Don Quijote de la Mancha (Primera parte)

Don Quijote de la Mancha (Primera parte) Resumen y Análisis Cuarta parte, Capítulos 51 - 52

Resumen

Capítulo 51: Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban al valiente don Quijote

Eugenio, el cabrero, cuenta que a tres leguas de allí hay una aldea donde vivía un labrador muy rico y honrado, que tenía una hija hermosa y virtuosa de la que estaba orgulloso. Su belleza era famosa en aquellas tierras. De todas partes iban hombres a ver a su hija, Leandra, y pretendían casarse con ella.

El cabrero era uno de sus pretendientes y tenía esperanzas de conseguir la aprobación del padre de la joven, porque él lo conocía y sabía que era natural del mismo pueblo, “limpio en sangre” (es decir, sin mezcla de raza, ni judía ni morisca), joven, muy rico e ingenioso. Pero había otro pretendiente con las mismas condiciones, Anselmo, y entonces el padre deja la elección a su hija.

El hijo de un labrador pobre, Vicente de la Roca, se había ido de la aldea a los doce años con un capitán, y había vuelto doce años más tarde vistiendo ostentosos trajes de soldado, que aunque parecían ser muchos, en realidad no eran más que tres, combinados de distintas formas. Se sentaba en la plaza a contar historias exageradas de sus hazañas, trataba de “vos” a sus iguales, tocaba la guitarra rasgueándola, y componía poemas de asuntos triviales. Leandra lo miraba desde una ventana que daba a la plaza, se enamoró de sus apariencias, y un día se ausentó de la aldea con él, dejando a todos perplejos.

Sus parientes pidieron justicia y la buscaron. Después de tres días la encontraron en una cueva en un monte, semidesnuda, y sin el dinero ni las joyas que había sacado de su casa. Entonces ella les cuenta que Vicente la sacó de su casa dándole su palabra de ser su esposo y prometiéndole que la llevaría a la ciudad más rica y lujosa del mundo, que era Nápoles. Sin embargo, la llevó a una cueva, no abusó de ella, pero le sacó todo su dinero y se fue. El padre de Leandra la lleva a un monasterio y ella está ahí desde entonces.

Anselmo y Eugenio se quedaron entristecidos y decidieron dejar la aldea en donde vivían e ir al valle en el que están ahora. Desde entonces pasan sus días entre los árboles, apacentando a sus rebaños, cantando y suspirando por Leandra. También otros pretendientes de ella, a imitación de él y de Anselmo, han ido a ese valle y se dedican a lo mismo, de manera que el lugar parece una “pastoral Arcadia”. Todos allí hablan de Leandra y su nombre resuena en todas partes. Entre todos, Anselmo es el más juicioso. Él toca admirablemente un rabel y compone cantos que muestran su buen entendimiento, mientras que Eugenio se queja del comportamiento de las mujeres, de su inconstancia y de su ligereza.

Así termina su relato el cabrero, diciendo que esta es la razón por la que le había hablado a su cabra de la manera en que lo hizo, y que por ser hembra la desestima. Finalmente les ofrece alimentos sabrosos a sus oyentes.

Capítulo 52: De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los disciplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor

A todos los oyentes les agrada la historia del cabrero, especialmente al canónigo, quien nota que en su forma de contarla parece más un discreto cortesano que un rústico cabrero, y por eso dice que estaba en lo cierto el cura al afirmar que “los montes criaban letrados” (p. 374).

Don Quijote le dice a Eugenio que si no estuviera encantando se ofrecería a ayudarlo a sacar a Leandra del monasterio, y que a eso lo obliga su profesión que consiste en favorecer a los menesterosos. El cabrero se sorprende de cómo habla aquel hombre que tiene muy mal aspecto, y le pregunta al barbero quién es. Él responde diciendo que es “el famoso don Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios” (p. 374), y menciona otras de sus cualidades. Eugenio reconoce la semejanza con la descripción de los caballeros andantes e insinúa que el hidalgo está loco. Éste lo insulta y le arroja violentamente un pan en el rostro. Entonces Eugenio empieza a golpearlo hasta que llega Sancho en defensa del hidalgo y comienza golpear al cabrero. Luego siguen peleándose el cabrero y el hidalgo, mientras el resto se divierte, excepto Sancho que quiere ayudar a su amo, pero un criado del canónigo se lo impide.

Entonces escuchan un sonido triste de trompeta y don Quijote le pide una tregua al cabrero por parecerle que se trata de la invitación a una nueva aventura. Eugenio acepta y don Quijote ve cerca de allí a unos hombres vestidos de blanco a modo de disciplinantes.

