Aristófanes dice admirar los conocimientos de Erixímaco, pero en realidad se ríe de ellos (Ironía verbal)
Cuando llega el turno de que Aristófanes hable, este le pide a Erixímaco que tome su lugar debido a que un ataque de hipo le imposibilita el habla. Erixímaco, que es médico, accede, no sin antes recomendarle que se induzca un estornudo para aliviar el hipo. En su discurso, Erixímaco afirma que Eros es una fuerza universal que tiene como fin armonizar los contrarios, es decir, hacer que las cosas que son distintas puedan unirse en pleno orden. Según él, la propia medicina es una ciencia regulada por Eros.
Cuando termina de hablar, Aristófanes ya se ha curado y se burla de Erixímaco haciendo alusión a su discurso: “Me pregunto con admiración si la parte ordenada de mi cuerpo desea semejantes ruidos y cosquilleos como el estornudo” (719. Línea 189a). Aristófanes es un poeta cómico y tiende a burlarse de aquello que considera falto de sustento a través de la ironía; en este caso, del discurso de Erixímaco. Evidentemente, la admiración a la que alude está lejos de ser sincera, por lo que estamos ante un caso de ironía verbal, algo que muy bien percibe Erixímaco, ya que se enoja con él por sus palabras.
Aunque Sócrates afirma no tener nada que ofrecer en sus alabanzas, su discurso termina siendo el más celebrado de todos (Ironía situacional)
Cuando distribuyen los turnos con los que los invitados a la cena ofrecerán sus alabanzas a Eros, a Sócrates le toca hablar último. A partir de ese momento, y durante varias intervenciones a lo largo de todo el Banquete, Sócrates se queja de que ignora por completo lo relativo a los asuntos amorosos y de que, al ser el último en hablar, ya no le quedará nada por agregar en sus alabanzas: “Si estuvieras donde yo estoy ahora, o mejor, tal vez, donde esté cuando Agatón haya dicho también su bello discurso, tendrías en verdad mucho miedo y estarías en la mayor desesperación, como estoy yo ahora” (725. Línea 194a).
Pese al miedo que dice tener, el discurso de Sócrates supera por completo el del resto de los comensales y cambia la opinión de todos ellos respecto a Eros, así como a las características y objetivos del amor. Sus palabras adquieren, en este sentido, un carácter irónico. Esta toma de posición, por parte de Sócrates, constituye una primera instancia de lo que se denomina el método socrático o la mayéutica. Sócrates intenta posicionar a sus interlocutores en el lugar de los sabios para luego, mediante una serie de preguntas o refutaciones, hacerles echar por la borda todos los conocimientos que creen poseer. Solo luego de esta depuración de preconceptos falsos es posible, en su filosofía, acceder al conocimiento verdadero.
Contra todo pronóstico, Sócrates se comporta como un amado más que como un amante (Ironía situacional)
En la Antigua Grecia, las relaciones homosexuales masculinas eran una práctica común que se daba particularmente entre hombres jóvenes y ancianos. En estas relaciones operaba una relación de tutelaje en la que los jóvenes recibían la instrucción de los mayores a cambio de gratificarlos sexualmente. Mientras que el joven ejercía el rol del amado, poseía la belleza física y era objeto de cortejo, el mayor ocupaba el rol de amante; era quien perseguía, seducía y enseñaba al amado, en tanto poseía la belleza de las ideas.
La caracterización que recibe Sócrates en el Banquete es la de un hombre anciano, desprovisto de belleza física, pero con una interioridad repleta de ideas bellas y sabiduría. Siguiendo la lógica de varios de los discursos presentes en la obra, estos atributos deberían llevarlo a ocupar el rol del amante. Sin embargo, el discurso de Alcibíades pone de manifiesto una curiosa ironía: poseedor de una mayor belleza física y menos sabiduría que Sócrates, él ha buscado en vano tener un encuentro amoroso con Sócrates enfrentándose a sus múltiples rechazos. La ironía de que Sócrates se comporte con un amado se explicita por boca de Alcibíades hacia el final de la obra: “Él engaña entregándose como amante, mientras que luego resulta, más bien, amado en lugar de amante” (763. Línea 222b).
Pese a lo que todos esperan, Eros está lejos de ser el más hermoso (Ironía situacional)
A lo largo de los distintos discursos, los disertantes caracterizan a Eros como la deidad más hermosa de todas: un dios delicado, joven y grácil. Este tipo de caracterizaciones eran algo generalizado en el sentido común de la antigua Grecia, lo que se comprueba en el hecho de que Eros aparezca descrito de este modo en varios relatos mitológicos y obras de arte del periodo. Sin embargo, el discurso de Sócrates, que triunfa por sobre los que lo preceden, ofrece una imagen de Eros que dista mucho de lo esperado: en primer lugar, Sócrates afirma que Eros no es un dios, sino demon, una criatura entre mortal e inmortal. Además, “es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien, duro y seco”. Más aún, “descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto (...), compañero inseparable de la indigencia” (739. Línea 203c). En la medida en que la obra da por ciertas las palabras de Sócrates, resulta irónico que la caracterización de Eros invierta la imagen generalizada que había sobre él.