Resumen
A partir de cinco poemas representativos, analizaremos en esta sección la producción poética de Sylvia Plath cuyo tema principal es la muerte.
Lady Lázaro
La voz anuncia que ha vuelto a convertirse en un milagro andante. Una vez cada diez años logra metamorfosearse: su piel se ha vuelto brillante como la pantalla de una lámpara nazi, su pie derecho se ha convertido en un pisapapeles y su rostro, en una fina tela de lino judía, sin rasgos.
Tras esta descripción, la voz insta a un enemigo a que le arranque ese paño y la despelleje. Le pregunta qué es lo que tanto lo aterroriza de ella. ¿La nariz, las cuencas de los ojos, las dos hileras de dientes? Afirma que su aliento agrio se esfumará algún día, que la carne que devoró el sepulcro volverá a acomodarse en ella, y que será nuevamente una chica sonriente.
A continuación, la voz dice que tiene treinta años y siete ocasiones para morir. Esta es la tercera. Luego, afirma que una turba se reúne en torno suyo para presenciar lo que denomina "el gran strip tease": el acto en el que le retiran las vendas de manos y pies. Se presenta a la multitud, entonces, como un mero saco de piel y de huesos, aunque insiste en que sigue siendo la misma de antes, idéntica, y muestra sus manos y rodillas.
La voz relata que la primera vez que murió fue a sus diez años y no fue intencional. La segunda vez, sin embargo, sí fue una decisión tomada para no regresar jamás. Luego declara que morir es un arte que ella ejecuta extraordinariamente bien. Describe el regreso a la vida como un acto teatral que ocurre a plena luz del día. Para ver sus cicatrices o para oír su corazón hay que pagar. Y por una palabra, un roce, sangre, cabello o ropa hay que pagar mucho.
En el final del poema, la voz se dirige a “Herr Doktor” (al que también llama “Herr Enemigo”, “Herr Dios” y “Herr Lucifer”). Le dice que ella es su gran obra, su pieza más valiosa, el bebé de oro puro que se funde en un grito. Afirma que de su carne y sus huesos solo quedan una pastilla de jabón, un anillo de boda, un empaste de oro. Por último, le advierte que tenga cuidado, ya que ella, con su cabellera roja, resurge de la ceniza y se zampa a los hombres como si fuesen aire.
Ariel
La voz se encuentra en medio de la oscuridad. Desde allí se dirige a la “Leona de Dios". Le dice que ambas se funden en una mientras el surco se abre y avanza sobre ellas.
Luego, la voz menciona una cerviz marrón y arqueada a la que no consigue asirse, y afirma que las bayas con miradas de negro le lanzan oscuros anzuelos, bocanadas de sangre negra y dulce, y sombras. Además, hay algo que no sabe qué es y la arrastra por el aire, tirando de sus muslos y cabellos. Siente que se le desprenden escamas de los talones, y se describe a sí misma como una Blanca Godiva que se va despojando de manos y rigores muertos.
Al final del viaje o la experiencia, la voz va dejando a su paso espuma sobre el trigo y un centelleo marino. El grito del niño se disuelve en la pared y ella, como una flecha suicida, se dirige al rojo caldero del alba.
Tulipanes
La voz poética está en un hospital, acostada en su cama. Señala que los tulipanes son demasiado susceptibles en invierno. Todo a su alrededor es blanco, nevado y apacible.
En ese contexto, la voz está aprendiendo a estar en paz. Afirma que no es nadie y que no tiene nada que ver con ningún tipo de explosión. Ha entregado su nombre y su ropa diaria a las enfermeras; su historial, al anestesista, y su cuerpo, a los cirujanos.
Luego, la voz dice que su cabeza está suspendida como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse. Las enfermeras pasan sin molestar, idénticas entre sí. Ella siente que su cuerpo es como un guijarro que ellas cuidan, puliéndolo como el agua cuida los cantos. Ahora, que se ha perdido a sí misma, no quiere saber nada de equipajes, ni de su neceser negro, ni de su marido, ni de su hija, quienes la miran desde una foto.
La voz se define a sí misma como un carguero de treinta años que ha vivido aferrada a su nombre y su dirección. En el hospital, sin embargo, la han restregado hasta dejarla libre de asociaciones afectivas.
