Resumen
El discurso de Agatón
Agatón afirma que hasta ahora solo se ha celebrado a los humanos por las cosas buenas que produce Eros en ellos, en lugar de celebrar al dios describiendo su naturaleza y la de sus dones. Por este motivo, asume él mismo la tarea.
En desacuerdo a los elogios anteriores, Agatón sostiene que Eros es el más joven de los dioses. Se trata de un dios que huye de la vejez y que, por este motivo, siempre vive entre los jóvenes, ya que lo semejante atrae a lo semejante. Además, si Eros fuera el más antiguo, las violentas disputas producidas entre los dioses, contadas por Hesíodo y Parménides, no se habrían producido, ya que Eros siempre trae la paz.
Eros es, entonces, el más feliz de los dioses, ya que “es el más hermoso y el mejor” (727. Línea 195b). Es también el más delicado y flexible; por eso puede trasladarse inadvertidamente entre las almas de los hombres. Es elegante, enemigo de la deformidad, y su belleza está siempre acompañada de flores.
Eros posee las virtudes de la justicia, la templanza, la valentía y la sabiduría. No “comete injusticia contra dios u hombre alguno, ni es objeto de injusticia por parte de ningún dios ni de ningún hombre” (729. Línea 196b). Nunca es violento, pero tampoco recibe la violencia de nadie, ya que todos acuerdan con él de buena gana. Participa también de la mayor templanza, la moderación de los placeres y deseos. Esto sucede porque ningún placer es superior al suyo y, por ende, consigue dominar todos los placeres inferiores. En cuanto a la valentía, ni siquiera Ares, el dios de la guerra, se le puede resistir, pues este acaba vencido por su amor a Afrodita. De esta manera, si el influjo de Eros domina a Ares, el más valiente, Eros es necesariamente superior a este. Por último, para dar cuenta de la sabiduría de Eros, Agatón acude, al igual que Erixímaco con la medicina, a su propio arte, la poesía: Eros convierte a todos los enamorados en poetas. Debido a ello, Eros debe ser también un poeta, puesto que uno no puede enseñar sino lo que también posee. Además, él provoca la procreación de todos los seres vivos y es, también, el maestro de todos los maestros en las artes. Por este motivo, desde su aparición “se han originado bienes de todas las clases para dioses y hombres” (730. Línea 197c).
Agatón termina su discurso alabando a Eros, e indica que todos los hombres deberían seguir la guía de este dios. Luego afirma que su discurso le ha proporcionado tanta diversión como seriedad. Tras finalizar, todos los presentes aplauden la belleza y elocuencia de su discurso.
La respuesta de Sócrates
En ese momento, Sócrates alaba a Agatón y al resto de los oradores, pero afirma que no elogiaron verdaderamente a Eros, sino que le atribuyeron las más variadas y hermosas cualidades sin preocuparse de que estas sean ciertas o falsas. De esta manera, Sócrates pide que le dejen expresarse al respecto en sus propios términos y, como el resto de los oradores acepta, comienza afirmando la necesidad de definir la verdadera naturaleza del dios.
Mientras interpela a Agatón, Sócrates afirma que uno solo puede ser padre, madre o hermano en la medida en que lo es de alguien. No se puede ser padre o madre sin tener hijos, o ser hermano sin tener hermanos. De igual manera, Eros solo puede ser amor en la medida en que es amor de alguien. Agatón asiente ante dicha afirmación.
Sócrates continúa y dice que uno siempre desea y ama lo que no es y no posee y que, por lo tanto, no desea ni ama lo que uno ya posee y es. O sea, uno no desearía ser alto, fuerte y rico si ya fuera alto, fuerte y rico. No se desea entonces lo que se tiene sino lo que se necesita. A lo sumo, explica, si uno es rico y desea riqueza, no es que desee tenerla en su presente, sino continuar con ella en el futuro.
Como Agatón continúa aceptando estas afirmaciones, Sócrates prosigue en su reflexión: aunque Agatón haya afirmado que solo se ama las cosas bellas, el amor de Eros nunca podría ser hacia lo bello porque, según su discurso, Eros mismo es lo más bello de todo. Si Eros es la belleza y uno ama, no lo que posee, sino lo que necesita, “Eros no posee belleza y está falto de ella” (735. Línea 210.b). Sócrates afirma, entonces, que Eros no es bello, y Agatón termina acordando con ello.
Más aún, Sócrates y Agatón acuerdan que todas las cosas buenas son bellas. Por lo tanto, si Eros carece de belleza debe necesariamente estar también falto de cosas buenas. Como ambos coinciden en ello, Sócrates se propone reproducir el discurso que una sabia mujer de Mantisa, llamada Diotima, le dijo en el pasado.
