La vestimenta
La vestimenta cobra gran importancia en el relato porque alude directamente al status social de los personajes. El hombre del subsuelo se concentra especialmente en su propia ropa cuando está en presencia de otros, coherente con la obsesión que tiene respecto de la mirada de los demás sobre él.
Así, por ejemplo, consciente de "lo miserable de mi traje" (55), al planificar su venganza contra el oficial que lo ignoró en una taberna, dedica mucho tiempo y dinero a vestirse mejor al momento de llevar a cabo dicha venganza:
Los guantes negros me parecieron más sobrios y de mejor tono que unos de color limón que al principio llamaron mi atención. «Es un color demasiado chillón, como si el que los llevara quisiera destacarse», y no los compré. Ya hacía tiempo que había preparado una buena camisa con gemelos de marfil blancos; pero lo que más demoró todo fue el capote. En sí, el mío estaba bastante bien y todavía abrigaba; pero estaba forrado de guata y tenía el cuello de mapache, lo que era el colmo de la vulgaridad (57).
También en otras ocasiones sentirá vergüenza el hombre del subsuelo por su vestimenta, en tanto esta evidencia su miseria. Por ejemplo, antes de ir a la cena en homenaje a Zvierkov, encuentra su traje "todo viejo, raído, sucio" (74) y, cuando Liza llega a su casa, hacia el final de la novela, el protagonista "intentaba como podía arroparme con los faldones de mi harapienta bata de algodón" (122).
La nieve
La nieve derretida que da nombre a la segunda parte de la novela tiene gran importancia porque es utilizada para parodiar a los románticos rusos de la década de 1840, para quienes la nieve, sobre todo en la descripción de San Petesburgo, era prácticamente omnipresente.
De forma análoga, en Memorias del subsuelo la nieve aparece con insistencia en las escenas que tienen lugar en exteriores. Por ejemplo, antes de salir hacia la cena en homenaje a Zvierkov, el hombre del subsuelo, aún en su casa, fija su vista "en la turbia bruma de la nieve derretida que caía con tristeza" (75).
Más tarde esa noche, cuando el protagonista se dirige al burdel donde están sus antiguos compañeros de escuela, señala que "el cochero (...) estaba todo cubierto por la nieve derretida que aún caía y que parecía templada (...). Su pequeño caballejo, pío y peludo, también estaba cubierto de nieve (...)" (89). Y luego, cuando llega a la puerta del prostíbulo, describe: "La nieve derretida caía a copos (...). Los faroles solitarios centelleaban taciturnos en la niebla producida por la nieve, como si fueran antorchas en un sepelio. La nieve se metía bajo mi capote, bajo mi levita, bajo mi corbata, y ahí se derretía (...)" (90-91).
Finalmente, cuando sale a buscar a Liza, en la última escena de la novela, el narrador describe: "El tiempo estaba calmo, la nieve caía casi perpendicularmente, formando como una almohada sobre la vereda y sobre la calle desierta" (132).
El aspecto físico de los personajes
El narrador describe el aspecto físico de gran parte de los personajes, que muchas veces puede ser asociado a sus características intelectuales y morales. Por ejemplo, de Zvierkov dice: "En tres años había desmejorado mucho, aunque seguía siendo bastante guapo y elegante como antes; estaba un poco hinchado, empezaba a engordar (...)" (68). A Ferfichkin, por su parte, lo describe como "un ruso de origen alemán de baja estatura y cara de simio" (68), mientras que Trudoliúbov "era una persona que pasaba inadvertida, un simple militar de alta estatura, con una fisonomía fría" (68).
Cuando ve por primera vez a Liza, describe el narrador: "vislumbré un rostro lozano, joven, un poco pálido, con cejas oscuras y rectas, de mirada seria y algo así como sorprendida (...). Además, no podía decirse que fuera bella, aunque era alta, fuerte y bien formada" (91). Y enseguida se ve a sí mismo:"Por casualidad me vi en el espejo. Mi rostro, turbado, me pareció extraordinariamente repulsivo: pálido, malvado, ruin, con los cabellos revueltos" (91).
El sonido del reloj
En algunas instancias en las que el narrador experimenta una situación de gran incomodidad social, aparece el sonido del reloj como una imagen auditiva que lo saca del ensimismamiento y parece recordarle la existencia de ese mundo exterior del que quisiera, en esos momentos, poder escapar. Así, por ejemplo, en la habitación del burdel, donde Liza lo mira seriamente y sin hablarle, dice el hombre del subsuelo que "En algún lugar, tras el biombo, un reloj emitió un sonido ronco, como si alguien lo estuviera oprimiendo y estrangulando. Ese estertor más largo de lo normal fue seguido por un sonido agudo, desagradable e inesperadamente acelerado, como si alguien hubiera saltado hacia adelante. Dieron las dos" (92).
De forma similar, después de que Apollón anuncia la llegada de Liza a la casa del hombre del subsuelo, este anuncia: "En ese momento mi reloj hizo un esfuerzo, chirrió y dio las siete" (122).