El destino
Los elementos sobrenaturales de El castillo de Otranto auguran, desde el principio de la historia, el destino nefasto que le espera a Manfred y a su linaje. El yelmo y las otras partes de la armadura gigante, el retrato animado del abuelo de Manfred, la estatua que llora sangre, el espectro del ermitaño y la aparición fantasmal del final anuncian que ha llegado el momento en que se castigará a los usurpadores y se restituirá el poder del principado al heredero legítimo. Aunque Manfred hace todo lo villanamente posible para impedir este destino, sus empeños son en vano. En este sentido, lo sobrenatural manifiesta que es inevitable e irreversible lo que ha sido profetizado.
El pecado del incesto
El pecado al que sucumbe Manfred como villano gótico es el incesto. Su anhelo de poder inhibe su capacidad de razonar y lo conduce a combinar inmoralmente el amor erótico y el amor filial. Manfred decide divorciarse de Hippolita alegando que son parientes, con el propósito de casarse con Isabella. En este sentido, a Manfred solo le preocupa que su relación con Hippolita pueda ser incestuosa cuando se da cuenta de que puede beneficiar su agenda política, siendo el incesto motivo plausible de divorcio. Pero se compromete aún más en el pecado cuando persigue a quien iba a convertirse en su hija política, Isabella. Este impulso incestuoso es un pecado mortal que marcará el final del gobierno de Manfred en Otranto. El pecado del incesto hace que su familia y el orden social que ha creado se desmoronen.
La identidad y el doble
La figura del doble en la literatura es característica del gótico y del fantástico, y refiere a la aparición de un personaje que comparte rasgos o comportamientos con otros personajes.
En El castillo de Otranto, el desdoblamiento es el motor principal de los acontecimientos, en cuanto produce el error o la confusión en la identidad de los personajes. Isabella y Matilda son prácticamente intercambiables, lo que provoca que Manfred asesine a su propia hija (por supuesto, Isabella también podría haber sido su hija, de ahí la impropiedad de sus designios incestuosos sobre ella). Theodore confunde a Frederic con un caballero de Manfred, lo que también provoca lesiones. Theodore es el vivo retrato de Alfonso, y Manfred lo confunde con él.
La herencia del pecado
En tono irónico, Walpole señala en el prólogo a la primera edición, actuando como el traductor de la obra, que la principal moraleja de la historia es que los pecados de los padres recaen sobre los hijos. De hecho, este tropo bíblico y literario es fundamental en El castillo de Otranto y se relaciona con el tema del destino.
Al pretender el principado de Otranto, Ricardo, el abuelo de Manfred, puso en marcha los acontecimientos nefastos que ocurren en la trama y que conducen a la matanza de inocentes, al intento de divorcio y del incesto, a la violencia y el desorden. Los hijos están predestinados a cargar con las culpas de sus padres, lo que recuerda al lector que debe llevar una vida virtuosa si no quiere que sus pecados se transmitan de generación en generación. En este conflicto, el castigo por los actos tiránicos de Ricardo y Manfred recae sobre los inocentes Conrad y Matilda.
El derecho a gobernar
La cuestión del derecho a gobernar es un tema que atraviesa toda la novela. Manfred no es el príncipe legítimo porque su abuelo se apropió del principado, haciendo la promesa de que pagaría sus pecados construyendo una iglesia y dos conventos y aceptando que, un día, su linaje sería expulsado de Otranto. Aunque Manfred y sus antepasados son poderosos, ricos y capaces de administrar el control de sus posesiones, se enfrentan a una fuerza ominosa y sobrenatural que quiere restituir el gobierno de Otranto a Theodore, el heredero legítimo. Todo en la naturaleza y en el cielo apoya a Theodore, lo que se hace manifiesto en objetos que cobran vida, manifestaciones espectrales, presagios y truenos.
El sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre
Hippolita y Matilda son dos mujeres completamente sometidas a la voluntad de Manfred. Su sumisión sigue un mandato patriarcal, que Hippolita expresa de esta manera: “El cielo, nuestros padres y nuestros maridos deben decidir por nosotras” (p.109). Podríamos decir que la novela, de alguna forma, cuestiona el seguimiento irrestricto de este mandato al mostrarnos que seguir la voluntad de Manfred puede llevar a Hippolita a la deshonra del divorcio y a Matilda a la muerte. De hecho, si bien Isabella es presentada convencionalmente como una damisela en peligro, su personaje contrasta con las otras dos mujeres nobles de la novela al ser la única que se anima a enfrentar la voluntad tiránica de Manfred. Si a las otras les toca un final trágico, la valentía de Isabella es recompensada con un final feliz, puesto que la joven termina casada con su interés amoroso y príncipe legítimo de Otranto, Theodore.
El mandato de la Iglesia y la moral cristiana
El tema del sometimiento de las mujeres a la voluntad del hombre también se relaciona con la religión cristiana como guía moral de los personajes. Hippolita sabe que debe seguir tanto las órdenes de su marido como lo que dicta la Iglesia. Por eso siente la necesidad de obtener el visto bueno del fraile para acceder al divorcio que le pide Manfred. Jerome representa en la novela el seguimiento de los preceptos cristianos, y es quien se encarga de censurar las acciones pecaminosas del tirano. La Iglesia aparece como un lugar de refugio para Isabella, y la opción de tomar los hábitos es una alternativa viable para Matilda, cuando duda si debe o no casarse. En el final, cuando Manfred reconozca su error y la derrota, la única forma de vida que les espera a él y a su esposa es la reclusión religiosa.