Poemas de Sylvia Plath

Poemas de Sylvia Plath Resumen y Análisis Poemas relacionados con la locura

Resumen

A partir de cinco poemas representativos, analizaremos en esta sección la producción poética de Sylvia Plath que gira en torno a la locura.

La mota en el ojo

La voz describe un prado con caballos. Observa sus cuellos alabeados, las crines al viento y las colas ondeando sobre el fondo verde de los sicomoros. El sol mantiene a las bestias, las nubes y las hojas firmemente enraizadas, aunque todas fluyen hacia la izquierda como cañas en un mar.

Entonces, una astilla viene volando y se clava en el ojo de la voz. A partir de entonces, comienza a ver una amalgama de formas bajo una lluvia cálida. Los caballos aparecen deformados sobre el verde cambiante, tan insólitos como los camellos o los unicornios, paciendo en los márgenes de una mala monocromía. Son bestias de oasis, de un tiempo mejor.

Una semana después, la mota sigue en el ojo. Ni siquiera las lágrimas han conseguido removerla. Ahora, la voz lleva una comezón por piel, y está ciega a lo que ocurrió y a lo que ocurrirá. Sueña entonces que es Edipo. Ansía recuperar aquello que fue antes de que la cama, el cuchillo, el alfiler del broche y el ungüento la fijaran en ese paréntesis, en ese lugar fuera de la mente en que los caballos fluyen al viento.

El rostro asolado

La voz describe un rostro asolado que es extravagante como un circo. Está colorado y afligido por un pesar indecible. Mientras enfila por el mercado de la plaza, dos piernas flacas se tambalean debajo de ese rostro. La boca, tremendamente amoratada, lanza un gemido. Grita “¡Yo, yo!” sin la menor discreción.

Luego, la voz afirma que son más aceptables la mirada impúdica del idiota, la cara de palo del hombre que no siente y los sibilinos ardides del hipócrita que los niños timoratos o la dama en la calle. Finalmente, la voz se dirige a Edipo y a Cristo para recriminarles que la están utilizando.

Las piedras

La voz se encuentra en la ciudad donde arreglan a la gente. Allí aguarda tendida sobre un gran yunque. El círculo del cielo azul mate voló como el sombrero de una muñeca cuando ella cayó fuera de la luz. Entonces entró en el estómago de la indiferencia, en el armario silente. La madre de los morteros la reduce y ella se transforma en un guijarro inmóvil.

Luego, la voz recuerda que las piedras del vientre eran pacíficas, la lápida, muda, y allí nada la zarandeaba. Sin embargo, en un momento el hueco de su boca rompió a sonar, las gentes de la ciudad lo oyeron y dieron caza a las piedras.

La voz vuelve al tiempo presente. Allí, borracha como un feto, mama los pechos de la oscuridad. Las sondas la abrazan y las esponjas le curan los líquenes. El maestro joyero hurga en ella con su cincel y le labra un ojo de tigre. La voz entra en el post infierno. Allí, consigue ver la luz. Un viento desatasca el pabellón de su oído, el agua ablanda el labio de sílex y la luz del día esparce su mismidad por la pared.

A continuación, la voz afirma que los injertadores están contentos. Calientan las pinzas y empuñan sus delicados martillos. La corriente sacude los cables, voltio tras voltio. El hilo sutura las fisuras de la voz. Un obrero pasa llevando su torso rosado. Los depósitos están llenos de corazones. Está en la ciudad de las piezas de repuesto. Sus piernas y brazos vendados exhalan un olor dulzón, como a goma. Aquí curan la cabeza y cualquier miembro. Los viernes vienen los niños a que les cambien sus garfios por manos, y los muertos ceden sus ojos a los demás. La enfermera calva lleva el amor por uniforme. El amor es carne y sangre de su maldición. El florero, reconstruido, alberga la rosa esquiva. Diez dedos conforman un cuenco para las sombras. A la voz le pican las costuras. Acepta finalmente que no puede hacer nada y que pronto estará como nueva.

El ahorcado

La voz afirma que un dios se apoderó de ella asiéndola del cabello. Sus descargas azules la achicharraron y, a partir de entonces, sus noches se volvieron invisibles. Comenzó a vivir en un mundo de días blancos y descarnados.

Finalmente, dice que, si ella fuera ese dios, haría lo mismo.

Amnésico

La voz afirma que ya no sirve de nada empezar a reconocer. Nada puede hacer con su hermosa laguna mental excepto suavizarla. Se han ido su nombre, la casa y las llaves del coche. La pequeña esposa de juguete fue borrada de golpe. Quedaron cuatro críos y un cocker.

Luego, la voz describe enfermeras pequeñas como gusanos y un médico minúsculo que arropan y miman a un hombre. Los hechos pasados se desprenden de su piel, y la voz exclama "¡Al carajo con ellos!". Abrazado a su almohada, el hombre sueña con mujeres nuevas, estériles y de otro color. Juntos harían muchos viajes y verían paisajes.

