Como la vida misma

Como la vida misma Resumen y Análisis Segunda parte

Resumen

El protagonista ve por el espejo retrovisor a un chico que conduce un Vespino, es decir, una motocicleta liviana. Como la moto es pequeña, el chico logra avanzar haciendo zigzag entre los coches. Para el protagonista esto es indignante; le da rabia que otro pueda avanzar mientras él está atascado. Entonces, mueve su coche unos pocos centímetros al costado y ve que ahora el chico también está bloqueado por otros vehículos. Esto le genera mucho placer.

Alguien desde atrás toca la bocina y el protagonista se sobresalta. Chequea el semáforo, que sigue en rojo, y grita, como dirigiéndose a aquel que ha tocado la bocina: "¿Qué quieres, que salga con el paso cerrado, imbécil?" (633-634). El otro sigue pitando sin parar. El protagonista siente mucha rabia y nervios; sus expresiones son muy agresivas. En este momento, mira a los conductores a su alrededor a través de la capa de contaminación y polvo que cubre los cristales de su coche, así como el resto de la ciudad. Hace gestos hacia esos conductores, y ellos responden. Se comunican por movimientos de brazos, manos, cuello, y por expresiones faciales, sin hablar. El narrador asegura que el atasco se convierte, entonces, en un concurso de mímica. El semáforo se pone en verde. Todos, en el atasco, festejan con algarabía. El protagonista recupera su posición al volante y arranca. Son las nueve menos cinco.

Avanza al lado de un utilitario, es decir, un coche liviano y pequeño. Compiten por ver quién avanza más rápido. Enseguida la calle se hace más estrecha y solo hay espacio para uno de ellos. Ambos conductores se miran con odio y desconfianza. En ese momento, ganarle al otro se vuelve lo más importante del mundo para el protagonista, pero el utilitario hace una maniobra y logra adelantarse. Esta derrota le resulta irritante.

De pronto, el tránsito gana fluidez; todos logran avanzar. El protagonista se siente embriagado por el vértigo de la ciudad. A medida que acelera, ve que una anciana cruza la calle, pero está tan intoxicado por la velocidad que no se detiene, la esquiva por apenas unos milímetros y le grita "Cuidado, abuela" (635). Luego, se dice a sí mismo que las ancianas son un peligro.

Análisis

En este segmento del relato, es posible encontrar diferentes ejemplos del individualismo y la falta de solidaridad. A su vez, vemos el comportamiento agresivo y exaltado del protagonista en relación con aquellos que lo rodean.

Dos personajes que tienen apariciones muy breves en el texto funcionan como símbolos de sectores sociales a los que el protagonista solo puede ver como obstáculos. El chico del Vespino simboliza a aquellos miembros de la sociedad que, por alguna razón, son diferentes y no replican exactamente el mismo comportamiento de la mayoría, por lo que gozan de mayor libertad. Así, este chico puede avanzar con más facilidad y velocidad que los automóviles atascados porque tiene un vehículo mucho más pequeño. La anciana representa a los sectores más frágiles, que, en estas circunstancias, son vulnerables y potenciales víctimas de aquellos que viven compitiendo. Como leemos en el relato, el protagonista siente desprecio por ambos: envidia al muchacho del Vespino y considera que la anciana es un peligro, cuando el verdadero peligro es él, intoxicado por la agresividad, el vértigo y la rapidez.

La competitividad con otros conductores se ve plasmada en la secuencia que incluye al conductor del utilitario, es decir, un coche pequeño y liviano. En determinado momento, ambos avanzan en paralelo, pero comienzan a competir porque, algunos metros más adelante, la calle se vuelve estrecha y solo hay espacio para un automóvil. La ansiedad y el individualismo del protagonista hacen que ganar este duelo se convierta en su objetivo principal, como si fuera lo más importante de su vida, lo cual es, evidentemente, exagerado, desmedido y poco sano. El hecho de que ambos conductores entiendan la situación como una batalla o una contienda, además, resalta la crítica social que propone "Como la vida misma": el protagonista no es un monstruo ni una excepción, sino que la dinámica urbana de superpoblación y acelere naturaliza y generaliza las relaciones competitivas y agresivas entre los individuos.

Por otra parte, en este segmento se encuentra una de las instancias más cinematográficas del relato: la escena en que los conductores se pelean silenciosamente mediante gestos y movimientos corporales. Los lectores logramos imaginar la escena con detalle porque la construcción visual y cinética (es decir, la descripción del movimiento) es muy potente. El efecto de ridiculización de los conductores enojados se potencia por el hecho de que están todos en silencio y encerrados en sus autos, pero sus expresiones irradian agresividad: están frenéticos, desorbitados, rabiosos y tienen ansias de matar a los demás.

Es interesante observar el comportamiento homogéneo de todos los conductores. No solo están cargados de nervios y rabia cuando el tránsito no avanza, sino que también, masivamente, sienten alivio y felicidad cuando la calle se hace más fluida y es posible avanzar. De esta manera, el relato sugiere que las personas funcionan casi como autómatas: responden todas de la misma manera y se ven insertas en una dinámica que suprime la singularidad de cada uno.