En literatura, Frankestein (1818), de Mary Shelley; “La caída de la casa Usher” (1839), de Edgar Allan Poe; Jane Eyre (1847), de Charlotte Brontë; Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brönte, o Drácula (1897), de Bram Stocker. En cine, las películas de Alfred Hitchcock y Tim Burton. En música, un gran repertorio de las canciones de The Cure, Joy Divison o New Order. Todo esto y mucho más podría no existir hoy si Horace Walpole no hubiera publicado El castillo de Otranto en 1764. La mayoría de los expertos literarios coinciden en que El castillo de Otranto creó el género de la ficción gótica e influyó en numerosas novelas, poemas y otras obras de arte de su siglo y posteriores.
El origen de la novela es, de acuerdo con el propio Horace Walpole, un sueño que tuvo en su mansión gótica de Strawberry Hill. Mientras escribía el manuscrito en los dos meses siguientes, Walpole continuó analizando sus sueños y practicando la escritura automática. Más tarde explicó: “Di rienda suelta a mi imaginación; las visiones y las pasiones me ahogaron. Lo escribí sin seguir reglas, críticos o filósofos; me parece que fue lo mejor. Incluso estoy persuadido de que, en el futuro, cuando el gusto vuelva a ocupar el lugar que ahora ocupa la filosofía, mi pobre Castillo encontrará admiradores”.
El estímulo que impulsó a Walpole a inventar un género literario totalmente nuevo fue, como suele ocurrir en estos casos, una profunda insatisfacción con las convenciones artísticas de la época, que pertenecen a lo que hoy se conoce como neoclasicismo. El principal problema de Walpole con la ficción de su época era que había llegado a parecerle ridículamente artificiosa y carente de inspiración. Lo que Walpole quería leer eran historias que imitaran la realidad de un modo más auténtico en lo que respectara a los sentimientos y las pasiones. Una gran parte de la literatura popular durante la época en que Walpole empezó a escribir El castillo de Otranto pintaba un retrato de la sociedad en sus costumbres y modales que solo era exacto en la superficie y que no intentaba penetrar en el imperativo psicológico que había detrás del compromiso con esas costumbres y modales.
Lo que Walpole se propuso hacer con su novela fue alterar el concepto de ficción como imitación de la realidad y su estancamiento en el mero registro de cómo se comportaba la gente, ofreciendo en su lugar una exploración más imaginativa de la realidad mediante el análisis del comportamiento humano. Para Walpole, el medio más auténtico de llegar a la raíz de dicho comportamiento era empujar a los personajes fuera de la realidad mundana de la vida cotidiana e introducirlos en situaciones extraordinarias, en las cuales ya no podrían ocultar la verdadera naturaleza de su carácter. De esta manera, Walpole pretendía que su novela fuera más allá que las novelas realistas de su época, ejemplificadas por la obra de Tobias Smollett, Henry Fielding y Samuel Richardson.
El resultado de los esfuerzos de Walpole fue El castillo de Otranto. En este nuevo tipo de novela, los lectores se enfrentaban a un castillo sombrío y misterioso, cuya decadencia simbolizaba la degeneración de las personas que lo habitaban y la Edad Oscura en la que se situaba la historia. Otros elementos literarios que se pueden encontrar en la ficción gótica de Walpole son una premonición portentosa y amenazadora del destino de los personajes, pasajes ocultos y laberínticos que recorren el castillo, personas encerradas en habitaciones de difícil acceso, una atmósfera sobrenatural que cubre toda la narración, apariciones, una sensación constante de fatalidad, un pavor omnipresente y multitud de escenas que tienen lugar de noche o en la oscuridad. Thomas Gray, amigo de Walpole, declaró que la novela hizo que “algunos de nosotros lloráramos un poco, y a todos en general nos daba miedo irnos a la cama por las noches”. La crítica literaria Sophie Missing escribió acerca de El castillo de Otranto para The Guardian: “aunque innegablemente melodramática, se salva del absurdo por su tono juguetón. Establece tanto los personajes característicos del género (el tirano malvado, la doncella virtuosa, el noble campesino) como sus motivos (lo sobrenatural, el incesto, la identidad equivocada). Por momentos escabrosa, sensacionalista y divertida, continúa siendo un prodigio imaginativo”.
En 1764, Walpole publicó la novela bajo el nombre de “William, Marshall, Gent”, quien figura como traductor de un manuscrito italiano medieval, de un exótico Onuphrio Muralto. En la segunda edición, de 1765, Walpole explica que él era en realidad su autor, aunque algunos pensaron que esta afirmación era un engaño. Es en esta edición, que revela el carácter ficcional y moderno de la obra, que Walpole agrega al título una descripción que da origen al nombre del género: El Castillo de Otranto, una historia gótica. La novela fue muy popular y se agotó en tres meses. Llegó a tener 115 ediciones. Las novelas inspiradas en El castillo de Otranto no se hicieron esperar. La primera fue The Old English Baron, de Clara Reeve, publicada en 1778. Ann Radcliffe contribuyó a transformar el género con su célebre Los misterios de Udolfo, en 1794, y lo suyo hizo Mathew Lewis con El Monje, en 1796.
En 1781, el teatro Covent Garden representó la obra, adaptada por el dramaturgo irlandés Robert Jephson. En 1964, Salvador Dalí hizo su aporte con ilustraciones a una edición de la novela. En 1979, una película surrealista de Jan Švankmajer tomó la novela como tema, tomando la forma de un pseudo-documental.