A continuación, la voz recuerda haber estado desnuda en una camilla acolchada de plástico verde. Desde allí, veía cómo su juego de té, aparadores y libros se hundían mientras el agua le llegaba al cuello. Ella no quería flores, sino solo yacer con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, completamente vacía. En ese momento, se liberó. Sintió una paz tan grande que la aturdió. El único costo de esa paz es llevar una etiqueta con su nombre. Creyó que eso era lo que conseguían los muertos al final de su vida.
La voz vuelve al presente. Afirma que los tulipanes son demasiado rojos y la lastiman. Siente que, incluso a través del papel de regalo, puede oírlos respirar ligeramente. El rojo intenso de los tulipanes le habla a su herida. Aunque parecen sutiles, la hunden y la perturban con sus súbitas lenguas. Antes nadie la observaba, pero ahora se siente observada por ellos.
Los tulipanes, entonces, se vuelven hacia la voz y la ventana que tiene detrás. Ella se ve a sí misma como una sombra de papel recortado entre la luz del sol. Afirma que ya no tiene cara, y que los tulipanes devoran su oxígeno. Recuerda que antes de que llegaran, el aire era bastante calmo. Los tulipanes saturaron el aire. Además, captan toda su atención, que antes estaba puesta en disfrutar del descanso. Sugiere que habría que encerrar a los tulipanes tras barrotes, pues ya están empezando a abrirse como la boca de un gran felino africano. Siente que su corazón hace lo mismo. Se abre y se cierra de puro amor por ella misma. Finalmente, afirma que el agua que bebe es caliente y salada, como el mar, y que proviene de un país tan lejano como la salud.
Espejo
En este poema, la voz pertenece a un espejo. Este comienza describiéndose a sí mismo como plateado, exacto y desprejuiciado. Afirma que ingiere todo cuanto ve tal como es, sin aprecio ni desprecio. Considera que no es cruel, sino sincero.
Luego, dice que casi siempre está enfocado en la pared de enfrente, que es rosada y tiene manchas. Ha observado esta pared durante tanto tiempo que piensa que ya forma parte de su corazón. Sin embargo, la pared va y viene. A menudo la reemplazan los rostros y la oscuridad.
El espejo afirma que en este momento es un lago grande y silencioso sobre el cual se inclina una mujer. Ella busca algo de lo que es explorando su propia imagen, pero luego le da la espalda a su verdadero ser. La mujer, sin embargo, regresará una y otra vez para mirarse.
Finalmente, el espejo dice que, antaño, una mujer joven se ahogó en él, y que hoy una anciana se yergue hacia la mujer, día tras día, como un pez terrible.
Límite
La voz comienza afirmando que la mujer se ha perfeccionado. Su cuerpo muerto luce la sonrisa del acabamiento. Luego, afirma que la ilusión de un anhelo griego fluye por las volutas de su toga y sus pies descalzos parecen decir: "Hasta aquí hemos llegado, se acabó".
A continuación, la voz menciona unos niños muertos que están enroscados sobre sí mismos, cada uno al lado de su jarrita de leche vacía. La mujer los ha plegado hacia su cuerpo.
Finalmente, la voz afirma que la luna no tiene por qué entristecerse, ya que está acostumbrada a ver ese tipo de cosas, oculta bajo su capuchón de hueso, arrastrando sus vestiduras crepitantes y negras.
Análisis
Sylvia Plath es una de las figuras más importantes de la poesía confesional, un movimiento que se caracteriza por explorar de forma explícita y sin tabúes la experiencia personal, la enfermedad mental, los traumas y la sexualidad. La poesía de Plath, junto a la de otros poetas confesionales como Anne Sexton y Robert Lowell, cambió el paradigma poético de su época, desplazando el modernismo a un segundo plano. Este movimiento (encabezado por poetas de la talla de T. S. Elliot) postulaba una poesía intelectual, en la que las experiencias personales y el "yo" quedaran relegadas. La poesía de Plath nos invita, por el contrario, a indagar en las profundidades de la psiquis y en las afecciones espirituales. Con su estilo brutal y desenfadado, Plath se opone a la búsqueda de la elegancia modernista, y construye poemas confrontativos y desgarradores. Lejos de estar relegado, el "yo" de Plath aparece en primer plano y, con honestidad radical y enorme potencia lírica, nos hace llegar sus dolores y oscuros deseos en forma de poesías.