Análisis
Junto a Diotima, el discurso de Agatón es que más se aboca a la tarea de describir físicamente a Eros, a quien presenta como el “el más joven de los dioses” (727 195c). También dice que es extremadamente delicado, “flexible de forma”, elegante, bien proporcionado —ya que “entre la deformidad y Eros hay siempre un mutuo antagonismo”—, y siempre está rodeado de flores: “La belleza de su tez la pone de manifiesto en esa estancia entre las flores del dios, pues lo que está sin flor y marchito (...) no se asienta en Eros” (728 196a). En suma, Agatón dice de Eros que es el más feliz, por ser “el más hermoso y el mejor” (727 195a) de entre los dioses.
Si bien su discurso es aplaudido por el resto de los comensales, la crítica tiende a asociar esta respuesta al hecho de que el orador es el anfitrión de la casa y a que el banquete se realiza en celebración de su éxito en una obra trágica recientemente estrenada. Agatón es un poeta trágico y pronuncia, en palabras de Antonio Alegre Gorri, “un discurso literariamente bello pero pobre en contenido” (2010: 104). En efecto, su turno acaba con un verdadero himno de alabanza a Eros que hace uso de varios recursos poéticos, lo cual coincide con su caracterización del dios como el mejor de los poetas.
Cabe mencionar, al respecto, que Agatón fue discípulo de Gorgias, un reconocido sofista de la antigüedad griega. Los sofistas eran filósofos maestros de la retórica, ciencia del discurso que tiene como objeto el desarrollo de una oratoria persuasiva. Para Platón, detractor de este movimiento de pensadores, la filosofía no debería tener como objeto la persuasión y el convencimiento de una audiencia, sino la búsqueda de la verdad. Las palabras de Agatón, que recuerdan mucho a la oratoria de Gorgias, le sirven a Platón para contrastar con el propio discurso de Sócrates, cuyo método de acceder a la verdad se presenta como correcto. En parte, esto explica el hecho de que este discurso anteceda al de Sócrates. Al finalizar su turno, Agatón manifiesta haber hablado con seriedad y diversión en forma simultánea, comentario que alude a la Defensa a Helena, de su mentor Gorgias, una composición elocuente y poética, aunque vacía de contenido.
Cuando caracteriza a Eros, Agatón afirma que este posee las virtudes fundamentales de la justicia, la templanza y la valentía; virtudes que, en la doctrina filosófica de Platón, constituyen la base de la moral y las buenas costumbres de las personas, es decir, aquellas que debe poseer todo buen ciudadano y que se vinculan al concepto griego de la areté, término que designa la excelencia de algo o de alguien, objetivo de la educación en la antigua Grecia. La justicia alude a la voluntad de recibir y dar a cada uno lo que le corresponde; la templanza, a la moderación de los apetitos y pasiones, y su sujeción a través de la razón; la valentía o la fortaleza se vinculan al hecho de vencer el miedo y no huir.
Con todo, las palabras de Agatón son rápidamente puestas en duda con la llegada del discurso de Sócrates, quien señala con ironía el error que implica hablar elocuentemente y con bellas palabras sin importar si lo que se dice es cierto: “Ciertamente me hacía grandes ilusiones de que iba a hablar bien (...). Pero, según parece, no era éste el método correcto de elogiar cualquier cosa, sino que, más bien, consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número posible de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y si eran falsas, no importaba nada” (732. Línea 198e).
Tras cuestionar de este modo los discursos precedentes, Sócrates inicia su interrogatorio a Agatón, con el objetivo de que se desprenda de sus preconceptos erróneos y puedan alcanzar, en forma conjunta, ciertas verdades seguras y universalmente válidas. En esta etapa de la obra somos testigos del funcionamiento de la mayéutica, también conocida como método o dialéctica socrática. En un principio, la mayéutica consiste en ubicar al interlocutor en el lugar del sabio para luego refutar sus preconceptos erróneos a través de distintas preguntas y refutaciones. Una vez depurado del conocimiento falso, el interrogado pone en funcionamiento su capacidad de raciocinio para dar a luz conocimientos verdaderos. Finalmente atraviesa una nueva etapa, la anámnesis, en la que consigue acceder al conocimiento verdadero que yace oculto en la profundidad de su alma. Esta tercera etapa se asemeja a un proceso de reminiscencia o al acto de recordar. Y es que, en la doctrina socrática, todas las personas conocemos la verdad en nuestro interior, pero este conocimiento ha sido olvidado al nacer, lo que supone la preexistencia del alma.