Resumen
Capítulo XIII: La persecución del presidente
Los protagonistas vuelven a Londres para asistir a la reunión del Consejo y confrontar así al presidente. Planean el encuentro e intercambian historias sobre todo lo acontecido. Esa misma noche, el doctor Bull sale a pasear y se encuentra con Gogol, a quien lleva al hotel para que se les una.
Al día siguiente, asisten todos a la reunión e interrogan a Domingo, quien confiesa ser el mismo hombre que los reclutó en el cuarto oscuro de Scotland Yard. Ante el asombro y las preguntas de los detectives, Domingo da respuestas misteriosas y dice que nunca descubrirán su secreto. Después, escapa saltando por el balcón y subiéndose a un coche. Syme y sus compañeros se suben a otro coche y lo siguen por toda la ciudad. Mientras tanto, Domingo les lanza papeles con mensajes enigmáticos. La persecución desemboca en el jardín zoológico y el presidente escapa en un elefante. A medida que avanzan, el elefante causa estragos en las calles de Londres. Los detectives enfrentan una serie de obstáculos, desde la multitud asombrada que obstruye su camino hasta los intentos fallidos de detener al elefante. Finalmente, el fugitivo se inmiscuye en la Exposición de Earl's Court, un lugar lleno de atracciones. Los detectives lo buscan en los pasillos laberínticos. En medio de esta confusión, Domingo desaparece misteriosamente.
Sin embargo, los detectives descubren que ha escapado en un globo cautivo, soltando sus cuerdas y elevándose por los aires. A medida que el globo asciende, Domingo les lanza provocaciones desde lo alto y más mensajes indescifrables. Al final, cuando ya todos lo dan por perdido, Syme exclama que él no se da por vencido y se decide a continuar la persecución.
Capítulo XIV: Los seis filósofos
Syme y los detectives se internan en el campo, en las afueras de Londres, en busca de Domingo. Discuten sobre las posibles acciones a seguir, pero deciden adentrarse en un bosque mientras siguen el rastro del globo aerostático. A medida que avanzan, sus ropas se rasgan y ensucian, quedando en harapos. En el camino, discuten sus impresiones sobre Domingo y su misteriosa naturaleza. En medio de la conversación, son abordados por un hombre alto, vestido con un traje violeta, que les dice que los esperan unos carruajes. Aunque desconfían, deciden seguirlo. Los trasladan hasta una casa, donde se sorprenden por los lujos y la hospitalidad de los lacayos que los reciben.
Syme es guiado a un cuarto y se le proporciona un traje, se trata de un disfraz de Jueves: de color azul, con soles y lunas. Al preguntar al lacayo por el significado de ese traje, este le indica un capítulo de la Biblia, y Syme comprende que se trata de la simbología bíblica del Génesis. El día jueves, según la Biblia, Dios creó el sol y la luna. Después de vestirse, Syme se siente más libre y confiado.
Capítulo XV: El acusador
Al salir al corredor, Syme ve al secretario en lo alto de una escalera, vestido con un traje blanco y negro. Syme reflexiona y recuerda que, en la Biblia, el primer día de la creación -el lunes- Dios extrajo la luz de la sombra. Luego, baja la escalera con el secretario y se encuentran con Ratcliff, quien está vestido de verde primaveral, ya que representa al tercer día (miércoles), el día de la creación de la tierra y las cosas verdes. Los tres se dirigen a un jardín antiguo y amplio, lleno de antorchas y fogatas, donde se lleva a cabo una danza carnavalesca con trajes de fantasía. Van hacia la terraza del jardín, donde hay siete tronos que representan los siete días de la creación. Gogol, Martes, lleva un traje que simboliza la división de las aguas; el profesor De Worms, Viernes, uno que representa los pájaros y los peces; Bull, el último día de la creación, está cubierto de animales heráldicos en rojo y oro.
Domingo, el séptimo personaje, llega vestido de blanco y comienza a hablar, dando a entender que cada uno ocupa su lugar en un rol asignado por él. Al ser interrogado por su verdadera identidad, responde que es Sabbath, la paz de Dios. Luego, da lugar a que cada uno de los seis miembros del “Consejo de los Siete Días”, hable. Cada uno cuenta su experiencia y reclama por el sufrimiento infligido y por los motivos que los hicieron luchar entre ellos. Domingo no responde a ninguna de estas preguntas. De pronto, anuncia la llegada de un nuevo individuo. Syme se sorprende al ver que el recién llegado es Gregory, el joven poeta anarquista. Gregory se presenta como el verdadero anarquista y expresa su deseo de destruir el mundo. Syme lo confronta, cuestiona sus motivaciones. Además, defiende la idea de que la lucha por el orden merece la misma valentía que la lucha caótica, y que los guardianes del orden -los miembros del Consejo- han sufrido lo mismo que un dinamitero. Domingo observa y sonríe ante el intercambio entre Syme y Gregory.
