"El subsuelo", Capítulo VIII
Resumen
El narrador comienza con una posible objeción a su razonamiento: que el deseo y el libre albedrío no existen. Afirma que si un día se encuentran las leyes naturales responsables de los deseos humanos, entonces realmente no habría más deseo, "Porque ¿qué placer puede haber en desear de acuerdo a una tabla?" (29). Por otro lado, si descubriéramos estas leyes, ya no quedaría libertad; podríamos anticipar nuestras vidas "hasta con treinta años de anticipación" (30). Ya no quedaría nada por hacer, excepto comprender.
Pero entonces el hombre del subsuelo plantea que la razón solo satisface la capacidad del hombre de razonar, mientras que "el deseo es la manifestación de toda la vida" (30). Él, dice, no quiere satisfacer únicamente su capacidad de razonar, sino toda su capacidad de vivir. El hombre desea, así, sobre todas las cosas, tener derecho a desear lo que sea y no solo lo que es sensato. Conservar esos caprichos, sin importar cuán estúpidos o perjudiciales sean, preserva lo más importante para el hombre: su individualidad y su personalidad.
El narrador aclara que muchas veces la razón y el deseo discrepan, y eso se da porque el hombre es desagradecido e inmoral. Aclara el narrador que de la historia humana puede decirse casi cualquier cosa menos que es sensata. Puede a las personas dárseles todos los lujos e incluso, en tal caso, estas cometerán una canallada por pura ingratitud; desearán el absurdo más perjudicial para demostrarse que son personas y no "teclas de piano". "Si ustedes me dijeran que todo esto también se podrá calcular según la tabla, el caos, la oscuridad y la maldición, y que ya la sola posibilidad de calcularlo previamente detendrá todo y la razón vencerá, entonces ¡el hombre se volvería loco a propósito para perder la razón y salirse con la suya!" (33-34), afirma el hombre del subsuelo, y agrega que toda ocupación del hombre parece concentrarse en demostrarse que es un hombre y no una tecla de piano.
Análisis
En este capítulo, el narrador insiste en buena medida en los argumentos del capítulo anterior, concentrándose en el hecho de que los presupuestos de una utopía racional, en la que las personas desearían únicamente lo bueno y sensato, carecería de libre albedrío, pues si solo pudiera desearse una cosa, no existiría la libertad de desear otra. Y va más lejos: es un contrasentido pretender predecir u orientar el deseo humano porque, al predecirlo, ya no lo deseamos. Primero, no lo hacemos por una obviedad: es imposible desear lo que ya tenemos, y si podemos conocer nuestra vida "hasta con treinta años de anticipación", no hay mucho por desear, pues ya sabemos lo que tendremos. Pero el narrador, además, parece indicar que el deseo se construye, justamente, por oposición a las leyes, la racionalidad y la sensatez. A cada posible ley de la naturaleza, a cada elemento correspondiente a una organización racional de la vida humana, el narrador le opone un necesario acto de contradicción, de rebeldía, al que las personas nos embarcaríamos justamente para ir en contra de esa organización racional, en pos de demostrarnos a nosotros mismos que no somos solamente eso.
Esta noción parece presentarse como una respuesta al racionalismo, corriente filosófica que otorga a la razón un lugar preponderante en la definición misma del ser humano como tal, y alinearse con pensadores como Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer, que insisten en la existencia de otras fuerzas que actúan dentro de nosotros y determinan nuestras acciones. Aún más, el carácter psicologista de estas ideas presentadas por el hombre del subsuelo vuelven a conectar la visión del protagonista de la novela con conceptos que serán centrales en el psicoanálisis de Freud varias décadas más tarde: la noción de que hay fuerzas irracionales, incluso autodestructivas, que operan en nosotros y que no podemos controlar, es axiomática en las teorías freudianas.
La insistencia del hombre del subsuelo en la ingratitud y la estupidez del hombre al entregarse a sus caprichos debe leerse en clave irónica: con estos adjetivos, el narrador parece compartir la perspectiva de sus supuestos interlocutores cuando en verdad la está refutando de cuajo. El carácter humorístico de esta reflexión queda evidenciado cuando el hombre del subsuelo afirma que la mejor definición del ser humano es "un bípedo desagradecido" (31), parodiando la definición platónica del ser humano como un bípedo sin plumas. En todo caso, lo que sus argumentos dejan en claro es que no se trata de ingratitud o insensatez, como afirma irónicamente, sino de deseo y libertad.
"El subsuelo", Capítulo IX
Resumen
Tras afirmar que solo está bromeando, el narrador lanza preguntas nuevamente a sus interlocutores: se pregunta si no solo es posible corregir el comportamiento humano para que sea racional, sino, además, si es necesario; si constituye un beneficio para toda la humanidad. Se explica: es indiscutible que el hombre "ama crear y abrirse caminos" (35), pero también lo es que ama la destrucción y el caos, y eso quizás suceda porque "instintivamente teme alcanzar el objetivo y terminar el edificio que está construyendo" (35). Tal vez, dice, el hombre ama crear el edificio pero no habitarlo.
A partir de esta metáfora, el hombre del subsuelo compara a las personas y las hormigas. Estas, constantes y positivas, construyen un hormiguero y allí se quedan. El hombre, en cambio, es cambiante e imperfecto y, quizás "ama solamente el proceso y no el objetivo mismo" (36). Quizás, de hecho, el único objetivo al que tiende la humanidad es ese incesante esfuerzo por llegar, es decir, "la vida misma" (36). Y "dos por dos son cuatro ya no es la vida, señores, sino el comienzo de la muerte" (36). Al hombre, dice, se lo nota molesto cada vez que logra un objetivo, como si le temiera al acto de hallar, porque significa que ya no tendrá qué buscar.
