“Las acciones, sentimientos y conversaciones de los héroes y heroínas de antaño eran tan poco naturales como la maquinaria utilizada para incorporarlos a la acción” (Símil, p.13)
En el prólogo a la segunda edición de la novela, Walpole, habiendo revelado que es autor del texto, aborda cuestiones relativas a su intención de unir el género sentimental antiguo y el moderno. Así, señala que el problema de las novelas antiguas era que los personajes actuaban de formas poco verosímiles, que parecían falsas y mecanizadas. Este comportamiento maquinal, según Walpole, es comparable a la intervención de los fantasmas y otros elementos sobrenaturales que movilizaban la acción. De esta manera, Walpole deja en claro su intención de que sus personajes reaccionen con naturalidad ante las cosas sobrenaturales, como lo hacen los personajes de la novela moderna.
“Con frecuencia un espectador ve mejor el juego que aquellos que lo llevan a cabo” (Metáfora, p.54)
Bianca cuestiona a Matilda por sacar conclusiones precipitadas sobre las intenciones de Theodore con respecto a Isabella, tomando la actitud de una espectadora que observa las relaciones entre los personajes como si se tratara de un juego. Muchas veces, los espectadores, es decir, las personas que no están involucradas, pueden ver más que los propios “jugadores”. En este sentido, su perspectiva es relevante porque Bianca no está tan implicada emocionalmente como Matilda en el “juego”. Bianca escucha a Matilda hablando con Theodore y se da cuenta de que, probablemente, el joven preguntaba por Isabella porque le interesaba que estuviera a salvo, y no porque tuviera una curiosidad indiscreta. Se trata de una metáfora muy adecuada, sobre todo expresada por un personaje servil, ya que suele ocurrir que observa más de lo que se le reconoce.
“Esta vida no es más que una peregrinación; no debemos quejarnos, todos hemos de seguir sus pasos. ¡Que nuestro fin sea como el de ella!” (Metáfora, p.77)
Cuando un religioso de la iglesia de Jerome comunica la muerte de Hippolita –que, en realidad, no estaba muerta– compara la vida con una peregrinación. Se trata de una metáfora común: la vida es un viaje o una peregrinación y la muerte es el final del recorrido, en el cual se alcanza el infierno o el paraíso. Para los que, como Hippolita, han vivido una vida virtuosa, el más allá es el cielo. No sorprende que se elija a Hippolita como ejemplo, porque su piedad es ejemplar pero excesiva. En el arduo camino de su vida, ella se somete obedientemente al mandato de su esposo y al de Dios; por eso el fraile asegura que hay que seguir los pasos de esta esposa abnegada si uno quiere ser recompensado con el descanso eterno.
“Él se retiró con un suspiro, mas con los ojos fijos en la puerta hasta que Matilda, al cerrarla, puso fin a un encuentro que encendía en ellos una pasión que ambos sentían por vez primera” (Metáfora, pp.89-90).
Matilda y Theodore se enamoran mientras conversan antes de que él se prepare para huir del castillo. La metáfora describe la intensidad de este nuevo amor como si fuera una llama encendida. La típica representación de la pasión como un fuego relaciona el sentimiento con aquello que no se puede controlar. Es una metáfora perfecta del amor repentino y acaso imprudente entre estos dos personajes.
“Advenedizos son aquellos que ocupan de súbito el lugar de los príncipes legítimos; pero se marchitan pronto, como la hierba, y su memoria se olvida pronto” (Metáfora y símil, p.117)
En el prólogo de la primera edición, Marshall/Walpole afirma que no hay símiles en la novela porque la escritura es sencilla y está orientada a la acción. Sin embargo, encontramos uno aquí cuando Jerome le advierte a Manfred sobre los que usurpan el poder, diciendo que estos desaparecerán en el olvido como la hierba que se marchita. Este símil se refiere a Salmos 37:2, que dice: “porque pronto serán cortados como la hierba, y se secarán como la hierba verde”. También se relaciona con Isaías 40:6 y Pedro 1:24, así como con Cimbelino, de Shakespeare, que dice: “Erais como flores, y ahora os habéis marchitado” (Acto IV, escena 1, v.359). El tono severo con el que Jerome pronuncia estas palabras hace que el símil sea muy eficaz para sugerir lo peligroso que es para Manfred entrometerse con el destino y el derecho a gobernar.