—Perdóneme si no disimulo mi placer —le decía sonriendo a Gregory—. No todas las noches tiene uno sueños tan agradables. Esto de que una pesadilla acabe en langosta es, para mí, de una novedad encantadora. Lo que muchas veces me ha sucedido es lo contrario.
—No está usted soñando, se lo aseguro. Antes está usted próximo al momento más real y conmovedor de su vida... Pero aquí está el champaña, verá usted. Confieso que hay alguna desproporción entre las interioridades de este excelente hotel y su aspecto exterior tan sencillo y humilde. Es que somos muy modestos... Sí, nosotros somos los hombres más modestos que ha habido en el mundo.
Este diálogo tiene lugar en la taberna donde Gregory conduce a Syme para revelarle el Consejo Anarquista que se esconde debajo. El intercambio tiene lugar luego de que le sirven a Syme la langosta, que había pedido en broma. Además del humor paradójico -producto del contraste entre la fachada del lugar y la lujosa comida-, la conversación apunta al carácter surrealista de la escena. Este aspecto irá creciendo a medida que avanza la trama, que hacia el final se vuelve completamente absurda y onírica. El fragmento incluye, además, un guiño al subtítulo de la novela: pesadilla.
—¡Queremos abolir a Dios! —declaró Gregory abriendo los ojos con fanatismo—. No nos basta aniquilar algunos déspotas y uno que otro reglamento de policía. Hay una clase de anarquismo que sólo eso pretende; pero no es más que una rama del no-conformismo. Nosotros minamos más hondo, y os haremos volar más alto. Queremos abolir esas distinciones arbitrarias entre el vicio y la virtud, el honor y el deshonor en que se fundan los simples rebeldes. Los estúpidos sentimentales de la Revolución Francesa hablaban de los derechos del Hombre. Pero nosotros odiamos tanto los derechos como los tuertos, y a unos y a otros los abolimos.
En este discurso de Gregory se pone en juego el estilo hiperbólico de la novela, que plantea de manera exagerada los planteamientos que conducen a sus personajes. En este caso, hace hincapié en la diferencia entre el anarquismo tradicional y el verdadero anarquismo, que él promueve. El primero, más cercano al comunismo o al socialismo, movimientos que intentan una alternativa a la realidad social acuciante -a esto se refiere cuando dice "no es más que una rama del no-conformismo"-; el segundo, más extremo, está vinculado, en el libro, a la filosofía nietzscheana (que afirmaba la muerte de Dios) y al "nihilismo", doctrina que considera que, al final, todo se reduce a nada y, por lo tanto, nada tiene sentido.
Ya sabéis cuán importantes han sido sus servicios para la causa. Fue él quien organizó el gran golpe dinamitero de Brighton que, a haber ayudado las circunstancias, habría hecho perecer a cuantos se encontraban en el muelle. Sabéis asimismo que su muerte fue tan altruista como su vida, pues murió mártir de la fe que tenía en una mezcla higiénica de la cal y del agua, como sustitutivo de la leche, bebida que consideraba como propia de bárbaros, por la crueldad que supone para con las vacas.
El hombre que fue jueves tiene un tono humorístico y sarcástico, que se hace patente en fragmentos como este, donde lo absurdo de la situación desplaza cualquier posibilidad de tono trágico. En primer lugar, Buttons habla del anterior Jueves, quien murió como un héroe, y lo elogia como el ejecutor del "gran golpe dinamitero". Pero inmediatamente después dice, al pasar, que no había nadie en el lugar, por lo que es un atentado sin víctimas: "Habría hecho perecer a cuantos se encontraban en el muelle". Además, lo llama mártir por morir tomando cal para evitar la leche de vaca, que consideraba cruel. Todo el relato no puede más que generar risa, lo que se acentúa por el contraste que genera el tono solemne del locutor.
Syme tuvo por un instante la impresión de que el cosmos se había vuelto del revés, de que los árboles estaban creciendo para abajo, y bajo sus pies lucían las estrellas. Paulatinamente, a esta impresión sucedió otra diametralmente opuesta: en efecto, durante las últimas veinticuatro horas, el universo había estado del revés, y apenas en este momento parecía enderezarse.
La cita tiene lugar luego de que el profesor de Worms le revelara a Syme su pertenencia a la policía. Es el primer giro argumental de muchos que tendrán lugar en la novela, al punto de tornar la trama completamente inverosímil. El efecto de "el mundo del revés" sucederá muchas veces después de esta, momentos en los que los enemigos se convierten en aliados, los perseguidores en perseguidos y la fealdad en belleza. Este fragmento transmite el efecto de extrañamiento del protagonista y plantea la duda al lector sobre la realidad de las cosas. Los pensamientos de Syme -a través del narrador omnisciente- expresan la desconfianza sobre lo que es real y lo que no y, sobre todo, la sensación de que nada es lo que parece.
Aquello recordaba las conclusiones vertiginosas de la astronomía sobre la distancia de las estrellas fijas. Le parecía estar subiendo por la casa de la razón, cosa más horrible aún que el absurdo.
En muchas oportunidades, Chesterton desliza algunos de sus planteamientos filosóficos a través de los pensamientos o reflexiones de sus personajes. En este fragmento -donde el narrador expresa lo que piensa Syme-, se pone en evidencia la postura del autor acerca de su propia novela y su mensaje: la razón por la razón -rasgo prominente del modernismo, contra el que batalla Chesterton-, es el peor enemigo de la humanidad, porque conduce a la desesperanza y la pérdida de la fe. La mención del absurdo puede pensarse así como una defensa de la novela misma que está escribiendo: sus personajes triunfan porque abandonan la pretención de entenderlo y explicarlo todo, y se dejan llevar por lo incomprensible. Solo así terminan encontrándose.
