El poder de las palabras
Uno de los aprendizajes más valiosos de Liesel en la novela es el del poder que tienen la palabras. Si al comienzo ella no sabe leer, el aprendizaje de la lectura y su acercamiento a los libros serán herramientas clave para su supervivencia durante la guerra.
Especialmente, las palabras serán para ella instrumentos fundamentales para vincularse con otras personas. En este sentido, a lo largo de la novela hay muchas instancias en las que las palabras conectan personas.
En primer lugar, el vínculo y la complicidad de Hans y Liesel se afianzan cuando él le enseña a ella a leer en secreto en el sótano. También son el canal que forja la amistad entre Liesel y Max. Por un lado, ella ayuda a Max a recuperar parte de la humanidad y la subjetividad que el nazismo le arrebató, a través de la descripción de los paisajes que él no puede ver porque debe esconderse; también Liesel lo quita de su deshumanización durante el desfile de judíos hacia Dachau, cuando le recita palabras de El árbol de las palabras. Por otro lado, Max se comunica con Liesel escribiéndole libros; en El árbol de las palabras, introduce importantes revelaciones para Liesel respecto de las palabras. Le enseña cómo las palabras pueden ser usadas para convencer y desencadenar catástrofes, tal como hizo Hitler, desplegando su ideología por escrito en Mein Kampf o a través de la propaganda nazi; pero las palabras también tienen el poder subversivo de combatir esa violencia con amor y restituir la solidaridad entre un judío y una alemana.
Ilsa Hermann también contribuye al aprendizaje de Liesel, prestándole su biblioteca. Hacia el final de la novela, Liesel descree del valor de las palabras, pues considera que estas fueron las herramientas macabras con que Hitler ideó el plan que ponía en riesgo a sus seres queridos. Entonces Ilsa le regala un libro en blanco, donde Liesel escribe luego su propia historia, lo cual la libera y la empodera. Significativamente, son las palabras las que salvan la vida de Liesel, porque al momento del bombardeo que mata a los vecinos de la calle Himmel, ella está trabajando en su libro en el sótano.
En suma, el crecimiento y el aprendizaje de Liesel a lo largo de la novela van de la mano con su aprendizaje de las palabras. A través de ellas logra no solo forjar los lazos afectivos que le aportan un marco de contención en un contexto de desolación, sino que logra aprender los valores necesarios para hacer frente, aun desde su humilde lugar, al nazismo. Su vínculo contradictorio y estrecho con las palabras queda condensado en la última frase de su libro: “He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura” (511).
El robo
El robo para Liesel es una forma de desafío y también de autoafirmación. El primer robo (el de un libro durante el funeral de su hermano) es un gesto necesario para ella, porque implica atesorar un instante importante de su vida, afirmar su pertenencia a una familia, incluso cuando esta está a punto de desintegrarse. Durante la quema de libros, el robo asume para Liesel un papel más importante: se trata ahora de un desafío a la censura nazi. Al apropiarse secretamente de uno de esos libros prohibidos, Liesel contradice la voz unívoca del nazismo y elige una lectura alternativa. También roba para desafiar a Ilsa, cuando está furiosa con ella por despedir a Rosa. Si bien la mujer del alcalde le ofrece sus libros, Liesel rechaza la oferta y regresa más tarde para robar. De esa manera, Liesel afirma su independencia, dando a entender que no se deja comprar por nadie. Parte de ese gesto es interpretado por Ilsa, quien no juzga ni denuncia a Liesel por sus robos, sino que, al contrario, la estimula a seguir leyendo, pero la insta a que lo haga de manera honesta.
Por otro lado, el robo también se asocia a Rudy en la novela, en la medida en que, junto a Liesel, roban comida. Sin embargo, lo hace por necesidad, porque tiene hambre. Eso es lo que lo distingue de otros personajes viles, como Viktor Chemmel, el segundo líder de la pandilla de jóvenes ladrones, que roba por placer. Cuando el papá de Rudy es reclutado por el ejército, el chico quiere desquitarse contra el nazismo mediante el robo de casas adineradas; a modo de venganza, quiere devolver el "robo" que han hecho de su padre y de otros habitantes de Molching. Sin embargo, Rudy no se atreve a llevar adelante el plan, lo cual da cuenta de su naturaleza honesta y no violenta ni vengativa.
La humanidad y la deshumanización
La deshumanización de los judíos fue una constante durante la etapa temprana del Holocausto. Ya desde su libro Mein Kampf, Hitler estigmatizó y persiguió a los judíos, durante su gestión los despojó progresivamente de sus derechos civiles y, en última instancia, llegó a negar incluso que fueran humanos. Construyó así las bases para un plan sistemático de exterminio de la raza judía, que encontró un amplio apoyo en Alemania gracias a un aparato propagandístico muy eficaz y a estrategias de violencia y terror.
