Resumen
Un hombre que vive en la ciudad llega a un pueblo de la costa para descansar. Ha alquilado una casona muy cerca del mar, ubicada a quince kilómetros del pueblo. Cuando llega, debe dejar el auto lejos de la casa porque los pastizales altos y abundantes le impiden acercarse más. Está oscureciendo, por lo que decide dejar su equipaje en el coche y lleva consigo apenas lo imprescindible.
Mientras camina, se tropieza con "algo" (77) entre los pastizales: es un hombre que cava un pozo a pocos metros de la casona. De inmediato, el protagonista siente miedo. El cavador le pregunta: "¿Es usted, don?" (77), y le promete que ha trabajado sin perder el tiempo. Enseguida, se mete dentro del pozo para mostrárselo. Mide más de un metro de diámetro y es tan profundo que no se puede ver nada del interior.
El protagonista no sabe quién es el cavador, no entiende la situación y se pregunta "¿Para quién trabajaría un obrero que no reconocía ni a su propio capataz? ¿Qué andaría buscando para cavar tan profundo?" (77). El cavador, por su parte, le pregunta si no se meterá él también en el pozo. El protagonista cree que el obrero debe estar confundido, le dice que no y va hacia la casa.
La mañana siguiente, el protagonista busca el equipaje que ha dejado en el auto. El cavador está durmiendo en la galería y no ha soltado la pala oxidada que usa para cavar, pero se despierta y ayuda a cargar las cosas desde el coche hasta la casa. Entonces señala uno de los bultos, le pregunta al protagonista si es parte del plan, y este responde "Primero necesito organizarme" (78).
El protagonista se encarga de evitar que el otro entre en la casa. Una vez en ella, ve el mar desde la ventana y siente que está ideal para nadar. Desde otra ventana, ve que el cavador sigue allí, observando alternadamente el pozo y el cielo. Se da cuenta de que con apenas un gesto podría ordenarle al obrero que se ponga a cavar, y este le haría caso con total obediencia.
Entonces se dirige al cavador y le pregunta cuánto falta para terminar el trabajo, a lo que este responde que falta poco, pero no puede precisar cuánto. El protagonista insiste: quiere saber si sería posible terminar esa noche. El cavador responde que no puede asegurar nada porque no depende solo de él. Finalmente, el protagonista concluye: "Bueno, si tanto quiere hacerlo, hágalo" (78), y el otro se interna en el pozo para seguir cavando.
Análisis
"El cavador" es un cuento narrado en primera persona por su protagonista, un hombre que vive en la ciudad y alquila una casa en la costa para descansar. El texto no describe la apariencia ni la personalidad de este hombre, ni provee información sobre la época o el lugar donde sucede. Sin embargo, dado que el protagonista conduce un automóvil, podemos inferir que la historia transcurre en tiempos relativamente recientes a nuestro presente. Además, la caracterización del paisaje (los pastizales, la cercanía al mar) permite pensar que esta casona se encuentra en la costa atlántica argentina, en algún pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Esta inferencia es posible, sobre todo, porque la obra de Samanta Schweblin suele elegir territorios de la pampa húmeda para escenificar sus narraciones. De todos modos, lo cierto es que el cuento no ofrece precisiones textuales sobre el espacio, por lo que este podría ser cualquier pueblo costero pequeño, real o ficticio.
Este cuento es una historia de terror que se construye desde lo enigmático, lo siniestro, lo inexplicable. El efecto atemorizante y la tensión que transmite a los lectores son producidos, sobre todo, por la falta de información: desde el comienzo percibimos una atmósfera extraña y tenemos una constante sensación de peligro inminente, a pesar de que, en concreto, no se presenta nada que sea en sí mismo peligroso. En otras palabras, el cuento no explicita textualmente que el cavador esté ahí para hacerle daño al protagonista. El terror, pues, proviene de la incertidumbre y la extrañeza. Ni el protagonista ni los lectores sabemos cuál es la finalidad del pozo, quién es este cavador, por qué cava, quién lo ha enviado allí, cuánto hace que merodea los pastizales, por qué él sabe que el protagonista llegará a la casa.
En ese sentido, para causar terror, la narración elabora la concepción psicoanalítica de lo siniestro, ya que una serie de situaciones, personajes y objetos que en principio parecen muy cotidianos, simples y familiares se presentan de modo extraño, hostil y amenazante. El pozo, uno de los elementos más importantes del cuento, es caracterizado como siniestro desde el comienzo. No sabemos para qué sirve ni cuánto tiempo llevará terminarlo, es muy oscuro y profundo. El hecho de que el cuento insista en recordarnos que su diámetro es lo suficientemente grande como para que una persona sea arrojada en su interior sugiere similitudes entre este pozo y aquellos cavados para enterrar personas muertas, como en un cementerio. Así, desde el comienzo, la figura del cavador guarda la tensión propia de lo siniestro: podemos interpretar que se trata de un simple trabajador, pero también se asemeja a un sepulturero, y cabe destacar que la muerte es uno de los temas principales del relato.
Así, todo el cuento pone a prueba los límites de la realidad, tema recurrente en la obra de Schweblin. Lo normal, lo cotidiano y lo esperable se resquebrajan, y la realidad se convierte en algo extraño, incomprensible y espeluznante. De ese modo, el relato puede ser leído simultáneamente en clave realista o en clave fantástica, lo cual aumenta la tensión generada por la falta de información. Es posible interpretar toda la narración en términos literales, como la historia de un hombre que llega a la costa e interactúa con un obrero. Pero la atmósfera siniestra sugiere que esa realidad, en apariencia cotidiana, está alterada o intervenida de algún modo. Podemos pensar que, al llegar a la casona, el protagonista ingresa en un universo fantástico, y que el cavador es un fantasma, un zombi, un demonio o algún tipo de monstruo. También es posible interpretar que se trata de una pesadilla, y que lo siniestro es aquí parte de una experiencia onírica, o que es producto de alguna clase de delirio, es decir, de sueños o ilusiones producidas en la psiquis del narrador.
A su vez, el comienzo del cuento pone de manifiesto una tensión de poder entre el protagonista y el cavador, que se relaciona directamente con el tema de las clases sociales. El cavador es un obrero, pertenece a la clase trabajadora, mientras que el otro pertenece, de mínima, a la clase media: tiene un automóvil, vive en la ciudad y puede alquilar una gran casa en la playa para descansar. Además, el primero lo trata de usted y de "don" (77), pero el protagonista lo tutea, reforzando sus diferentes estatus sociales. De hecho, a pesar de que no sabe quién es el cavador, de no haberlo contratado ni estar pagando por sus servicios, el protagonista de inmediato se coloca en la posición del capataz, es decir, del jefe.