En aquella comarca no llovía hace mucho tiempo y los disciplinantes iban en procesión a una ermita a suplicarle a Dios que lloviera. Como los hombres llevaban una imagen cubierta con señales de luto, don Quijote piensa que es una señora que llevan por la fuerza, y subiendo a Rocinante les anuncia a los que están con él que va darle libertad.

Los intentos del cura, el barbero y el canónigo no logran detenerlo. Sancho le advierte a su amo que los hombres son disciplinantes y que lo que llevan es la imagen de la Virgen, pero el hidalgo continúa galopando hasta que llega a donde está la procesión y obliga a los hombres a escucharlo. Uno de los clérigos le pide que se de prisa y don Quijote los exhorta con lenguaje caballeresco a que liberen a la señora. Entonces los hombres lo consideran un loco y comienzan a reírse. Don Quijote arremete contra uno de ellos y éste a su vez lo golpea fuertemente en el hombro. El hidalgo cae al suelo y Sancho va a socorrerlo, diciéndole a los hombres que su amo es un caballero y jamás ha hecho daño a nadie. El clérigo, viendo que don Quijote no se mueve, lo cree muerto y se va corriendo.

Entonces se acercan todos los que estaban con el hidalgo y los que marchaban en procesión se preparan para defenderse empuñando cuerdas y candeleros. Sancho se arroja encima del cuerpo de su amo y se lamenta creyendo que está muerto. Con las voces y gemidos de Sancho, don Quijote se reanima y le dice a su escudero que lo lleve al carro encantado, porque ya no puede montar. Sancho le sugiere que vuelvan a su aldea y le propone que desde allí hagan una nueva salida, más provechosa y digna de fama. Don Quijote acepta. Los disciplinantes continúan su procesión, el cabrero se despide, los cuadrilleros abandonan la marcha junto al carro y el canónigo continúa su camino.

Luego de seis días el grupo de don Quijote llega a su aldea un domingo al mediodía. Todos los aldeanos acuden a ver al que está en la carro y se quedan maravillados. Pronto le comunican a la sobrina y a la criada del hidalgo la noticia, y ellas gritan y maldicen nuevamente a los libros de caballerías. La esposa de Sancho, que ya sabía que él había sido su escudero, le pregunta si el asno está bien y, luego de confirmarlo, pregunta si le ha traído un traje a ella o zapatos a sus hijos. Él le responde que trajo cosas de mayor importancia y que en una futura salida con don Quijote puede ser que éste lo haga gobernador de una ínsula. Ella no entiende qué quiere decir, y él le dice que basta con que le crea. Luego afirma que no hay en el mundo mejor tarea que la de ser escudero de un caballero andante y salir en busca de aventuras.

La sobrina y la criada acuestan a don Quijote en su cama. El cura les encarga a ellas que estén alertas para que el hidalgo no vuelva a escaparse, y les cuenta lo hicieron para traerlo de regreso. Ellas vuelven a lanzar improperios contra los libros de caballerías y se quedan temerosas de lo que pueda suceder cuando el hidalgo se mejore.

El autor de la historia buscó con curiosidad y diligencia los acontecimientos que sucedieron en la tercera salida de don Quijote, en la que sabe que se dirigió a Zaragoza a unas famosas justas que allí se realizaron. El fin de su historia lo sabe gracias a que un médico lo halló en unos pergaminos guardados en una caja de plomo que fue encontrada en los cimientos de una ermita. Los mismos narran las hazañas del hidalgo y hablan sobre su sepultura. Al final se reproducen epitafios y elogios citados en los pergaminos.

Análisis

El capítulo 51 contiene un nuevo y último relato enmarcado. Se trata del episodio de Leandra, narrado por un cabrero, Eugenio. La primera parte de la historia transcurre en una aldea. Allí muchos hombres pretendían casarse con Leandra, entre ellos, Eugenio. Ella finalmente huye con un soldado pretencioso y arrogante que la engaña y la abandona en una cueva, y su padre, luego de encontrarla, la lleva a un monasterio. Desde entonces sus pretendientes han huido de la aldea para vivir como pastores en el monte, donde todo el tiempo resuena el nombre de Leandra. Este escenario natural es semejante a la Arcadia, como el mismo cabrero reconoce: “A imitación nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido a estos ásperos montes usando el mismo ejercicio nuestro, y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia (…)” (p. 372)

