Poemas de Sylvia Plath

Poemas de Sylvia Plath Resumen y Análisis Poemas relacionados con la naturaleza

Resumen

Una mariscadora en Rock Harbor

La voz se acerca a los acuarelistas, que intentan captar la belleza de los barcos y de la luz de la orilla del cabo. Siente entonces el hedor a limo, vísceras de concha y despojos de las gaviotas. Luego, se acerca a un pozo en el que cuelgan mejillones.

Siente que todo está en calma. Aunque a ella le parece que pasan apenas segundos, deben haber pasado varias edades como para que ella se sienta confortable en ese lugar, mientras es observada por el receloso mundo de ultratumba. La hierba brota con garras, unos montículos de cieno se abren paso, y los cangrejos salen de sus escondites.

De repente, hordas sibilantes comienzan a salir del pozo. La voz se pregunta si les gustará sentir la lama bajo sus patas, como a ella le gusta sentirla entre los dedos de sus pies. La pregunta queda sin respuesta pues ella, por una vez en la vida, ha decidido quedarse callada.

Los cangrejos, entonces, se dedican a lo suyo mientras ella llena su pañuelo de mejillones. Desde el punto de vista de los cangrejos, si es que la ven, ella debe ser una ladrona de mariscos. Entre las hierbas, la voz encuentra el caparazón de un cangrejo muerto. No puede saber si se suicidó o si murió recluido. Lo describe como una reliquia que se encuentra allí, encarando el sol sin cara.

Point Shirley

La voz describe el paisaje del cabo de la península de Winthrop, desde Water Hill hasta la prisión de ladrillo. Menciona el murmullo de los guijarros bajo el desplome del mar, y observa la nieve partiéndose y amalgamándose.

Este año, el oleaje ha saltado el dique y ha llegado hasta el jardín de la casa de su abuela. La voz recuerda cómo la abuela le hacía frente al mar. Luego, rememora una ocasión en la que apareció el cadáver de un tiburón hembra allí, en el jardín.

Pese a que hace veinte años que está abandonada, la casa aún abraza las piedras púrpuras y ovoides que tiene en cada juntura. En ese tiempo, el mar ha triturado el entorno, desde el monte de Great Head hasta el canal de Gut, que ahora está cubierto por el agua.

La voz se pregunta qué es lo que le genera tanto dolor al ver ese paisaje. Afirma que su abuela murió bendecida. Ella ha regresado para visitar y recibir huesos, solo huesos, sobados y sacudidos.

Finalmente, la voz expresa su deseo de extraer de los pezones secos de las piedras la leche que el amor de su abuela les instiló, pero las piedras ya no cobijan esa ternura. Las ánades sombrías se zambullen. El sol, rojo sangre, se hunde bajo Boston. El mar negro sigue embistiendo la barra y la torre.

Vadeando el agua

La voz comienza describiendo un lago negro en el que hay una barca negra y dos figuras, también negras, de papel. Se pregunta a dónde van los árboles negros que abrevan allí, y afirma que sus sombras deben de cubrir todo el Canadá.

Luego, la voz se detiene en las flores acuáticas que exhalan una luz tenue. Sus hojas son redondas y lisas, y están cargadas de oscuras advertencias. El remo de la barca agita una infinidad de mundos fríos.

La voz percibe, entonces, que el espíritu de lo oscuro habita en nosotros y late en los peces. Después se dirige a una segunda persona para preguntarle si la enceguece la inexpresividad de las sirenas. La voz concluye el poema afirmando que el silencio de ese paisaje es el silencio de las almas atónitas.

La luna y el tejo

La voz afirma que la luz de la mente es fría y planetaria. A su vez, los árboles de la mente son negros y su luz es azul. Las hierbas descargan sus pesares en los pies de la voz, como si ella fuera Dios, picándole los tobillos.

Brumas desvaídas y espirituosas pueblan el lugar, que está separado de la casa de la voz por una hilera de lápidas. Ella no ve adónde va. La luna no es una puerta; es una cara en sí misma, blanca como un nudillo y terriblemente afligida, y arrastra el mar tras ella como un crimen oscuro. En este momento, la luna está callada, con la boca abierta en una O de absoluta desesperación. La voz vive en este lugar.

Los domingos, las campanas alarman el cielo dos veces: ocho lenguas enormes confirman la resurrección. El tejo, con su silueta gótica, apunta al cielo. La voz alza la vista siguiéndolo y se topa con la luna. La luna es su madre, pero no una madre dulce como la Virgen. Sus vestiduras azules desprenden pequeños murciélagos y búhos.

La voz desearía poder creer en la ternura. Siente que ha caído desde muy alto. Las nubes florecen, azules y místicas, sobre el rostro de los astros. En la iglesia, los santos deben estar todos azules, levitando con sus pies delicados sobre los fríos bancos, con las manos y los rostros hieráticos de tanta santidad. La luna no se percata de nada de esto; ella es calva y salvaje. Finalmente, la voz afirma que el mensaje del tejo es la negrura y el silencio.

