Resumen
Capítulo 46: De la notable aventura de los cuadrilleros y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote
El cura explica a los cuadrilleros que el hidalgo está loco y logra convencerlos de que no lo arresten. Ellos, como miembros de la Justicia, median en la causa de Sancho y el barbero y logran dejarlos satisfechos. El cura le da al barbero ocho reales como pago de la bacía, sin que don Quijote se entere.
El asunto entre doña Clara y don Luis se soluciona también. Tres de los criados del padre regresan a la casa de éste y se decide que el cuarto acompañará a don Luis a Andalucía. El ventero reclama el pago de los cueros que el hidalgo rompió y del vino desperdiciado, y don Fernando paga la deuda. Así, todos se quedan sosegados.
Don Quijote quiere irse de allí para cumplir con la promesa que le ha dado a la princesa Micomicona, y se dijere a ella para pedirle que no se demoren más en la venta. Ella accede y él se dispone a partir, cuando Sancho afirma que la supuesta princesa no es tal, y que la ha visto besándose a escondidas con uno de los hombres que está en la venta. Don Quijote, lleno de ira, insulta a su escudero de mil maneras y éste se retira temeroso. Dorotea calma al hidalgo y lo persuade de que Sancho no actuó con malas intenciones, y de que acaso vio las cosas que dijo a causa de un encantamiento. Don Quijote entonces lo perdona.
Hace dos días que están allí y se decide poner en marcha un plan para llevar a don Quijote de regreso a su aldea, sin contar con la presencia de Dorotea y don Fernando. El cura les pide a todos que se disfracen y de este modo van a buscar al hidalgo que está en su aposento durmiendo, le atan los pies y las manos, y lo encierran en una jaula de madera. Don Quijote cree que se trata de un nuevo encantamiento. Sancho reconoce a los que están disfrazados pero no osa decirle nada. El barbero amigo de don Quijote, cambiando la voz y con lenguaje profético, le anuncia a él un futuro glorioso y le dice que no se sienta humillado por la forma en que será trasladado.
Don Quijote se consuela con sus palabras, porque cree entender lo que significa la profecía: que se casará con Dulcinea y tendrá hijos con ella. Se muestra agradecido y dice que en cuanto a Sancho, si él no puede darle la ínsula que le ha prometido, al menos le dará un salario, tal como deja asentado en su testamento. Sancho le agradece besándole las manos y los hombres disfrazados llevan la jaula de don Quijote y la acomodan en un carro de bueyes.
Capítulo 47: Del estraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos
Don Quijote se lamenta de que lo trasladen en un carro de bueyes, porque avanzará mucho más lento que otros caballeros andantes que han sido encantados. Sancho le dice que no se fía de las personas que van disfrazas, el hidalgo le explica que son apariciones, pero el primero lo niega.
Don Fernando y Cardenio temen que Sancho le revele la verdad a su amo, así que apresuran la partida. Le piden al ventero que ensille a Rocinante y ponga la albarda el asno de Sancho. Éste así lo hace. El cura acuerda con los cuadrilleros que los acompañen en el viaje hacia la aldea. Sancho sube a su asno y lleva de las riendas a Rocinante y así se disponen todos a partir. La ventera, su hija y Maritornes, fingiendo que lloran, se despiden del hidalgo. Éste les dice que no se lamenten, y que lo que a él le ocurre es propio de los caballeros dignos de fama, quienes tienen muchos enemigos que envidian sus virtudes. También les pide perdón si por descuido les hizo pasar malos momentos, y aclara que nunca tuvo esa intención. Finalmente agrega que si el encantador lo deja libre, las recompensará como merecen.
El cura y el barbero se despiden de don Fernando, Cardenio, Luscinda, Dorotea, Zoraida, el capitán, su hermano y su sobrina. El cura y don Fernando acuerdan escribirse contándose los próximos sucesos. El ventero le da al cura unos papeles que encontró junto a la novela del Curioso impertinente. Es la Novela de Rinconete y Cortadillo.
El cura y el barbero, con antifaces, suben a sus caballos. Delante de ellos va Sancho. Adelante de todos está el carro con don Quijote enjaulado y a los costados de éste, los cuadrilleros.
Más tarde, por el camino los alcanzan un canónigo de Toledo y otros hombres que lo acompañaban, todos ellos a caballo. El canónigo le pregunta a un cuadrillero por qué llevan a un hombre enjaulado. Éste no lo sabe y don Quijote le pregunta al primero si sabe algo de libros de caballerías. El canónigo lo afirma contundentemente y el hidalgo le explica que está encantado por la envidia de malos encantadores. El cura confirma lo que dice Don Quijote. Sancho se acerca y dice que no cree que su amo esté encantado, porque ha oído decir que los encantados no comen, ni duermen, ni hablan, y dirigiéndose al cura le dice que lo reconoce y que si no fuera por él su amo ya estaría casado con la princesa Micomicona. Se lamente además porque él hubiera podido ser gobernador de una ínsula.