Hecha esta introducción, podemos adentrarnos en la poesía de Plath que gira en torno a la muerte. Hemos escogido cinco poemas en los que este tema es central, aunque ha de quedar claro que la muerte es una presencia constante y multifacética en su obra. Aquí, no se trata de un mero hecho biológico, ni una preocupación existencial o filosófica. Tampoco es algo que aguarda allí, al final del camino, sino que aparece entrelazada íntimamente con la vida. La voz poética de Plath vive en la muerte. Se transforma, se encuentra a sí misma, se resguarda allí del mundo exterior y su caos. Lejos de ser una fatalidad, la muerte en Plath es, a menudo, un acto deliberado que libera, una forma de volver a comenzar e, incluso, un logro.
Dice la voz poética en el comienzo de “Lady Lázaro”:
He vuelto a hacerlo.
Un año de cada diez
Lo consigo: devenir
En esta suerte de milagro andante.
Lo que la voz ha vuelto a hacer es nada más ni nada menos que morir. Fallecer es un acto intencional que le permite a la voz poética convertirse en un milagro andante. Cabe preguntarse, entonces: ¿qué era ella antes de ser un milagro? ¿Cómo era su vida si solo la muerte le permite existir de ese modo? He aquí la clave: en contraposición a la muerte, en los poemas de Plath, la vida es un lugar opresivo y cruel. La voz poética no siente que tenga una vida propia, escogida por ella. Su existencia se limita a cumplir los roles que los demás le han impuesto (padre, marido, hijos e, incluso, desconocidos).
La voz poética, entonces, vive, o sobrevive, vacía de sí misma. Su identidad no está en ser, sino en no ser. A diferencia de la vida, la muerte le pertenece. Allí, la voz se encuentra, se redefine, se identifica. “Lady Lázaro”, el título del poema, alude a la historia bíblica de Lázaro, aquel que resucita gracias a la obra y voluntad de Jesús. La Lady Lázaro de Plath no necesita que nadie la resucite: sola, va y viene de la muerte, pues morir es un arte que ella lleva a cabo “extraordinariamente bien".
La imagen central de “Ariel” presenta con claridad el acto de morir como un acto de liberación. La voz poética, como una Godiva, cabalga desenfrenadamente hacia la muerte. En su cabalgata, se va despojando de todo lo que la rodea: su piel cae como escamas y el grito del niño (presumiblemente su hijo) se disuelve. Ella, liberada de sí misma y de sus obligaciones, se “impulsa hacia el rojo / Encarnado, el caldero del alba”.
Este arrojo hacia la muerte hace pensar, por supuesto, en el suicidio. Más aún sabiendo que la autora se quitó la vida intencionalmente. Aquí es importante hacer una salvedad: aunque en muchos casos lo que le sucede o narra la voz poética es equiparable a alguna vivencia de la Sylvia Plath de carne y hueso, una cosa no equivale a la otra. Lo que leemos en los versos de Plath no es una narración puramente biográfica, sino, en todo caso, una estetización de la vida real. El poder poético de Plath no radica en contar las tragedias y angustias de su vida, sino en su capacidad única de convertir en arte sus emociones privadas y, así, volver universal lo particular. La calidad de la obra de Plath va más allá de su suicidio. Es decir, la calidad de sus versos sobre la muerte trasciende su propia muerte.
Pasemos ahora a “Tulipanes”. En este poema, a diferencia de lo que sucede en “Lady Lázaro” o “Ariel”, la voz poética está en un estado pasivo. No muere como un arte ni se arroja al caldero montando un caballo, sino que se abandona pacífica, lentamente. Está internada en un hospital, una especie de limbo en el que está apartada de la existencia ordinaria, a salvo de la tiranía de la vida cotidiana. Desde ese limbo, la voz, con cierto regocijo, dice:
No soy nadie; no tengo nada que ver con ningún tipo de explosión.
He entregado mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,
Mi historia al anestesista, y mi cuerpo a los cirujanos.
