y tiene prohibido trabajar o hacer cualquier actividad. Ella quisiera tener un poco de vida social y escribir, pues piensa que esto le haría bien, pero no puede hacerlo. En ocasiones, de todos modos, escribe en secreto en su diario íntimo. Tener que ocultarse la agota.

Como contar estos asuntos la angustia, la narradora decide describir la casona y sus alrededores, que le parecen hermosos. La mansión es solitaria, está aislada, y tiene mucha vegetación alrededor y un elegante jardín. Sin embargo, ella sigue sintiendo que hay algo raro en la casa. Cuando intenta hablar al respecto con John, él le dice que no tiene que prestarle atención a esos pensamientos, que son pura fantasía. La protagonista se molesta con su marido, sobre todo cuando él le dice que debe controlarse a sí misma porque tiene una tendencia demasiado imaginativa.

Pero lo que más le molesta es tener que pasar todo el día en la habitación que John ha elegido para ella. Preferiría estar en un cuarto hermoso de la planta baja, bien decorado y con una ventana que da al jardín, pero el marido asegura que esa habitación es demasiado pequeña y no tiene suficiente ventilación. Entonces, la protagonista se ve postrada en la pesada cama de un cuarto ubicado en la parte superior de la casa, que parece haber sido el cuarto de los niños en el pasado. Las ventanas, por las que entra mucha luz, están protegidas por rejas, de manera tal que es imposible salir por ahí. Sin embargo, el problema es que el papel pintado que recubre las paredes le resulta horrible y repulsivo. En dos partes de las paredes este empapelado está rasgado. Para la narradora, su diseño es tan horrible y caótico que prácticamente no puede verlo. El papel es amarillo. En este punto, la narradora cuenta que debe detener la narración porque John se acerca al cuarto y ella tiene prohibido escribir.

A continuación, han pasado dos semanas desde su llegada a la casa, y la narradora no se ha sentido con energías suficientes para continuar escribiendo. Con frecuencia, John debe atender a pacientes graves, por lo que pasa mucho tiempo fuera de la casa, incluso durante la noche. La protagonista está convencida de que John no entiende cuánto sufre; él cree que ella no tiene motivos para estar deprimida, que apenas tiene los nervios un poco alterados. Está tan cansada que no tiene energía para hacer nada. Siente angustia porque no quiere ser una carga para su marido, pero también alivio porque Mary, la niñera cuida bien a su bebé.

El papel amarillo le resulta cada vez más irritante a medida que pasan los días. En un momento, intenta convencer a John de que es necesario cambiarlo, pero él se ríe y le dice que no hará renovaciones en una casa que ha alquilado por apenas tres meses. Además, le dice que, por su tendencia, una vez cambiado el empapelado, ella se obsesionaría con alguna otra cosa, como la cama, y querría cambiarlo todo en la habitación. En su escritura, la mujer admite que John está en lo cierto, pero sigue prestándole atención al papel que detesta.

Para distraerse, mira por las ventanas y describe el paisaje. De un lado, tiene vista al jardín de la casona. Del otro, puede ver la bahía y un pequeño barco que pertenece a la casa. Entonces cree ver personas andando por el camino que llega a la casa, pero John le dice que no hay nadie, y que no debe aferrarse a esas visiones fantasiosas que exacerban su trastorno nervioso. La narradora sigue convencida de que escribir es bueno para ella: aunque sabe que no tiene el poder para cambiar las cosas, la escritura al menos le permite expresar sus sentimientos y opiniones. De todos modos, por lo general está demasiado agotada como para escribir. Por otra parte, intenta convencer a John de que la deje visitar a unos parientes, pero él dice que solo podrá tener actividad social cuando su salud mejore.

Concentrada una vez más en el papel amarillo, la mujer empieza a estudiar en detenimiento su diseño. Es un patrón recurrente, es decir, se repite. Para ella, el dibujo parece representar dos grandes ojos invertidos y varios cuellos humanos rotos, como fracturados. De a poco, comienza a distinguir una extraña figura humana por detrás de este patrón. En ese preciso momento, ve por la ventana que Jennie, hermana de John, se acerca. Jennie es una mujer cuidadosa, que se hace cargo de las tareas domésticas mientras la narradora debe hacer reposo. La protagonista sabe que Jennie la vigila y le cuenta a John todo lo que ella hace, por lo que deja de escribir de inmediato y simula estar reposando.

