Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador...
En esta cita, el narrador deja en claro que el artista del hambre gozó de cierta fama en el pasado, y que el ayuno profesional fue durante un tiempo un arte reconocido y apreciado por todos. Sin embargo, esto ha ido cambiando: el público ha perdido interés por este tipo de actos, y esto, como se verá más adelante, tiene graves consecuencias para el artista del hambre.
Acaso no era el ayuno la causa de su enflaquecimiento, tan atroz que muchos, con gran pena suya, tenían que abstenerse de frecuentar las exhibiciones por no poder sufrir su vista; tal vez su esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo.
El artista del hambre se toma muy en serio el arte de ayunar y piensa constantemente en llevar su acto más allá de los límites. Esto, naturalmente, lo convierte en un gran ayunador profesional, pero, al mismo tiempo, condena su cuerpo a un estado cada vez más paupérrimo. Tanto es así que llega un punto en el que hasta ese público que siempre disfrutó de verlo sufrir de hambre ya no resiste la imagen de ese estado patético de desnutrición.
El empresario había fijado cuarenta días como el plazo máximo de ayuno, más allá del cual no le permitía ayunar ni siquiera en las capitales de primer orden. Y no dejaba de tener sus buenas razones para ello. Según le había enseñado su experiencia, durante cuarenta días, valiéndose de toda suerte de anuncios que fueran concentrando el interés, podía quizá aguijonearse progresivamente la curiosidad de un pueblo; mas pasado este plazo, el público se negaba a visitarle, disminuía el crédito de que gozaba el artista del hambre.
En esta cita podemos apreciar cómo el empresario impone restricciones a las ambiciones artísticas del ayunador. Es decir, el artista del hambre quiere batir sus propios récords de días de ayuno, llevar su arte hasta lo más alto, hasta lo inconcebible, y eso implica que nadie le quite la gloria de seguir ayunando. Pero el empresario no tiene esa sensibilidad artística, y sus decisiones se basan pura y exclusivamente en cuánto tiempo dura el interés del público, o sea, en una cuestión pragmática y económica. En este sentido, el empresario simboliza las fuerzas corruptoras del arte que ejerce el sistema capitalista.
Entonces el ayunador sufría todos sus males: la cabeza le caía sobre el pecho, como si le diera vueltas, y, sin saber cómo, hubiera quedado en aquella postura; el cuerpo estaba como vacío; las piernas, en su afán de mantenerse en pie, apretaban sus rodillas una contra otra; los pies rascaban el suelo como si no fuera el verdadero y buscaran a éste bajo aquél; y todo el peso del cuerpo, por lo demás muy leve, caía sobre una de las damas, la cual, buscando auxilio, con cortado aliento -jamás se hubiera imaginado de este modo aquella misión honorífica-, alargaba todo lo posible su cuello para librar siquiera su rostro del contacto con el ayunador.
Esta cita corresponde a una de las tantas descripciones que hace el narrador sobre el cuerpo del artista del hambre. Es interesante observar cómo el físico del hombre se va debilitando cada vez más hasta, prácticamente, desaparecer en su jaula en una de las últimas escenas del relato. Ahora bien, aunque esta decadencia, en parte, puede explicarse por sus ayunos, sería ingenuo no relacionarla también con el desinterés del público, que ya no le encuentra ninguna gracia a su arte del ayuno y lo ignora. Este desinterés no solo arruina al artista del hambre, sino que termina matándolo.
Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el mundo, en una situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre estaba de un humor melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había nadie que supiera tomarlo en serio.
El artista del hambre sufre porque nadie comprende en profundidad su arte. Y este sufrimiento es progresivo: se acentúa cada vez más a medida que el público se interesa menos por él. Aquí aparece, aunque de forma solapada, una de las problemáticas que aborda el relato: cómo lidian los artistas con su sufrimiento. Más allá de que se trate de un cliché cuestionable, hay varios casos de artistas que han vivido atormentados por el sufrimiento; sin ir más lejos, el propio Franz Kafka. Por eso, quizás este "humor melancólico" del artista del hambre sea un reflejo de lo que -al menos desde el punto de vista de Kafka- experimenta todo artista: un profundo sentimiento de angustia por sentirse incomprendido por su público y un intento de reconciliación con él a través de su obra.
El caso es que cierto día, el tan mimado artista del hambre se vio abandonado por la muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería otros espectáculos. El empresario recorrió otra vez con él media Europa, para ver si en algún sitio hallarían aún el antiguo interés. Todo en vano: como por obra de un pacto, había nacido al mismo tiempo, en todas partes, una repulsión hacia el espectáculo del hambre.