La situación de Max en la novela es representativa del grado de deshumanización al que se sometió a los judíos. El joven comenta amargamente que, en la Alemania nazi, un sótano frío es el único lugar que se merece mientras se esconde de la persecución. Liesel, desde su inocencia, es capaz de identificar con horror cómo su amigo ha perdido experiencias tan básicas y naturales, tales como ver el cielo y las estrellas. De ahí que se empeñe en describirle con lujo de detalles los paisajes que su amigo ya no tiene derecho a presenciar. Cínicamente, esta deshumanización termina por calar en la subjetividad de los judíos: Max termina sintiéndose inferior a los demás y se culpa por poner en riesgo la vida de los Hubermann.
La deshumanización queda también de manifiesto durante los desfiles de judíos camino a Dachau. Allí la Muerte exhibe con crudeza el grado de animalización de los judíos, que ya han perdido sus cualidades humanas y se asemejan más a un rebaño o a ratas. Por eso, cuando Hans arroja un pan a un anciano, poniendo en riesgo su propia vida, la Muerte asiste a la yuxtaposición entre dos polos opuestos: el placer irracional de la humanidad por la guerra y la tortura, y el impulso natural de los hombres, también, de compasión y solidaridad, aun a costa de la propia integridad.
A lo largo de toda la novela, y desde su lugar no humano, la Muerte reflexiona y se esfuerza por comprender la amplia capacidad de la humanidad para el bien y el mal. Llama la atención sobre la capacidad de los humanos de tomar decisiones morales tan distintas y se pregunta, sin encontrar respuestas, sobre las distintas motivaciones que hay detrás de esas decisiones. La imposibilidad de la Muerte de enunciar certezas sobre la humanidad y su consternación al respecto quedan condensadas en la frase final de la novela: "Los humanos me acechan" (531).
La valentía y la cobardía
En la novela, se dirimen distintas representaciones respecto de la valentía y la cobardía. Durante la Alemania de Hitler, los nazis defienden una ideología racista y antisemita, y la instalan con fuerza en la sociedad a través de una política de terror y amedrentamiento. En ese contexto, resulta muy difícil y peligroso contradecir ese relato, lo cual en la novela queda demostrado en el modo en que los vecinos de Molching, a pesar del horror, son incapaces de ayudar a los judíos hambrientos que desfilan rumbo a Dachau.
Hans hijo acusa a su padre de ser un cobarde por no apoyar a Hitler, por no afiliarse al Partido Nazi y por simpatizar con judíos. No obstante, irónicamente, el gesto de Hans de desafiar a Hitler y ayudar a los judíos resulta mucho más valiente en el contexto de violencia del nazismo que el gesto de Hans hijo de defender ciegamente el régimen gobernante. Podría agregarse, incluso, que la defensa de muchos alemanes al régimen nazi no fue un acto de valentía, sino, al contrario, una adaptación al miedo y el sometimiento ejercido por un aparato estatal violento. El silencio de la sociedad contribuyó en gran medida al ascenso de Hitler al poder y el desarrollo del Holocausto. De este modo, las categorías de valentía y cobardía cobran distinto sentido según desde qué punto de vista se lo considere.
Efectivamente, Hans despliega una gran valentía a lo largo de la novela. Previo a la guerra, pone en riesgo su reputación y arruina su trabajo al decidir borrar los insultos antisemitas pintados en las casas judías. Ya durante la guerra, demuestra su integridad moral refugiando en su propia casa a un judío, es decir, a un enemigo del régimen nazi. Este gesto de valentía es complementado con la decisión impulsiva de dar un trozo de pan al judío anciano durante el desfile a Dachau, lo cual lo lleva a ser azotado por un soldado nazi. A pesar del arrepentimiento de Hans, que ha puesto en riesgo a su familia con su insurrección, Liesel aprende de la valentía de su padre y la aplica posteriormente; se atreve a arrojar pan durante nuevos desfiles y se acerca a Max cuando lo encuentra entre uno de esos contingentes. Estos pequeños actos individuales de valentía y desafío frente al fervor nazi, si bien no cobran grandes dimensiones, son sin duda revolucionarios y desnaturalizan la opresión del régimen. Son pequeños actos de resistencia que recuerdan que hay una alternativa posible a tanta violencia.
La culpa de la supervivencia y la responsabilidad de los vivos con los muertos
Ya desde el prólogo, la Muerte explica que lo que más la atormenta de su trabajo no son los muertos, sino los sobrevivientes desconsolados por la muerte de sus seres queridos. En este sentido, diferentes personajes a lo largo de la novela encarnan ese desconsuelo y el opresivo sentimiento de culpa que sienten por haber sobrevivido a sus muertos. Liesel pasa sus primeros meses en Molching atormentada por las pesadillas que le recuerdan la muerte de su hermano; no es capaz de continuar con su vida, pues siente culpa por haberlo sobrevivido. Hans, por su parte, siente culpa por haber sobrevivido a Erik. En la medida en que Erik le salvó la vida, Hans siente una enorme responsabilidad hacia él y toma la determinación de ayudar a su familia. Ese sentido de responsabilidad es el que determina que Hans acoja en su casa a Max. También Max vive el tormento de haberse ido de su casa y de haber sobrevivido, mientras que su familia seguramente haya muerto, víctima del nazismo. Finalmente, Ilsa es incapaz de continuar su vida sin estar atravesada por la tristeza de la muerte de su hijo.