Arcadia, que es un territorio situado en Grecia, quedó en la memoria de la posteridad, sobre todo a partir del libro Arcadia (1504) del escritor italiano Jacopo Sannazaro, como un lugar donde transcurren los sucesos de la literatura pastoril. Allí los pastores llevan una vida lúdica, sencilla y dichosa en un entorno natural con condiciones semejantes a las de la antigua Edad de Oro (ver análisis de los capítulos 9 - 11). Pero antes que Sannazaro, ya Virgilio había convertido a esa región en uno de los escenarios de sus églogas. Los árcades eran un pueblo ganadero con una cultura musical muy desarrollada. En el Renacimiento, Arcadia se convirtió en un símbolo de la vida pastoril. Así vemos que el escenario se reproduce en el relato del cabrero con todos sus elementos: “(…) pasamos la vida entre los árboles, dando vado a nuestras pasiones o cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa Leandra o suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas” (p. 372).

Los pastores cantan y hablan, bien o mal, de Leandra, haciendo que su nombre resuene como un eco en todo el valle:

No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los aires cuente; el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados (…) (p. 373)

La repetición del nombre de la amada como un eco de la naturaleza está presente también en la primera égloga de Virgilio: “Tú, Títiro, ocioso a la sombra, eres maestro del bosque en cantar a la hermosa Amarilis.” (1, 4-5, p. 75). Es decir, el bosque canta con su eco el canto que Títiro le enseñó.

En el cierre de su relato, Eugenio se queja de ligereza de las mujeres y muestra una actitud misógina. Con esto explica el mal trato que dio a su cabra por ser hembra (cap. 50), y que sirvió de contexto para presentar la historia de Leandra. Así, establece un paralelo entre Leandra y la cabra, sugiriendo que ambas tienen conductas similares:

Yo sigo otro camino más fácil, y a mi parecer el más acertado, que es decir mal de la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida y, finalmente, del poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones que tienen. Y esta fue la ocasión, señores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando aquí llegué, que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi apero. (p. 373)

Finalmente el cabrero ofrece sus alimentos a los oyentes: “cerca de aquí tengo mi majada y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables” (p. 373). Esto recuerdo también el final de la primera égloga de Virgilio, que se cierra con este ofrecimiento que Títiro le hace a Melibeo, el pastor con el que dialoga: “Tenemos manzanas maduras, tiernas castañas y gran provisión de leche cuajada.” (1, 80-81, p. 81).

Respecto al tratamiento de “vos” que el narrador dice que empleaba Vicente de Roca con sus iguales, cabe aclarar que en ese entonces estaba destinado exclusivamente a las clases inferiores o para mostrar enojo.

El capítulo 52 cierra la primera parte de Don Quijote. La historia del cabrero termina con un final abierto que da lugar a que el hidalgo muestre su deseo de ayudarlo. La forma de hablar de don Quijote persuade al cabrero de su falta de cordura y desata una pelea entre ambos. El enredo de golpes culmina con la invitación a una nueva aventura en la que el hidalgo no duda en involucrarse. Una vez más, don Quijote interpreta la realidad a su modo: cree que la estatua de la Virgen que cargan los disciplinantes es una señora que llevan en contra de su voluntad, y se dispone a liberarla. Esta es la última aventura de la primera parte. El hidalgo termina herido e inmóvil en el suelo, y Sancho lamenta anticipadamente su muerte con palabras altisonantes:

¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! (p. 377)

Sin embargo, esta muerte es solo aparente. Don Quijote retorna a su hogar con la promesa de una futura salida, esta vez, propuesta por su escudero, que anticipa la segunda parte del libro: “volvamos a mi aldea en compañía destos señores que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama” (p. 377). Al final, Sancho Panza se muestra muy satisfecho con la experiencia del viaje:

Solo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, (…) pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo el maravedí. (p. 379)

Finalmente el narrador también anticipa la tercera salida del hidalgo, que tendrá lugar el la segunda parte del libro: “el autor desta historia (…) ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida” (p. 379). También se anticipa la muerte de don Quijote, anunciada por los pergaminos que un médico encontró en una caja de plomo, y por los epitafios que se reproducen a modo de cierre.

Los epitafios y elogios burlescos con nombres ficticios de poetas le dan un cierre estructural a la primera parte de la novela que se había iniciado con los versos preliminares de tono también burlesco. Las palabras finales dejan al lector con expectativas de leer la segunda parte del libro y evocan nuevamente al libro Orlando Furioso citando uno de sus versos: “con esperanza de la tercera salida de don Quijote. Forse altro canterà con miglior plectro” (p. 382); (“Tal vez otro cantará con mejor estilo”, Orlando Furioso 30, 16).

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