El villano gótico (Motivo)
El castillo de Otranto proporciona varios tropos del género gótico a través de los cuales se exponen el terror y el horror. La caracterización de Manfred, en particular, es intrigante, ya que no solo es retratado como el antagonista de la novela, sino también como un hombre que sucumbe al mal debido a su falta de autocontrol. Manfred representa perfectamente al villano gótico: es una figura masculina poderosa que deja que sus pasiones pecaminosas y su naturaleza perversa oscurezcan la razón y la bondad que posee. El autocontrol, como virtud cristiana, es algo de lo que él carece por completo. Manfred abandona la moral cristiana y se entrega a la pasión gótica, una pasión tan intensa que oscurece su capacidad de razonar, lo que lo lleva a buscar una aventura incestuosa y a la disolución de su matrimonio legítimo.
El castillo (Símbolo)
El castillo que le da nombre a la novela es el símbolo que representa el principado de Otranto. En este sentido, poseer y habitar el castillo implica detentar un poder. Cuando, en el final, el espectro gigante de Alfonso aparece para nombrar a Theodore como su heredero legítimo, las murallas del castillo se derrumban y el edificio queda en ruinas. Esta destrucción recuerda los restos de monasterios y catedrales góticas de la época medieval y católica en Gran Bretaña. Con la reforma protestante de 1688, las iglesias católicas fueron destruidas y abandonadas, convirtiéndose en símbolos visibles de una religión derrotada y en decadencia. La superstición y el imaginario popular fueron llenando esas ruinas de historias de fantasmas y aparecidos, como evocaciones del pasado y de los horrores sangrientos que contenía. La elección de un castillo gótico como escenario simbólico y ominoso prefigura la violencia, la agitación y el tenor sobrenatural de la novela de Walpole.
El siglo XVIII fue una época tumultuosa para la política inglesa: a principios de siglo, el padre de Walpole era el líder del prominente partido político de los whigs (del que el propio Walpole era miembro), y durante esta época su poder fue tal que mereció la etiqueta de “oligarquía whig”. Sin embargo, con la llegada al trono de Jorge III en 1760 -más o menos en la época en que se escribió El castillo de Otranto- el poder de padre de Walpole disminuyó drásticamente. Para obtener más poder soberano, el rey Jorge rompió con el antiguo liderazgo whig y concedió el poder en su lugar a su tutor, Lord Bute. En consecuencia, el partido entró en un tumulto repentino, por lo que el castillo simboliza más ampliamente la disolución y la inestabilidad de la política inglesa de la época.
La estatua de Alfonso (Símbolo)
Alfonso es el antiguo príncipe benevolente de Otranto, cuya estatua se convierte en símbolo del pasado, de sus horribles verdades ocultas y de la justicia inexorable que se impone al presente. El yelmo que aplasta a Conrad, matando al único heredero varón del linaje de Manfred, es identificado con la estatua de Alfonso, si bien el yelmo y las otras partes de la armadura que van apareciendo en el castillo son de proporciones más grandes y de acero, en vez de mármol.
Como símbolo, la estatua tiene múltiples significados. En primer lugar, desarrolla la creencia central de la novela: los pecados del padre recaerán sobre sus hijos. Más adelante en la trama, nos enteramos de que el abuelo de Manfred, Ricardo, obtuvo el principado de Otranto matando a traición a Alfonso, lo que convierte al propio Manfred en ilegítimo, y la muerte de Conrad en profética. Paradójicamente, la muerte de su hijo hace que Manfred busque casarse con la que iba a ser su futura nuera, una unión incestuosa que es debidamente castigada cuando Manfred asesina por error a su propia hija, Matilda. De este modo, pasado y presente se vuelven inextricables, y los pecados y la violencia ocurridos en el pasado catalizan la destrucción del presente.