Amapolas en octubre

La voz observa que ni siquiera los cúmulos de la aurora saben qué hacer con ciertas faldas. Tampoco sabe la mujer que viaja en una ambulancia y que tiene un corazón rojo floreciendo asombrosamente a través de su abrigo. La voz considera que estos fenómenos son un don, un regalo de amor que no es requerido, ni por el cielo, que es indolente y flameante mientras quema su monóxido de carbono, ni por los ojos de las personas, que están tan pasmados que se inmovilizan por un instante. La voz se pregunta qué es ella para que esas bocas tardías se abran a gritos en un bosque de escarcha, en un amanecer de acianos.

Análisis

En la poesía de Plath, la naturaleza es un estado de ánimo. Plath es una heredera del romanticismo y, por lo tanto, la subjetividad se impone a la objetividad en su poesía. En sus versos, los paisajes no son meras descripciones, sino espejos que reflejan diferentes estados de ánimo. Son elementos externos que sirven para revelaciones existenciales internas. La angustia, el miedo, el dolor por la pérdida y la búsqueda de significado en un mundo desolador son algunos de los temas que nacen en la intimidad espiritual de la voz poética y aparecen proyectados en la violencia del mar, en la muerte de un crustáceo o en la cara de la luna.

Comencemos con “Una mariscadora en Rock Harbor”. Este poema presenta una línea narrativa sumamente asequible. A diferencia de lo que suele suceder en la poesía de Plath, en donde los tiempos se mezclan y confunden, aquí podemos seguir la historia, que es la de una mujer que, por curiosidad, se acerca a un cabo y, tras observar el entorno, se pone a recoger mejillones. A priori, la historia parece simple. Sin embargo, la complejidad aparece en lo que le sucede internamente a la voz poética mientras recorre el cabo y se convierte en “mariscadora”:

Escuché un rasguñar áspero, extraño
Cesar, y me allegué al silencioso
Borde de un pozanco en forma de cráter
Del que colgaban los mejillones azul mate y
Prominentes, pese a tener la impresión
De que los goznes de un mundo artero se acababan de
Cerrar sobre mí. Todo estaba en calma.
Aunque a mí me parecieron unos segundos,
Varias edades transcurrieron para que yo me granjease
Confianza de salvoconducto
En el receloso mundo de ultratumba
Que me observaba.

Esta cita da cuenta de la maestría con la que Plath fusiona el mundo exterior con el interior. La imagen impactante de esos mejillones prominentes suspende a la voz poética, la empuja a adentrarse en sí misma, a sentir que está allí, viviendo en el mundo de ultratumba hace edades. Naturaleza y ser se funden, se retroalimentan. La naturaleza es lo que la voz poética percibe de ella y, a la vez, ella es lo que percibe de la naturaleza. Más adelante, en este mismo poema, la voz poética encuentra un cangrejo muerto y afirma que “No podría decir si murió/ Recluyéndose, suicidándose”. No hace falta aclarar que un cangrejo no es capaz de suicidarse.

Tal como sucede en toda la poesía de Plath, en estos poemas, el estado de ánimo de la voz poética es sumamente sombrío. Podría especularse que si la voz poética estuviera alegre veríamos, entonces, paisajes naturales alegres. Pero eso no sucede. La voz poética está arrasada emocionalmente y, por lo tanto, la naturaleza suele aparecer como una fuerza corrosiva, destructora. Esto se ve claramente en “Point Shirley”. Dice la voz poética:

Este año
El oleaje arenoso saltó
Por encima del dique y cayó sobre un catafalco
De almejas desmenuzadas,
Dejando un amasijo salado de hielo a blanquear
En el patio de grava de mi abuela. Ella ya ha muerto:
Ella, cuya colada chasqueaba y se helaba aquí;
Ella, que mantenía la casa afrontando
Lo que el puerco y escabroso mar pudiese hacer.

¿De qué nos está hablando la voz poética? ¿Del poder destructor de la naturaleza o de la nostalgia que siente por su fallecida abuela? Nos está hablando de ambas cosas a la vez. Nos está mostrando la fuerza corrosiva de la naturaleza en correlación con la fuerza corrosiva de la vida humana. Si en la poesía romántica británica, de la que Plath es deudora, la naturaleza exaltaba el amor y el espíritu creador [1], en la poesía confesional de Plath, por el contrario, la naturaleza exacerba el dolor por la pérdida, la angustia y el miedo de vivir en un mundo arrasador.