Sin embargo, la escena se desvanece y pierde realidad. El narrador sugiere que se trata de un sueño de Syme, quien aparece de pronto caminando junto a Gregory por una calle, hablando de temas triviales. Syme no recuerda bien lo ocurrido, pero siente euforia y claridad mental. Eventualmente, llegan a Saffron Park, y Syme observa a la hermana de Gregory cortando lilas en un jardín.
Análisis
Luego del duelo y la revelación sobre Ratcliff, tiene lugar la segunda de las tres escenas de persecución que hay en la novela. En consonancia con el aumento gradual del absurdo, cada vez es más difícil saber quién persigue a quién y, hacia el final, prácticamente se desdibuja esta diferencia entre persecutores y perseguidos.
Cuando Syme y sus aliados se sumergen en el bosque para escapar de la “masa negra”, Chesterton recrea un escenario en el que las imágenes visuales, junto a las reflexiones de los personajes (a través del diálogo entre ellos o de las acotaciones del narrador omnisciente), dan lugar a una de las reflexiones filosóficas más contundentes de la novela. El juego de luces y sombras de los árboles, así como los reflejos sobre el rostro de sus compañeros, llevan a Syme a una reflexión sobre la identidad y la verdad. La visión de Ratcliff, por ejemplo, que tiene la mitad de la cara tapada por la sombra del sombrero, empuja a Syme a una cavilación sobre las preocupaciones del propio Chesterton, para quien el mundo moderno es enajenante, confuso y vil por su ambigüedad. Así, Syme se pregunta qué es real y qué no en un mundo falseado y deformado por la época, al igual que las sombras confunden y deforman el bosque y forman un antifaz en la cara de su amigo:
El ex-Marqués se había echado sobre las cejas el sombrero de paja, y la sombra negra de la falda cortaba en dos su rostro de tal modo que parecía llevar un antifaz como sus perseguidores. Syme se puso a divagar ¿Llevaría Ratcliffe antifaz? ¿Lo llevaría realmente alguien? ¿Existiría realmente alguien? Aquel bosque de encantamiento, donde los rostros se ponían alternativamente blancos y negros, ya entrando en la luz, ya desvaneciéndose en la nada, aquel caos de claroscuro (después de la franca luminosidad de los campos) era a la mente de Syme un símbolo perfecto del mundo en que se encontraba metido desde hacía tres días; aquel mundo en que los hombres se quitaban las barbas, las gafas, las narices, y se metamorfoseaban en otros (p. 134).
Para el pensamiento de Chesterton, el ser humano necesita certezas y la Modernidad se ha dedicado a desarmar cada una de ellas (a través de la filosofía moderna y el individualismo ateo), dejándolo desprovisto de sostén, a la deriva con su propia existencia. Como Syme en el bosque de sombras y luces, el sujeto moderno ya no puede confiar en sus sentidos ni en su propia percepción de las cosas (en un nivel concreto sensorial, pero también filosófico y ético). El borramiento de los límites entre el bien y el mal, y la duda sobre la existencia de Dios solo traen -para Chesterton y, a través de él, para Syme- angustia y desolación.
De esa persecución se destacan también los comentarios de Ratcliff sobre los anarquistas (que en verdad son millonarios) y sobre el campesino (quien defiende la propiedad privada), que recuperan las preguntas iniciales de la novela: ¿el anarquismo beneficia a los más necesitados o es un privilegio de las elites intelectuales? Según sugiere Ratcliff, el anarquismo radical solo favorece a los ricos y los poderosos, que son quienes podrían mejorar aún más su situación en una sociedad sin ley ni gobierno. Este anarquismo conspirativo de la ficción de Chesterton sería un capitalismo extremo, parodiando la pulsión autodestructiva del modernismo y sus acérrimos defensores, que propugnaban un paradigma social cada vez más nihilista y desprovisto de principios morales y fe. Estas ideas las expresó muchas veces Chesterton en su vida real, con la invención y difusión del “distributismo” (ver “Chesterton y una propuesta alternativa: el distributismo”).
