Memorias del subsuelo

Memorias del subsuelo Resumen y Análisis "El subsuelo", Capítulos IV-VII

"El subsuelo", Capítulos IV-V

Resumen

El hombre del subsuelo se adelanta a una posible burla de sus interlocutores: "¡Ja, ja, ja! ¡Pero después de esto usted va a terminar disfrutando hasta de un dolor de muelas!". Entonces él explica que, ante esta situación, uno se queja. Pero "esos quejidos no son sinceros, son quejidos maliciosos, y en la malicia está toda la gracia" (15). En esos quejidos, afirma el narrador, se manifiesta el goce, porque la queja pone en evidencia la inutilidad del dolor, el hecho de que nosotros sufrimos por la naturaleza, mientras ella es indiferente a nosotros. Las quejas responden al hecho de que no hay nada que hacer frente al dolor de muelas.

El narrador pide que prestemos atención a los quejidos de "un hombre ilustrado del siglo diecinueve con dolor de muelas" (16): al tercer día las quejas se volverán constantes y mezquinas, aun a sabiendas de que los quejidos no supondrán ningún alivio, porque en ello reside la voluptuosidad. Finalmente, el hombre del subsuelo admite estar bromeando, aunque sabe que sus bromas son de mal gusto, incoherentes y faltas de confianza en sí mismo. Se pregunta: "¿Acaso un hombre consciente puede respetarse a sí mismo?" (17).

El Capítulo V retoma esta pregunta, y el hombre del subsuelo cuenta que a veces incluso se involucraba en asuntos en los que era inocente, pero por los que se sentía genuinamente arrepentido, engañándose a sí mismo. Afirma que se atormentaba a sí mismo por aburrimiento. Manifiesta entonces que los hombres de acción son activos porque son limitados y pueden convencerse de que sus acciones tienen fundamentos. Pero, por las leyes de la naturaleza, quienes tienen una conciencia desarrollada encontrarán, detrás de una causa o fundamento, otro anterior, hasta el infinito. Vuelve al ejemplo de la bofetada y la venganza. El hombre de acción encuentra una buena razón para vengarse, mientras que, si tienes conciencia, "Miras y el objeto se evapora, las razones se desvanecen, el culpable no aparece, la ofensa deja de ser ofensa y se convierte en destino, en una suerte de dolor de muelas del que nadie tiene la culpa; por consiguiente, vuelve a quedar la misma salida, es decir, golpear bien fuerte la pared" (19). Finalmente, el narrador concluye que el destino de todo hombre inteligente es la charlatanería.

Análisis

Estos capítulos insisten sobre la oposición entre el hombre de acción y el hombre de conciencia desarrollada en las secciones anteriores. El Capítulo IV introduce un nuevo concepto que le servirá para seguir indagando en estas nociones: el dolor de muelas. Similar a la bofetada, en tanto representa un dolor inevitable del que el hombre de conciencia no puede vengarse, es un motivo más sencillo: si para concluir la falta de responsabilidad de las personas en cualquiera de sus actos y la consecuente inutilidad de todo acto de venganza, el narrador tuvo que argumentar la inexistencia del libre albedrío, la impotencia del hombre frente a un dolor de muelas es mucho más evidente. No hay nada que hacer, nadie a quien culpar. Pero entonces el hombre del subsuelo introduce un nexo irrefutable, desde el materialismo determinista que encarna hasta sus últimas consecuencias, entre la bofetada y el dolor de muelas: ambos responden a las leyes de la naturaleza. Así, la bofetada se presenta tan despojada de moral y de responsabilidades como un dolor de muelas.

Aquí también se introduce una explícita burla a los intelectuales contemporáneos de Dostoyevski: se refiere a los rusos ilustrados de su siglo, aquellos influidos por la civilización europea y desarraigados de su suelo natal, y los diferencia de los vulgares campesinos. No obstante, frente al dolor de muelas, el intelectual no hará sino quejarse con más ahínco y malicia, encontrando en ello un goce. Esta oposición, así ridiculizada en el Capítulo IV, parece criticar la concepción de los miembros de la intelligentsia rusa de ese tiempo, que se consideraban representantes de una clase popular a la que no pertenecían y a la que tenían que instruir sobre sus necesidades y organizar para que lucharan por sus derechos.

Por otro lado, es interesante cómo la conciencia y la inteligencia se asocian de forma definitiva, en estos capítulos, con la imposibilidad de respetarse a uno mismo, con la inutilidad de toda acción y con la charlatanería como destino. Y es que el hombre inteligente no puede permitirse la ficción de que los hombres son responsables de sus actos (pues actúan, recordemos, siguiendo las leyes naturales), lo que le quita de cuajo todo fundamento para actuar. Así, solo le queda hablar por hablar.