De esta forma, el yelmo y las otras partes de la armadura de Alfonso parece ser objetos a través de los cuales los muertos pueden influir en el presente. Cuando el joven campesino Theodore es encarcelado bajo el yelmo, tras ser acusado por Manfred de nigromancia, el objeto sirve en cierto sentido para protegerle de su adversario, pero, sobre todo, es un símbolo profético de legitimidad: posteriormente descubrimos que Theodore es, de hecho, el verdadero Príncipe de Otranto. Esta premonición coincide con el recuerdo de una antigua profecía que presagiaba la devolución del principado a su legítimo heredero. Curiosamente, el conocimiento de Manfred de esta profecía termina precipitando su propia caída, porque impulsa su comportamiento irracional y cruel. Esto le permite a Walpole crear una tenue complejidad psicológica en el personaje de Manfred, ya que se deja la duda de si la muerte de su hijo lo degradó al pecado y la crueldad, o si solo hizo aflorar lo que ya existía dentro de él.
Por último, el tamaño colosal del yelmo, de las otras partes de la armadura y de la última aparición espectral de Alfonso simboliza el carácter ineludible de la profecía, que se hace cumplir como un destino inexorable.
Sueños (Motivo)
El castillo de Otranto se distingue por su carácter onírico: fantasmas esquivos acechan el castillo, partes de armaduras caen inexplicablemente del cielo, retratos y estatuas cobran vida y los personajes parecen regidos por fuerzas superiores. Este motivo sirve a un propósito: los sueños revelan las calamidades de la historia y las ansiedades que acechan a la humanidad. En consecuencia, los sueños, en lugar de ser tonterías elusivas y caprichosas, pasan a simbolizar la verdad, por incómoda que sea, y los miedos reprimidos.
La oscuridad y los pasadizos (Motivo)
La novela de Walpole está llena de pasadizos y de una ambigua oscuridad. La oscuridad tiene varias capas de simbolismo: por un lado, simboliza la ceguera de los personajes –principalmente, de Manfred– frente a los efectos de sus acciones. También podría simbolizar la ambigüedad moral: ¿Se convierte Manfred en un villano por la muerte de su hijo o es el temor a perder su poder lo que lo lleva a realizar actos de locura y villanía? Del mismo modo, también nos podemos preguntar hasta qué punto es justa una historia que venga la muerte y el asesinato con más derramamiento de sangre.
Esta ambigüedad se traslada también al fraile Jerome, cuando se da cuenta de que Theodore es su hijo perdido. Aunque esta epifanía salva a Theodore de la ejecución que Manfred había planeado, nos hace cuestionar la legitimidad religiosa de Jerome: los frailes son célibes, por lo que la presencia de un hijo sugiere, en el mejor de los casos, un lapsus en la santa devoción del fraile y, en el peor, un pecado. Aunque después descubrimos que Jerome toma los hábitos por haber perdido a su esposa e hijo, una vez más, el pasado perturba el presente.
Los pasadizos subterráneos de la novela poseen un simbolismo similar. Lo más importante es que representan las vidas de los personajes: como una red de pasadizos ocultos bajo el castillo, los destinos y las vidas de los personajes están entrelazados de forma inextricable e irreversible. Los túneles secretos y oscuros simbolizan también los deseos incestuosos de Manfred. Es significativo que Isabella sea la primera en utilizar estos túneles que esconden peligros y que podrían revelar la presencia de Manfred en cualquier momento. En la persecución por el intrincado laberinto de los pasadizos del castillo, Isabella encarna la inocencia y Manfred, el pecado. Esto simboliza el conflicto interfamiliar que involucra a toda la familia de Manfred, al fraile Jerome y a Theodore, y a Isabella y su padre.
Truenos (Motivo)
El trueno suena en tres momentos significativos de la novela, todos ellos previos a la proclamación de Theodore como heredero de Otranto. Cuando Matilda lo libera de la cárcel, lo que pone en marcha los acontecimientos de la última parte de la novela, se oye un trueno. Los truenos vuelven a sonar tras la muerte de Matilda y con la irrupción de Theodore en la corte de Otranto. Y después de que caigan los muros del castillo y aparezca una visión de Alfonso en las nubes para anunciar a Theodore como el verdadero heredero, resuena un trueno por tercera vez. El trueno simboliza el poder divino, la advertencia o la sanción de la naturaleza. Es un mensaje que ilumina con su relámpago el cumplimiento del destino.