Resumen
El artista del hambre continúa con sus actuaciones a lo largo de los años, pero sigue preocupado, especialmente porque nadie se toma en serio sus problemas. Cuando las personas le dicen que está claro que su ayuno le está causando tristeza, él sacude su jaula salvajemente. El empresario disfruta sofocando esta reacción; le miente a la audiencia, diciendo que el ayuno sí causa tristeza y que el artista del hambre apenas puede soportar su condena de cuarenta días (aunque es, justamente, el hecho de no poder continuar con el ayuno más allá de esos cuarenta días lo que entristece al artista del hambre). El empresario, incluso, llega a mostrar fotografías del ayunador tirado en la paja, casi muerto de inanición, y dice que es a causa de los cuarenta días de ayuno. Después de esta "perversión de la verdad", el artista del hambre se derrumba en su cama de paja y el público puede volver a mirarlo de cerca.
De un día para el otro, el público abandona al artista del hambre por otras atracciones. El empresario emprende una gira europea, pero no logra despertar ningún interés por su ayunador. Con pocas opciones profesionales, el artista del hambre se aleja del empresario y se postula para trabajar en un circo, sin siquiera molestarse en leer el contrato. El circo está feliz de tener al famoso artista del hambre, especialmente porque no ha perdido sus poderes de ayuno a lo largo de los años. El artista del hambre también afirma que puede asombrar al mundo rompiendo el récord de ayuno, aunque no tiene en cuenta que el público ha perdido interés en su acto.
Ya contratado, el artista del hambre se asegura de que su jaula esté en un lugar accesible, cerca de los animales. De esta forma, el público verá su jaula al pasar para ver a los animales. El problema es que el flujo de gente es tal que impide que nadie se quede a mirarlo demasiado tiempo. Aquellos que se detienen a observarlo lo hacen más para molestar a los que van a ver a los animales que por un interés real en él. En este punto, el ayunador llega a odiar a estas personas, incluso más que a los asistentes del circo. Muy rara vez un padre de familia recuerda al artista del hambre y les cuenta a sus hijos la historia detrás del hombre.
El artista del hambre a menudo piensa que quizás las cosas serían mejores si no estuviera al lado de los animales. Por un lado, es evidente que si las personas pudieran elegir entre él y los animales, elegirían siempre a estos últimos. Por otro, él debe verlos y escucharlos mientras devoran sus alimentos, y esto le molesta. Aun así, no se queja con la gerencia, especialmente porque tiene que agradecer a los animales por las multitudes que atraen. Con el tiempo, la audiencia simplemente lo pasa por alto, ya que no entiende el arte del ayuno. La pizarra que indica la duración del ayuno no está actualizada, por lo que el artista del hambre simplemente continúa ayunando; podría incluso estar batiendo récords, pero nadie, ni siquiera él, lo sabe. Si alguien acusa al artista del hambre de hacer trampa, siente que es la "mentira más estúpida", ya que es él quien está siendo estafado.
Análisis
El conflicto entre el artista del hambre y el público cobra protagonismo aquí, ya que él se ve obligado a comercializar aún más su arte. "Obligado" es una palabra apropiada si tenemos en cuenta que el artista del hambre pierde la libertad que le queda. Encarcelado en su jaula, todo lo que tiene a su favor, al parecer, es su libertad artística. Hubo otros intentos de incidir en esta libertad de manera más sutil (cuando el empresario limitó su ayuno a cuarenta días, por ejemplo), pero incluso en esos momentos, el artista del hambre aún sentía que, de alguna manera, aún tenía el control de su abnegación, o sea, la capacidad de escribir su propio sufrimiento. Ahora, el empresario miente descaradamente sobre su estado y la causa de su sufrimiento, y esto representa el peor atentado contra la libertad del artista.
Llama la atención que el empresario utilice fotografías para "probar" el estado de agotamiento del artista del hambre. El público cree más en el medio visual de la fotografía que en lo que tiene delante de los ojos; el espectáculo estático, grabado, es más importante que el que está viendo en vivo, y también están felices de comprar las fotografías, que están en oferta.
Una vez finalizado el vínculo entre el empresario y el artista del hambre, este último se postula para trabajar en el circo. La sensación de impotencia y de frustración que siente el artista del hambre frente a cómo se ha perdido el interés por su acto es tan profunda que ni siquiera le hace falta leer el contrato de trabajo. En cierta medida, es como si se conformara con el hecho de que todavía exista para él alguna jaula en el mundo dentro de la cual le permitan ayunar. A esto se redujo la libertad del artista del hambre: aceptar cualquier condición para seguir existiendo. Naturalmente, esto marca un fuerte contraste con aquel momento en que sentía que manejaba libremente su sufrimiento.