Pero aquí también se introduce una noción que se seguirá desarrollando luego: la ficción es necesaria para vivir. Así, el hombre del subsuelo cuenta que solía entrometerse y responsabilizarse por cosas que nada tenían que ver con él, de modo de evadir el tedio y al punto de alcanzar el autoengaño. El hombre se sentía, de hecho, arrepentido, y encontraba en ese sentimiento un goce. Estas ideas son muy precursoras en su época, y se consideran un claro antecedente del pesimismo existencialista que comenzará a sentar sus bases filosóficas con Kierkegaard y Nietzsche para luego desarrollarse y tomar forma como corriente filosófica en la segunda mitad del Siglo XX, tras las dos traumáticas guerras mundiales. Esencialmente, el existencialismo rechaza la idea de una esencia inherente al hombre y asocia la existencia con el absurdo: no hay sentido; hay que crearlo. Desde un punto de vista pesimista, no es difícil asociar esta noción a las ideas de ficción y autoengaño como condiciones para actuar en el mundo presentadas por el autor ruso. En todo caso, lo que queda claro es que las explicaciones racionalistas, científicas y materialistas de la condición humana resultan insatisfactorias para darle sentido a la vida.

"El subsuelo", Capítulos VI-VII

Resumen

El narrador afirma que se respetaría a sí mismo si no actuara por mera pereza, porque podría al menos definirse como un perezoso. Si él hubiera podido elegir, dice, habría sido un perezoso y un glotón simpatizante de todo "lo bello y lo sublime".

En el Capítulo VII, el hombre del subsuelo describe la creencia de quienes piensan que las personas cometen vilezas solo porque no conocen sus verdaderos intereses, y que si se les abre los ojos y se los ilustra, se volverán buenos y generosos. Entonces el narrador se pregunta por los "millones de hechos que testimonian que los hombres deliberadamente, es decir, comprendiendo plenamente sus verdaderos beneficios, dejaron estos en segundo lugar y se lanzaron por otro camino en busca del peligro, del azar, sin que nada ni nadie los obligara a ello (...)" (22). Se pregunta entonces qué es el beneficio, y si este no puede consistir en desear el perjuicio.

El hombre del subsuelo introduce el ejemplo de un amigo suyo -"¡Eh, señores, si también es amigo de ustedes! ¡Y de quién, de quién no es amigo!" (23)- que expone a los otros cómo deben actuar según las leyes de la razón y la verdad y, sin embargo, actúa luego en contra de todo lo que él mismo pregona, de su propio beneficio y, en definitiva, de todo. "Les advierto que mi amigo es una personalidad colectiva y que, por lo tanto, es algo difícil culparlo sólo a él" (22), aclara. Entonces se pregunta si no habrá un beneficio más importante por el que el hombre está dispuesto a ir en contra de la razón, el bienestar, el honor, etc. Volverá sobre esto.

A continuación, el narrador rechaza la idea de que la civilización suaviza al hombre y pone como ejemplo la violencia de acontecimientos ocurridos durante el civilizado siglo XX, como los gobiernos de Napoleón I y III o la Guerra de Secesión en EEUU. La civilización, entonces, lejos de suavizarlo "desarrolla en el hombre la variedad de sensaciones" (25), provocando que la sangre lo haga gozar. Señala el narrador que los hombres más sanguinarios han sido los más civilizados. "Antes [el hombre] veía en el derramamiento de sangre algo justo, y con la conciencia tranquila aniquilaba a quien correspondía; ahora, en cambio, consideramos el derramamiento de sangre como algo horrendo, pero lo provocamos hasta con más frecuencia que antes" (25).

El hombre del subsuelo se adelanta entonces a posibles argumentos de sus interlocutores: estos podrán decir que la violencia es un hábito antiguo y terminaremos de eliminarlo cuando nos acostumbraremos a actuar según el sentido común y la ciencia indican. Podrían decir también que la ciencia enseñará al hombre que no tiene voluntad ni capricho y que todo lo que hace lo hace, no por voluntad, sino por las leyes de la naturaleza. Eventualmente, todos los actos humanos podrán ser calculados por estas leyes, y entonces se erigirá un palacio de cristal. El problema, dice, es que cuando todo fuera perfectamente sensato, sería también aburrido, y entonces los hombres comenzarían a ejercer la violencia por diversión. Anuncia, entonces, que podría llegar un gentleman aburrido dispuesto a tirar toda la sensatez por la borda y volver a las estúpidas vidas de antes. Y seguramente conseguiría seguidores. Esto pasaría porque "el hombre, siempre y en todas partes, sea quien sea, quiere hacer lo que quiere y no lo que le dictan la razón y el beneficio; hasta es posible querer en contra del propio beneficio, y a veces hasta es absolutamente necesario" (28). Así, el narrador revela cuál es ese beneficio más importante por el que el hombre está dispuesto a todo y que contradice todos los sistemas: se trata del propio deseo, del capricho, de la fantasía. El hombre, dice, no necesita desear con sensatez sino con independencia, y el problema mayor es que no sabemos qué es el deseo.

