Resumen
Capítulo 36: Que trata de otros raros sucesos que en la venta le sucedieron
Palomeque, el ventero, anuncia que se aproximan cabalgando cuatro hombres y una mujer, todos con el rostro cubierto, y dos jóvenes a pie. Entonces Dorotea se cubre el rostro y Cardenio entra al cuarto de don Quijote.
Cuando llegan los viajeros, el cura le pregunta a uno de los jóvenes quiénes son los que tienen el rostro cubierto, pero él no lo sabe, aunque los acompaña hace dos días, porque durante el viaje permanecieron en silencio y solo se escuchaban los sollozos de la mujer, quien aparentemente viaja forzada.
Dorotea, al escuchar los suspiros de la mujer, se acerca a ofrecerle ayuda, pero ella no responde. Uno de los hombres con la cara cubierta responde por ella diciendo que es una mentirosa. Entonces la mujer rompe el silencio para desmentirlo y acusar al hombre de lo mismo. Cardenio la oye y exclama palabras de asombro, entonces la mujer reconoce a su vez la voz de él, entra a su habitación y se desmaya. El hombre que la acompaña la sostiene, pero al hacerlo, su rostro queda descubierto. Así, Dorotea reconoce que es Fernando y se desmaya también. El cura le quita el paño con el que se había cubierto el rostro y Fernando descubre quién es ella.
Finalmente los cuatro, Fernando, Dorotea, Luscinda y Cardenio, se reconocen mutuamente. Luscinda le pide a Fernando que le permita volver con su auténtico esposo, Cardenio, y Dorotea se arrodilla y le suplica que cumpla su promesa y la tome por esposa. Ella le dice también que si teme mezclar su sangre con la suya, porque ella no es una persona de la nobleza, que recuerde que la verdadera nobleza consiste en la virtud.
Entonces Fernando reconoce que Dorotea tiene razón y libera a Luscinda. Cardenio la toma en sus brazos y ambos se reconocen como esposos. Luego Fernando atina a sacar su espada para vengarse de Cardenio, pero Dorotea lo detiene, y le dice que no puede ir en contra de lo que Dios ha unido, y que si puede sosegarse a pesar del desengaño amoroso mostrará el carácter noble de su corazón. Luego los amigos de Fernando, el cura, el barbero y todos los que están presentes en la venta le piden a Fernando que escuche los consejos de Dorotea. Él así lo hace y da muestras de arrepentimiento por lo que le hizo a su esposa. Cardenio y Luscinda le agradecen a Fernando. Él le cuenta lo que sucedió después de encontrar el papel que escondía Luscinda en su pecho: primero había querido matarla, pero se lo impidieron los padres de ella. Luego Luscinda había desaparecido de la casa de sus padres y al poco tiempo Fernando se enteró de que estaba en un monasterio. Allí fue a buscarla y, un día en que las puertas estaban sin vigilancia, entró, la encontró en un claustro y la sacó por la fuerza. Luscinda no había hablado en todo el camino desde entonces y solo lloraba y suspiraba, hasta que llegaron a la venta.
Capítulo 37: Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras
Sancho Panza está decepcionado porque se da cuenta de que la princesa Micomicona es en realidad Dorotea y todas las expectativas sobre su futuro se desvanecen. Cuando don Quijote se despierta, le explica la confusa situación. Mientras él se viste con su armadura, el cura les cuenta a don Fernando y a los que están con él las locuras del hidalgo y el plan que habían ideado para sacarlo de su penitencia en la sierra. También les dice que ahora tendrán que pensar en un nuevo plan, pero Fernando se opone y pide que Dorotea siga representando el papel de la princesa hasta que consigan llevar al hidalgo de regreso a su casa.
Don Quijote se presenta con su atuendo disparatado y le dice a Dorotea lo que le reveló su escudero. Asimismo le explica que si su padre cambió la identidad de ella por temor, tiene que saber que para él no es una tarea difícil vencer a un gigante.
Dorotea responde que no ha dejado de ser quien era, aunque es cierto que le acontecieron algunos sucesos favorables y propone que al día siguiente reanuden el viaje. Don Quijote se enoja con Sancho y éste trata de explicarle que ha roto los cueros de vino cuando creía luchar con el gigante, pero él no le cree. Don Fernando pone fin a la discusión y decide que al día siguiente todos acompañarán en el viaje al hidalgo.
