Resumen
Capítulo 12: De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote
Llega un hombre llamado Pedro que trae provisiones de la aldea al lugar donde están reunidos don Quijote y los cabreros, y cuenta que ha muerto esa mañana el famoso estudiante Grisóstomo, a causa de su amor por la pastora Marcela. El pastor ha pedido que lo entierren al pie del risco donde había visto a la pastora por primera vez. Dice que el entierro será digno de ver. Los cabreros deciden ir al entierro el día siguiente, excepto uno de ellos, que se quedará a cuidar las cabras. Don Quijote le pregunta a Pedro sobre Grisóstomo, y este le dice que era un hidalgo rico que había estudiado muchos años en Salamanca, que sabía mucho sobre “la ciencia de las estrellas” y que les decía el “cris” del sol y de la luna. Don Quijote lo corrige, diciéndole que ese fenómeno se llama “eclipse”. Luego Pedro explica que Grisóstomo predecía si el año de cosecha iba a ser de abundancia o “estil”, y don Quijote le dice que la palabra es “estéril”. A Pedro no le importa la diferencia entre un término y otro, y desconoce que la ciencia que estudia Grisóstomo es Astronomía, como se lo señala don Quijote.
Pedro también explica que Grisóstomo sabía componer poemas, que había heredado una gran fortuna y que había cambiado repentinamente su traje de estudiante por uno de pastor, como así también lo había hecho su amigo Ambrosio. El cambio de vestimenta en el caso de Grisóstomo se debía a que estaba enamorado de la pastora Marcela. Pedro le dice a don Quijote que no escuchará una historia semejante aunque viva más años que “sarna” y el hidalgo lo corrige diciéndole “Sarra”. El pastor le dice que no lo corrija más, y don Quijote se disculpa amigablemente y le dice que tiene razón, “porque vive más sarna que Sarra”. Luego Pedro cuenta la historia de Marcela, hija de un labrador rico y famosa por su belleza. Ella fue criada por un tío sacerdote, dado que había muerto su madre. Muchos hombres le habían pedido su mano al tío pero él quiso que sea ella quien decidiera. A cada ofrecimiento ella se negaba, excusándose y diciendo que se sentía joven y que con el tiempo sabría elegir a una compañía de su agrado. Un día decidió hacerse pastora y salió a trabajar a los campos, pese a que la gente del pueblo se lo había desaconsejado. Entonces muchos jóvenes ricos, hidalgos y labradores, haciéndose pasar por pastores, intentaron conquistarla sin éxito. Entre ellos, Grisóstomo. Los hombres desengañados y desesperados comienzan a llamarla "cruel" y "desagradecida". Hay un bosque de hayas donde muchos hombres han escrito el nombre de ella. Finalmente Pedro le aconseja a don Quijote que vaya al entierro de Grisóstomo al día siguiente. Don Quijote le agradece la narración de los sucesos y se acuesta pensando en Dulcinea.
Capítulo 13: Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos
Al amanecer, cinco de los seis cabreros se levantan y despiertan a don Quijote invitándolo a ir con ellos al entierro de Grisóstomo. Don Quijote así lo hace, junto con su amigo Sancho. Al poco tiempo, encuentran en el camino a seis pastores que llevan sobre sus cabezas coronas de ciprés y adelfa. Junto a ellos cabalgan dos gentilhombres. Al enterarse de que ellos también se dirigen al entierro, deciden viajar juntos. Vivaldo, uno de los hombres que cabalgan, le pregunta a don Quijote porqué está armado, a lo cual éste responde que es un caballero andante. Todos advierten la locura del hidalgo y Vivaldo le pregunta a don Quijote por la caballería andante.
Don Quijote explica los orígenes de la caballería remontándose a los tiempos del rey Arturo, donde nace la orden de los caballeros de la Tabla Redonda. También menciona los amores de Lanzarote del Lago con la reina Ginebra. Desde entonces la orden se ha extendido por diversas partes del mundo, y en ella se hicieron famosos Amadís de Gaula y Belianís de Grecia, entre otros. Don Quijote concluye diciendo que ejerce esta profesión con el propósito de ofrecer su ayuda a los débiles y menesterosos.
