Necesitaba descansar, así que alquilé una casona en un pueblo de la costa, lejos de la ciudad. Quedaba a quince kilómetros del pueblo, siguiendo el camino de ripio, hacia el mar. Cuando iba llegando, los pastizales me impidieron seguir en auto. El techo de la casa se veía a lo lejos. Me animé a bajar. Tomé lo imprescindible y seguí a pie. Oscurecía y, aunque no se veía el mar, podía escuchar las olas alcanzar la orilla. Ya estaba a pocos metros cuando tropecé con algo.
—¿Es usted?
Retrocedí asustado.
—¿Es usted, don? —Un hombre se incorporó con dificultad—. No desperdicié ni un solo día, eh... Se lo juro por mi mismísima madre...
Las palabras iniciales del cuento presentan rápidamente varias cuestiones fundamentales del relato. En primer lugar, se trata de una historia narrada en primera persona por su protagonista. Así, sus experiencias, sensaciones, emociones e ideas son narradas desde su propio punto de vista, y conocemos la interioridad del personaje. Enseguida se cuenta que vive en la ciudad; que ha viajado a un pueblo de la costa, es decir, un lugar diferente del habitual, y que se encuentra allí para descansar.
En segundo lugar, desde el comienzo se destacan algunos elementos del espacio y del paisaje natural, como la fuerte presencia del mar: aunque no puede verse porque está anocheciendo, se hace oír a través del sonido de sus olas. También se mencionan ya los pastizales, tan altos y abundantes que aíslan la casa y ya la convierten en un lugar un tanto amenazante. Esta casona, además, está lejos del pueblo, a unos quince kilómetros, y no se menciona ninguna otra casa o construcción a sus alrededores. El protagonista parece estar completamente solo allí. En ese sentido, es interesante observar que el narrador dice que se "anima" (77) a bajar del auto, lo cual nos da la pauta de que ya siente cierto temor (porque, en realidad, bajar del auto y caminar un poco no suele ser algo peligroso).
En tercer lugar, esta sensación de miedo se confirma enseguida, cuando, al caminar hacia la casona, el protagonista se choca con el cavador. De todos modos, antes de reconocerlo como un "hombre" (77), lo presenta como si fuera una cosa: dice haberse tropezado con "algo" (77). Esta cosificación puede relacionarse con el tema de las clases sociales que se despliega en el cuento, ya que el cavador es un obrero que funciona, de alguna manera, como empleado del protagonista. Tratarlo como una cosa en lugar de como una persona puede ser un modo de reforzar la relación jerárquica que la sociedad muchas veces establece entre las personas de diferentes clases. Pero este elemento también nos permite interpretar que el cavador no es una persona común, y que por eso resulta amenazante: podría ser un fantasma, un zombi, algún tipo de demonio o monstruo. Estas posibilidades están apenas sugeridas y dependen de nuestra interpretación, ya que el cuento no ofrece ningún elemento textual concreto al respecto.
—Pasa que justo anoche... Imagínese, don, que estando tan cerca no iba a dejar las cosas para el otro día. Venga, venga —dijo, y se metió en un pozo que había entre los yuyales, a sólo un paso de donde nos encontrábamos.
Me agaché y asomé la cabeza. El agujero medía más de un metro de diámetro y adentro no se alcanzaba a ver nada. ¿Para quién trabajaría un obrero que no reconocía ni a su propio capataz? ¿Qué andaría buscando para cavar tan profundo?
De inmediato, además de la voz del protagonista y narrador, podemos leer la del cavador, ya que los diálogos que mantienen entre ambos ocupan una buena porción del cuento. Los decires del cavador contribuyen sustancialmente a crear la atmósfera de terror que inunda todo el relato. Sus palabras siempre son enigmáticas; nunca aclaran la situación, sino que sostienen y aumentan la tensión producida por lo inexplicable. Todo en torno al obrero es extraño, atemorizante, siniestro. El protagonista no sabe quién es este cavador, ni por qué está allí, y estas preguntas nunca se responden a lo largo del cuento. Aquí vemos, de hecho, que el narrador formula explícitamente interrogantes de este tipo: ¿quién es este cavador?, ¿qué hace en los alrededores de la casona?
