Los hijos del sol, de la luna y de la tierra (Imagen visual)
En su discurso, Aristófanes relata un mito originario de la creación de los hombres con el objetivo de que sus interlocutores conozcan “la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido” (720. Línea 189d). Este mito explica que, en un comienzo, existían tres tipos de personas: los hijos del sol, de sexo masculino; los de la tierra, de sexo femenino; y los de la luna, que eran andróginos. Aristófanes utiliza varias imágenes visuales para acompañar la descripción de estos seres:
La forma de cada persona era totalmente redonda, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, el mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse en tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros, que entonces eran ocho” (721. Línea 190e).
Mientras que los hijos de la tierra tenían genitales femeninos, los del sol los tenían masculinos y, los de la luna, uno de cada tipo. En el mito relatado por Aristófanes, Zeus castiga a estos seres por su arrogancia dividiéndolos al medio. Desde entonces, cada mitad busca amorosa e incesantemente a su otra mitad, con el profundo deseo de recuperar su totalidad perdida.
El aspecto de Eros en el discurso de Agatón (Imagen visual)
En su alabanza a Eros, Agatón lo describe como el más feliz de entre todos los dioses por ser “el más hermoso y el mejor” (727 195a). Entre las características físicas que utiliza para justificar esta afirmación, dice que Eros es “el más joven de los dioses” y que “siempre está en compañía de los jóvenes, pues (...) lo semejante se acerca siempre a lo semejante” (727 195c). Es, además, extremadamente delicado y “flexible de forma, ya que, si fuera rígido, no sería capaz de envolver por todos lados ni de pasar inadvertido en su primera entrada y salida de cada alma”. También lo presenta como bien proporcionado y elegante, ya que “entre la deformidad y Eros hay siempre un mutuo antagonismo”. Finalmente, afirma que Eros se encuentra siempre rodeado de flores: “La belleza de su tez la pone de manifiesto en esa estancia entre las flores del dios, pues lo que está sin flor y marchito (...) no se asienta en Eros” (728 196a). En suma, la descripción que realiza tiene como objetivo presentar a Eros como el dios más bello y deseable de todos. Sin embargo, como es usual en los diálogos platónicos, esta caracterización arraigada en el sentido común será duramente puesta a prueba con la aparición del discurso de Sócrates.
El aspecto de Eros en el discurso de Diotima (Imagen visual)
Contra todo pronóstico, Sócrates afirma, al retomar el discurso de Diotima, que Eros está lejos de ser tan hermoso como el sentido común de su época comprende: “En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco” (739. Línea 203c). Más aún, Eros se asemeja a un indigente, está “descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta siempre en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia” (739. Línea 203d). Esta caracterización le permite a Sócrates justificar el hecho de que Eros —es decir, el amor— anhele siempre la belleza. Para él, uno solo puede desear aquello que no posee. Si Eros fuera bello, por lo tanto, uno solo podría enamorarse de cosas, personas e ideas feas.
La llegada de Alcibíades (Imagen visual y auditiva)
Cuando Alcibíades irrumpe en la casa de Agatón, su llegada se ve acompañada de toda una serie de imágenes que lo hacen contrastar con el resto de los comensales. En un principio, los participantes escuchan cómo “la puerta del patio fue golpeada y se produjo un gran ruido como de participantes en una fiesta, y se oyó el sonido de una flautista” (750. Línea 212c). Luego se oye “la voz de Alcibíades, fuertemente borracho, preguntando a grandes gritos dónde estaba Agatón” (751. Línea 212d). Finalmente, cuando se presenta en la habitación del banquete, su estado de embriaguez hace necesario que un flautista lo sostenga. Además, aparece “coronado con una tupida corona de hiedra y violetas y con muchas cintas sobre la cabeza” (751. Línea 212e). Todos estos elementos llevan a que la crítica afirme que Alcibíades se encuentra bajo el dominio de Dionisio, el dios del vino. Esto sucede porque en el imaginario religioso de los griegos, los cultos a este dios incluían grandes fiestas, llamadas bacanales, en los que los participantes se embriagaban y bailaban hasta alcanzar estados de éxtasis. Las coronas de flores y hiedras, además, eran comunes en las representaciones que se hacían de Dionisio.