Después de todo —se dijo— yo soy más que un diablo, soy un hombre: yo puedo hacer algo que le es imposible a Satanás: morir.
Este diálogo interior se da en el momento en que Syme se bate a duelo con el Marqués de San Eustaquio y refleja la fuerte impronta humanista y cristiana de la novela. La frase realza la idea del libre albedrío del hombre para efectuar el bien, aunque sea sacrificándose. Ser mortal puede considerarse una debilidad desde el punto de vista racional, pero es lo que permite justamente poder dar la vida por los demás. La fragilidad humana se convierte así en una fortaleza frente a las fuerzas del mal (no humanas), desde el punto de vista filosófico y religioso de Chesterton.
—¡Multitudes desorganizadas! —repitió el nuevo aliado—. Habla usted de multitudes y de la clase obrera como si de eso se tratara. Participa usted por lo visto de esa estúpida teoría que pone en las clases pobres el origen del anarquismo. ¿Por qué ha de ser así? Los pobres han sido rebeldes, pero nunca anarquistas. Están más que nadie interesados en mantener un gobierno honrado. El pobre tiene profundas raíces en su tierra. El rico no: puede un buen día tomar el yate y marcharse hacia la nueva Guinea. El pobre ha protestado a veces contra el mal gobierno; pero el rico ha protestado contra todo gobierno. Los aristócratas fueron siempre anarquistas: vea usted el caso de las guerras feudales.
Esta respuesta de Ratcliffe -recién revelado como aliado- frente a las dudas de Syme sobre el poder de los anarquistas, ilustra cabalmente la esencia del planteo político del libro: los verdaderos anarquistas son los millonarios, los aristócratas, los poderosos que viven por encima de la ley y no respetan ningún tipo de gobierno, porque se consideran inimputables. La cita diferencia claramente este anarquismo de elite de los movimientos obreros y los levantamientos de las clases bajas que buscan mejorar sus condiciones de vida.
Habían llegado a un espacio claro lleno de sol: aquello era, para Syme, la vuelta al buen sentido. En medio de aquel claro, había un hombre que bien podía considerarse como representante del buen sentido. Tostado por el sol, empapado en sudor, poseído de la gravedad habitual del que se ocupa en neceseres modestos, un pesado campesino francés estaba cortando leña con un hacha. A algunos pasos de allí se encontraba su carro a medio llenar; y el caballo que pacía la hierba era, como su amo, valeroso sin extremos, y próspero aunque triste. Era un normando, de talla más alta que la habitual entre los franceses, y de facciones muy angulosas. Su silueta destacaba sobre un cuadro de luz, como una alegoría del trabajo, como un fresco sobre un fondo de oro.
La cita proviene de un largo comentario del narrador sobre los pensamientos de Syme después de adentrarse en el bosque de los claro-oscuros. En ese bosque él se angustia por no saber quién es quién y se pregunta si algo existe realmente o todo es un mundo de apariencias. A esa sensación de incertidumbre y confusión, sobreviene el claro del campo, el sol y el trabajador. El narrador hace explícita la carga simbólica de la imagen, E incluso hacia el final habla del campesino como una alegoría del trabajo. Frente a los millonarios anarquistas, el escepticismo y el caos de la modernidad está el buen sentido, la simplicidad y el trabajo.
—No, por muy extraño que parezca, no he perdido toda esperanza. Me queda una vaga, imposible esperanza que no puede abandonarme. Parece que todas las fuerzas del planeta se han conjurado contra nosotros. Y me pregunto cómo es posible que aún me quede esa vaga luz de esperanza.
—¿Y en qué o en quiénes funda usted su esperanza? —preguntó Syme con curiosidad.
—En un hombre a quien nunca he visto —contestó el otro contemplando el plomizo mar.
—Ya sé a quién se refiere usted —dijo Syme con voz grave. Al hombre del cuarto oscuro.
El diálogo se da en Lancy, entre Syme y Ratcliffe, cuando los detectives descubren que todo el pueblo está contra ellos y que los anarquistas (las fuerzas del mal) están por conquistar el mundo. Este intercambio, como muchos otros dispuestos a lo largo de toda la novela, cargan un doble sentido que permite asociar a la figura de Domingo con la de Dios. En este caso, aparece como la luz de la esperanza que guía a los hombres en los momentos difíciles. Además, hace alusión a la confianza ciega que requiere la fe: creer en el hombre a quien nunca han visto. De nuevo, la novela se lanza contra el escepticismo y la racionalidad moderna que necesita "ver para creer".
—No podemos perder tiempo en bufonadas —dijo el Secretario impacientándose—. Hemos venido a preguntarle a usted qué significa todo esto. ¿Quién es usted? ¿Qué es usted? ¿Por qué nos ha reunido usted aquí? ¿Sabe usted quiénes somos y qué somos nosotros? ¿Es usted un gracioso que se divierte en hacer de conspirador, o un hombre de talento que se hace el loco? Contésteme usted, se lo exijo.
Este fragmento corresponde a la confrontación de los seis detectives y Domingo, luego de la pelea en Lancy. Este pasaje en particular es muy elocuente respecto a la alegoría religiosa que plantea el libro: la persecución de Dios como viaje introspectivo y existencial, como la búsqueda de un sentido. Las preguntas que hace el Secretario resumen los interrogantes más comunes que el hombre le ha realizado a Dios en la historia de la humanidad, sobre todo en momentos de crisis: ¿Quiénes somos? ¿Para qué existimos? ¿Por qué nos pasa lo que nos pasa? Además, recupera el mayor problema de la fe cristiana: si hay un dios todopoderoso, ¿por qué permite que suframos?