El barbero se sorprende y le dice a Sancho que él debería estar en la misma jaula que su amo, por tener el mismas locuras. Sancho le responde que es un hombre libre, que puede desear lo que sea y que no lo van a engañar con lo del encantamiento. El barbero no le responde. El cura se adelanta hacia donde está el canónigo con sus criados para hablar con él en privado. Entonces le cuenta sobre la locura del hidalgo y el canónigo se sorprende. Luego éste distingue dos tipos de relatos. Cree que los libros de caballerías se encuentran dentro de los que llaman fábulas “milesias”, que solo sirven para deleitar al lector, a diferencia de las fábulas “apólogas”, que entretienen y enseñan al mismo tiempo. El canónigo muestra lo inverosímiles que resultan los libros de caballerías y asimismo dice que no encontró ninguno que tenga una composición armoniosa.
El cura está de acuerdo y le habla sobre el escrutinio que hizo en la biblioteca del hidalgo. También admite que le gustan los libros que muestran virtudes en los personajes. Luego menciona muchos héroes famosos que son arquetipos ejemplares de sus virtudes, como Aquiles, Ulises y Eneas. El canónigo agrega que si además de mostrar las virtudes de los hombres, la historia se cuenta con buen estilo, ingenio y de manera verosímil, sería perfecta y alcanzaría el fin de deleitar y enseñar al mismo tiempo.
Capítulo 48: Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías, con otras cosas dignas de su ingenio
El cura sostiene que los libros más reprensibles son los que no siguen reglas artísticas, con las cuales se harían dignos de la fama que en la poesía tuvieron de los más reconocidos poetas de la antigüedad. El canónigo le cuenta que ha escrito más de cien páginas de un libro de caballerías, que se lo ha dado a algunas personas para que lo leyeran y que, a pesar de las opiniones favorables ha decido abandonarlo. Entonces habla de las comedias que se representan en su tiempo, casi todas las cuales son disparatas y, sin embargo, el público las ve con gusto. Aunque son obras malas, los autores y los actores dicen que así deben ser, porque eso le gusta al vulgo, mientras que las obras que siguen las reglas del arte no sirven más que para unos pocos que las entienden. El canónigo ha intentado sin éxito hacerlos cambiar de opinión. También dice que no está en falta el público que pide disparates, sino quienes no saben representar otra cosa, y menciona algunas obras famosas que no son disparatadas, entre ellas, La ingratitud vengada.
El cura dice que siente el mismo resentimiento por las comedias nuevas que por los libros de caballerías y que en ellas no se respetan las unidades de espacio y tiempo, ni las reglas de decoro. También dice que todo eso es un oprobio para los ingenios españoles, puesto que los extranjeros que respetan las reglas de la comedia los consideran ignorantes y bárbaros por los disparates que crean. Finalmente dice que alguien inteligente y discreto de la corte debería examinar las obras antes de que se representen, y que lo mismo podría hacerse con los libros de caballerías.
El barbero se acerca a ellos y les propone detenerse en ese lugar a descansar. El cura acepta y el canónigo decide hacer lo mismo. Sancho Panza aprovecha la ocasión para hablar con don Quijote. Le dice que no va encantado, sino que el barbero y el cura de su aldea lo han engañado. El hidalgo explica que los encantadores podrían haber tomado fácilmente la forma de sus amigos. Sancho, después de muchos rodeos, le pregunta si ha sentido ganas de hacer sus necesidades, y él responde que sí.
Análisis
En la venta se da un cierre feliz a cada una las historias entrelazadas con la acción principal del protagonista, y también se cierra la discusión en relación a la naturaleza del objeto que don Quijote le quitó al barbero. Esta discusión que se había iniciado en el capítulo 21 entre él y su escudero, termina involucrando a todos los que están presentes en la venta. Finalmente el cura le paga ocho reales al barbero por ella y todos quedan satisfechos.
Una vez que se da cierre a los asuntos pendientes, comienzan los preparativos para el viaje de retorno del protagonista a su aldea. El regreso de don Quijote enjaulado y conducido en una carreta tiene algunas reminiscencias de Lanzarote o el caballero de la carreta de Chrétien de Troyes, escrito aproximadamente entre 1175 y 1181. Allí el caballero Lanzarote viaja en condiciones semejantes a rescatar a la reina Ginebra, lo cual es humillante, porque de ese modo eran conducidos los delincuentes.
