Un tranvía llamado Deseo

Un tranvía llamado Deseo Resumen y Análisis Acto I Escena 2

Resumen

La noche siguiente, Blanche ya se ha instalado. Mientras se da un baño de inmersión, Stella le cuenta a Stanley que Belle Rêve se perdió. Es vaga en los detalles y su marido es persistente en las preguntas. Él sospecha de Blanche y sus motivos y quiere ver los documentos que demuestren la venta de la plantación. Stanley menciona el Código Napoleónico, según el cual lo que pertenece a la esposa pertenece al marido y viceversa; por lo tanto, si alguien estafara a Stella, estaría estafándolo a él también.

Stanley investiga el baúl de Blanche, tirando al suelo sus pieles y joyas y mostrándoselas a Stella. Sostiene que Blanche no puede haberse comprado eso con su sueldo, y la acusa de haberse gastado el dinero de la venta de Belle Rêve que correspondía a su hermana.

Blanche sale del baño e intenta coquetear inofensivamente con Stanley, ignorando lo que ha sucedido previamente con su baúl. Luego de varios intentos con sus técnicas usuales, Blanche se da cuenta de que Stanley no puede ser seducido. Entonces intenta adaptarse al modo de Stanley, jugar con sus reglas, y le habla sobre la pérdida de Belle Rêve. Le muestra los papeles de los abogados que indican que el lugar se perdió en una hipoteca, después de que la mala administración de la familia durante generaciones haya reducido la propiedad a la nada. Sin dejar de sospechar, Stanley toma los papeles y declara que se los mostrará a un abogado amigo.

Stanley le cuenta a Blanche que Stella está esperando un bebé. Stella regresa y se lleva a Blanche fuera del departamento para que los hombres puedan tener su noche de póker.


Análisis

En el diálogo matrimonial que abre la escena se empiezan a hacer presentes las consecuencias de la visita de Blanche. Sus pertenencias invaden la habitación y lo primero que dice Stanley al respecto es “¿Qué significa todo este carnaval?” (p.44). De este modo, manifiesta cómo ve él el universo de vestidos y joyas en el que habita su cuñada. En el diálogo con Stella se ve que ella ha amoldado su comportamiento en el intento por complacer a su hermana: le ruega a Stanley que le haga cumplidos a Blanche sobre su apariencia, y le anuncia que la llevará a un restorán elegante. El personaje de Stella se mantiene en una situación incómoda durante toda la obra, porque oscila entre dos fuerzas: por un lado, la voluntad de complacer a su hermana, cuyas exigencias no quiere defraudar; por el otro, la necesidad de controlar los impulsos de su marido, desde el principio molesto por la presencia de Blanche.

Podemos entender la situación de Stella como la de quien se debate entre su pasado y su presente: Blanche es su familia, su procedencia, mientras que Stanley es su vida actual. En el diálogo matrimonial, Stella le cuenta a Stanley que ella intentó “dorar”, en las cartas a su hermana, la descripción de su casa en Nueva Orleans, lo cual demuestra de algún modo que es consciente de la distancia entre las dos facetas de su vida. Esa posición ambivalente adquiere un tono trágico al final de la obra, cuando debe tomar una decisión que implica renunciar a uno de los polos (su marido o su hermana).

Otra de las causas por las que Stella tiene una posición incómoda es que, a pesar de tener cierto carácter, parece más manipulable y vulnerable que su hermana y que su marido. Le pide a Stanley que no le cuente a Blanche que ella está embarazada, pero él no cumple. Al mismo tiempo, cuando le cuenta que se ha perdido la propiedad familiar, lo hace con evasivas e intenta presentar el asunto como si se tratara de una fatalidad inevitable. La noticia, junto con la inocencia de Stella, que no puede especificar ningún detalle sobre el asunto, colma los nervios de Stanley. El diálogo no solo ilustra el carácter de Stella sino también el de Stanley, quien se muestra como un hombre cuya reacción habitual es violenta: inmediatamente le grita a Stella y revuelve el baúl de Blanche, tomando sus joyas y pieles y preguntándole a Stella si realmente le parece que Blanche pudo haber comprado esas cosas con su sueldo de maestra. Cuando Stella le pide que no moleste a Blanche con acusaciones y preguntas inquisitivas, Stanley explota: “¿Desde cuándo me das órdenes?” (p.49). Lo que se devela es que la llegada de Blanche hace emerger conflictos en la pareja que hasta entonces parecían saldados: el pasado aristocrático de Stella molesta a Stanley porque su superioridad de clase le quita el poder y la autoridad que él sostenía en el hogar.