Adentrémonos ahora en “Vadeando el agua”. Aquí, a diferencia de lo que sucede en “Una mariscadora en Rock Harbor” y “Point Shirley”, la naturaleza está sosegada. No hay cangrejos muertos ni un mar arrasador y, sin embargo, la amenaza está latente. Dice la voz poética:

Sus hojas no quieren que nos apresuremos:
Son redondas y lisas, cargadas de oscuras advertencias.
El remo agita una infinidad de mundos fríos.
El espíritu de lo oscuro habita en nosotros, late en los peces.
Un tronco nos despide ondeando su pálida mano;
Las estrellas se abren entre los lirios.
¿No te ciega la inexpresividad de estas sirenas?
Éste es el silencio de las almas atónitas.

No puede haber paz exterior si no hay paz interior. La tranquilidad de la naturaleza es traducida por la voz poética, a partir de su estado de ánimo, como una advertencia, como una manifestación de la muerte. La voz poética se centra en lo que está debajo de la superficie, aquello que no se puede ver y se asemeja a su espíritu desolado, abatido, que la insta a ir hacia la muerte.

“La luna y el tejo” es un poema de tintes góticos, en el que la naturaleza sombría nuevamente refleja la angustia de la voz poética. Dice:

La verdad, no veo adónde ir.
La luna no es una puerta. Es una cara de por sí,
Blanca como un nudillo y terriblemente afligida,
Que arrastra el mar tras ella como un crimen oscuro. Ahora
está callada,
Con la boca abierta en una O de absoluta desesperación. Yo
vivo aquí.

La voz poética está tan desamparada como desamparador es el paisaje que la rodea. La luna, aquel símbolo romántico de inspiración, aquel faro natural para soñadores, es aquí una cara afligida, desesperada. No hay puerta, no hay salida. Ella vive allí, en ese espacio yermo que es, a la vez, un estado de ánimo.

El simbolismo es recurrente en toda la obra de Plath. La luna; las flores, como las amapolas o los tulipanes; los espejos y los animales, sobre todo las aves y los animales marítimos, son algunos de los símbolos que más aparecen en sus poemas. Ahora bien, tal como hemos visto en el ejemplo previo, Plath subvierte radicalmente los símbolos que coloca en sus versos. Los despoja de sus significados clásicos para infundirles un sentido oscuro y personal. Tradicionalmente, la luna, las flores y las aves suelen tener una connotación positiva (libertad, esperanza, deseo). Plath, por el contrario, los transforma en símbolos de confinamiento, miedo o muerte.

En “Amapolas en octubre”, precisamente, las flores aparecen como un símbolo de la muerte. Aquí, la fusión entre naturaleza y humanidad, entre exterior e interior, llega a tal punto que es imposible separar ambos mundos. La voz poética, en tercera persona, nos habla del corazón de una mujer y de unas amapolas que florecieron en octubre como si fueran el mismo elemento. Dice:

Ni siquiera los cúmulos de esta aurora saben qué hacer con
tales faldas.
Ni la mujer que va en la ambulancia,
Cuyo rojo corazón florece a través del abrigo tan
Asombrosamente.

Cierta parte de la crítica ha dedicado mucho esfuerzo en intentar “descifrar” el sentido de este poema. Se ha especulado, por ejemplo, que la mujer de la ambulancia es víctima de un accidente y la voz poética es el conductor de la ambulancia, y lleva un póster o una postal con imágenes de amapolas en el vehículo; que hay un homenaje velado a los muertos en combate de la Segunda Guerra Mundial; que las amapolas han florecido en las calles que la ambulancia recorre… El problema de estas interpretaciones forzadas radica en el intento de dividir lo humano y lo natural en lugar de asimilar la fusión. Hay dos palabras que son ejemplares en este sentido: la primera, y más clara, es “florecer”. La voz poética aplica ese verbo al corazón de la mujer que va en la ambulancia, fusionando así naturaleza y humanidad. La otra es “faldas” que remite metafóricamente a las amapolas por su forma [2] pero también remite metonímicamente a las mujeres. De forma deliberada, Plath funde a las flores y la mujer. Preguntarse si tal sintagma remite a ella o a las amapolas, si las amapolas están fuera de la ambulancia o si la mujer lleva un ramo en los brazos es, por tanto, inútil. Plath convierte ambos elementos en una unidad, llevando al extremo lo que postula en toda su poesía ligada a la naturaleza: el exterior existe como un reflejo de lo interior, y el interior se refleja en el exterior.

[1] Ver, por ejemplo, el poema “Líneas compuestas a pocas millas de la Abadía de Tintern” de W. Wordsworth u “Oda al viento del oeste” de Percy Bysshe Shelley.
[2] Las amapolas se suelen utilizar para hacer muñecas. Se utilizan los capullos o flores en diferentes etapas de apertura para formar la cabeza y el cuerpo de la muñeca, y los pétalos más grandes pueden usarse para simular vestidos o faldas.