El banquete

El banquete Resumen y Análisis "Diálogo introductorio", "El discurso de Fedro"

Resumen

Diálogo introductorio

Apolodoro le cuenta a su amigo, un rico hombre de negocios, unos diálogos que sucedieron hace varios años en un banquete en la casa de Agatón, en Atenas. Apolodoro está al tanto de estos diálogos porque se los contó Aristodemo, uno de los participantes del evento que se celebró para festejar el éxito de la primera tragedia de Agatón.

Apolodoro está feliz de contar esta historia. Disfruta entablar conversaciones filosóficas y afirma que todas las demás charlas lo aburren. En particular, desprecia las conversaciones que tiene con los hombres de negocios, a quienes considera unos fracasados. Frente a este comentario, su amigo lo acusa de pensar que todos, excepto Sócrates, son unos inútiles. Apolodoro no lo refuta, y aprovecha para mencionar que Sócrates participó en el banquete de Agatón.

Apolodoro comienza su historia desde el principio. Un día, Aristodemo se encuentra con Sócrates, quien lo invita a participar del banquete. Durante el trayecto hacia la casa de Agatón, Sócrates se detiene a reflexionar sobre algo y, pese a que Aristodemo intenta esperarlo, el otro lo insta a continuar sin él. Por ese motivo, Aristodemo llega solo al banquete. Aunque Agatón le ordena a uno de sus esclavos que vaya a buscar a Sócrates, este no llega sino hasta mitad de la cena. Cuando lo hace, Agatón le pide que se siente a su lado.

Al final de la comida, Fedro, uno de los comensales, señala la falta de himnos y peanes de intelectuales dedicados a Eros, el dios del amor. Por lo tanto, Erixímaco propone que pasen la noche ofreciendo discursos por turnos en alabanza a Eros. Todos celebran la propuesta, aunque Sócrates se queja de que le tocará último. Teme que no le quede nada que añadir.

El discurso de Fedro

Fedro es el primero en hablar y comienza su discurso diciendo que Eros es uno de los dioses más antiguos e importantes. Según Hesíodo, en el origen de los tiempos solo existía el Caos, del cual nacieron primero Eros y luego, la Tierra. Siendo el dios más antiguo, Eros es el origen de todos los demás dioses y también de todos los bienes. Pero además, al ser el dios del amor, les ofrece a los hombres una guía para vivir en la virtud. Esta enseñanza se produce a través de la vergüenza que uno siente cuando realiza “feas acciones” (705. Línea 178d) delante de la persona amada y el honor que, en cambio, experimenta cuando actúa con nobleza. De esta manera, asegura Fedro, una ciudad o un ejército formado por amantes sería el mejor sistema social posible, ya que el enamoramiento impediría que se cometieran actos vergonzosos.

Para ilustrar su idea de que el sentimiento de los amantes eleva la virtud de las personas, Fedro recuerda el caso de Alcestis, quien se ofreció a morir en lugar de su amado esposo, Admeto. Su hazaña les pareció de tal nobleza a los dioses que la enviaron de vuelta desde la tierra de los muertos, un honor concedido a pocos.

En cambio, los dioses no beneficiaron del mismo modo a Orfeo, quien, tras la muerte de su reciente esposa Eurídice, no se sacrifica como Alcestis sino que se dirige en vida hacia el Hades para recuperarla. Por ese motivo, los dioses solo le muestran una imagen de ella y un grupo de bacantes, adoradoras del dios Baco, acaba asesinándolo.

Finalmente, Fedro recupera la historia de Aquiles, a quien los dioses enviaron a las Islas de los Benditos después de que este haya decidido vengar a Patroclo, su amante, a sabiendas de que moriría por hacerlo. Fedro afirma que los dioses le dieron un honor especial a Aquiles, ya que él era el amado de Patroclo, mientras que Alcestis, en contraste, era la amante de Admeto. Para Fedro, los dioses son más generosos con un ser amado que aprecia o le devuelve el afecto a su amante, que cuando se da a la inversa.

Análisis

Desde el “Diálogo introductorio”, una de las primeras cosas con la que nos topamos en la lectura del Banquete es una estructura narrativa compleja e indirecta, tal como explica el especialista Martínez Hernández en su introducción a la obra: “Dado que lo fundamental del diálogo gira, precisamente, en torno a lo que esta mujer (una tal Diotima, sacerdotisa de Mantinea) le cuenta a Sócrates, resulta que sus palabras nos llegan a través de una larga y complicada tradición: Diotima educa a Sócrates, éste al resto de los comensales, uno de ellos (Aristodemo) a Apolodoro, éste a Glaucón y sus amigos, y Platón a los lectores modernos” (1992: 150).

