El hombre que fue jueves

El hombre que fue jueves Temas

La paradoja de la existencia

En El hombre que fue Jueves, lo paradojal es entendido como motor de la existencia. La paradoja y, con ella, la contradicción, el contrasentido, la incongruencia y hasta el absurdo, son la forma predominante en que la novela adquiere lógica. Su trama, sus personajes y muchos de sus diálogos colocan a lo paradojal como tema: lo que existe necesita de un opuesto para poder existir realmente, es decir, se vuelve inteligible en su propia lógica contradictoria.

Así, los personajes entienden que el anarquismo quiere ser caos y destruirlo todo, pero necesita de un orden y un gobierno para hacerlo; que la mejor forma de pasar desapercibido como anarquista es decir abiertamente que uno lo es; que lo más poético del mundo puede ser el tranvía subterráneo; que las mujeres que combaten el machismo son las más dispuestas a escuchar hablar a los hombres; que los humildes siempre hablan mucho y los orgullosos son más escrupulosos; que los verdaderos anarquistas suelen ser los ricos y no los trabajadores.

En fin, lo paradojal en El hombre que fue Jueves forma parte del modo de entender el mundo que tienen los personajes y que explicitan discursivamente en muchas de sus intervenciones. El propio Syme reconoce el poder de lo paradojal cuando dice que “una paradoja puede despertar en los hombres la curiosidad por una verdad olvidada” (p. 30).

La humanidad

La humanidad, entendida como el rasgo distintivo que diferencia al ser humano de otras especies, así como el conjunto de los seres humanos, es uno de los temas que atraviesan todo el libro. La idea de lo humano como un valor fundamental -que hay que estimar y defender- aflora y se impone en muchos de los debates éticos y filosóficos que plantea el libro. Son muchas las ocasiones en que el narrador o los personajes valoran el carácter humano de ciertas cosas o situaciones para subrayar que es eso lo que las hace aprehensibles y tolerables.

Un episodio interesante respecto del tema sucede en el Capítulo IV, cuando se revela cómo Syme se convirtió en detective. La escena, en la que Syme conversa con un agente de policía, exhibe al protagonista preocupado por “la suerte de la humanidad” (p. 54) y al policía convencido de estar obrando en nombre de la humanidad. Además, se habla de ladrones, bígamos y asesinos para recalcar que el error y la imperfección son excusables, siempre que se respete el ideal humano fundamental.

En contraposición con la idea de barbarie, la humanidad y su poder civilizatorio son enaltecidos como condición para la existencia del hombre. Esta idea aparece representada, principalmente, en los detectives que, como héroes humanitarios, arriesgan sus vidas para evitar que los anarquistas satisfagan su “inhumano” deseo de caos y destrucción. Es entonces que hacia el final de la novela, el inspector Ratcliffe sentencia: “Somos los últimos representantes de la humanidad” (p. 153).

El bien y el mal

La cuestión del bien y el mal es otro tema que puede reconocerse en el libro y tiene estrecha relación con los temas de la paradoja y la humanidad. Desde el inicio se plantea una disputa ética entre el mal -representado por el anarquismo y el anhelo de caos- y el bien -representado por el cuerpo policial, el humanitarismo e, indirectamente, por el cristianismo-. A medida que la trama avanza, estas representaciones van encontrando lugar en determinados personajes, ciertas acciones y, sobre todo, en los momentos donde se plantea la disputa entre la luz y la oscuridad.

En El hombre que fue Jueves, el bien y el mal coexisten y funcionan de manera paradojal, son dos caras de lo mismo. Esto se grafica sobre todo en el personaje de Domingo, que es a su vez presidente del Consejo Anarquista -las fuerzas del mal- y jefe del cuerpo secreto de policía -las fuerzas del bien-, pero que además condensa esa dualidad en su misteriosa figura y su inmenso cuerpo. Cuando se refiere a él, Gabriel Syme habla de que allí está “el misterio del mundo” (p. 175).

De todas formas, para evitar caer en el pesimismo, Chesterton se encarga de remarcar que, aunque el mal existe, el bien tiene su propia entidad y permite comprender a su opuesto. Por eso, Syme proclama: “El mal es tan malo, que, junto a él, el bien parece un mero accidente; el bien es tan bueno, que, junto a él, hasta el mal resulta explicable.” (p. 175). Esta cuestión se coloca en primer plano sobre el final, cuando cobra sentido el subtítulo de “Pesadilla”: Syme despierta en paz tras haber sentido que, por primera vez, pudo observar al mundo desde la perspectiva adecuada; entonces, al descubrir la existencia de un auténtico bien, puede comprender la maldad como rasgo humano y perderle el miedo.

El orden y el caos

Siguiendo la lógica dicotómica del bien y el mal, El hombre que fue Jueves propone otra oposición como tema principal: orden y caos. Nuevamente, este antagonismo aparece representado por Syme y los detectives, el poeta del orden y las fuerzas de la ley, y Lucian Gregory y los anarquistas, que constituyen las fuerzas del caos y la destrucción.