Entonces llega a la venta un hombre, que por sus vestiduras parece venir de las tierras de los moros, con una mujer con el rostro cubierto y vestimenta morisca. En la venta le dicen que no hay lugar para que se hospeden, pero Dorotea viendo la pesadumbre de la mujer le dice que puede compartir con ella y con Luscinda su habitación. Ella agradece con un gesto y pero no habla, por lo que las mujeres suponen que no habla “cristiano”. El cautivo, el hombre que la acompaña, les dice que no habla su lengua. Luscinda le explica que le han ofrecido su compañía y parte del aposento en donde van a dormir, y que lo hicieron por la obligación de servir a los extranjeros que se encuentran en situaciones desfavorables. El cautivo les agradece mucho. Dorotea le pregunta de qué religión es la mujer y él responde que es mora, pero que tiene grandes deseos de ser cristiana. Luego ella le pide a la mujer que se descubra el rostro y el cautivo se lo traduce en árabe. La mora así lo hace y los que están allí presentes se sorprenden de la belleza de su rostro. Fernando pregunta su nombre a la mujer y ella, al escuchar que el cautivo responde “Zoraida”, lo niega y exclama que se llama María. Luscinda la abraza y todos se sientan a comer en una misma mesa.
Mientras cenan, don Quijote está motivado y quiere hablar, como lo hizo en la oportunidad en que comió con los cabreros, y comienza un discurso sobre las armas y las letras. Afirma que las primeras aventajan a las segundas, y que se confunden quienes dicen lo contrario, por creer que el ejercicio de unas es corporal y de las otras espiritual. Explica que para vencer a los enemigos se necesita más que la fuerza corporal, por lo que el ejercicio de las armas también demanda espíritu.
Luego compara los fines que persiguen las armas y las letras, limitando estas últimas a lo que atañe al derecho jurídico. Las letras buscan entender las leyes y hacer que se respeten, mientras que las armas persiguen un fin más alto y digno de alabanza: la paz, que es el mayor bien que los seres humanos pueden desear. También compara los esfuerzos físicos a que se tienen que someter quienes ejercen una y otra actividad.
Los que escuchan sienten curiosidad por el discurso de don Quijote y nadie cree que sean palabras de un loco. Entonces él comienza a hablar de la vida de los estudiantes (que se dedican a las letras), mostrando los sacrificios a los que los conduce la pobreza, como la falta de alimento, la poca vestimenta y la escasa calefacción, aunque muchos de ellos, gracias a sus estudios, alcanzan una vida llena de comodidades y lujos.
Capítulo 38: Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras
Don Quijote continúa su discurso comparando la profesión de los soldados con la de los letrados. Empieza describiendo las pésimas condiciones de vida a las que se someten los primeros, aún peores que las de los letrados, que había descrito anteriormente. Además de pasar hambre, estar expuestos a las peores condiciones climáticas y tener que dormir en el suelo, ellos arriesgan su vida y su integridad física en cada batalla. Además, frecuentemente, cuando terminan las batallas, su riqueza no aumenta.
Por otra parte, aunque los defensores de las letras argumenten que las guerras también necesitan sus leyes, las leyes en definitiva se sostienen con las armas, ya que con ellas se defienden las repúblicas, los reinos y las ciudades. Además, argumenta don Quijote, no se puede comparar el temor que padecen los soldados cuando están en peligro de perder sus vidas con el que puede tener un estudiante a causa de sus carencias.
Por último, recuerda los tiempos “benditos” en que no había armas de fuego, y dice que le pesa haber tomado el ejercicio de la caballería andante en el detestable tiempo presente, porque aunque no es temeroso, piensa que una bala puede quitarle la ocasión de hacerse famoso. Sin embargo, si sale victorioso, también será mayor su fama, porque se ha enfrentado a peligros mayores que los que enfrentaron los caballeros andantes en los siglos pasados.
El cura, aunque es letrado, está de acuerdo con la opinión de don Quijote en favor de las armas. Después de cenar, la ventera, su hija y Maritornes preparan el cuarto donde había dormido don Quijote para que se acomoden ahí las otras mujeres. Mientras tanto, don Fernando le pide al cautivo que les cuente su historia y éste comienza su relato.