De todas maneras, como sucede desde el comienzo, entre ambos personajes se produce una relación jerarquizada según sus diferentes clases sociales. En esta cita puede leerse que el cavador muestra total sumisión ante el protagonista: le da explicaciones, intenta justificarse y demostrar que hace un buen trabajo. Además, lo trata insistentemente de "don", forma que indica respeto, en particular hacia personas de un estatus social más elevado, y de "usted". Por su parte, el protagonista tutea al obrero y se reconoce a sí mismo inmediatamente como su "capataz" (77), o sea, como su jefe, aunque no lo conoce, no lo ha contratado y no es él quien paga por sus servicios.
Aquí, por último, se presenta otro elemento principal del cuento: el pozo. Sintéticamente, el narrador dice que el pozo está entre los pastos que rodean la casa, que mide más de un metro de diámetro y que es tan profundo que no es posible ver su fondo, como si no tuviera fin. De ese modo, aunque no se presenten más detalles, percibimos ya que tiene algo de extraño y peligroso.
—¿Cuánto cree usted que falta?
—Poco, don, muy poco...
—¿Cuánto es poco para usted?
—Poco... no sabría decirle.
—¿Cree que es posible terminar esta noche?
—No puedo asegurarle nada... usted sabe: esto no depende sólo de mí.
—Bueno, si tanto quiere hacerlo, hágalo.
—Délo por hecho, don.
Vi al hombre tomar la pala, bajar los escalones de la casa hasta el pastizal y perderse en el pozo.
Los diálogos entre el protagonista y el cavador son extraños y, en vez de resolver las dudas que propone la narración, suman nuevos interrogantes. En una de sus primeras conversaciones, el protagonista le pregunta al obrero cuánto falta, y los lectores sospechamos que quiere preguntar cuánto falta para terminar el pozo, pero esto no queda del todo claro. Las respuestas son vagas e imprecisas: el cavador dice que falta poco, pero no logra definir cuánto es poco tiempo para él. Además, dice que el tiempo necesario para terminar no depende solo de él. Entonces, automáticamente, nos preguntamos de quién más depende: ¿alguien lo ha contratado para cavar? Y, sea como fuere, volvemos a preguntarnos para qué sirve este pozo, cuál es su objetivo. La falta de respuestas y la incertidumbre crean la atmósfera de terror de este cuento: no entendemos qué ocurre e intentamos darle sentido a la situación, pero como esto nos resulta imposible, inmediatamente sentimos que algo malo va a ocurrir, que el protagonista está en peligro.
Cuando terminan de conversar, el cavador se pierde en el pozo, como si descendiera bajo tierra. Si elegimos hacer una lectura totalmente realista del cuento, interpretamos que, en efecto, el obrero se ubica dentro del pozo para hacer su trabajo. Pero también es posible sospechar que hay algo de extraordinario en las situaciones narradas. Así, este descender hacia el interior de la tierra podía indicarnos que el cavador es algún ser fantástico como un zombi, un muerto-vivo o un demonio, resaltando el valor simbólico del pozo en relación con la muerte. Es preciso recordar que ambas interpretaciones son posibles, ya que el cuento no termina de definirse como realista o fantástico, sino que su efecto principal es mantenerse en esa tensión.
Entré a la única tienda que encontré abierta. Cuando el empleado estaba envolviendo mi compra, preguntó:
—¿Y cómo va su cavador?
Me quedé unos segundos en silencio, esperando quizá que algún otro contestara.
—¿Mi cavador?
Me alcanzó la bolsa.
—Sí, su cavador...
Le extendí el dinero y miré al hombre, extrañado; antes de irme no pude evitar preguntarle:
—¿Cómo sabe del cavador?
—¿Que cómo sé del cavador? —dijo, como si no me comprendiese.
Esta cita pertenece a la única instancia que el protagonista pasa fuera del ámbito de la casona desde que ha llegado a la costa. Va al pueblo para hacer una compra y encuentra solo una tienda abierta. La ausencia de otras personas y de movimiento en el lugar remite directamente a un motivo característico de las historias de terror: el pueblo fantasma. El lugar está desierto, como si todos sus habitantes y visitantes hubiesen desaparecido o estuviesen muertos, como si fueran zombis o espíritus. Y de nuevo, aunque el cuento no narra ninguna situación de riesgo en concreto, el personaje se encuentra solo, está aislado, y no hay nadie disponible alrededor para ayudarlo si así lo necesitara.
