Poemas de Sylvia Plath

Poemas de Sylvia Plath Resumen y Análisis Poemas relacionados con la poesía y el arte

Resumen

Retractación

La voz comienza diciendo que ha renunciado a las hojas de té. La raya torcida en la palma de la reina ya no le concierne. Afirma que una bola de cristal con agujeros lunares se romperá antes de ser útil en su negro peregrinaje. Sus queridos cuervos han volado en lugar de graznar lo que está por venir.

Luego, la voz abjura de esos trucos visuales heladores y de todo lo que ha enseñado en contra de la flor en la sangre. Afirma que ni la riqueza ni la sabiduría están por encima de la simple vena, de la franca y directa boca. Finalmente, insta a regresar a la bisoña juventud antes de que se acabe el tiempo, y a consagrarse a hacer el bien con las blancas manos.

Sobre la dificultad de conjurar una dríade

La voz busca enfáticamente algo: una especie de presa en medio de un entorno lleno de objetos y ruidos cotidianos. Su búsqueda tiene un grave problema: cuando ve un árbol, este se niega a realizar trucos para engañar la vista. No sesga la luz para convertirse en una Dafne, por ejemplo. Simplemente sigue siendo un árbol. A pesar de los intentos de la voz por doblegar su corteza y tronco, ninguna figura luminosa se materializa con miembros, ojos o labios radiantes.

A continuación, la voz imagina que, en ese otoño pródigo en sueños, un hombre con ojos alunados, bendecido por las estrellas y con dotes de ilusionista, observa a la damisela que la ha dejado plantada a ella, y también la moneda que malgastó y el caudal de hojas doradas que perdió. Mientras tanto, su pobre cerebro, en lugar de amasar una fortuna, se limita a robarle al follaje y a la hierba lo poco que tienen.

Sobre el declive de los oráculos

La voz recuerda que su padre tenía una caracola abovedada. Cuando ella la escuchaba, los fríos dientes de su padre espumaban con voces de ese mar ambiguo que el viejo Böcklin añoraba. Böcklin solía tomar una concha para oír el oleaje que ya no podía escuchar. Lo que esa concha le decía a su oído interior solo él lo sabía, no los campesinos.

La voz relata que su padre, al morir, legó sus libros y su caracola. Los libros ardieron. El mar se llevó la caracola. Sin embargo, ella aún conserva las voces que su padre dejó en sus oídos. En sus ojos, mantiene la imagen de las olas azules, nunca vistas, por las que el espectro de Böcklin sigue penando. Mientras tanto, los campesinos celebran fiestas y se multiplican.

En el presente, la voz no es capaz de ver el buey espetado, ni el cisne descarado, ni la estrella ardiente. Esos son blasones de una edad más acerba. En cambio, ve tres hombres entrando en el patio y subiendo las escaleras. Sus imágenes son infructuosas y chismosas. Invaden el ojo claustral como páginas de una burda tira cómica. La voz sabe que dentro de media hora bajará las ruinosas escaleras y se topará con los tres hombres. Finalmente, afirma que el futuro en el que vive no vale nada comparado con el presente ni con el pasado.

Palabras

La voz compara las palabras con unas hachas con cuyos golpes resuena la madera generando ecos. Dichos ecos parten desde el centro, como caballos. Mientras tanto, la savia brota como las lágrimas, como el agua que se esfuerza por mantener su reflejo en la roca, deshaciendo y horadando su cráneo blanco.

Luego, la voz dice que, años después, ella vuelve a encontrar las palabras por el camino. Están secas y sin jinetes. Mientras tanto, desde el fondo de una charca, las estrellas fijas gobiernan la vida.

Dos amantes y un raquero a orillas del mar real

Fríamente, la imaginación cierra su casa de verano. Los pensamientos, que otrora hallaron una maraña de cabello de sirena, ahora desaparecen en el ático del cráneo.

En primera persona del plural, la voz afirma que ellos (no dice quiénes) no son más lo que podrían ser. Ahora son incapaces de extrapolar nada más allá del aquí y ahora. Las ballenas blancas se fueron. Un raquero solitario busca entre las conchas, con un palo, fragmentos de Venus.

Finalmente, la voz afirma que, aunque la mente se esfuerce, no les quedará más que un grano de arena. El agua seguirá fluyendo, y el sol seguirá saliendo y poniéndose. Ningún hombre vive en la luna. Y eso es todo.