Es en boca de Stanley que aparece una afirmación relacionada al tema de la diferencia de clases: “Los Kowalski y los Du Bois tienen ideas distintas” (p.49), dice, refiriéndose al modo abismalmente distinto de ver la realidad. La contraposición entre una visión romántica y una realista es uno de los temas más importantes de la obra, y aquí aparece ligado al de las diferencias culturales y de clase social. En esta escena, ese antagonismo se presenta con claridad, encarnado en Blanche y Stanley. Cuando Blanche sale de bañarse, ambos mantienen un diálogo en el que se consolidan (y se expresan) las distancias irreconciliables entre ambos, que acabarán conduciendo al trágico final. Mientras que Blanche procura, con su usal estrategia, flirtear inocentemente y envolver, con gracia, cada palabra en sedas o gasas, Stanley usa frases cortas, incisivas y alejadas de todo sentido poético. Él busca ir al grano de lo real: le pregunta a Blanche cuánto cuestan sus vestidos. Ella responde con evasivas, diciendo que son regalos de admiradores, y busca una galantería en Stanley, pero no la consigue. Él le responde: “A mí no me pescan con esas” (p.51) y afirma estar en contra de hacerles cumplidos a las mujeres. “Hay hombres a quienes se los puede embaucar con esa fábula de la fascinación a lo Hollywood y otros a quienes no” (p.52), declara. Para Stanley, por lo tanto, la ilusión y la fascinación son meros engaños, mentiras, de las cuales él no quiere ser parte. Blanche comprende que no puede “hechizar” a Stanley, pero no escapa a la confrontación: le pide a su hermana que vaya a hacer un mandado y se presta a jugar con las reglas de Stanley. Lo llama, juguetonamente, primitivo. Stanley responde, en su registro habitual: “¡Bueno! ¿Qué le parece si terminamos con esta comedia?” (p.52), evidenciando que lo que lee, en el comportamiento de su cuñada, es justamente una actuación, una dramatización. El único juego que él se propone jugar es “a cartas vistas” (p.52). Blanche afirma no tener nada que ocultar, aunque está al tanto de ser un poco embustera porque, al fin y al cabo y según sus propias palabras, “la seducción en una mujer se compone en un cincuenta por ciento de ilusión” (p.54).

Las pertenencias de Blanche, en relación a lo anterior, funcionan como elementos significativos: todo lo que tiene da la apariencia de disfraz. El “falso cristal” de su diadema puede leerse como un pequeño símbolo de la contradicción que encarna Blanche: pretensión de sofisticación y delicadeza que esconde, sin embargo, todo lo contrario. Es claro que el tema de las apariencias es importante en la obra: Blanche intenta sostener una imagen de sí misma para con los demás, logrando convencer, por un tiempo, a todos menos a Stanley. Él, un hombre directo e impulsivo, sin pudores, no considera las apariencias más que un motivo de sospecha, algo que esconde un engaño, una estafa. Desde la llegada de Blanche, se instala en el rol de develar lo que su cuñada pretende ocultar.