Análisis
En la venta de Palomeque tiene lugar el encuentro de las parejas de Cardenio y de Dorotea. Como Cardenio se refugia en el cuarto de don Quijote y los demás tienen el rostro cubierto, el momento de la anagnórisis, es decir, del reconocimiento de la identidad de los personajes, se retrasa, creando mucha expectativa en el lector. Luego, los conflictos sentimentales de ambas parejas se resuelven felizmente. Cardenio y Dorotea recuperan a sus parejas legítimas y los cuatro se ven felices con el desenlace que les permite salir de “aquel intrincado laberinto” (p. 277) en el que estaban envueltos.
Luscinda se refiere a su amor por Cardenio utilizando una imagen recurrente en la literatura amorosa, la imagen de los dos amantes unidos como la hiedra al muro: "Dejadme, señor don Fernando, por lo que debéis a ser quien sois, ya que por otro respeto no lo hagáis, dejadme llegar al muro de quien yo soy hiedra, al arrimo de quien no me han podido apartar vuestras importunaciones, vuestras amenazas, vuestras promesas ni vuestras dádivas" (p. 272). Con esta imagen Luscinda refuerza la idea del vínculo fiel e inseparable que la une a Cardenio.
Dorotea, que es labradora y por lo tanto perteneciente a un rango inferior al de su amante don Fernando (hijo del duque Ricardo), recurre en su discurso a un concepto expresado con frecuencia en la literatura del Siglo de Oro español, aquel que se refiere a la nobleza, ya no como característica propia de la clase nobiliaria, sino como propio de los que tienen una conducta virtuosa: "(...)La verdadera nobleza consiste en la virtud, y si esta a ti te falta negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes." (p. 273).
Más adelante el narrador presenta una idea contraria, cuando se refiere la nobleza de don Fernando como una herencia de la sangre: "En efecto, a estas razones añadieron todos otras, tales y tantas, que el valeroso pecho de don Fernando -en fin, como alimentado con ilustre sangre-; se ablandó y se dejó vencer de la verdad, que él no pudiera negar aunque quisiera” (p. 275).
Tras el desenlace feliz de estos conflictos sentimentales, llega a la venta una nueva y enigmática pareja. Luego de su llegada, y tras una breve presentación, todos se disponen a cenar y don Quijote da un discurso que recuerda al que había pronunciado antes, con los cabreros (capítulo 11), sobre la Edad de Oro: “dejando de comer don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le movió a hablar tanto como habló cuando cenó con los cabreros, comenzó a decir…” (p. 282).
Este discurso servirá como preámbulo de la historia del cautivo y la mujer mora, que se narrará en los capítulos siguientes (39-41), así como su discurso sobre la Edad de Oro sirvió de preámbulo para la historia de Marcela y Grisóstomo. Además, el hidalgo demuestra, como en aquella ocasión, su elocuencia y la cordura que tiene en ciertas situaciones.
El tema de las armas y las letras, es decir, de las profesiones del letrado y del soldado, es un tópico renacentista. Don Quijote compara ambas profesiones, sus fines, la forma de vida de quienes las ejercen y la recompensa que ellos reciben. Él se refiere en particular a los letrados que se dedican a las leyes, como él mismo advierte: “Es el fin y paradero de las letras… y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo entender y hacer que las buenas leyes se guarden.” (p. 283). Sin embargo el término “letras” puede incluir a otros letrados, como al cura: “El cura le dijo que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.” (p. 287).
Además, el discurso sobre las armas y las letras tiene referencias autobiográficas de Cervantes, (que también fue un hombre de armas y de letras), así como la historia del cautivo que se presentará a continuación. Cervantes perdió la movilidad de su mano izquierda a causa de la herida de un arcabuz en la batalla naval de Lepanto (herida que le valió el sobrenombre de “el manco de Lepanto”). En su discurso, don Quijote menciona el temor que producen las armas de fuego, que en los “benditos siglos” pasados (como en la Edad de Oro) no existieron, y a las que no debieron enfrentarse los antiguos caballeros andantes. Dice que los soldados “con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería” (p. 286), es decir, de muchos arcabuces (como el mismo Cervantes). Y finalmente reconoce el recelo que le producen las armas de fuego, mencionando “el valor de su brazo”: “porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra” (p. 287).
Con esto don Quijote concluye su discurso dejando a la audiencia asombrada por su ingenio y elocuencia.