Resumen
Prólogo a la primera edición
En el título de la primera edición de El castillo de Otranto, se indica que la obra es una traducción de “William Marshal, gent.”, del original en italiano de Onuphrio Muralto. En el prólogo, Walpole, haciéndose pasar por Marshal, afirma que el relato proviene de un texto que se encontró en la biblioteca de una antigua familia católica del norte de Inglaterra. Fue impreso en Nápoles en 1529, y los hechos que narra ocurrieron probablemente entre 1095 y 1243.
Los motivos que llevaron al autor a escribir el relato solo pueden conjeturarse, pero es probable que fuera para entretener al lector. Los presagios y elementos sobrenaturales habrían tenido sentido en la época en que fue escrito, pues “en aquellas oscuras épocas, la creencia en todo tipo de prodigios estaba [muy] arraigada” (p.10). Todo lo que escribe el autor es necesario y relevante; la atención del lector nunca se relaja y la inminencia de la catástrofe siempre está presente.
Marshal señala que los personajes subalternos del relato, como los criados, pueden parecer demasiado triviales, pero su simplicidad cumple una función importante en la historia. Aunque Marshal ve su trabajo con buenos ojos, también es consciente de los defectos de la obra. Él desearía que hubiera en ella una moraleja mejor que aquella que indica que los pecados de los padres se heredan en las siguientes generaciones, pero confía en que la piedad y las lecciones de virtud “[eximan] a esta obra de la censura que con demasiada frecuencia hay que aplicar a la novela sentimental” (p.11). También cree que gustará mucho a los lectores ingleses.
Marshal piensa que la base de la historia es probablemente verídica. Las escenas ocurrieron sin duda en un castillo real, ya que el autor parece ser muy minucioso con lo que describe.
Prólogo a la segunda edición
Como la obra fue tan bien recibida, Walpole se ve obligado a confesar que es el autor real de la historia. Admite que ocultó la obra bajo la apariencia de un manuscrito antiguo para que el público la juzgara imparcialmente y evitar la crítica si esta era negativa. Al escribir la obra, Walpole se propuso unir dos tipos de novela sentimental: la antigua y la moderna. En la primera, todo es imaginación e improbabilidad; en la segunda, se intenta imitar la naturaleza, con mayor o menor éxito. Él cree que es posible conciliar lo antiguo y lo moderno y hacer que sus personajes actúen según las leyes de la probabilidad, como hombres y mujeres de verdad. En cuanto a los criados, cuyo comportamiento sencillo a algunos les parece disonante, actúan así porque Walpole cree firmemente que no tienen los mismos sentimientos y comportamientos dignos, graves e importantes que poseen los príncipes y los héroes. Shakespeare es aquí su modelo, puesto que la inocencia y rudeza de los primeros “hace destacar más” (p.14) lo sublime de los segundos.
Walpole evoca en su prólogo a Voltaire, un genio de menor categoría que Shakespeare. Voltaire dijo en el prólogo de su obra Merope que algunos dramas pueden tener solo seriedad o solo frivolidad, pero que si alguien le preguntaba cuál era el mejor género, si la tragedia o la comedia, él respondería que el que fuera mejor tratado. Walpole afirma que Voltaire no debería hablar en nombre de los ingleses, como Walpole no pretendería hablar en nombre de los franceses. Sería absurdo, por ejemplo, que el personaje de Rosencrantz en Hamlet tuviera más tiempo en escena que el propio Hamlet.
En última instancia, Walpole escribe insipirándose en Shakespeare, el “mayor genio que, este país al menos, ha producido” (p.19). Por más débiles o infructíferos que hayan sido sus esfuerzos, Walpole está orgulloso de haber imitado a Shakespeare en lugar de inventar sus propias reglas para el nuevo género que ha creado.
Análisis
El castillo de Otranto no solo fue la novela en inaugurar el género gótico como tal, sino que también formó parte de la primera ola de obras literarias que experimentaron con esta novedosa forma de construir historias en prosa. Aunque el siglo XVIII vio emerger la novela como el género de la modernidad por excelencia, la poesía todavía era la reina del universo literario. Como consecuencia, muchos de los primeros novelistas se sintieron obligados a iniciar sus relatos con la inclusión de un prólogo explicativo. Los autores utilizaban el prólogo como una forma indirecta de crear en el lector la sensación de que los acontecimientos descritos en la novela podrían haber ocurrido. Las novelas se distinguían de la poesía no solo por estar escritas en prosa, sino también por estar pobladas de personajes comunes y corrientes (“corrientes” es un término relativo, por supuesto; los personajes de la mayoría de las primeras novelas inglesas no eran corrientes, pero estaban mucho más cerca del lector típico que los dioses o la realeza que poblaban casi todos los poemas y obras de teatro). Con una divergencia tan marcada, los novelistas utilizaban los prólogos para dar indicaciones de cómo debían leerse y comprenderse sus obras.