Cuando Stanley pregunta por los documentos sobre Belle Rêve, Blanche le dice que están en su baúl, y declara: “Todo lo que tengo en el mundo está en ese baúl” (p.54). Esa afirmación puede leerse de dos modos. Desde un punto de vista literal, la imagen confirma la bancarrota absoluta de Blanche. Pero desde un punto de vista simbólico, si tenemos en cuenta que los elementos del baúl son joyas falsas y disfraces galantes, la frase expresa que todo lo que tiene ese personaje es ilusión, fantasía. Stanley se eleva ante ella como el horror de la realidad más brutal, que amenaza con quitarle lo único que le permite vivir: la imaginería, la literatura, la fantasía y toda su ilusión. Eso es, en parte, lo que la horroriza cuando Stanley toma los viejos poemas de amor -que su esposo muerto, cuando era joven, le había dedicado-, contaminando con su tosquedad una de las pocas cosas que nutrían su ilusión. De algún modo, la desesperación de Blanche evidencia la perturbación que le produce ver el mundo exterior, concreto, acechando su mundo íntimo, compuesto de recuerdos y fantasías, y el único que le ofrece un refugio. Una tensión entre una visión romántica y una realista sobre la vida se mantiene presente durante toda la obra, encarnada en el contraste entre Blanche y Stanley respectivamente.

La visión romántica, encarnada en una muchacha proveniente de una aristocracia venida a menos, adquiere una significación singular. Blanche intenta vivir en una ilusión que la proteja de los recuerdos de la más brutal realidad. Esa ilusión, sin embargo, está gravemente herida y es difícil recomponerla. En esta instancia de la obra aún se desconoce en qué consiste realmente el pasado oscuro de Blanche, pero luego sabremos que implica escándalos sexuales. El camino es similar al de sus antecesores: el “bello sueño” en que vivía la familia Du Bois se desvaneció por perderse entre los instintos más bajos. En esta escena, Blanche monologa ante Stanley sobre las “épicas fornicaciones” (p.56) que tuvieron lugar en las distintas generaciones de su familia, producto de las cuales la propiedad se redujo a poco más que la casa y un cementerio en el que yace toda la familia menos ella y Stella, a quienes solo quedaron deudas. Se devela entonces que Belle Rêve no se perdió por fallas de Blanche o por problemas netamente económicos sino a causa de una larga lista de indiscreciones. Con esas palabras de Blanche se presenta por primera vez en la obra información que relaciona estrechamente el deseo y la muerte. El relato de Blanche resignifica su primer parlamento en la obra, aquel que presentaba al Deseo como un tranvía que conducía al Cementerio. De este modo, podemos incorporar a la metáfora estos datos del pasado Du Bois: el tranvía llamado Deseo (las “épicas fornicaciones”) condujo a los Du Bois hasta el tranvía llamado Cementerio (todos murieron y casi lo único que ha quedado como herencia es un cementerio).

Mientras Blanche revela toda la oscuridad familiar, Stanley observa los papeles legales. Él no puede interpretarlos, así que amenaza con que los llevará a un amigo abogado. Es interesante el proceder de Stanley en este punto: al considerarse, de algún modo, derrotado en su intento de acusación (probablemente con el pedido de los papeles esperaba una rendición de Blanche que le diera la razón a sus sospechas), intenta atacar a Blanche con otra arma: contándole que Stella espera un hijo de él. La noticia logra desestabilizar, por unos instantes, a Blanche: hay que recordar que ella es la hermana mayor, y padece no solo su edad sino también su poca seguridad económica y social, en tanto no formó una familia y no goza del sustento que un hombre podría otorgarle. Pero la cuestión del embarazo es significativa, más que nada, si se la considera en relación a los lazos sanguíneos: la familia Du Bois, aristocrática, ha creado descendencia con un obrero, un Kowalski. Esto está presente en la línea que Blanche le dice a su hermana en referencia a Stanley: “¡Oh, supongo que no es uno de ésos que simplemente se entusiasman con el perfume del jazmín, pero quizá tenga lo que necesitamos para mezclarlo con nuestra sangre, ahora que hemos perdido Belle Rêve!” (p.57). La frase debe leerse en analogía con un proceso histórico social: la bancarrota llevó a miembros de familias aristocráticas a trazar lazos sanguíneos con aquellos a quienes siempre habían menospreciado: miembros de clases menos distinguidas que contaban, en determinado momento, con más dinero y fuerza que ellos.

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