Vivaldo, pese a que se da cuenta del grado de la locura del hidalgo, continúa dándole temas de conversación. Don Quijote compara el ejercicio de los soldados con el de los religiosos, diciendo que los primeros ejecutan la paz en la Tierra que los otros piden al cielo. Vivaldo coincide con su opinión. Luego le pregunta por qué en cada ocasión en que los caballeros ponen en peligro sus vidas se encomiendan a su dama, en lugar de a Dios, como todos los cristianos. Don Quijote le explica que así lo indican las reglas de la caballería. También dice que no existe caballero andante que no ame a una dama, puesto que esto lo convierte en un caballero legítimo. Vivaldo objeta que el caballero don Galaor no tenía una dama a quien encomendarse, a lo que don Quijote replica que una excepción no cambia la regla, y que, además, dicho caballero tenía un amor secreto. Finalmente Vivaldo le pregunta por la dama a quien ama don Quijote, y él responde exaltando la belleza de Dulcinea, a quien le atribuye el título de princesa. Sancho es el único que cree en las palabras del hidalgo, por conocerlo desde su infancia, y solo desconfía de la existencia de Dulcinea cuyo nombre jamás escuchó.
Luego, todos ven a veinte pastores vestidos de luto que llegan al lugar del entierro y comienzan a cavar la fosa. Don Quijote y los que van con él llegan allí y todos se saludan cortésmente. Ambrosio, el amigo de Grisóstomo, confirma que ese era el lugar donde su amigo quería ser enterrado, pues allí le había declarado su amor a Marcela y allí había sido rechazado. Luego pronuncia un elogio fúnebre y dice que quemará los escritos que su amigo le había dedicado a Marcela, tal como él se lo pidió. Vivaldo se opone diciendo que con ellos quedará eternizada la crueldad de Marcela, para que otros eviten caer en desengaños semejantes, y le pide quedarse con algunos de ellos. Ambrosio lo consiente y Vivaldo lee el título de uno de los escritos: “Canción desesperada”. Entonces Ambrosio dice que es el último escrito de Grisóstomo y le pide que lo lea en voz alta para todos los presentes.
Capítulo 14: Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos
El capítulo comienza con la canción de Grisóstomo, quien expresa el dolor por el desengaño amoroso, y dice que prefiere la muerte antes que el desdén de la mujer que ama o los celos. Al terminar de leerla, Vivaldo dice que el contenido de la misma no concuerda con la buena fama de Marcela. Ambrosio dice que los temores en los que había caído su amigo no desacreditaban la fama de Marcela. Vivaldo se dispone a leer otro de los escritos cuando aparece Marcela y todos se maravillan ante su presencia. Ambrosio le pregunta por qué está allí, tratándola de despiadada y cruel y llamándola “basilisco”. Marcela da un discurso entonces para mostrar a los que están presentes por qué se equivocan cuando la culpan por las penas y la muerte de Grisóstomo. Ella sabe que es hermosa y sostiene que todo lo hermoso tiende a ser amado, sin embargo, sostiene que el ser amado no está obligado a amar a quien lo ama, ni siquiera aunque éste también sea hermoso. Ella dice que nació libre y que para vivir libre elige la soledad de los campos. Por otro lado, sostiene que si el deseo se alimenta de esperanzas, dado que ella no le dio ninguna esperanza a Grisóstomo, él murió por su porfía, y no por la crueldad de ella. Luego repite que su voluntad es vivir en soledad, y quien quiera llamarla “basilisco” o “cruel”, no la siga, no la busque y no la sirva, pues ella tampoco lo hará. También dice que si a Grisóstomo lo mató su impaciencia, no deberían culparla a ella por su honestidad. Finalmente afirma que nació rica y libre y no desea quedar sujeta a nadie, y que se entretiene con las conversaciones honestas con otras pastoras y con el cuidado de sus cabras.
Una vez terminado su discurso, Marcela se retira sin esperar respuesta alguna, y se dirige a un bosque. Todos se quedan admirando su belleza y discreción, y algunos quieren seguirla, pero don Quijote se opone. Les dice que ella ha demostrado de manera satisfactoria su inocencia respecto de la muerte de Grisóstomo y que hizo evidente su deseo de vivir en soledad. Los pastores queman los papeles de Grisóstomo, terminan la sepultura, y ponen su cuerpo allí. Ambrosio dice que pondrá un epitafio. En la inscripción que pondrá en él se insiste en la idea de que su amigo murió en manos de una “ingrata”. Todos le dan el pésame a Ambrosio y se despiden. Algunos caminantes invitan a don Quijote a ir a Sevilla con ellos, diciendo que allí encontrará muchas aventuras, pero el hidalgo se niega, manifestando que aún tiene mucho que hacer en esa tierras llenas de “ladrones malandrines”. Después de separarse de los pastores, don Quijote decide ir a buscar a Marcela para ofrecerle su ayuda.