De esta manera, los lectores nos encontramos ante un texto que ha atravesado una gran serie de mediaciones y, pese a que Apolodoro es historiador y ha verificado algunos hechos con Sócrates, es posible poner en duda la fidelidad de su relato respecto a las conversaciones que se producen en el encuentro.

Como veremos, la transcripción de lo sucedido en la noche de la cena seguirá siendo objeto de la misma intermediación por parte de Aristodemo, y sus acotaciones acerca de los acontecimientos se filtrarán en la narración de Apolodoro. Aunque las distintas alabanzas a Eros se presentan integradas a través de discursos directos —es decir, como la transcripción exacta de cada uno de los diálogos—, estas conversaciones tienden a interrumpirse con las intervenciones que el propio Aristodemo hace al contar la historia. De esta forma, a los lectores se nos recuerda constantemente las distintas capas en las que se produce la narración.

Más aun, si consideramos que la comida en la casa de Agatón se produce alrededor de 416 a.C.; la conversación entre Apolodoro y su amigo, en el 400. a.C., y la propia escritura del diálogo, por parte de Platón, entre el 384 y el 379 a.C., la distancia temporal y la poco probable fidelidad textual a los discursos realizados permiten suponer cierta naturaleza ficcional de la obra. Al mismo tiempo, esta distancia advierte contra considerar las palabras de Sócrates con absoluta autoridad. Como es usual en Platón, probablemente la aparición de Sócrates en el Banquete funcione como una estrategia para plasmar sus propias reflexiones filosóficas.

Sin embargo, el hecho de que no se pueda confiar plenamente en la exactitud de lo narrado no resta valor al tratado sino que, por el contrario, le impregna a la obra de un valor poético y narrativo que ha sido ampliamente celebrado por los estudiosos de la obra platónica, al punto de considerarla una de las mejores obras del autor: “Es la más poética de todas las realizaciones platónicas, en la que difícilmente los aspectos literarios pueden separarse de la argumentación filosófica, lo que hace que nos encontremos ante uno de los escritos en prosa más completos de toda la Antigüedad y una de las más importantes obras literarias de toda la literatura universal. En este diálogo, literatura y filosofía son justamente la misma cosa” (Hernández, 1992: 145-146).

Más allá del carácter mediado del Banquete, vale mencionar el modo en que Sócrates comienza a perfilarse como un personaje digno de alabanza desde las primeras páginas. Esto se manifiesta en la conversación que Apolodoro tiene con su amigo, cuando el segundo le recrimina no respetar a nadie por fuera de Sócrates: “Siempre eres el mismo, Apolodoro, pues siempre hablas mal de ti y de los demás, y me parece que, excepto a Sócrates, consideras unos desgraciados absolutamente a todos, empezando por ti mismo” (697. Línea 173d). El enaltecimiento que recibe su figura se enfatiza aún más en la escena en que este camina junto a Apolodro hacia la casa de Agatón, y Sócrates se demora para reflexionar en el camino. A lo largo de la obra, se irá construyendo la imagen de un Sócrates sabio y reflexivo, que encontrará su clímax en el celebrado discurso que el filósofo ofrece al final.

Cabe mencionar que, pese a la estima generalizada y el respeto que todos sienten por Sócrates, este no tiende a alardear de sus conocimientos. Por el contrario, desde el momento en que se propone que dediquen la noche a ofrecer discursos de alabanza a Eros, Sócrates se queja de no saber nada del tema y de que, al tocarle la palabra en el último turno, no le quedará nada por agregar a los discursos que lo preceden: “Esto no resulta en igualdad de condiciones para nosotros, que estamos situados los últimos” (704. Línea 177e), argumenta. En esta humildad reside, en parte, lo que se denomina el método socrático —también conocido como duda o escepticismo—, que se vincula a la expresión tradicionalmente citada del filósofo: “Solo sé que no sé nada”. En su filosofía existe la creencia de que las personas nos arraigamos a ciertas ideas preconcebidas acerca de las cosas para no someternos a la incertidumbre de la ignorancia. Así, al afirmar nuestro propio desconocimiento, nos liberamos de las ataduras del saber erróneo que nos impiden comprender un tema en su profundidad.

Por su parte, el discurso de Fedro se centra en el autosacrificio y los hermosos actos que engendra el amor. Él considera que Eros es el más viejo de los dioses, el origen de todos los bienes de la humanidad y una deidad que insta a los enamorados a sacrificarse los unos por los otros. Su discurso introduce la idea de que el amor conduce a la acción virtuosa, consecuencia de que la persona enamorada intente siempre hacer el bien frente al objeto de su amor. De este modo, aunque definan a Eros de modos distintos, las palabras de Fedro anticipan lo que será un tema central en el relato de Diotima: la caracterización del amor como un impulso que se orienta a la reproducción de la virtud.

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