Dos enfermeras, como estrellas, aparecen a cada lado de la cama con bebidas: una verde y otra azul. Las dos bebidas flamean y espumean. Finalmente, la voz declara que su vida es un dulce Leteo, y que ya no se percata de nada.

Análisis

En la poesía de Plath, la locura es mucho más que un estado mental patológico. Es, de un modo similar a la muerte, una respuesta a las presiones externas. Es un síntoma lógico de vivir en un mundo ilógico, hipócrita e insensible; un mundo en el que los “cuerdos” intentan reparar a los “locos” como si fueran objetos, cambiándoles partes o aplicándoles descargas eléctricas. Plath (y aquí se nota la herencia romántica) invierte los valores tradicionales y postula que el mundo cuerdo, con sus hipocresías y despotismos, es el que, en el fondo, está loco.

Tal como hemos discutido anteriormente, al abordar la poesía de Plath se debe guardar distancia en relación con la biografía de la autora. Así como su suicidio no debe guiar las interpretaciones de sus poemas que giran en torno a la muerte, el hecho de que Plath haya estado internada en instituciones psiquiátricas no debe forzarnos a hacer interpretaciones biográficas en el análisis de los poemas que aquí veremos. Aunque en la poesía confesional la línea entre autor y la voz poética tiende a difuminarse, no debemos olvidar que los poemas de Plath son expresiones estéticas que van más allá de la confesión biográfica. Es decir, conocer los detalles de su vida nos puede ayudar a dimensionar sus poemas, pero esos detalles no explican, en modo alguno, el poderío de estos.

Vayamos ahora al análisis de “La mota en el ojo”. Aquí, la locura se presenta como un modo alternativo de percibir la realidad. A la voz poética le entra una astilla en el ojo y esto hace que el mundo visible se le distorsione, transformando los caballos en "formas bajo una lluvia cálida", y en animales "tan insólitos como los camellos o los unicornios".

A partir de ese incidente casual, la percepción de la voz poética cambia drásticamente. El mundo deja de ser tal y como ha sido. Se establece una ruptura definitiva con la realidad consensuada. La propia identidad se difumina. Tal como si fuera un animal agazapado, la locura ataca la voz poética y la saca de su eje. Ella ansía ser aquella que fue

Antes de que la cama, antes de que el cuchillo
Antes de que el alfiler del broche y el ungüento
Me fijaran así, en este paréntesis
Caballos fluyendo al viento
Un lugar, un tiempo fuera de la mente.

Pero no lo logra.

Este poema permite varias interpretaciones. ¿Es la mota solamente una mota, o representa metafóricamente algún hecho traumático? La biografía de Plath nos cuenta que, efectivamente, a Sylvia le entró una astilla en el ojo y tuvieron que operarla para sacársela. De allí proviene la inspiración para este poema, según ella misma afirma: “El médico estuvo muy amable […] y me ha quitado el corpúsculo que tenía clavado en el iris, mientras yo miraba […] y hablaba acerca de cómo Edipo y Gloucester, en El Rey Lear, adquirieron una nueva visión perdiendo la vista, cuando yo, en cambio, habría preferido conservar la vista pero adquiriendo, al mismo tiempo, una nueva visión de las cosas” (739, nota al pie). Pero la explicación biográfica aquí no solamente no basta, sino que achata el vuelo poético del poema. El hecho de que la voz quede fijada “fuera de su mente” nos invita a pensar en algo más profundo y menos casual que una intervención para sacarle una astilla del ojo. Y si bien no podemos saber a ciencia cierta a qué remite metafóricamente esa astilla, sí podemos conectar este poema con una tesis que es recurrente en su poesía: el problema no es la locura en sí, sino lo que hacen los cuerdos para tratar a los locos. El problema no es la astilla, no es tener la percepción alterada, sino que los otros, con sus intervenciones quirúrgicas y poco humanas, alienan definitivamente a aquel que, como la voz poética, ve las cosas de manera diferente.

En “Las piedras” vuelve a aparecer esta alienación forzada por los otros. En este poema, escrito por Plath tras ser internada por un intento de suicidio y recibir tratamiento de electroshock, asistimos a la desintegración forzada del yo y su posterior reconstrucción (artificial, inhumana). La voz poética se encuentra en un hospital al que denomina “la ciudad donde arreglan a la gente”. Allí, para “arreglarla”, la vacían de sí misma. Para quitarle la locura, le quitan el yo. Dice la voz poética: “El círculo del cielo azul mate/ Voló como el sombrero de una muñeca”. La imagen de ese cielo que vuela intempestivamente sugiere una pérdida repentina y desorientadora de la realidad, fácilmente emparentable con el tratamiento de electroshock. El cielo, que representa lo que se puede visualizar, la perspectiva, se desprende de forma abrupta y casi infantil, como si fuera un objeto sin importancia. Esto implica una desconexión fundamental con el entorno y, por lo tanto, la pérdida de la identidad.

