El hombre que fue jueves

El hombre que fue jueves Ironía

El Consejo de Anarquistas se presenta como un movimiento revolucionario opuesto al poder, pero resulta estar dirigido por ricos y aristócratas (Ironía dramática)

Si bien en la novela los anarquistas se presentan a sí mismos como revolucionarios, pronto se descubre que son millonarios, incluso miembros de la aristocracia. Esta ironía se sugiere desde la primera aparición del Consejo, cuando Syme se encuentra con una cena lujosa en la taberna aparentemente precaria donde tiene lugar el encuentro. También puede verse en detalles como el hecho de que hay un solo obrero verdadero en la asamblea -"Un anciano de larga y venerable barba, que tal vez era el único obrero positivo entre toda aquella gente" (p. 43)- o en la escena de la reunión del Consejo en el balcón del hotel, donde los anarquistas llevan trajes de fiesta y disfrutan un presuntuoso banquete.

Pero el pasaje donde más se explicita la ironía es el del discurso de Ratcliff, cuando le explica a Syme que los verdaderos anarquistas no son los obreros que se rebelan para mejorar sus condiciones de vida, sino los millonarios que se creen por encima de toda ley y se benefician con la destrucción de los gobiernos (p. 136).

Esta ironía dramática encierra una crítica social acorde a la postura del propio Chesterton, quien reprobaba el capitalismo extremo, el individualismo y la difuminación de los límites entre el bien y el mal, característicos de la modernidad secular.

Syme afirma con ironía ante Gregory que los anarquistas aman "el orden y la ley", cuando ambos saben que pregonan lo contrario (Ironía situacional y verbal)

Cuando Gregory lleva a Syme al escondite subterráneo del Consejo de Anarquistas, el ingreso se torna ridículo y meticuloso -un extraño pasadizo, una puerta blindada, palabras secretas, un túnel-, lo que dispara el siguiente intercambio:

—Perdone usted tantas formalidades —dijo Gregory—. Ya comprenderá usted que aquí necesitamos andar con mucho cuidado.

—No se disculpe usted —dijo Syme—. Ya conozco el amor que tienen ustedes al orden y a la ley (p. 34).

Lo irónico puede interpretarse, en primer lugar, por la situación: sería esperable un escondite anarquista más precario e improvisado, y no algo tan sofisticado. A su vez, la ironía se completa verbalmente a través de la frase de Syme, que achaca a los anarquistas ser amantes de lo que en verdad dicen querer abolir.

Syme califica a Gregory de prosaico luego de que este da un discurso hiperpoético (Ironía verbal)

En el debate que da inicio a la novela, Gregory equipara al poeta con el anarquista y menosprecia el valor del orden. Para ello, se refiere al recorrido del tranvía subterráneo: “[Los usuarios] saben que el tranvía anda bien; (...) Pero ¡oh rapto indescriptible, ojos fulgurantes como estrellas, almas reintegradas en las alegrías del Edén, si la próxima estación resultara ser Baker Street!” (p. 24).

Además del tono exageradamente solemne, Gregory utiliza un lenguaje muy cargado de metáforas (ojos fulgurantes), símiles (ojos como estrellas), alegorías (almas reintegradas en las alegrías del Edén) e hipérboles (rapto indescriptible). A esto responde Syme: “¡Usted sí que es poco poético!” (p. 25), y luego “Y si es verdad lo que usted nos cuenta de los viajeros del subterráneo, serán tan prosaicos como usted y su poesía” (Ibid.).

Se denomina lenguaje prosaico al lenguaje “limpio”, que es lo más transparente e inequívoco posible, y se opone a la poesía que busca un efecto estético antes que comunicativo. Así es que los dichos de Syme resultan irónicos frente al discurso que acaba de dar su contrincante, y que tiene el objetivo de ofenderlo y provocarlo.

Syme elogia a los anarquistas por no poder ponerse de acuerdo, pero solo para menospreciarlos por ello (Ironía verbal)

En la charla que tiene con el policía que lo recluta para ser agente encubierto, este advierte a Syme sobre la necesidad de formar un ejército para hacer frente a la existencia de importantes grupos anarquistas organizados. Pero Syme responde:

Yo me doy cuenta, como cualquiera, de que el mundo moderno está lleno de pequeños engendros de la anarquía y de multitud de pequeñas tendencias extraviadas. Pero, por repugnantes que sean, tienen generalmente el mérito de estar en desacuerdo entre sí (p. 58).

La respuesta de Syme demuestra su incredulidad respecto del tema y esconde la ironía de considerar como mérito de los extremistas el hecho de estar siempre en desacuerdo, cuando en verdad es, justamente, lo que les impide funcionar de modo organizado y efectivo.

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