Análisis

Publicada por primera vez en 1892, esta obra de Charlotte Perkins Gilman ha sido traducida al español en múltiples ocasiones. Sus títulos ofrecen pequeñas variaciones: se la conoce como El papel pintado amarillo, El papel amarillo, El tapiz amarillo y El empapelado amarillo. Se trata de una narración literaria breve basada, parcialmente, en experiencias reales de la autora. Hacia 1887, Perkins ha sufrido síntomas de la depresión durante años y estos han empeorado tras dar a luz a su hija, Katharine. Entonces comienza a atenderse con el destacado Dr. Silas Weir Michell, quien la diagnostica como paciente con neurastenia y le indica el tratamiento del reposo absoluto, es decir, la ausencia total de actividad. Durante tres meses, la autora sigue las indicaciones de este médico, pero siente que el tratamiento la está llevando a la locura y decide abandonarlo. Poco después escribe este relato, para contar su experiencia y denunciar tanto la situación de las mujeres, cuanto los modos de tratar la salud mental a fines del siglo XIX en Estados Unidos.

La protagonista de la ficción, que es también su narradora, vive en una sociedad patriarcal que la oprime. En primer lugar, cabe destacar que no sabemos su nombre, pero sí conocemos el de su marido, desde las primeras líneas de la historia. John, además de estar casado con la protagonista, es su médico, y es él quien le indica el reposo absoluto. Aunque ella no se siente a gusto con este tratamiento, sabe que no tiene el poder suficiente como para decidir por sí misma en estas circunstancias sociales. De hecho, expresa: "Si un médico de prestigio, que además es tu marido, asegura a los amigos y a los parientes que lo que le pasa a su mujer no es nada grave, sólo una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria), ¿qué se le va a hacer?" (5). Esta última pregunta se repite varias veces, dando a entender que ella no tiene margen de acción; no puede ir en contra de las decisiones de los hombres y de la medicina.

Esta desigualdad de poder se manifiesta en otros aspectos de la relación. Él la diagnostica y determina que debe hacer reposo absoluto, encerrada y aislada. También le dice que debe reprimir y controlar sus pensamientos fantasiosos o imaginativos. En esa línea, John le prohíbe escribir: la protagonista, al igual que la autora, es escritora, y crear historias es su pasión. Sin embargo, solo puede hacerlo a escondidas, y esto le resulta agotador. En varios momentos del texto, leemos que la escritura se ve interrumpida porque alguien se acerca a la habitación y la narradora debe esconder su diario.

Por lo demás, la protagonista detesta particularmente el cuarto donde John la ubica, porque el empapelado de las paredes le resulta horrendo. La habitación es un símbolo de la situación de encierro que le es impuesta a esta mujer, y permite elaborar el motivo del espacio doméstico como prisión, recurrente en las narrativas de mujeres. En efecto, la puerta siempre está vigilada por John o por su hermana Jennie, y las ventanas del cuarto tienen barrotes, como si fuera una jaula o una celda, por lo que resulta imposible escapar. Además, tal como describe el texto, la habitación parece haber sido el cuarto de los niños en el pasado, con lo cual se ilumina también la infantilización de la que es víctima la protagonista: tratada como si fuera una niña, no puede decidir por sí misma y vive bajo constante supervisión.

A medida que avanza la historia, la protagonista se obsesiona cada vez más con el empapelado. Pasa a observarlo durante horas cada día y estudia los patrones de su diseño. Le sigue pareciendo feo, pero también le fascina y le dedica toda su atención. En particular, se concentra en una parte del dibujo en la que cree ver grandes ojos saltones y líneas que parecen cuellos humanos fracturados. La protagonista siente que esos ojos, significativamente, la miran sin cesar, como si también la controlaran. Así se resalta la sensación de encarcelamiento y vigilancia: John, Jennie y hasta el empapelado supervisan y observan a la narradora durante su encierro.