Curiosamente, la única persona que encuentra, el empleado de la tienda, sabe todo sobre el cavador que trabaja en los pastizales de la casona. El protagonista no entiende cómo es posible que tenga esa información, y se siente tan extrañado que al principio cree que el empleado, en realidad, está hablando con otro. Si bien atina a preguntarle cómo sabe sobre el cavador, el empleado no le da ninguna respuesta. Al igual que en los diálogos con el obrero, aquí, en vez de resolver dudas y ganar certezas, el cuento vuelve a proponer nuevos interrogantes que aumentan la intriga, la tensión y la sensación de peligro inminente. A partir de esta visita al pueblo, entonces, es posible preguntarse: ¿está el protagonista bajo vigilancia?, ¿hay alguna relación directa entre el cavador y el empleado de la tienda?, ¿todos en el pueblo son cómplices de algún plan para hacerle daño, o son todos en el pueblo víctimas del mismo peligro que él corre?, ¿habrán sido asesinados y pronto a él le tocará la misma suerte?
—¿No hay problema en que deje el pozo? —pregunté.
El cavador se detuvo.
—¿Prefiere que vuelva?
—No, no, le pregunto.
—Es que cualquier cosa que pase... —amagó con volver—, sería terrible, don.
—¿Terrible? ¿Qué puede pasar?
—Hay que seguir cavando.
—¿Por qué?
Miró el cielo y no contestó.
En un nuevo diálogo con el obrero, se suman interrogantes sin respuesta en torno al pozo, pero esta vez el cavador confirma la sensación de peligro que tiene el protagonista y que la narración nos transmite a los lectores: cosas terribles pueden ocurrir en relación con este hoyo del que nada sabemos. Como en muchas historias de terror, es posible pensar que el pozo es una especie de canal directo con el espacio infernal y con el mundo de los muertos, o que se trata de un pozo sin fin donde los personajes pueden caer para siempre o ser enterrados vivos.
En esta instancia se ve con nitidez cómo se pone en tensión la relación jerárquica entre los personajes. Si bien el obrero sigue mostrando sumisión, trata al protagonista con respeto y formalidad, y se muestra disponible para seguir sus órdenes, su figura es cada vez más amenazante y parece tener cada vez más poder. En ese sentido, el cavador tiene el poder de saber cosas que el otro ignora, como para qué sirve el pozo y cuáles son esas cosas terribles que podrían ocurrir. Además, aunque el obrero diga que responderá a las órdenes del protagonista, parece haber un plan o reglas que van más allá de la voluntad de ambos: "Hay que seguir cavando" (79), afirma. Pero, ¿quién impone el imperativo de seguir cavando y por qué?
—¿Sabe nadar? —pregunté—. ¿Por qué no me acompaña?
—No, don. Yo lo miro, si le parece. Y traje la pala, por si se le ocurre un nuevo plan.
Me incorporé y caminé hacia el mar. El agua estaba fría, pero sabía que el hombre me miraba y no quería echarme atrás.
El terror y la sensación de peligro que afectan al protagonista se potencian por saber que es constantemente observado. La mirada del otro resulta muy amenazante, y el protagonista parece estar bajo control permanente, como ya se sugirió en la tienda del pueblo. Como se ha mencionado, si bien el cavador, en principio, trabaja para él, aumentan las tensiones con respecto a las jerarquías sociales y la desigualdad de poder entre ellos: ¿este hombre solo hará lo que él le pida, o puede hacerle daño? En ese sentido, el protagonista tiene miedo, pero intenta mostrarse relajado, valiente y en dominio de la situación: en primer lugar, invita al cavador a acompañarlo a la playa, lo cual resulta extraño dado que no confía en él y le resulta amenazante; en segundo lugar, se mete al mar para no verse frágil o débil, a pesar de que el agua esté demasiado fría.
En esta cita quedan de manifiesto los simbolismos que el cuento propone en torno a la pala. Por un lado, es un elemento de trabajo, representa la calidad de obrero del cavador, que incluso en un momento de aparente descanso en la playa sigue preparado para trabajar, si su capataz así se lo ordena. Pero por el otro, también es potencialmente un arma con la que podría lastimar al protagonista, cuya fragilidad se ve potenciada porque lleva poca ropa, apenas un short para meterse al mar, y no tendría nada con lo que defenderse si alguien lo atacara.