El debate por el orden y el caos tiene su punto de partida y su momento más explícito en la discusión inicial entre Syme y Gregory, cuando ambos argumentan en favor de sus distintas filosofías. Allí, se acusa a unos de amar la ley y el orden y a otros de ser los enemigos del orden público y la moral. En este debate quedan expuestos dos modos contrarios de ver el mundo que, llevados al paroxismo, alimentan el desarrollo de la desopilante trama de la novela.

Por último, cabe destacar que aunque se oponen, orden y caos también coexisten mutuamente y su funcionamiento es paradójico. Sin embargo, el autor toma partido por el orden y hace que su protagonista, siguiendo el camino de la fe, libre la lucha en nombre de la humanidad para salvar el mundo.

La Modernidad

La novela se contextualiza en la transición del siglo XIX al XX, en tiempos en los que grandes cambios sociales, tecnológicos y filosóficos afectaron la vida de las personas, principalmente en Europa y, sobre todo, en las grandes ciudades como Londres.

En términos generales, la Modernidad da cuenta de un extenso periodo histórico en el que la razón gana dominio por sobre la religión. Emerge así la figura del estado moderno, entidad que reemplaza paulatinamente las formas tradicionales de organización social, política y religiosa. También es una etapa de conformación nuevas clases sociales, de gran industrialización y de un crecimiento inusitado de importantes centros urbanos. En consonancia, el arte, la filosofía y la cultura en general se ven radicalmente modificados.

Muchos de esos cambios aparecen en El hombre que fue Jueves: los debates éticos y filosóficos, las falsas creencias, las ideologías extremistas, el desarrollo de las ciudades y su masificación, la aparición de los conglomerados de medios de comunicación, el uso de los nuevos medios de transporte, entre otros.

Sin embargo, Chesterton no se contenta con ser testigo de los acontecimientos y advierte sobre la “pesadilla” de la Modernidad. Principalmente a través del humor, el sarcasmo y las paradojas, el autor expresa su rechazo a lo moderno y, en cambio, propone abrazar la historia y la tradición. Así, cobran mayor sentido algunos pasajes del libro, entre ellos: la consideración que hace el policía que recluta a Syme de que el criminal más peligroso es el filósofo moderno (p. 56-57), el ridículo ingreso de Syme y Gregory al escondite anarquista (p. 33-34), el duelo de espadas entre Syme y el Marqués (Capítulo X), y la inesperada utilidad de la antigua “linterna eclesiástica” durante la huida en auto de los detectives (p. 145).

Las apariencias

En esta novela, las identidades son difusas y nada ni nadie es lo que parece. Así, el tema de las apariencias se torna central. La primera falsa apariencia se encuentra en la trama, que se perfila hacia el policial negro y el suspenso, pero luego se vuelca hacia la aventura, el humor y el absurdo.

Desde que se produce el intercambio entre Gregory y Syme -intercambio también literal, ya que Syme toma el lugar destinado a Gregory en el Consejo-, la trama avanza siempre en dirección a la siguiente revelación sobre los miembros del grupo anarquista, que finalmente se descubren como policías encubiertos. Incluso, una vez que todos son reconocidos como detectives, vuelven a ser disfrazados para formar parte de la “mascarada” que organiza Domingo en el final.

El disfraz como artificio es un elemento fundamental porque la trama vira y progresa en medio de las apariencias. El narrador hace mucho hincapié en lo que puede verse con claridad y lo que no, pero aún más en la vestimenta y el aspecto de los personajes: hay algunos literalmente disfrazados -Syme, el profesor De Worms, el inspector Ratcliffe-, otros que lo hacen mentalmente -Gregory y su conclusión de que la mejor forma de evitar ser descubierto como anarquista es parecerlo abiertamente-, y alguno cuya propia naturaleza los vuelve indescifrables, como sucede con Domingo, quien además resulta ser anarquista y policía a la vez.

En definitiva, el juego de apariencias es una constante en esta novela, tanto que su protagonista se plantea la siguiente duda: “Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad?” (p. 135).

La religión

Aunque no de modo explícito, El hombre que fue Jueves tiene también como tema fundamental a la religión. Bajo la forma de los símbolos y, sobre todo, de la alegoría, Chesterton -haciendo honor a sus convicciones- logra colocar al cristianismo como telón de fondo de su obra.

Por un lado, en el libro se reiteran las alusiones a la Biblia y a la historia cristiana (el mártir San Jorge, la persecución de los cristianos y las Cruzadas), y pueden reconocerse algunos símbolos que señalan al cristianismo como una guía, entre ellos la “linterna eclesiástica” y la catedral de San Pablo.

Por el otro, la novela se plantea como una gran alegoría de la religión católica. Su protagonista, Gabriel Syme, emprende un viaje de autoconocimiento para encontrar a Dios y poder darle sentido al mundo en el que habita. En ese trayecto, atraviesa diversas peripecias mientras se apasiona, reflexiona, duda, teme, tiene esperanza, se resigna y vuelve a creer. Además, lucha contra el mal, persigue a Domingo -Dios- y, cuando finalmente lo encuentra, dice sentirse revelado (p. 181).

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