Durante la persecución y hasta la llegada a Lancy es fundamental la aparición de tres hombres que representan -de acuerdo a la lógica simbólica de la novela- al hombre común y sensato: el campesino, que trabaja y defiende su propiedad; el posadero, militar retirado, bondadoso, que comparte lo suyo cuando el prójimo lo necesita; y el doctor Renard, el buen burgués, no ostentoso, respetuoso de las reglas y de los pactos sociales. Cabe destacar que, para Chesterton, la tecnología es símbolo de la Modernidad, por eso es fundamental la descripción de estos hombres y sus herramientas: el campesino tiene su carro, el posadero sus caballos y Renard tiene autos, pero los usa poco (detalle que enfatiza la idea de que es un hombre modesto y ético). Este último hecho permite interpretar por qué los detectives no logran escapar ni derrotar al mal a través del automóvil. Es recién cuando lo estrellan y luchan cuerpo a cuerpo con la ayuda de la linterna y el sable, símbolos de la fe y la tradición, que logran restablecer el orden. La luz de la "linterna eclesiástica", como metáfora de la luz divina y la guía de Dios, los lleva así a reencontrarse con el bien: descubren que el secretario es también un policía y que todo este tiempo el verdadero enemigo ha sido Domingo. El hecho de que el fin de esta batalla acabe sin vencedores abona aún más el mensaje humanista de que los hombres luchan entre sí sin saber que son del mismo bando o, mejor dicho, que no hay bando alguno.
Los detectives se sienten aliviados, pero también humillados: ¿quién los engañó y los manipuló para que pelearan entre ellos? ¿Para qué? Por eso, cuando finalmente se enfrentan a Domingo, exigen respuestas. El hecho de que este sea el mismo que los reclutó genera más furia y confusión. Las respuestas enigmáticas del jefe, quien parece burlarse de ellos, los llena de ira. Entonces tiene lugar la tercera y última persecución, la de Domingo. Hasta el desenlace, este es el momento más surrealista de la novela y por eso predominan los elementos simbólicos. Luego de que Domingo escapa en el globo, los detectives salen de la ciudad e ingresan en un campo. Al igual que en el bosque, la naturaleza es la fuente de revelaciones epifánicas: si antes habían intuido que nada es lo que parece, ahora se sienten reconciliados con lo incognoscible.
Se hace patente, entonces, en esta parte final, la correspondencia de Domingo con la figura de Dios. Las reflexiones que hace cada detective en el camino -un camino en el que, simbólicamente, se despojan de todas sus ropas- dan cuenta de esta revelación. El doctor Bull, el optimista del grupo, admira y adora a Domingo, aunque no lo entienda; Syme admite que ve en Domingo todo lo horrible y lo bello del mundo -“las horribles espaldas” y la “noble cara” (p. 175)-, subrayando la dualidad de lo divino; Gogol lo ve simplemente como la naturaleza, omnipresente e indescifrable (lo compara con el sol); y el profesor De Worms lo piensa como lo inabarcable, aquello tan vasto que no alcanza la vista humana. Syme subraya que todas las opiniones sobre Domingo, inclusive la suya, tienen algo en común: “Cada uno de ustedes ve el Domingo de un modo diferente, pero todos coinciden en que sólo pueden compararlo con el mismo universo” (p. 174).
El nuevo punto de vista y la epifanía de la bondad que encierra la figura de Domingo los lleva finalmente a su encuentro. Despojados de sus antiguas vestimentas (símbolo de sus dudas y su pesimismo), llegan desnudos a la casa de hombre, quien los acoge y les da nuevas ropas. El traje que recibe cada uno no los disfraza esta vez, sino que les devuelve una identidad después de tanto caos y confusión: “Y es que aquel disfraz no lo disfrazaba: lo revelaba” (p. 181). Cada uno de los detectives recibe su traje de acuerdo a los días en los que Dios creó el mundo, según el libro del Génesis. El baile en la terraza representa a la humanidad y a todas las creaciones de Dios: la creación ha vencido al caos. Los detectives pueden restablecer el orden, paradójicamente, abandonando toda racionalidad y entregándose a la fe. Solo cuando dejan de buscar una explicación y aceptan la intervención divina, hallan su respuesta y recuperan su identidad, aunque esta no fuera la que pensaban. El viaje ha implicado sufrimiento y dolor -es lo que le reclaman inicialmente a Domingo- pero les ha permitido la revelación. Era necesario que pasaran por todo aquello para poder descubrir la verdad (alegóricamente, en Dios).
Finalmente, y como último paso en la peregrinación de Syme y cierre de la parábola, sobreviene el despertar (recuérdese, en este punto, el subtítulo de “Pesadilla” que lleva el título original). Con fuertes reminiscencias medievales, el protagonista despierta de su viaje sin estar seguro de si fue un sueño, pero con plena conciencia de sus revelaciones y, sobre todo, transformado. La imagen de Rosamunda, quien por su nombre y caracterización simboliza a la Virgen María, representa el reencuentro con la fe y el amor divino. Puede considerarse, por eso, un final feliz, de acuerdo al paradigma de la obra chestertoniana.