Cuando regresé, el cavador ya no estaba.
Con un sentimiento de fatalidad busqué posibles huellas hacia el agua, por si acaso había seguido mi sugerencia, pero no encontré nada y entonces decidí volver. Revisé el pozo y los alrededores. En la casa, recorrí las habitaciones con desconfianza.
En este punto comienza a desplegarse el desenlace del cuento y la tensión aumenta cada vez más. El protagonista sale del mar y el cavador, que le ha dicho que lo miraría desde la arena, ya no está allí. Ni el narrador ni los lectores entendemos dónde ha ido, si se ha marchado voluntariamente o no, si le ha pasado algo malo, si se prepara para atacar al protagonista. Estos interrogantes confirman y remarcan lo amenazante de toda la situación: alguien está en peligro inminente, pero ¿quién?, ¿el protagonista, el cavador, ambos? El "sentimiento de fatalidad" (80) del narrador también reafirma que su vida y/o la de otros está en peligro. La fatalidad es una desgracia, un destino negativo y funesto, específicamente relacionado con la muerte, uno de los temas principales de este cuento.
Curiosamente, el cavador no ha dejado huellas en la arena. Este es otro elemento que puede tomarse para sostener la hipótesis de que no es una persona sino algún ser fantástico y peligroso, característico de las historias de terror. Por ejemplo, podría tratarse de un fantasma o un espíritu, cuyos cuerpos inmateriales no tienen peso y, por lo tanto, no dejan este tipo de marcas. También podríamos pensar que es un demonio, ya que, por lo general, estos rechazan el agua, y el cavador no quiere meterse al mar.
Por último, esta cita da cuenta de la casona como espacio desconocido, hostil y atemorizante. El protagonista la recorre con desconfianza en lugar de sentirse refugiado en ella. Podemos sospechar que el cavador está escondido allí para hacerle daño, o que la casa está bajo algún tipo de hechizo. Por ser una casa grande, con muchas habitaciones, el protagonista no tiene total control sobre lo que pasa en ella; podría haber personas o seres peligrosos escondidos en algunos cuartos, por ejemplo. Cabe recordar que es un espacio completamente aislado, por lo que nadie podría ayudarlo si algo malo sucediera allí.
Caminé hasta el pozo, me asomé y lo llamé otra vez. No se veía nada. Me acosté boca abajo en el suelo, metí la mano y tanteé las paredes: se trataba de un trabajo prolijo, de aproximadamente un metro de diámetro, que se hundía hacia el centro de la tierra. Pensé en la posibilidad de meterme, pero enseguida la deseché. Cuando apoyé una mano para levantarme, los bordes se quebraron. Me aferré a los pastizales y, paralizado, oí el ruido de la tierra cayendo en la oscuridad. Mis rodillas resbalaron en el borde y vi cómo la boca del pozo se desmoronaba y se perdía en su interior. Me puse de pie y observé el desastre. Miré con miedo a mi alrededor, pero el cavador no se veía por ningún lado.
Al no encontrar al cavador, el protagonista sospecha que puede estar en el pozo y, si bien los lectores percibimos que el peligro es inminente, que puede meterse en problemas si se acerca a esa zona, él sigue buscándolo hasta en el interior del hoyo. Una vez más, el narrador explicita que siente miedo, volviendo a confirmar que la atmósfera tiene algo de hostil y siniestro. El personaje y los lectores estamos sumidos en la misma tensión.
Es posible pensar que el pozo ejerce algún tipo de atracción sobre el protagonista, que mete la mano y toca el interior del hueco, siente su textura, e incluso llega a pensar en la posibilidad de adentrarse en él. Aunque descarta esa idea rápidamente, parecería que el pozo no lo deja alejarse: sus paredes comienzan a desmoronarse, el protagonista corre el riesgo de caer dentro de él, tiene dificultades para ponerse de pie, se resbala. Es preciso subrayar la insistencia del cuento en describir la oscuridad y profundidad acentuadas del pozo, que parece no tener fin: la tierra que cae desde su circunferencia se pierde en su interior.
Volví a la casa. Abrí los placares, revisé dos cuartos traseros a los que entraba por primera vez, busqué en el lavadero. Al fin, en una caja junto a otras herramientas viejas, encontré una pala de jardinería. Era pequeña, pero serviría para empezar. Cuando salí de la casa, me encontré frente a frente con el cavador. Escondí la pala detrás de mi cuerpo.