La voz poética se ha convertido en nadie. No tiene nada que ver con ninguno de los seres vivos que han nacido a partir de la gran explosión del Big Bang. Esta muerte en vida se presenta como un estado de absoluta pureza. La voz ha logrado librarse finalmente de todo lo que constituye su ser exterior, todo lo que la hace ser para los demás. Se ha quedado sola, con su verdad y su yo auténtico. Se ha despojado de falsedades. En ese estado es capaz seguir existiendo sin existir, con la paz del que no siente nada. Sin embargo, los tulipanes (símbolo de la vida) aparecen y arruinan todo. Con su rojo chillón y su vitalidad, los tulipanes que están en la habitación del hospital captan los sentidos de la voz poética. La vista se altera y la llena de sensaciones inesperadas y agobiantes. La voz poética, entonces, a su pesar, percibe que algo de ella aún vive y se aleja, indefectiblemente, de su estado límbico, de su muerte pura y pacífica.
Veamos ahora un poema en el que la muerte es concreta. A diferencia de lo que sucede en los tres poemas que hemos visto hasta aquí, en “Límite” la muerte es un hecho consumado e irreversible. Este poema no está, entonces, narrado en primera persona, sino en tercera. La voz poética, desde un lugar de observación externo, dice: "La mujer se ha perfeccionado. / Su cuerpo / Muerto luce la sonrisa del acabamiento". La muerte es un logro. La mujer que en otros poemas muere, pero no se resigna y renace, o se vacía y vuelve a llenarse de vida (deliberadamente o no), acá se ha muerto de verdad y eso, lejos de ser presentado como un fracaso o como una resignación ligada a la debilidad, la ha perfeccionado.
La mujer, finalmente, ha cruzado el límite que la separaba de la pureza absoluta, de ese no lugar inmaculado, de ese único espacio que no ha sido corrompido por los hombres. El viaje constante y recurrente desde la vida hacia la muerte (y desde la muerte hacia la vida) se ha acabado definitivamente y, por ende, la mujer ahora puede sonreír con “acabamiento”. Nada más vendrá a perturbarla, a colocarla de nuevo en estado de tensión, a imponerle normas ni someterla.
Una característica distintiva (y disruptiva) de la poesía de Plath es la utilización de imágenes viscerales y metáforas brutales. Plath, tal como vemos en la cita, utiliza un lenguaje impactante y directo. Sin tabúes, aquí, nos presenta el cadáver de una mujer y se atreve a indagar en él. "Límite" es el último poema que escribe Plath. La autora lo envía al periódico The Observer horas antes de suicidarse. La virulencia de la imagen citada se redobla teniendo en cuenta este dato biográfico. A lo largo de toda su obra, pueden encontrarse imágenes viscerales de esta índole (aunque no siempre debe intentar establecerse una correspondencia biográfica).
Cerremos este análisis con un poema anómalo dentro de la obra de Plath: “Espejo”. Este es uno de los pocos poemas en primera persona de la autora donde la voz poética no es femenina. En “Espejo”, quien narra es, precisamente, el espejo. A través del uso de la personificación, Plath consigue abordar el tema del envejecimiento y la muerte desde afuera, generando cierta sensación de objetividad. El espejo se presenta como una entidad “exacta y desprejuiciada”, que inexorablemente devora lo que refleja. ¿Y qué se refleja en el espejo? Una mujer, por supuesto:
Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi superficie lo que realmente es.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las velas, la luna.
Veo su espalda, y la reflejo con toda fidelidad.
Ella me recompensa con su llanto y el temblor de sus manos.
No le importo nada. Me deja y vuelve a mí constantemente.
Cada mañana su rostro viene a reemplazar la oscuridad.
En mí se ahogó una joven antaño, y en mí una anciana hoy
Se yergue hacia ella, día tras día, como un pez terrible.
La mujer, como siempre en la poesía de Plath, tiene una identidad quebrada y, para saber quién es, debe mirarse en el espejo. Su reflejo la enfrentará con el paso del tiempo, con el lento advenimiento de la muerte, que la ratificará en su ser y le dará su forma acabada. Al igual que la muerte, el espejo no miente. No es un objeto de contemplación pasivo, como las velas o la luna (he aquí una clara marca de distanciamiento de Plath en relación con la poesía romántica). No es un lugar en el que el yo puede descansar la mirada y fantasear. Es la verdad. Es la dolorosa, pero también definitiva y reconfortante muerte.
En definitiva, la muerte en la poesía de Sylvia Plath es mucho más que un simple final biológico. Es un espacio de transformación, liberación y redefinición, un refugio idílico frente a la opresión de la vida. Plath complejiza nuestra percepción de la muerte. Paradójicamente, le da vida, la convierte en arte.