La voz poética entra entonces en “el estómago de la indiferencia”. Allí deja de ser ella y pasa a convertirse en un objeto de las enfermeras y los médicos, que la reducen a un pasivo guijarro. La voz entra en un estado de alienación completo, y los demás operan con ella como si fuera un objeto inanimado. Cabe destacar, en este punto, que entre los efectos secundarios de la terapia de electroshock se encuentran la pérdida de memoria y la confusión. El paciente puede no saber dónde está ni por qué. En raras ocasiones, la confusión puede durar varios días o más. Algunas personas tienen dificultades para recordar acontecimientos que ocurrieron justo antes del tratamiento, o bien pueden tener dificultades para recordar sucesos que tuvieron lugar semanas, meses o, en raras ocasiones, hasta años antes del tratamiento.

“El ahorcado” es otro poema que, según afirma el poeta Ted Hughes, marido y editor de Plath, también está íntimamente ligado al tratamiento de electroshock que recibió la autora. Dice la voz poética:

Asiéndome del cabello, un dios se adueñó de mí.
Sus descargas azules me achicharraron como a un profeta del
desierto.
Las noches se volvieron invisibles, como el tercer párpado
de un lagarto.

La voz aquí ha perdido nuevamente referencia del mundo circundante. Se ha vaciado, se ha ido. Ahora habita en una realidad despojada e incolora. Solo de ese modo, con los sentidos aplacados por el tratamiento eléctrico, puede estar en calma. El mundo, con sus colores y sus griteríos, la ha enloquecido. Para vivir sin locura hay que vivir sin sentir.

Al final del poema, con rencor, la voz poética afirma: “Si ese dios fuera yo, haría lo que hice”. Este verso da cuenta de la incomprensión sufrida por “la loca”. Tal como se ve en “Las piedras”, los demás hacen lo que quieren con su cuerpo con el fin de “repararla”. La tratan como si fuera un objeto (objeto de científicos o de un dios eléctrico). Nadie se detiene a comprender sus motivaciones. Nadie empatiza con ella, porque nadie siente la vida con la intensidad con la que la siente ella.

Esta incomprensión de los otros se exacerba en “El rostro asolado”. Aquí, la locura de la voz poética (tal como sucede con su muerte en “Lady Lázaro”) es presentada como un espectáculo público "extravagante como un circo". La voz no es percibida por los demás como una persona, sino como un mero rostro asolado. Tal como sucede en “Las piedras”, en donde pretenden repararla cambiándole partes, aquí la voz poética es concebida como un fragmento. Ella va al mercado, con su pesar indecible, sus lágrimas y su nariz hinchada, pidiendo que alguien le preste atención. Su boca grita “Yo, yo”, y entonces todos la miran con desprecio. Nadie la comprende, nadie empatiza con ella. Dice, entonces, la voz poética:

Más vale la mera mirada impúdica del idiota,
La cara de palo del hombre que no siente,
Los sibilinos ardides del hipócrita:
Más valen si, y son más aceptables
Que los niños timoratos, que la dama en la calle.

La voz poética es la dama en la calle; la loca que, junto al niño timorato, es despreciada por los hipócritas y los insensibles. La sociedad opresiva no tiene lugar para ellos. Es preferible ser un hombre impúdico o un embustero que un rostro ajeno que, a merced del sufrimiento, ha perdido la línea.

Cerremos esta sección con un poema en el que estar “fuera de la mente” no es visto como algo negativo, sino como un anhelo. En “Amnésico”, la locura se equipara con la pérdida de la memoria. La voz poética, aquí, no se siente fijada en un paréntesis, como en “La mota en el ojo”, sino hundida en una “hermosa laguna mental” de la cual no quiere salir. ¿Por qué? Porque estar allí le ha permitido desvincularse de su vida ordinaria:

Nombre, casa, llaves del coche,
La pequeña esposa de juguete,
Borrada de golpe, suspira, suspira.
Cuatro críos y un cocker.

La voz celebra al olvido y la pérdida de la identidad como una liberación: "Mi vida es un dulce Leteo. / ¡Ya no me percato de nada, de nada, de nada!". El Leteo, en la mitología griega, es el río del olvido y, aquí, el olvido se percibe como una forma de paz y descanso. La locura le permite a la voz poética escapar de las cargas del pasado y las expectativas sociales. Le brinda la forma más extrema de la libertad, pues la libera de todo lo que la ata al mundo de las responsabilidades y los afectos.

Esta última cita nos permite, además, adentrarnos en otra cuestión: el manejo de la métrica y el ritmo. En toda su obra, Plath escoge una versificación libre, sin una métrica fija. Sus cortes de verso no responden a una estructura prefijada, sino a lo que cada poema propone emotivamente. En los versos citados, por ejemplo, Plath opta por yuxtaponer los elementos (la casa, las llaves del coche, los hijos) con el sujeto (la pequeña esposa de juguete) y su acción (suspirar y volver a suspirar) mediante el uso de comas. No utiliza la versificación para ordenar o establecer una jerarquía clara, sino para enfatizar el caos que narra el poema. Tampoco, por supuesto, utiliza rimas, pues la rima es un tipo de armonía. La poesía de Plath no sigue patrones prefijados, sino que se despliega y respira como lo hace la voz poética: en torno a sus frenéticas emociones.