Resumen
En "La casada infiel", el yo lírico narra en primera persona su encuentro sexual con una mujer que se presenta como "mozuela", es decir, como joven soltera, pero en realidad tiene marido. El encuentro se da la noche de Santiago, cuando se celebra una fiesta en el barrio gitano de Sevilla. Los amantes se retiran hacia el río, donde ya no brilla la luz de los faroles y se escucha, en cambio, el sonido de los grillos. El lugar es oscuro y apartado; solo a lo lejos suena el ladrido de unos perros. Los amantes se desnudan y él contempla la belleza del cuerpo de la mujer: tiene el cutis fino y brillante, es más hermosa que las flores. Después de haber tenido sexo, vuelven del río al barrio y ella está como "Sucia de besos y arena" (240). En la última estrofa, el yo lírico dice que se ha comportado como un verdadero gitano: le ha regalado un costurero, pero no se enamora de ella porque tiene marido.
Análisis
Este poema tiene una dedicatoria particular: "a Lydia Cabrera y a su negrita". Se trata de una folclorista cubana que el poeta conoce en España antes de publicar el Romancero gitano. La "negrita" es Carmela Bejarano, una poeta cubana que antes de volverse famosa como escritora trabaja para la familia Cabrera. "La casada infiel" se publica por primera vez junto a "Martirio de Santa Olalla" en la Revista de Occidente, en 1928.
En este romance podemos apreciar el erotismo desplegado por Lorca en su máximo esplendor, ya que se trata de un encuentro sexual muy explícito entre una mujer y un hombre. El poeta aprovecha el paralelismo para presentar la escena en que los amantes se desnudan: "Yo me quité la corbata. / Ella se quitó el vestido. / Yo el cinturón con revólver. / Ella sus cuatro corpiños" (240). Además, la contemplación del cuerpo de la amada también está cargada de sensualidad: "Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino, / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo. / Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos" (240). Finalmente, el acto sexual es presentado metafóricamente como si el hombre montara a caballo, referencia muy utilizada en la poesía en general: "Aquella noche corrí / el mejor de los caminos, / montado en potra de nácar / sin bridas ni estribos" (240).
Este erotismo es particular porque aquí la sexualidad no se relaciona de manera directa con la violencia: ambos amantes desean el encuentro sexual. De todos modos, es cierto que el yo lírico masculino se lamenta y cuenta la anécdota apenado porque la mujer lo ha engañado: él la lleva al río creyendo que es soltera, pero en realidad ella tiene marido. Por eso, el poema empieza y, sobre todo, termina con un tono melancólico, triste, apesadumbrado: "y no quise enamorarme / porque teniendo marido / me dijo que era mozuela / cuando la llevaba al río" (241). Así, si bien este es uno de los pocos poemas que no tienen eje en la muerte, el gran tema de la pena lorquiana como sentimiento típico gitano-andaluz es absolutamente central.
Por otra parte, el yo lírico se defiende como un "buen" gitano, un "buen" hombre y un "caballero", ya que al enterarse de que ella no es mozuela (es decir, que es casada), decide no enamorarse: "Me porté como quien soy. / Como un gitano legítimo" (241). En ese sentido, se presenta una ironía, pues él mismo afirma: "No quiero decir, por hombre, / las cosas que ella me dijo" (240), con lo cual parece afirmarse nuevamente como "caballero", en el sentido de que respeta la intimidad de su amante, pero lo cierto es que acaba de contar todo el encuentro sexual que mantuvo con ella de manera muy explícita.
El poema no menciona de manera textual dónde se escenifica esta anécdota, pero algunos especialistas señalan que puede tratarse del barrio gitano de Sevilla, ya que "Fue la noche de Santiago" (239), es decir, la fiesta de Santiago de Triana, nombre de aquel barrio. Coinciden, en esa línea de interpretación, la presencia del río Guadalquivir (que también es mencionado en otros poemas del Romancero), la festividad aludida, y algunos elementos del paisaje, como el contraste entre los faroles y las esquinas del barrio, por un lado, y los grillos, juncos y zarzamoras de la orilla del río, por el otro.