El barbero le habla a don Quijote en un lenguaje profético, cuyo significado es necesario descifrar. Por ejemplo dice: "esto será antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la visita de las lucientes imágines con su rápido y natural curso” (p. 345). “El seguidor de la fugitiva ninfa” alude nuevamente a Apolo, en su persecución a Dafne. La profecía se cumplirá antes de que el sol (Apolo) recorra dos veces las constelaciones del cielo (las lucientes imágenes), es decir, antes de que se cumplan dos años.
El discursos profético del barbero es una parodia de un tópico muy frecuente en los libros de caballerías. El ejemplo más conocido son las profecías del mago Merlín, otro de los personajes del ciclo artúrico (así como Lanzarote).
Por último, el narrador insiste en el proceso de transformación de Sancho, a quien, según dice “le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo” (p. 345).
En los capítulos 47 y 48 tiene lugar el debate entre un canónigo y el cura sobre los libros de caballerías y sobre las nuevas comedias que se representaban en aquel tiempo en España. En primer lugar, el canónigo distingue los libros que sirven meramente de entretenimiento y los que entretienen y enseñan al mismo tiempo (fábulas milesias y apólogas, según su criterio). Dentro de las primeras, que son “cuentos disparatados”, ubica a los libros de caballerías. Su principal punto de ataque a estos libros es su falta de verosimilitud, en la que “consiste la perfección de lo que se escribe” (p. 352).
Además critica la composición de dichos libros, porque sus elementos no forman una unidad coherente, y los compara con una quimera, un monstruo mitológico cuya cabeza era de león, su torso de cabra y la cola de dragón.
No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio, sino que los componen con tantos miembros, que más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada (p. 352)
En su argumento podemos ver uno de los principios estéticos que se enuncian en el Arte poética de Horacio: “en fin, sea lo que intentas al menos simple y único” (v. 23, p. 21); “que no discrepe del principio el medio y del medio el final” (v. 152, p. 33). Esto retoma a su vez una idea presente en la Poética de Aristóteles (1451a): la fábula debe representar una acción, un todo completo, con sus diversos incidentes tan íntimamente relacionados que la transposición o eliminación de cualquiera de ellos distorsiona o disloca el conjunto. En efecto, también en el Quijote, parodia de los libros de caballerías, vemos que se intercalan muchas historias, lo cual elude el precepto de representar una única acción.
En el capítulo 48 se presenta una discusión sobre las comedias. El canónigo critica que en la comedia nueva no se respeten las unidades de tiempo y de lugar, establecidas en la Poética de Aristóteles. La primera de ellas, la unidad de tiempo, fijaba el desarrollo de la acción en un tiempo máximo de veinticuatro horas. La segunda indicaba que la acción debía transcurrir en un espacio único. Respecto a la primera, el canónigo dice: “Porque ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado?” (p. 355). Y respecto de la segunda: “¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África, y aun, si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en América, y, así, se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo?” (p. 355).
En esto el canónigo coincide con las críticas de los preceptistas neoaristotélicos de la época de Cervantes, que condenaban la falta de acatamiento a las unidades aristotélicas en las nuevas comedias. Asimismo el canónigo critica la falta de adecuación de los personajes a las reglas de decoro, es decir la adecuación del comportamiento de los personajes a sus respectivas condiciones: “¿Y qué mayor [disparate] que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?” (p. 355).
Lope de Vega, contemporáneo a Cervantes y con quien mantenía una conocida rivalidad, es uno de los dramaturgos que rechazaba estos preceptos. Así lo podemos ver en su texto ensayístico Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, presentado en 1609. Allí establece nuevas reglas para hacer teatro, por considerarlas más apropiadas para su tiempo. Además se enfrenta abiertamente al precepto de las tres unidades aristotélicas. Sobre todo, se niega a respetar las unidades de tiempo y lugar, pues para él la acción no puede contenerse en la estrechez de un solo día y de un solo lugar. Lope también propone que los argumentos y sus desarrollos sean los que marquen el género de la obra (comedia o tragedia) y no el rango social de sus personajes, lo que va en contra de las reglas de decoro.
Llama la atención que entre las obras destacadas que menciona el canónigo está La ingratitud vengada de Lope de Vega. Donald McGrady sostiene que este podría ser “uno de sus pinchazos más encarnizados” (p. 128) contra su rival, puesto que esta obra tiene elementos claramente autobiográficos que muestran una visión negativa del propio Lope de Vega. Así, el canónigo dice sobre la obra: “Sí, que no fue disparate La ingratitud vengada” (p. 355). También el canónigo menciona entre las obras destacadas una tragedia del propio Cervantes: Numancia.