Resumen
Capítulo I: Los Dos Poetas de Saffron Park
En este capítulo, se describe el ambiente y se introducen los personajes que aparecen en dicho lugar, un barrio bohemio en la ciudad de Londres. Se menciona que está lleno de personas excéntricas y extravagantes, incluyendo a un joven poeta llamado Lucian Gregory, conocido por su cabello rojo y su defensa de la anarquía.
Pronto irrumpe Gabriel Syme, un nuevo poeta, quien llega al barrio y entra enseguida en una discusión filosófica con Gregory sobre la naturaleza de la poesía y el anarquismo. Syme defiende la idea de que la verdadera poesía radica en el orden y la respetabilidad, mientras que Gregory sostiene que la anarquía es la esencia misma del arte. En medio de la conversación, Syme conoce a Rosamunda, la hermana de Gregory, una mujer independiente, pero que venera a su hermano.
Finalmente, la discusión se vuelve más intensa y Gregory desafía a Syme a demostrarle su compromiso con la anarquía. Syme acepta bajo la promesa de no revelar el secreto. Gregory le propone un enigmático plan para el cual lo conduce a una oscura taberna junto al río.
Análisis
El primer capítulo del libro es muy importante y merece un análisis aparte, puesto que no solo presenta el contexto y trasfondo de la historia, introduce el conflicto que desata las aventuras de los capítulos siguientes y presenta a sus protagonistas; sino que también delinea los planteamientos filosóficos que constituyen el núcleo de la obra de Chesterton y la tesis general de la novela, que será el hilo conductor hasta el final.
Así es que la discusión -en principio, trivial- del poeta anarquista, Lucian Gregory, y el poeta recién llegado, Gabriel Syme, deriva en el establecimiento de una serie de oposiciones binarias que son el núcleo duro de la historia: orden versus caos, creación versus destrucción, fe versus escepticismo y sentido versus sinsentido. Si bien Syme y Gregory dialogan sobre poesía, Chesterton aprovecha la defensa que hace cada personaje de sus ideas para introducir una reflexión sobre el propósito de todo arte -inclusive el de su propia novela-, sobre la condición humana y su existencia paradójica.
El eje del debate está en la oposición entre el caos y el orden. El caos está asociado a la idea de la anarquía, mientras que el orden a la de gobierno (entendido como toda forma de ley). Para Gregory, por su parte, la anarquía es sinónimo de arte, por lo que todo poeta debe ser, por defecto, anarquista, así como todo acto de sublevación una obra de arte. El orden, por otro lado, implica para él desolación y tristeza, como queda ejemplificado en este pasaje: “Vamos a ver: ¿Por qué tienen ese aspecto de tristeza y cansancio todos los empleados, todos los obreros que toman el subterráneo? Pues porque saben que el tranvía anda bien; que no puede menos de llevarlos al sitio para el que han comprado billete” (p. 24). Siguiendo con la lógica paradojal que será característica de toda la novela, Syme presenta un argumento diametralmente opuesto: “Lo raro y hermoso es tocar la meta; lo fácil y vulgar es fallar. (...) El caos es imbécil, por lo mismo que allí el tren puede ir igualmente a Baker Street o a Bagdad” (p. 25).
El estilo narrativo de El hombre que fue Jueves, además de paradojal, es hiperbólico. La hipérbole es una figura retórica que lleva al extremo un argumento o descripción para generar un efecto de énfasis o comicidad. En este libro, la comparación hiperbólica produce, por un lado, el efecto paradójico (los extremos parecen siempre acercarse) y, por el otro, un contraste absurdo que genera un clima de hilaridad. Este el caso de la respuesta de Syme que, para profundizar su defensa del orden, termina argumentando que la digestión es un acto poético: “—Lo poético —dijo— es que las cosas salgan bien. Nuestra digestión, por ejemplo, que camina con una normalidad muda y sagrada: he ahí el fundamento de toda poesía” (p. 26).
Pero es importante comprender que la configuración de estos dos personajes antagónicos, pero complementarios, constituye más que una mera caracterización dramática, una alegoría del orden y del caos respectivamente. La alegoría -palabra que viene del griego clásico y significa “lenguaje figurado”- es una procedimiento retórico y literario que consiste en representar una idea -a menudo abstracta y compleja- a través de figuras simbólicas. De esta manera, la concatenación de metáforas permiten al autor ilustrar un concepto que sería muy difícil de transmitir de manera directa. En literatura, puede ser que un personaje se exprese a través de alegorías -lo que es muy recurrente- o que el personaje sea una alegoría en sí mismo. Este último es el caso de El hombre que fue Jueves, en el que cada personaje, además de expresar lo que piensa en sus discursos, encarna esas ideas. Syme constituye así la representación del orden, la respetabilidad y el buen sentido; mientras que Gregory representa a la anarquía, el caos y el desgobierno.
El autor compone así la alegoría desde la primera presentación de los personajes, mediante descripciones de gran carga simbólica. Esta es la presentación de Gregory:
La verdad es que valía la pena de oír hablar a Mr. Lucian Gregory —el poeta de los cabellos rojos— aun cuando sólo fuera para reírse de él. (...) Ayudábale, en cierto modo, la extravagancia de su aspecto (...) Sus cabellos rojo-oscuros —la raya en medio—, eran como de mujer, y se rizaban suavemente cual en una virgen pre-rafaelista (p. 22).
En contraste, he aquí la descripción de Syme: “El nuevo poeta, que dijo llamarse Gabriel Syme, tenía un aire excelente y manso, una linda y puntiaguda barbita, unos amarillentos cabellos. (...) Syme declaró ser un poeta de la legalidad, un poeta del orden, y hasta un poeta de la respetabilidad” (p. 23).
El color rojo -que aparecerá a lo largo de toda la novela- es símbolo de la pasión, lo diabólico y lo sensual, algo que va en consonancia con los cabellos sueltos, el aspecto de mujer y la referencia pictórica al prerrafaelismo. Por otra parte, el rubio, vinculado con el color amarillo, la luz y la claridad, se suma a la prolijidad de la barba y la pulcritud, como signos físicos asociados al orden y el sentido común.
Cabe destacar que, si bien la alegoría es una figura de la antigüedad clásica, tuvo su auge como procedimiento literario en el Medioevo, siendo la forma predilecta para expresar las ideas religiosas, políticas y filosóficas de la época. Chesterton, que se consideraba a sí mismo un anti-modernista, retoma esta tradición de manera consciente:
Aun cuando sus caracteres, y los relatos que ellos interpretan, estén dotados de cierta consistencia autónoma, todo en ellos tiene una última significación alegórica o simbólica. Y esto es particularmente cierto del libro que nos ocupa, como se revela al final del mismo. No en vano Chesterton se calificaba a sí mismo de medievalista, y de ningún modo ha echado mano azarosamente de ese recurso, típicamente medieval (Argüello, 2010, p. 84).
En definitiva, en este capítulo se presentan las dos alegorías que guiarán y darán fundamento a toda la obra. Todas las peripecias que siguen a este encuentro tienen sentido si se leen a sabiendas de que encierran un significado mayor. De otra manera, muchos de los episodios podrían considerarse absurdos y sin sentido. Así lo anticipa el narrador, a modo de preparación para el lector, en este capítulo inicial: “Porque es tan inverosímil lo que desde entonces le sucedió, que muy bien pudo ser un sueño” (p. 28).