Análisis
En estos tres capítulos se narra el episodio pastoril de Grisóstomo y Marcela. La narración comienza in medias res, es decir en el medio de la historia, pues lo primero que se narra es el fallecimiento de Grisóstomo y luego se presenta la historia de su amor no correspondido con Marcela. El narrador de la primera parte de la historia es Pedro, un hombre que lleva al campo provisiones de la aldea. Finalmente, el relato de los sucesos simultáneos y posteriores al entierro de Grisóstomo (capítulos 13 y 14) vuelven a ser contados por un narrador omnisciente.
En la primera parte del relato, don Quijote corrige dos veces a su narrador, Pedro, por la pronunciación errónea de las palabras “eclipse” y “estéril”. Esto hace evidente una vez más la diferencia en el lenguaje de los personajes de la novela. Por otra parte, Pedro dice "no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna” (p. 79), confundiendo la enfermedad “sarna”, con el nombre de la mujer de Abraham, Sara, de quien se dice que vivió ciento veintisiete años.
En este episodio se muestran los distintos puntos de vista que los personajes tienen sobre las cualidades y comportamientos de Marcela. El relato de Pedro exalta la belleza y la honestidad de ella. Luego se nos presenta el relato de Ambrosio, amigo de Grisóstomo, quien la retrata como la cruel culpable de la muerte de su amigo, y se refiere a ella llamándola “basilisco”, un animal fabuloso al que se atribuía la propiedad de matar con la mirada. También se nos presenta el punto de vista de Grisóstomo, mediante la “Canción desesperada”, en la que culpa a Marcela de su desengaño amoroso y de los celos que siente. Más tarde se nos presenta el punto de vista de Marcela, según ella lo presenta en su autodefensa.
El discurso de Marcela es muy elocuente respecto de su inocencia, ya que demuestra punto por punto por qué no estaba obligada a corresponder al amor de Grisóstomo. Además defiende su libertad y su decisión de no casarse. Este personaje se destaca por sus convicciones y porque toma el destino en sus manos, pese a las opiniones ajenas. En el capítulo 12, Pedro relata que ella decidió salir a trabajar al campo “sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban” (p. 80). Además ella se niega a casarse, pese a todos los pretendientes que tiene. Luego, en su discurso, dice que quiere vivir sola y que, si quieren juzgarla por eso, ella los ignorará: “El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera” (p. 95).
Por otro lado, en el capítulo 13, don Quijote explica los orígenes de la caballería andante, remontándose a Gran Bretaña en los tiempos del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda, en donde se había instituido la orden de la caballería. También menciona a Lanzarote del Lago y a la reina Ginebra.
Se considera como una de las fuentes de inspiración de la novela de caballerías a la literatura de Chrétien de Troyes (1130 - 1180), quien tomó a estos personajes legendarios para relatar sus aventuras, por ejemplo, en Lanzarote o el caballero de la carreta (1190). Amadís de Gaula (1508), el libro que don Quijote señala como padre de todas las novelas de caballería, es la obra más representativa de este género. Su protagonista, además, es un exponente del amor cortés, una forma de concebir el amor que surgió en el siglo XI. Siguiendo esta filosofía, los caballeros le dedicaban a sus damas cada una de sus victorias y se encomendaban a ellas en cada ocasión de peligro. Como vemos, esto último es cuestionado por Vivaldo:
Pero una cosa entre otras muchas me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes, antes se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios. (p. 85)
Sin embargo, esta práctica constituye una regla para los caballeros andantes, tal como don Quijote le explica. Además, el hidalgo insiste en la necesidad esencial de que un caballero ame a una dama:
(...) no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. (p. 86)
Otra de las características del amor cortés es la exaltación de la dama a quien el caballero ama. Don Quijote pronuncia una extensa lista de atributos para dar cuenta de la belleza de Dulcinea:
(...) su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve (…) (p. 87)
La belleza de Dulcinea, tal como don Quijote la describe, corresponde al tópico de la Donna angelicata, según el cual se representaba un prototipo de belleza femenina muy extendido en el Renacimiento: pelo rubio y largo, piel blanca, mejillas sonrosadas, ojos grandes y claros. La enumeración de sus atributos también corresponde al tópico Descriptio Puellae, que consiste en enumerar, generalmente en orden descendente, las características de un doncella con rasgos sumamente idealizados.
Además, don Quijote dice que sirve a Dulcinea y la llama “señora mía” (p. 87). Este es otro elemento propio de la la concepción del amor cortés. El enamorado establece imaginariamente con la mujer amada una relación semejante a la del vasallo con su señor feudal. El enamorado sirve a su dama y la trata de “señora”, como vemos en este ejemplo.