En principio, es importante señalar que el relato de Kafka esconde una crítica hacia la forma compulsiva e incoherente de consumo de la sociedad capitalista. El público, como símbolo de esa sociedad híperconsumista, de un día para el otro pierde todo el interés por el artista del hambre simplemente porque se distrae con nuevas atracciones. Dicho de otra forma: la sociedad capitalista consume y deja de consumir de una forma completamente irreflexiva, sin ningún tipo de conciencia crítica respecto de lo que consume ni por qué lo hace o deja de hacerlo.
Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a cualquier artista, aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas, naturalmente.
En esta cita, podemos observar ciertas características del sistema capitalista que Kafka busca dejar al descubierto. En esa lógica de "infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen y se complementan unos a otros", los seres vivos (personas y animales) están a la misma altura que los objetos; y esto es así porque el sistema aliena tanto a las personas que las deshumaniza, hasta convertirlas en objetos de consumo o en máquinas de consumir. Por otro lado, el artista del hambre es aceptado en el circo porque hay una jaula vacía que hay que rellenar con algo. En este sentido, no importa la calidad del producto; la gente consume de una manera tan irreflexiva que este ayunador profesional en decadencia ya encontrará alguien que lo quiera ver. Y si esto no sucede -como efectivamente ocurre hacia el final del relato-, se reemplaza por otra cosa y listo.
Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender.
En esta cita, se retoma la idea del sufrimiento del artista. Hasta cierto punto, Kafka parece querer dejar en claro que el público jamás podrá comprender la profundidad del arte; a duras penas podrán consumirlo, hasta que se cansen y, arbitrariamente, pasen a otra cosa. De alguna manera, la idea que queda reverberando es que existe un orden: el artista produce, el público consume, y la mayor cercanía que puede darse entre ellos es a través de la obra. Por lo demás, en la mayoría de los casos, la gente seguirá consumiendo de una manera poco coherente, y el artista seguirá sufriendo porque el público disfruta lo que él produjo, pero no logra comprenderlo.
—Había deseado toda la vida que admiraran mi resistencia al hambre —dijo el ayunador.
—Y la admiramos —repúsole el inspector.
—Pero no deberían admirarla —dijo el ayunador.
—Bueno, pues entonces no la admiraremos —dijo el inspector—; pero ¿por qué no debemos admirarte?
—Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo —dijo el ayunador.
—Eso ya se ve —dijo el inspector—; pero ¿por qué no puedes evitarlo?
—Porque —dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados como si fuera a dar un beso—, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.
Este diálogo entre el artista del hambre y el inspector es el único en todo el relato. En él, el ayunador se confiesa: siente que no es digno de admiración, ya que sus ayunos siempre fueron forzados, es decir, motivados por el hecho de que nunca encontró alimento que le gustara. En relación con esto, hay una serie de interpretaciones que podemos hacer: si tomamos el ayuno como un símbolo del sufrimiento del artista (ver sección Símbolos, Alegorías y Motivos), entendemos que este sufrimiento se presenta como inevitable, forzoso, para él. Al mismo tiempo, ese sufrimiento forma parte integral de su obra. Todo parece indicar que ser artista, para el ayunador, no tiene que ver con una elección, sino que es la consecuencia de una condición; y esta condición implica sufrimiento. En este sentido, Kafka es perfectamente compatible con esta concepción de artista atormentado; y esto se puede apreciar prácticamente en toda su biografía.
Aquel noble cuerpo, provisto de todo lo necesario para desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía llevar consigo la propia libertad; parecía estar escondida en cualquier rincón de su dentadura. Y la alegría de vivir brotaba con tan fuerte ardor de sus fauces, que no les era fácil a los espectadores poder hacerle frente. Pero se sobreponían a su temor, se apretaban contra la jaula y en modo alguno querían apartarse de allí.
El artista del hambre ha muerto, y la gente del circo ha puesto una joven pantera en su jaula. Este animal produce un contraste muy fuerte con el ayunador: irradia vitalidad, alegría de vivir, sensación de libertad (incluso enjaulada), mientras que él murió en la más profunda decadencia, y siempre andaba con ese humor melancólico, y era esclavo de su hambre y su sufrimiento. Por otro lado, la pantera tiene una capacidad implacable de producir dolor en los demás, mientras que el artista del hambre tenía casi la misma capacidad implacable para recibirlo. En este contexto, el público se fascina con la presencia de la pantera, al menos por ahora, hasta que llegue el momento en que la gente la abandone por otra atracción más nueva, al igual que le ocurrió al artista del hambre.