Análisis

Los poemas que analizaremos en esta sección funcionan como una especie de manifiesto poético de Plath. Aquí, la autora deja en claro cuál es su posición a la hora de hacer arte, cuáles son sus búsquedas, qué es aquello que anhela conseguir a través de la palabra, y también qué es aquello que rechaza. Aborda la búsqueda de la autenticidad artística, la confrontación entre los sentidos y la mente, así como también la pugna del artista con la realidad moderna, que, con sus imposiciones y su materialidad excesiva, le hace difícil –a veces, imposible– la tarea creativa.

Comencemos el análisis con “Retractación”. En este poema, Plath se retracta de haber intentado escribir utilizando trucos y supercherías, y postula que el arte debe abogar por la autenticidad. Dice la voz poética:

Abjuro de esos trucos visuales heladores
Y de todo cuanto he enseñado
En contra de la flor en la sangre:
Ni la riqueza ni la sabiduría están
Por encima de la simple vena,
De la franca y directa boca.

En estos versos, Plath sugiere un alejamiento de la ornamentación o la artificialidad en pos de una expresión más visceral y directa. “Retractación” deja en claro que la poesía confesional de Plath nace de una decisión estética y no de una carencia de recursos o imaginación. Aquí, la autora llama a los poetas a regresar a su “bisoña juventud” y a “hacer el bien” con “sus blancas manos”. La juventud se presenta como un símbolo de pureza. Las blancas manos de los jóvenes aún no se han ensuciado con tretas estéticas. Lo único que deben hacer es trasladar con sinceridad sus emociones al arte.

Esto, sin embargo, no es fácil. No cualquiera convierte en literatura de calidad sus emociones íntimas, y la misma Plath debe haber tenido sus dificultades, como puede deducirse al leer “Sobre la dificultad de conjurar una dríade”. Allí, dice la voz poética:

Buscando alguna presa entre el persistente
Batiburrillo de lápices despuntados, tazas de café
Decoradas con rosas, sellos de correo, el clamor y el griterío
De los libros apilados, el canto del gallo de la vecindad,
La multitud de impertinencias de todo tipo,
La mente jactanciosa
Desdeña las improvisadas
Peroratas del viento
Y lucha por imponer
Su propio orden a lo que existe.

Aquí, Plath presenta dos obstáculos que deben sortearse para trasladar genuinamente las emociones al papel. Por un lado, están la mente y la razón. En este punto, Plath se asemeja a William Blake, el primer romántico. Blake postulaba que la razón era lo que alejaba al ser de sí mismo y Plath, sin dudas, coincide. Las improvisadas peroratas del viento, que podrían cimentar la poesía, quedan sometidas a la tiranía de la mente y su orden. El segundo obstáculo es el mundo material. La voz poética queda subsumida en el caos de elementos que la rodean. El mundo material, con sus excesos, tal como sucede en la poesía sobre la muerte y la locura, bloquea a la poeta, la aleja de sí misma, y le impide encontrar alguna “presa” en su fuero íntimo y convertirla en poesía.

Detengámonos un poco más en ese mundo material de Plath. Dentro de la poesía de la autora hay diversos espacios, pero el más recurrente es el hogar. La inmersión en el mundo doméstico y su materialidad es una de las características generales y distintivas de su obra. La casa, la cocina, las cosas futiles del día a día –como el gallo del vecino que canta y las tazas de café en este poema– constituyen el campo semántico dominante de su poética. En la década de 1950, la cultura norteamericana glorificaba el hogar suburbano como un refugio seguro; un ideal de felicidad y estabilidad. Sylvia Plath, en contraste, tomó esta misma iconografía y la transformó en un campo de batalla psicológico. En Plath, la casa y sus elementos son un estorbo, una intromisión. En medio de hornos, sartenes, gallos, tazas y bebés que lloran, la voz poética no logra conectarse consigo misma ni con su arte. Los objetos domésticos se presentan como extensiones de su sufrimiento interno. Los electrodomésticos, los muebles y los objetos de la cocina pierden su función práctica y adquieren una cualidad siniestra. Representan el confinamiento de la mujer, la falta de originalidad y la monotonía. La maternidad y el rol de ama de casa, que se idealizaban en la época, son retratados con frustración. Cuando la voz poética es ama de casa, no es ella misma y, por lo tanto, no puede llevar a cabo su arte; no puede expresarse honestamente. El hogar es una cárcel moderna, y la pena es perpetua.

Esta representación de lo cotidiano como aquello que se entromete y se opone a la creación artística aparece también en “Sobre el declive de los oráculos”. Dice la voz poética:

Mientras los campesinos celebran fiestas y se multiplican.
Eclipsando el buey espetado, no veo
Ni el cisne descarado ni la estrella ardiente,
Blasones de una edad más acerba,
Sino a tres hombres entrando en el patio,
Tres hombres subiendo las escaleras.
Infructuosas sus chismosas imágenes
Invaden el ojo claustral como páginas
De una burda tira cómica.