Tomemos, por ejemplo, el prólogo a la primera edición de El castillo de Otranto, que Walpole inserta antes de que comience la historia. He aquí un ejemplo de prólogo con un objetivo muy concreto: sugerir al lector que la historia que está a punto de leer fue escrita en algún momento de la Edad Media. De esta manera, Walpole pretende sugerir que su historia, llena de elementos sobrenaturales e irreales, es, en realidad, un ejemplo de realismo, porque retrata a personajes que vivieron durante una época en la que la gente creía que todos esos aspectos sobrenaturales de la historia eran absolutamente reales. El prólogo promete a los lectores que leerán una historia escrita en una época en la que la gente habría actuado exactamente igual que los personajes de la historia. El prólogo de la primera edición indica que la historia posee personajes que responden de forma verosímil a acontecimientos que habrían creído reales. Y para que no se piense que esta distinción no importa, y que los lectores de Walpole debían de ser muy sugestionables para considerar siquiera que el prólogo podía dar cierta sensación de realismo a su relato sobrenatural, pensemos en los espectadores del cine moderno que, gracias a una brillante campaña de marketing, fueron al cine a ver El proyecto de la bruja de Blair pensando que se trataba de una grabación de video de sucesos reales.
Los dos prólogos de El castillo de Otranto son casi tan fascinantes como la propia historia. Walpole incluyó el primer prólogo en la publicación de la novela en 1764, afirmando ser William Marshal. Marshal era el supuesto traductor de un texto italiano hallado en la biblioteca de una antigua familia católica. Allí dice que fue impreso en 1529 y que pudo haber sido escrito en el mismo tiempo en que habrían ocurrido los hechos de la historia, entre 1095 y 1243, durante la primera Cruzada. Nada de eso era cierto: en el prólogo a la segunda edición, Walpole, reconocido como aristócrata e intelectual por sus contemporáneos, admitió que él era el verdadero autor. No hubo ningún Marshal ni ninguna traducción del italiano; la obra era pura ficción, surgida de su cabeza. Walpole le había dicho a su amigo William Mason que temía que lo “salvaje del relato” lo difamara y que “dudaba de su mérito”.
En realidad, Walpole no inventó del todo a William Marshal, ya que, en una carta a su amigo William Cole, Walpole mencionaba a un grabador de ese nombre. Asimismo, "Onuphrio Muralto" es una traducción a medias del nombre Horace Walpole. Todo lo que el ficticio Marshal cuenta a su lector es significativo para establecer el contexto, el significado del texto y el modo en que debe ser leído. El hallazgo de un impreso medieval era verosímil para la moda anticuaria del siglo XVIII; el propio Walpole era un anticuario y coleccionista de textos y objetos antiguos, que exhibía en su castillo. Situar el texto en una zona remota de Italia acentúa la extrañeza del relato; una de las características del género gótico es que sitúa sus historias en enclaves considerados exóticos, e Italia, junto con España, era para los ingleses el lugar de lo despótico y de lo bárbaro dentro de Europa.
En el primer prólogo, Walpole, como el traductor Marshal, dice que el autor del escrito original podría haber aplicado su talento a la composición de una obra teatral. De esta forma, dirige a sus lectores a la idea del teatro, para que le presten atención a la teatralidad del texto, en el que abundan diálogos dinámicos, descripciones escénicas y efectos especiales. Asimismo, la estructura en cinco capítulos de la novela podría estar aludiendo a los cinco actos de un drama.
En el segundo prólogo, Walpole se sincera y expone las razones de su engaño. Explica que buscaba unir dos tipos de novelas sentimentales o romances, la antigua y la moderna, lo que para él significaba utilizar las cualidades imaginativas de la primera y el principio de imitar la naturaleza que caracterizaba a la segunda. Los personajes de su historia reaccionan de la forma más natural o realista posible ante los sucesos sobrenaturales de los que son testigos. En cuanto a los criados, Walpole admite que su comportamiento es ridículo y carente de toda gracia, pero dice que esto le permite subrayar la gravedad y nobleza de los príncipes y los héroes de la historia. En este punto, su modelo es Shakespeare, que fundió en su obra la comedia y la tragedia, ignorando las unidades dramáticas; Hamlet, El Rey Lear, Macbeth, Ricardo III y Julio César fueron de especial influencia para Walpole. En este prólogo, Walpole evoca los escritos de Voltaire sobre Shakespeare para defender su elección de esta amalgama antiguo-moderna. Voltaire pensaba que Shakespeare era en ocasiones un genio poético, pero que carecía del arte de los dramaturgos franceses del siglo XVII. Walpole se burla de esta caracterización y dice que él no trataría de saber más de los parisinos que Voltaire, como este pretende respecto de los ingleses. Shakespeare llega al corazón de lo que significa ser inglés, y la intención de Walpole es emular al que considera el mayor genio poético de Inglaterra.