Finalmente, el narrador vuelve a preguntarles a sus interlocutores cómo es que están tan seguros de que solo el bienestar es beneficioso para el hombre; pareciera que este ama también el sufrimiento. Y este es impensable en el palacio de cristal, porque el sufrimiento es duda y, en el palacio de cristal, dudar es impensable. Y el sufrimiento, dice, es la única causa de la conciencia, que es, a su vez, "infinitamente superior a eso de dos por dos" (37). Después del dos por dos no solo no queda nada por hacer, sino tampoco por conocer; solo nos queda sumirnos en la contemplación. Con la conciencia, afirma, se llega al mismo resultado, pero al menos es posible azotarse de vez en cuando.
Análisis
En este capítulo, el hombre del subsuelo va precisando y terminando de dar forma a los argumentos que denuncian los contrasentidos de una utopía racionalista. Hay dos elementos muy interesantes en los que es importante reparar en este apartado: la relación entre los procesos y los objetivos, por un lado, y el rol del sufrimiento, por el otro.
En lo que respecta a la relación entre proceso y objetivo, el hombre del subsuelo utiliza la metáfora del edificio para indagar, con sorprendente profundidad, en la psicología humana. Plantea que las personas amamos el esfuerzo y el camino hacia un objetivo, es decir, emprender acciones en pos de un deseo, pero no amamos, necesariamente, alcanzar ese objetivo. Aún más, pareciera que tememos y que hasta nos molesta hacerlo. Y es que, tras alcanzar un objetivo, ya no tenemos qué hacer excepto buscar otro y emprender de nuevo la lucha por alcanzarlo. En ese proceso, ese camino, dice el narrador, radica esencialmente la vida, mientras que, por otro lado, alcanzar un objetivo pareciera asociado a un final, es decir, a la muerte.
Aquí el hombre del subsuelo traza una línea que une este fin de proceso con el "dos por dos son cuatro", es decir, con la aceptación de las leyes de la naturaleza, la lógica y la razón como rectores de nuestra vida. Y es que el "dos por dos son cuatro" ofrece esencialmente respuestas. Explica, predice, pone fin a las dudas y, en este sentido, tiene sentido que el narrador lo asociara, anteriormente, a un muro que frena toda posible acción: si conocemos las leyes que organizan nuestro comportamiento y ya sabemos qué es lo mejor para nosotros, ya no quedará nada por aprender, desear o hacer sino comprender, contemplar y acatar. Así, tiene sentido que el dos por dos sea "el comienzo de la muerte" (36).
El contenido político de esta proclama es que el "dos por dos son cuatro" también es asociado al palacio de cristal, que es, a su vez, un símbolo de la utopía racional. Es decir, esta sociedad perfecta que buscan los liberales revolucionarios como Chernishevski como fin último de la humanidad se parece, también, a la muerte. Una vez alcanzada, ¿qué nos quedaría por hacer? El narrador parece plantear, así, que el ideal de los liberales es perfecto desde un punto de vista lógico, pero omite considerar la verdadera esencia de las personas, que no responde meramente a la lógica y la racionalidad. Y aquí el hombre del subsuelo aclara: "Yo estoy de acuerdo con que dos por dos son cuatro es una cosa maravillosa; pero si es por hacer elogios, entonces dos por dos son cinco es también a veces una cosita muy agradable" (36). Es decir, no propone que la racionalidad, y los logros que ha alcanzado la humanidad a través de ella, constituya un mal en sí mismo; por el contrario, piensa que es "una cosa maravillosa". Simplemente, dice, es una parte de la vida humana, y no todo. Por eso, un proyecto social sostenido únicamente por esta lógica estaría condenado a fracasar.
En lo que respecta al rol del sufrimiento, aquí el hombre del subsuelo introduce una hipótesis: la humanidad ama el sufrimiento, que es, además, el origen de la conciencia. La conciencia surge de la necesidad de elegir y del ejercicio del libre albedrío. Sin sufrimiento no hay libertad, y sin libertad no hay conciencia. En este argumento resuenan las ideas del filósofo alemán Hegel, quien consideraba que la conciencia se formaba a partir de una serie de conflictos y oposiciones: frente a la insatisfacción respecto a una situación, se concibe, en contraposición a esta, otra mejor y se intenta alcanzarla. De esta manera se crea la conciencia.
Las dos ideas principales que se desarrollan en este capítulo (esto es, la de la relación entre los procesos y los objetivos, por un lado, y la de la importancia del sufrimiento, por el otro) se adelantan casi medio siglo, nuevamente, a conceptos que serán centrales en la construcción de la teoría psicoanalítica de Freud.
Es interesante destacar, como anunciábamos al principio del análisis de la obra, que el proceso de pensamiento que lleva al hombre del subsuelo a reconocer toda esta serie de contradicciones en las que caería una utopía racional es, justamente, racional. Es decir, el narrador no hace sino llevar el pensamiento racional hasta sus últimas consecuencias, demostrando que estas ideas se contradicen a sí mismas. De esta forma, entonces, se justifica el juego que el narrador establece con sus interlocutores: todo el tiempo les recuerda que él se identifica y está de acuerdo con ellos y, de esa manera, pareciera llevarlos, engañados, hacia la necesaria aceptación de las contradicciones internas de su pensamiento.