Asimismo, en esta sección, Kafka explora esa volubilidad en la forma consumo que es propia de la sociedad capitalista. El público un día simplemente abandona al artista del hambre por otras diversiones, como si su acto fuera un alimento por el que repentina e inexplicablemente han perdido el gusto. Está claro que, para Kafka, la sociedad moderna consume de manera poco reflexiva, casi autómata, y esto no le permite conectarse en profundidad con aquello que consume, en este caso, el arte del ayuno. El público se mueve en masa, y los estímulos que determinan su comportamiento son frívolos y caprichosos. Bajo estos parámetros, el artista del hambre no tiene ninguna posibilidad de que su arte sea apreciado verdaderamente. Si consideramos el hecho de que Kafka le pidió a su amigo Max Brod que quemara todas sus obras inéditas después de su muerte, podríamos suponer que el autor de "Un artista del hambre" compartía cierta frustración con el protagonista de esta historia respecto de esa falta de sensibilidad artística que el capitalismo le estaba provocando a la sociedad.
Por otro lado, en el circo, el artista del hambre se convierte en un simple acto de relleno. La verdadera atracción son los animales. Él lo sabe y por eso se coloca en un lugar estratégico, como un mero obstáculo para los visitantes antes de poder llegar a la jaula de los animales. Este hecho cumple una doble función en la historia: en primer lugar, sirve para dar cuenta de hasta qué punto el artista del hambre se ha dejado corromper por la necesidad, aceptando ser un acto sin importancia; en segundo lugar, el hecho de que los animales estén en jaulas idénticas a la suya, prácticamente en el mismo sector del circo, traza un cierto paralelismo entre el artista del hambre y las bestias.
En otro orden de cosas, el artista del hambre, que antes disfrutaba viendo a los carniceros desayunar frente a él, ahora se deprime al ver y oír a los animales comer vorazmente. Esto es así, sobre todo, porque estas bestias devoran bajo esa impunidad natural que tienen por carecer de razón. Esta irracionalidad de los animales los protege del sufrimiento: por un lado, jamás podrían concebir un arte como el ayuno (ningún tipo de arte, en realidad) y, por ende, jamás sufrirán ese tipo de hambre; por otro lado, tampoco sufrirán si el público, algún día, pierde el interés por ellos. Al mismo tiempo, esa sociedad masificada, deshumanizada, automatizada por el sistema capitalista goza prácticamente de la misma impunidad que las bestias en relación con su forma voraz e irreflexiva de consumo. En este sentido, está claro que Kafka, un artista atormentado durante toda su vida, plantea el sufrimiento como una condición inherente al ser humano, al menos, a los seres humanos más racionales, aquellos que no se dejan absorber el sistema capitalista.
Ahora bien, el artista del hambre persiste en pregonar la importancia de su arte como un modo de contrarrestar la indiferencia del público. Aunque anteriormente admitió que el ayuno era una tarea fácil, la oración "¡Solo trata de explicarle a cualquiera el arte del ayuno!" suena más bien como las palabras arrogantes de una persona que se siente superior. Y, en cierta medida, es exactamente así: él es el artista, capaz de crear un número que entretenga a la masa, mientras que esta masa no tiene identidad; es un magma impersonal de consumo que no logra apreciar cabalmente su arte. De esta forma, el artista del hambre establece una distancia con su público; distancia que lo deja solo, incomprendido, sufriendo hasta la muerte.
Por otro lado, la ira del artista del hambre, irónicamente, no se concentra en aquellos que observan a los animales, sino en las personas que se quedan a verlo a él, solo para incomodar al resto del público. Aunque tiene razones para que no le gusten, ya que no están realmente interesados en él, su odio se parece más a una especie de “autodesprecio” velado; él sabe que su arte se ha convertido en un simple y vulgar espectáculo de fenómenos, y esto lo devasta por dentro.
Así y todo, el artista del hambre siente que el mundo "le está quitando su recompensa". El arte en sí mismo no es suficiente; todavía necesita reconocimiento por su brillantez, a pesar de su actitud condescendiente y repugnante hacia el público. Esta mezcla de superioridad e inferioridad es el quid de su relación con la audiencia, y quizás signifique lo que realmente es su ayuno: un arrogante anhelo de simpatía y aprecio.