Análisis

El Capítulo VI insiste sobre la angustia del hombre del subsuelo frente a la imposibilidad de autodefinirse. Preferiría, dice, ser reconocido como un perezoso, es decir, encontrar en la pereza una auténtica causa de su inacción, que ser lo que es: un hombre cuya conciencia no lo deja actuar, porque el absurdo y la amoralidad de su existencia quitan sentido a toda acción. No hay fundamentos de acción alguna, y eso lo subsume en una constante, obsesiva y angustiosa reflexión. Asimismo, esta reflexión lleva al hombre de conciencia a una infinita búsqueda de las causas: mientras el perezoso encuentra en su pereza una causa primera, el hombre de conciencia se preguntará por la causa de su pereza, y luego por la causa de la causa de su pereza, y así hasta el infinito.

La alusión a "Lo bello y lo sublime" en este capítulo remite al idealismo kantiano adoptado por el romancitismo y, en particular, por los románticos rusos de los años 40, generación a la que la intelligentsia rusa de los 60 criticaba por su inacción política. Aquí vemos que Dostoyevski no se limita a exponer las contradicciones de los intelectuales de su época, sino que también se burla de la generación anterior, asumiendo una tercera posición crítica.

En el Capítulo VII se expone con más nitidez que el interlocutor del hombre del subsuelo en esta primera parte de la novela no es un lector abstracto y general sino la intelligentsia rusa de la época. Cuando el narrador habla de ese amigo que dice a los otros qué deben hacer, y se adelanta a los argumentos de sus lectores, que apelarían a la violencia contemporánea como un exceso que la racionalidad terminará por erradicar, está aludiendo con mucha claridad a las ideas del "egoísmo racional" que defendían sus contemporáneos, encabezados por Chernishevski, el mencionado autor de ¿Qué hacer?. Este autor retoma y desarrolla una idea socrática en el contexto de una Rusia revolucionaria: el interés último de los hombres es hacer el bien, y si a los seres humanos se les enseñaran sus verdaderos intereses, siempre harían lo que es bueno. La conclusión final es que la ilustración y la racionalidad son necesarias para la creación de una utopía.

La idea es perfectamente lógica. Sin embargo, queda ridiculizada porque la historia ha demostrado con creces que los seres humanos no nos caracterizamos por hacer lo que nos conviene. Por el contrario, tomamos riesgos innecesarios y ejercemos la violencia aun sabiendo, racionalmente, que deberíamos despreciarla. Y es que el beneficio mayor de las personas, y su motivación última, dice el hombre del subsuelo, no es la paz, el bienestar o la razón, sino el deseo y la capacidad de obrar con libertad. Es decir, el ejercicio del libre albedrío. De esta forma, el autor deja en claro que en esa utopía revolucionaria basada en la razón y el bien común, las personas no serían libres, pues lo que hay que hacer para el bien común preexiste el deseo personal.

El narrador hace alusión no a uno sino a tres desafíos para la creación de la utopía de Chernishevski: además del libre albedrío, aparecen el aburrimiento de obrar siempre con sensatez y la ingratitud que caracteriza a las personas. El aburrimiento resulta una consecuencia natural de obrar siempre según corresponde, independientemente de los caprichos personales. Y el problema es que, cuando las personas se aburren, es común que busquen entretenerse mediante el ejercicio de la violencia. Aquí el hombre del subsuelo pone el ejemplo de Cleopatra, que clavaba agujas de oro a sus sirvientes porque no tenía nada más que hacer. Finalmente, el narrador concluye que los seres humanos son extremadamente ingratos, e incluso si se les ofreciera un sistema social totalmente beneficioso para ellos, lo destruirían ingratamente.

Por último, es importante destacar aquí la mención del palacio de cristal. Alude a un edificio real construido para la Gran Exposición de Londres en 1851 por el arquitecto Sir Joseph Paxton. Este palacio se convirtió en un ícono para los liberales, y Chernishevski se refiere a él en ¿Qué hacer? como símbolo de la utopía socialista perfecta, donde los seres humanos vivirán felices siguiendo solo sus intereses racionales. El hombre del subsuelo volverá a esta imagen más adelante.