Sin embargo, estos personajes comprenden progresivamente que la mejor manera de homenajear a los muertos es defender la vida y sobrevivir. La excepción es la de Michael Holtzapfel, que sobrevivió a la batalla de Stalingrado pero vio morir trágicamente a su hermano Robert. El joven es incapaz de soportar la culpa por haberlo sobrevivido y finalmente se suicida. Consciente del impacto que su muerte tendrá sobre su madre, le escribe una carta disculpándose por su decisión y detallando el grado de su culpa: "Ya no podía soportarlo más" (490).
La Muerte describe a Liesel como la "perpetua sobreviviente": pierde a su madre, su hermano, Hans, Rosa y Rudy. Esas pérdidas la acechan y la frustran, pero también logra superarlas y transformar su desesperación en un libro, donde vuelca la historia de su vida. Al final de la novela, la Muerte señala que Liesel ha experimentado a la vez el placer y el dolor, la belleza y la brutalidad de la vida, aquellos polos opuestos inherentes a la condición humana.
La dualidad durante la Alemania nazi
El autoritarismo del régimen nazi, que defiende violentamente su ideología y persigue a todo aquel que se le oponga, da lugar a una serie de dualidades en las personas, signadas por la oposición entre apariencia y realidad. En la novela, muchos personajes aparentan cualidades públicamente, con el fin de sobrevivir al régimen nazi, pero luego, en la intimidad, muestran otras.
Max, por ejemplo, cuando escapa rumbo a la casa de los Hubermann, debe ocultar su identidad y aparenta ser un alemán pro-nazi, para lo cual lleva consigo el libro de Hitler Mein Kampf. Hans se ve obligado a abofetear a Liesel cuando la escucha decir que odia a Hitler. A pesar de que él comparte esa apreciación, y de que sus valores van contra la violencia física, Hans comprende que debe asustar a su hija para que nunca más vuelva a ponerse en riesgo contradiciendo al Führer.
Pero la dualidad más evidente en la novela es aquella que atraviesa la vida de los Hubermann desde el momento en que reciben a Max en su casa. Desde entonces, deben llevar una doble vida, que altera sus vidas cotidianas, dividiéndolos en dos mundos opuestos: “El truco estaba en mantenerlos separados” (223), dice la Muerte. Puertas adentro, su mundo interior se vuelca al cuidado del judío, sobre todo cuando él enferma y está al borde de la muerte. En ese contexto, Liesel aprende a despreciar el nazismo y entabla una amistad estrecha con un "enemigo" del régimen. Sin embargo, de las puertas para afuera, los Hubermann deben aparentar ser afines al régimen nazi y ocultan estrictamente la presencia de Max en su casa. Ni siquiera puede saberlo Rudy, el mejor amigo de Liesel, porque es una información demasiado sensible. De este modo, se evidencia cómo el terror nazi impone formas de vida duales, donde la apariencia y la impostación se vuelven moneda corriente, incluso en la intimidad de los lazos.
La muerte
La muerte es una omnipresencia en la novela, en parte porque aparece personificada como "la Muerte" y está a cargo de la narración, pero también aparece como un tema tratado transversalmente a lo largo de todo el libro.
Durante su relato, la Muerte tematiza constantemente las particularidades y dificultades en torno a su trabajo, el cual consiste en recoger las almas de los recientemente fallecidos. De esta manera, el destino natural de todos los seres vivos, que tantas dudas y miedos genera en el ser humano, aparece aquí tratado con cierto humor, desde su lado más práctico, como un trabajo más que exige muchos esfuerzos. La Muerte se queja de la cantidad abrumadora de trabajo que le significaron los años del nazismo. El lector comprende enseguida que eso se debe al monstruoso exterminio que significó el Holocausto y la gran mortalidad que dejó la Segunda Guerra Mundial. La mirada que imprime la Muerte sobre ello permite desnaturalizar esas muertes, pues reflexiona sobre los horrores de la guerra y la capacidad humana para tanta maldad y crueldad.
También la muerte se constituye como tema central porque, en ese contexto histórico, es una constante en la vida cotidiana de las personas. Todos los personajes suelen enfrentarse a la muerte de seres queridos y deben adaptar sus vidas a las transformaciones que esas muertes desencadenan. Amenazados constantemente por la posibilidad de morir, los personajes se debaten entre la culpa de sobrevivir a sus muertos y la pulsión de vida a pesar de toda esa tragedia.
Además, en la novela, la historia de los personajes aparece estrechamente ligada a su muerte. La Muerte es incapaz de referirse a aquellos sin detallar cómo morirán. En efecto, el lector suele conocer de antemano qué destino le espera a cada personaje. Así, el relato se orienta, en gran medida, a representar las condiciones por las cuales esos destinos se cumplen; las situaciones en las cuales, por fin, la Muerte se encuentra con las almas de esos personajes.