—Lo estaba buscando, don. Tenemos un problema.
Por primera vez, el cavador me miraba con desconfianza.
—Diga —dije.
—Alguien más ha estado cavando.
—¿Alguien más? ¿Está seguro?
—Conozco el trabajo. Alguien ha estado cavando.
El protagonista ha decidido trabajar en el pozo él mismo, en principio con la intensión de reparar las paredes que se han deteriorado al desmoronarse mientras buscaba al cavador. Para hacerlo busca una pala en la casa. Resulta significativo que entre a ciertas habitaciones por primera vez. Por un lado, este dato refuerza la descripción de la casona como espacio realmente grande, con rincones que están fuera del control del personaje y que le resultan desconocidos. Por el otro, no es casual que esas habitaciones que le resultan ajenas sean precisamente las del fondo, las dedicadas a las tareas domésticas como la lavandería y la jardinería. De esa manera, vuelve a manifestarse su condición de clase: parece que, en principio, este hombre no suele realizar tales tareas.
Ahora bien, el hecho de que precisamente agarre una pala propone una tensión con respecto a su rol y su estatus en el cuento: él, que se ha identificado como capataz al conocer al cavador, ahora se dispone a ser un cavador él mismo. En este punto, cabe recordar que, en Argentina, la expresión "agarrar la pala" es sinónimo de "trabajar". Este hombre de clase media que viaja a la playa para descansar pretende practicar las tareas de un obrero. Y la narración sugiere que este es un punto de no retorno, que de alguna manera el protagonista ya no podrá escapar a la fatalidad.
En sintonía con esta transformación del protagonista, el cavador parece tener cada vez más poder: así como ha desaparecido repentinamente, ahora aparece de golpe, sin dar avisos ni explicaciones. Además, muestra autoridad con respecto al pozo: asegura que alguien más ha estado cavando, y que eso es un problema. El protagonista parece reconocer este poder en el otro porque oculta la pala, evita demostrarle que ha estado en el pozo y que quiere volver a él. Por todo ello, el obrero comienza a mirar al protagonista con desconfianza.
—Bueno —dije, tratando de ser terminante—, usted cave cuanto pueda y no vuelva a dispersarse. Yo vigilo los alrededores.
Vaciló. Se alejó algunos pasos pero al fin se detuvo y se volvió hacia mí. Distraído, yo había dejado caer el brazo y la pala colgaba junto a mis piernas.
—¿Va a cavar, don? —me miró.
Instintivamente oculté la pala. Él parecía no reconocer en mí al hombre que yo había sido para él hasta un momento antes.
—¿Va a cavar? —insistió.
—Lo ayudo. Usted cava un rato y yo sigo cuando se canse.
—El pozo es suyo —dijo—, usted no puede cavar.
El cavador levantó la pala y, mirándome a los ojos, volvió a clavarla en la tierra.
Estas son las últimas líneas del cuento, que concluye con un final abierto: no nos cuenta qué ocurre con el protagonista: no terminamos de entender si el cavador es peligroso para él o si en realidad ambos están en peligro, no sabemos cuál es el propósito de cavar este pozo, no sabemos si el cavador es un humano vivo o un ser sobrenatural, no sabemos si el relato ocurre en un universo realista o fantástico.
En esta instancia, el protagonista parece buscar una alianza con el cavador: le propone continuar trabajando juntos, y también le dice que vigilará los alrededores, como si pudiera haber alguien o algo más tratando de atacarlos a ambos. Ahora bien, ¿qué quiere decir que el protagonista no pueda cavar porque el pozo le pertenece? "El pozo es suyo" (81) es una frase fundamental de este cuento en tanto que historia de terror, y puede ser leída simultáneamente de dos maneras, sosteniendo la tensión constante entre la dimensión realista y la dimensión extraordinaria del relato. En un sentido literal, podemos interpretar que el pozo es propiedad del protagonista porque se encuentra en los alrededores de la casona que este ha alquilado. En un sentido metafórico, la frase funciona como amenaza o anuncio del destino funesto del protagonista: es "su" pozo porque será arrojado o enterrado en él, porque este pozo es un símbolo de su muerte inminente y asegurada.