En este poema, Plath denuncia la vulgaridad de su mundo circundante. Los antiguos mitos han muerto y sus hacedores (los poetas, los artistas visionarios como ella) han quedado atrapados en una realidad burda. “Sobre el declive de los oráculos” contrasta la grandeza del pasado con la insignificancia del mundo moderno, y termina afirmando que el futuro carecerá de todo valor.

Una particularidad de este poema es la aparición de la figura paternal, que tanto hemos visto en los poemas ligados a la muerte y la opresión de las mujeres. Aquí, sin embargo, la figura del padre adquiere otro cariz. No es meramente un tirano, sino parte del pasado grandioso y mítico que se ha perdido. Dice la voz poética:

Mi padre murió y, al morir,
Nos legó sus libros y su caracola.
Los libros ardieron, el mar se llevó la caracola,
Pero yo aún conservo las voces]
Que dejó en mis oídos, y en mis ojos
La imagen de esas olas azules, nunca vistas.

El mundo ha arrasado con el legado físico del padre, pero la poeta aún lo retiene en sus sentidos. Lo que debe hacer para darle voz a esos oráculos en declive es recurrir a su mundo interior, dejando atrás el asedio del mundo exterior, esos hombres vulgares que suben por la escalera en pos de ella.

En “Dos amantes y un raquero a orillas del Mar Real”, Plath vuelve a poner el foco en la pérdida de la creatividad. Dice la voz poética:

Fría y rotunda, la imaginación cierra
Definitivamente su fabulosa casa de verano;
Las vistas azules, cegadas con tablones; nuestros dulces días
De vacaciones, disminuyendo en el reloj de arena.
Los pensamientos que hallaron una maraña de cabello
De sirena en la verde marea menguante,
Ahora pliegan sus alas como murciélagos
Y desaparecen en el ático del cráneo.

A diferencia de lo que sucede en los poemas anteriores, en este caso no se da una explicación acerca de por qué la voz poética ha perdido su capacidad de hallar algo valioso sobre lo que versar, “una maraña de cabello de sirena” en la marea menguante. No nos habla de la razón, del materialismo moderno ni de la muerte de un pasado idílico. Simplemente, la imaginación ha perdido su fuerza. Porque sí. Como si fuera un fenómeno biológico, se ha agotado. La voz poética se encuentra desolada. Ha descubierto que, sin la fuerza del lenguaje poético, no le queda nada. Dice: “No somos lo que podríamos ser; lo que somos/ No impide extrapolar nada/ Más allá del aquí y del ahora”. De ese presente en el que vive no hay cosa alguna que pueda extrapolarse. Sin el arte poético, las cosas son lo que son, las personas son lo que son y no lo que podrían ser. En medio de ese Mar Real, un raquero (persona que se encarga de buscar restos de barcos que han naufragado) halla fragmentos de una Venus mientras las gaviotas se burlan de él. Esa Venus rota funciona como una sinécdoque del arte en general, que, con la pérdida de la imaginación, ha quedado destruida y sumergida en el olvido.

Cerremos este análisis con “Palabras”, un poema que va en sentido contrario de los anteriores. Aquí, la voz poética no ha perdido la inspiración, sino que, por el contrario, hace una oda al poder que tienen las palabras, que describe como “Hachas/ Con cuyos golpes resuena la madera,/ ¡Y los ecos!”. Las palabras tienen el poder de quebrar, de atravesar la materia, de generar resonancias que se expanden más allá del lugar en el que son pronunciadas.

Tras compararlas con hachas, la voz poética establece una similitud entre las palabras y la savia. Dice:

La savia
Brota como las lágrimas, como el
Agua que se esfuerza
En reestablecer su espejo
En la roca,
Deshaciendo y horadando
Este cráneo blanco,
Carcomido por las malas hierbas.

En estos versos, Plath sugiere que el acto de escribir es un proceso vital, doloroso y purificador. La palabra busca la claridad y la verdad ("reestablecer su espejo") a través de la confrontación con la mente ("cráneo blanco") y sus artilugios (las "malas hierbas"). La palabra y, por ende, la poesía son una fuerza más poderosa que el ser. Más adelante, la voz poética afirma que años después se vuelve a encontrar con sus palabras, y que estas siguen cabalgando, sin jinete, libres. La poesía y el arte (como la locura, como la muerte) son dispositivos de liberación. En la palabra, la voz poética puede ser aquello que no puede ser en la vida.